ZOMBREACH
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En un pestañeo, la luz del día fue completamente obstruida por las cortinas de hierro, dejando senda libre al intenso rojo de las alarmas. El sonido era fuerte y penetrante, pero no lo suficiente como para opacar por completo al barbón con trenzas que entraba a la sala.

Richard Dunwich: Las alarmas, las cortinas, está pasando.

Vanna Kore: ¿Qué está sucediendo?

Andrés Mondragón: No estoy seguro, nunca había estado en este Sitio antes.

Víctor Penz: Nadie entonces. Nuestro grupo también está aquí de paso solamente

Amaro Mondragón: Es una brecha de contención.

Richard Dunwich: ¡Calma, calma! No hay que desesperarse. Estoy informado. No hay nada de lo que preocuparse, ¿si? Todos vamos a estar bi-

La puerta tras el barbudo fue violentamente destruía por decenas de brazos grises y sangrientos que lo arrastraron rápidamente hacia una masa de lo que no podría describirse de otra forma que una horda de cadáveres con vida. La mano de Dunwich fue lo último que vio el grupo antes de perderse entre los cuerpos y el sonido de los gruñidos.

Víctor Penz: ¡Mierda! ¡Dunwich!

Vanna Kore: ¡No!

Steffano González: ¡Rápido! ¡Salgamos de aquí! ¡Son demasiados!

De manera unánime el grupo siguió las órdenes del tatuado Steffano. Cruzaron hasta una bodega donde tiraron estantes y repisas al suelo, obstruyendo el paso tras de si. Por un pasillo llegaron hasta la zona de oficinas, apresuradamente abandonada por quienes estuvieron allí hace un minuto. Entraron a una oficina, cerraron la puerta tras de si, y movieron muebles para obstruirla

Steffano González: Creo que ya estamos bien.

Víctor Penz: ¿¡Bien!? ¡Mataron a Dunwich! ¿¡Cómo podés venir a decirme que estamos bien!?

Steffano González: Me refiero a que estamos en una zona más tranquila, no seas boludo. Por supuesto que no estoy bien. (Suspira) Era mi amigo.

Andrés Mondragón: De todos.

Vanna Kore: (Sollozando) Él iba a ayudarme a entender mejor mi anomalía.

Amaro Mondragón: La chica.

Steffano González: ¿Qué?

Amaro Mondragón: Que use sus poderes, con ellos entenderemos que está sucediendo.

Vanna Kore: Pero solo puedo obtener información si toco algún objeto anómalo.

Andrés Mondragón: O entidad.

Vanna Kore: Pero solo puedo con entidades si están vivas.

Andrés Mondragón: No se ven del todo muertos.

Steffano González: ¿Están insinuando qué…?

Amaro Mondragón: La chica debe tocar a una de esas criaturas.

Steffano González: ¿¡Acaso están locos!? ¿¡Si se acuerdan lo que le hicieron a Dunwich!? ¡Nunca voy a permitir que la pongan en riesgo—

Vanna Kore: Hagámoslo.

Steffano González: ¡Vanna!

Vanna Kore: Es la única manera. Dunwich lo hubiese querido así.

Steffano González: Vanna… pero—

Víctor Penz: (Pone la mano sobre el hombro de Steffano) No te preocupes, no dejaremos que le hagan daño. Entrenamos para situaciones peores que estas.

Steffano mira al grupo. Ni una palabra; sus miradas lo comunican todo. Ya está decidido.

Steffano González: Bien. Hagámoslo.

Los Agentes González y Penz alistaron sus armas de servicio. Los Mondragón rompieron un par de sillas y mesas, y los trozos con clavos expuestos servirían de algo. Vanna observó sus manos, tocó la flor azul sobre su cabello, respiro profundo, y asintió con su cabeza al grupo. Era el momento.

Movieron los muebles y atravesaron la puerta. La zona infestada de zombis. Penz y González salieron primero. Espalda con espalda, atrincherados en el umbral de la puerta, dispararon por cada lado. Una bala, un cerebro de zombi agujereado.

Dieron unos pasos fuera, y se separaron por el pasillo para cubrir más terreno. Los Mondragón salieron atrás de cada uno. Los agentes se encargaban de tantos como veían, mientras los Mondragón golpeaban y abatían a quienes hacían flanco a sus amigos. Vanna, entre medio, esperaba por su momento.

Víctoria. Los cadáveres ahora si estaban muertos. Pero no se sentía bien, algunos cuerpos eran reconocibles entre la sangre. Un último zombi, con sus piernas incapacitadas por clavos, se arrastraba hasta el grupo. Era su oportunidad. Steffano se posó sobre la espalda del no-muerto, mientras los Mondragón lo retenían de los hombros y Penz apuntaba a la cabeza con su arma, por si cualquier cosa sucedía.

Vanna se sentó de rodillas delante del monstruo, y estiró su mano hasta tocarle la frente. Caracteres a su alrededor, símbolos médicos, lenguajes extraños que no entendía, todo eso dentro de su cabeza. Unos segundos, y soltó al zombi. Ni una palabra, sus ojos fuentes de lágrimas, y las manos a su boca.

Víctor Penz: ¿Qué está pasando? ¿Qué viste?

Vanna: (Sollozando) Yo… No puedo, yo…

Amaro Mondragón: ¡Habla!

La tierra se comenzó a mover. Casi todo el grupo asustado miraba a su alrededor, excepto por Vanna, cuyas lágrimas le pesaban más. Steffano se arrodilla frente a Vanna y la toma de los hombros.

Steffano González: Vanna, cariño, por favor, tenés que decirnos qué viste. Algo está sucediendo ahora mismo y cualquier información sería importante para todos.

Vanna Kore: (Sollozando) Ellos… yo… nosotros… tú…

Steffano González: (Grita) ¡Decinos!

La cerámica en el piso se agrieta y se abre. El grupo da un paso atrás, a medida que decenas de manos se alzan por la abertura. La grieta escupe fuego y humo de pisos inferiores, y entre las llamas, una figura se eleva.

Andrés Mondragón: ¡Es Dunwich!

El cádaver del taumaturgo levanta sus brazos con dificultad, mientras los pisos inferiores se retuercen y chirrean para levantar a los muertos hasta el piso del grupo

Víctor Penz: No, ya no lo es.

Penz dispara una bala a la cabeza de Dunwich, pero tan pronto como le atraviesa el cráneo, runas de tonos azulados comienzan a brillar en su frente, y el daño es reparado a medida que la bala es expulsada, como si el tiempo hubiera sido regresado atrás. Penz vuelve a disparar, pero solo sigue sucediendo lo mismo.

Andrés Mondragón: (Gritando) ¡Salgamos de aquí!

El grupo corre por el complejo de oficinas mientras una gran horda los sigue. Vanna va detrás de ellos pero choca contra una pared que antes no estaba allí. Intenta rodearla pero una nueva pared aparece por dónde va, y otra vez, y de nuevo, hasta encontrarse en un pequeño cubículo de hormigón.

Vanna comienza a hiperventilarse a medida que las paredes se le hacen más pequeñas. Cuando cree que están por aplastarla, el cubículo se calienta y se rompe para revelar que ahora se encuentra varios metros sobre el suelo y frente al taumaturgo caído. No hay escape.

El grupo cruza por una salida de emergencia y Steffano se entera de lo que sucede. Grita a medida que ve a Dunwich acercar a Vanna a sus fauces, cuando deja de sentir la mandíbula, y luego cae inconsciente al suelo.


Steffano abre los ojos frente a Víctor.

Steffano González: ¿E-Estoy en el infierno?

Víctor Penz: Hijo de puta, así me agradeces que te salvara la vida.

Steffano González: ¿Qué pasó?

Amaro Mondragón: Luego explicamos, hay que movernos.

Víctor Penz: Pará un poco. No. Yo te golpeé y luego te cargué hasta un lugar seguro. Estamos todos bien ahora.

Steffano González: Bien… ¡Mierda! ¡Vanna! ¡Dunwich! ¿¡Dónde está!?

Amaro y Víctor cruzan sus miradas. Amaro levanta una ceja, Víctor asiente.

Víctor Penz: Perdón. No podíamos hacer nada. Solo podíamos correr. Te vi ahí quieto, y, simplemente no pude dejarte observar esa escena.

Steffano se desploma sobre su cama improvisada con chaquetas anti balas.

Steffano González: Vanna… Kore… Mi Korecita…

Víctor Penz: Perdón, amigo.

Amaro Mondragón: Ya hay que seguir moviéndonos. No podemos perder tanto tiempo en un solo lug—

Un fuerte golpe.

Andrés Mondragón: (Con el puño aún extendido) Cállate, maldición, cállate. No tienes idea de lo que es perder a alguien, aún menos lo que es tener que vivir con los recuerdos. Cáscara vacía, lo que la gente dice de ti es cierto.

Un silencio. Amaro se cruje los huesos del cuello, se acomoda los lentes, y se limpia la sangre de la nariz.

Amaro Mondragón: Tú no sabes nada de mi, ni entiendes la situación en la que nos encontramos en lo absoluto. Cada retraso que tengo con ustedes es tiempo perdido que pude invertir en encontrar a mi hermana. Si de verdad queremos que nosotros y nuestros seres queridos salgamos de aquí con vida, debemos tener la cabeza fría y ser calculadores, o no tendremos otro destino más que el de la muerte. ¿Eso quieres, roba apellidos?

Andrés Mondragón: Mi tiempo en la Fundación es mayor al tuyo.

Amaro Mondragón: Y aún así, nunca logras enfocarte en lo importante, solo en lo que te afecte a ti. ¿Dónde está tu querida Luisa? No te he visto muy preocupado por ella, don amor. ¿O ya te tomaste tus pastillitas amnésticas para "no tener que vivir con el dolor de los recuerdos"?

Andrés Mondragón: Intento concentrarme en ayudarnos a nosotros. Ella estará bien. Estará bien.

Amaro Mondragón: Si, ajá, sigue diciéndote eso, a ver como todo resulta.

(Silencio)

Steffano González: Che, pelean peor que Víctor y yo. Relájense un poco.

Víctor Penz: Dale, dejá de boludear y ayúdame a planear una estrategia.

Steffano González: ¿Dónde estamos?

Víctor Penz: En unos camarines del personal de seguridad. Logramos armarnos y conseguir chalecos anti-balas. Aunque no creo que nos sean de mucha ayuda. Cargamos algunas botellas con agua también.

Steffano González: Llevemos los chalecos de todos modos, nos cuidarán de algunas mordidas.

Víctor Penz: Si, tenés razón.

Steffano González: Como estamos en un área de seguridad, debemos estar cerca de algún ascensor o escalera entre pisos. Pero no tengo idea de con qué nos vamos a topar ahí arriba, ni tampoco sé qué tan útil nos sería seguir subiendo.

Andrés Mondragón: Estamos en un complejo de oficinas. El nivel superior debe ser aún más oficinas. Tal vez las administrativas. Y arriba de ellas, libertad. O, bueno, la salida sellada.

Víctor Penz: Olvido lo de tu buena memoria. ¿Algo más que podamos saber?

Andrés Mondragón: No estamos en la misma zona por la que entramos, ni conozco el Sitio, pero si la estructura se repite en los distintos sectores, no muy lejos de esta área de seguridad deberían haber algún acceso hasta una zona de descarga, y luego las oficinas.

Steffano González: Creo que ya tenemos nuestro plan. La Fundación no va a dejar que sus cabecillas mueran tan fácil. Las oficinas administrativas deben ser la zona más segura de todas. Tenemos que subir.

Unos minutos para alistarse, y el grupo se encaminó a las puertas. Antes de salir, Andrés y Amaro cruzaron miradas

Andrés Mondragón: ¿Quién es el inútil ahora?

Amaro giró los ojos.

Steffano era el último en la fila. Antes de cerrar la puerta tras de si, sintió algo extraño sobre sus hombros. No una carga, si no una presencia, como si algo le respirara muy cerca. Volteó rápidamente apuntando su arma, pero no había nada. Observó los alrededores por unos segundos, y luego siguió al grupo.


El grupo cruzó el área de seguridad sin mayores problemas, hasta llegar a una gran zona abierta y cubierta de pavimento negro, solo poblada por algunas cajas y maquinaria de carga y transporte.

Víctor Penz: Este lugar es inmenso. No puedo ver las paredes ni el techo. ¿Qué se supone que tanto hacen en este Sitio?

Steffano Gonzaléz: Tiene que haber algún ascensor por algún lado, o una escalera. Hay que buscar. Podríamos sepa—

Víctor Penz: No.

Amaro Mondragón: No, genio, no.

Andrés Mondragón: No será necesario. Si no me falla la memoria, no muy lejos de aquí debería haber un botón que nos lleve hacia arriba.

Víctor Penz: ¿Cómo?

Andrés Mondragón: Allí, en la cabina.

Andrés entra a la cabina de seguridad, presiona botones en la terminal, y regresa hasta el grupo.

Andrés Mondragón: Con eso debería bastar.

Víctor Penz: ¿Qué hiciste?

Andrés Mondragón: (Levanta una tarjeta de seguridad de nivel 3) Abusar de mis privilegios.

Los sonidos de motores se comienzan a oír por todos lados, como si hubieron miles de ellos entre las paredes, a medida que el piso bajo sus pies tiembla, antes de comenzar a elevarse.

Steffano González: Mierda, ¿todo esto es?

Andrés Mondragón: Todo esto es el elevador. Kilómetros de ello

Víctor Penz: Cada día se ve algo nuevo, ¿eh?

Amaro Mondragón: ¿De repente hace más frío?

La tenue luz en las paredes visibles parpadea un par de veces, y las grandes murallas de concreto comienzan a abrirse como si de grandes puertas movedizas se tratara. Una gran luz blanca es lo primero visible, antes de que se transforme en llamas y alarmas, y decenas de cadáveres caigan de la abertura desde distintos puntos de la pared, como si llegaran desde un lugar donde la gravedad era diferente. Entre los cadáveres, una figura que se levanta sobre pilares de fuego se acerca mientras las grandes paredes se cierran, y en el aire, rota sobre si mismo hasta dejar ver su barbudo y ensangrentado rostro. Tiene unos grandes ojos secos sin pestañear, y un pétalo azul entre los dientes.

Steffano González: (Grita) ¡Hijo de puta!

Steffano abre fuego contra el cadáver de Dunwich, pero el taumaturgo sigue expulsando las balas. Runas brillan a través de su cuerpo, mientras las decenas de zombis se queman y aplastan entre si para que la carne y huesos entre sus vísceras se reacomoden en una masa cambiante hasta formar una gran criatura carnosa que expulsa fuego al moverse.

El taumaturgo extiende sus brazos a los lados, y los sonidos de los motores son reemplazados por clics y rechinidos metálicos, lo que detiene el gran elevador. La criatura grita mil voces humanas, y se abalanza contra el grupo.

Víctor y Steffano se miran a los rostros, y luego corren en direcciones opuestas. Penz dispara hacia la criatura, lo que provoca que lo siga. Steffano saca tres minas explosivas de compartimientos en su chaleco y las configura en el piso mientras Andrés corre hacia la cabina y dispara a algunos zombis en el camino. Amaro lo sigue.

La criatura acorrala a Víctor cerca de una grúa y comienza a subir las escaleras mientras lo siguen por detrás. Steffano corre y dispara al monstruo, lo que provoca que lo siga. Steffano atrae a la entidad sobre las minas explosivas, y cuando las pisa, explotan, generando una gran nube de humo y escombros.

Víctor Penz: ¿Lo logram—

La criatura lanza un gran rugido, y mientras el humo se disipa, se pueden ver runas a su alrededor por unos segundos

Steffano corre mientras la criatura lo persigue, y Víctor sigue subiendo por la grúa. Andrés logra llega a la cabina. Los sistemas lo saben, los motores están atascados. Andrés presiona botones pero nada sucede. Amaro ingresa a las opciones avanzadas y activa la sobrecarga, luego observa al taumaturgo, está visiblemente haciendo un esfuerzo mayor. Observa a Penz bajando de la grúa, y a Steffano huyendo de la criatura. Amaro corre en dirección de Penz.

Amaro Mondragón: ¡Penz! ¡Regresa! ¡Tienes que subir a esa grúa!

Víctor Penz: ¿¡Qué!? ¿¡Estás viendo!? ¡Van a matar a Steffano!

Amaro Mondragón: ¡La sobrecarga! ¡La activamos! ¡Dunwich está manteniendo a la criatura con vida mientras detiene los motores del ascensor! ¡Está sobrecargando sus capacidades también! ¡Hay que seguir forzándolo más! ¡El contragolpe acabará con él! ¡Golpéalo con la grúa!

Víctor Penz: Pero Steffano—

Amaro Mondragón: ¡Solo hazlo!

Penz sube las escaleras hasta llegar a los controles de la grúa. No los entiende, pero mueve la palanca arriba y abajo dirigiendo el gran imán hasta el taumaturgo. El imán casi choca fuertemente contra el taumaturgo, pero es detenido por una camioneta que ha puesto entre ambos, destruida al impacto. Steffano casi es golpeado por los escombros del vehículo, pero logra evitarlo. Algunos logran ralentizar un poco a la criatura.

Penz vuelve a cargar el gran imán contra el taumaturgo, pero un gran anaquel con cajas se interpone entre ambos. Steffano corre entre cajas mientras los anaqueles caen, pero ninguno lo golpea a él o la criatura.

Penz regresa el imán hacia atrás, topando accidentalmente con un gran camión, que logra levantar. Entonces mueve las palancas y carga una vez más contra el taumaturgo. Grandes anaqueles caen delante de Steffano, dejándolo sin salida. El monstruo se abalanza sobre él y le muerde la espalda, pero antes de poder darse un festín, es levantado por los aires hasta servir de escudo contra la gran grúa, e impacta.

Un gran explosión, runas salen volando en todas direcciones causando explosiones más pequeñas, algunas cambiando objetos que tocan por otros, una de ellos produciendo un gato con fedora que cae en la oscuridad, otras produciendo luces de color magenta, y las restantes abriendo grandes agujeros en el elevador. Los motores respiran aliviados y el elevador reanuda sus funciones, mientras la gran masa de carne se precipita al vacío. Dunwich cae cerca de un agujero, se levanta sin flectar las rodillas, y se observa el brazo con grandes ojos; fuego azul quema sus huesos expuestos. Steffano se acerca, y le da una patada que lo tira al vacío.

Steffano González: Disfruta el viaje.

Penz sale de la grúa y Andrés de la cabina. Ambos se acercan a Steffano y miran por el agujero.

Andrés Mondragón: ¿Lo logramos?

Víctor Penz: Lo logramos, aunque fue duro. ¿Estás bien, Steffano?

Steffano González: Me arde la espalda pero estoy bien, son heridas menores. El chaleco me protegió.

Víctor Penz: Bien. Oigan, esperen, ¿y Amaro?

El grupo investiga y encuentran a Amaro herido en el suelo detrás de una caja.

Víctor Penz: Mierda, ¿estás bien?

Amaro Mondragón: No, idiota, ¿qué? ¿No me ves? Una de esas malditas mierdas nórdicas cayó a mi lado. Maldito contragolpe, ahora solo podré moverme lento, a perder más el tiempo.

Steffano González: ¡Espérate un poco cerdo malagradecido, te salvamos la maldita vida y ahora venís a tratarnos así! ¿Cómo mierda se supone que íbamos a poder predecir, y aún más, evitar algo así? Vos tuviste mala suerte y es todo, la misma mala suerte de mierda que tuvimos todos nosotros al tenerte aquí. Todos hemos puesto de nuestra parte por seguir vivos, mientras que vos todo lo que has hecho es esconderte e insultarnos. ¡Sos una puta carga!

Víctor Penz: Pero él—

Amaro Mondragón: No, Penz. González tiene razón. Es cierto. Tuve mala suerte. Un líder que cae como una mosca. Una informadora que no informa. Un agente inepto. Y un idiota que solo destaca por robarme el apellido. Si en algo coincidimos, es que tuvimos mala suerte.

Steffano González: Pues entonces no veo razones para que sigamos juntos.

(Silencio)

Amaro Mondragón: Yo tampoco.

Steffano González: Está decidido entonces.

Víctor Penz: P-P-Pero, esperen, ¿qué va a pasar ahora? ¿Los vamos a dejar aquí nada más?

Steffano González: No. Ten.

(Steffano se quita su chaleco antibalas. Se lo entrega, junto a una pistola y una barra energética, a Amaro)

Steffano González: Así lo vamos a dejar.

Víctor Penz: Es una locura.

Andrés Mondragón: Él lo decidió.

Víctor Penz: ¡Se va a morir!

Amaro Mondragón: Déjalo ya, Penz. No necesito tu misericordia, ni la de nadie. Voy a seguir mi propio camino, encontraré a Amalia, y saldré de aquí por mi cuenta.

Víctor Penz: Pero… está bien.

El elevador se detiene. Ha llegado a su destino, la planta superior. El grupo camina hasta la cabina de seguridad. Amaro se queda sobre el elevador. Andrés ingresa en la terminal y activa el descenso del elevador. El grupo se acerca a Amaro mientras la plataforma desciende lentamente.

Steffano González: Adiós.

Amaro no responde, y mantiene un rostro serio en todo momento, sin quitar sus ojos sobre el grupo. Antes de que el descenso de la plataforma lo desaparezca de la vista por completo, abre la boca.

Amaro Mondragón: Vigila tu espalda.

Steffano González: ¿Qué?

No hay respuesta.


El grupo avanza por el área de seguridad. No hay zombis, pero tampoco humanos. Los pasillos están vacíos. Hay un aire pesado en el ambiente.

Andrés Mondragón: No lo entiendo, estas deberían ser las oficinas administrativas, el lugar debería estar lleno de gente, pero aquí no hay nadie.

Víctor Penz: Tal vez los sacaron a todos antes de que sellaran el Sitio.

Andrés Mondragón: ¿No sería peligroso con una horda de zombis?

Steffano González: No si la brecha es en los niveles más bajos, en las áreas de contención. Los agentes se quedan abajo. El resto se va por arriba.

Andrés Mondragón: Tal vez no debí preguntar, lo siento.

Steffano González: Las cosas son como son. No venimos aquí sin saberlo.

Víctor Penz: Silencio.

Steffano González: Sé que a veces es algo duro, Víctor, pero es bueno dejarlo salir.

Víctor Penz: No, digo silencio en serio. Escuché algo, por allí, al fondo del pasillo.

El grupo se queda en silencio observando a través del umbral. Poco a poco, pasos se hacen audibles, y una voz femenina hablando en idiomas imposibles. Una figura camina lentamente al fondo del pasillo, hasta perderse de vista.

Andrés Mondragón: Esa voz. Es ella. ¡Es Luisa! ¡Está bien!

Andrés intenta correr en su dirección, pero es rápidamente detenido por Penz.

Steffano González: ¡Shh! ¡No! ¿No es anómala ella también? ¿Y si es un zombi? ¿No se te hace raro qué todo esté tan tranquilo?

Andrés Mondragón: Pero—

Steffano González: Tenemos que ser cautelosos. ¿Puede hablar en lenguas raras cierto?

Andrés Mondragón: Xenoglosia. Si. También precognición, retrocognición, clarividencia, buena en todos los deportes—

Steffano González: Qué carajo. Yo también quiero de los rayos gamma que le dieron.

Andrés Mondragón: No fueron rayos gamma.

Víctor Penz: Céntrense giles, estamos en otra cosa. ¿Hay algo más que haga?

Andrés Mondragón: Hmph. Bueno, esto no es usual pero, puede crear imágenes y textos cognitopeligrosos. Pero no puede hacerlo solo con las manos.

Víctor Penz: ¿Cómo?

Andrés Mondragón: No importa, ¿a qué quieren llegar con todo esto?

Steffano González: A que no voy a perder a nadie más. Solo quedamos nosotros tres. Tenemos que protegernos y salir vivos de esta. Unos VERITAS nos vendrían muy bien ahora.

Víctor Penz: No necesitamos VERITAS, tenemos nuestros párpados. Simplemente, cerremos los ojos y, alejémonos de los dialectos de la mujer.

Steffano González: Así será.

El grupo rompe parte de sus camisas y se amarran los trozos sobre sus ojos. Se toman de los brazos, y atraviesan el umbral.

Llegan hasta el fondo del pasillo. La mujer es audible desde la izquierda, así que giran a la derecha. Escapando del sonido, avanzando sin rumbo ni visión entre los pasillos laberínticos del complejo administrativo.

Steffano González: ¿Sienten eso?

Víctor Penz: ¿Sentir qué cosa?

Steffano González: Siento… siento algo detrás de nosotros.

Andrés Mondragón: No siento nada. No escucho a nadie tampoco, además de nosotros.

Steffano González: Siento algo detrás. Hay algo detrás. Tengo que quitarme la venda.

Víctor Penz: Todo lo que sentís es una perturbación en la cola. Cerrá el orto. Sigamos avanzando.

Steffano González: Víctor, estoy hablando en serio, hay algo detrás de nosotros, lo siento, de verdad, está ahí, detrás.

Víctor Penz: No hay nada idiota acabamos de pasar por ahí lo hubiéramos topado de frente. No te quites la puta venda, pueden haber cognitopeligros en todos lados.

Steffano González: ¡Mierda! ¡La puta mierda! ¡No puedo! ¡Te estoy diciendo que lo siento! ¡Siento algo detrás de mi!

La voz femenina comienza a ser audible.

Víctor Penz: (Susurrando) ¡Mierda! ¡La estás llamando directo hacia nosotros, pelotudo! ¡Tenemos que salir de aquí y rápido!

Steffano González: ¿¡No me estás putas escuchando!? ¡Hay algo detrás! ¡Ya estamos muertos! ¡Tengo que sacarme la venda! ¡Tengo que al menos intentar defendernos! ¡No me voy a ir así!

La voz femenina lanza un gran grito.

Víctor Penz: ¡No!

Penz se quita la venda, ve una fuerte luz blanca, antes de ver todo completamente oscuro.

Víctor Penz: ¡Mierda, está todo oscuro! ¡Quítense las vendas!

El grupo se quita las vendas.

Steffano González: ¿Víctor? No está todo oscuro.

Víctor Penz: ¿Chicos? ¿Dónde están?

Steffano González: ¡Víctor! ¿¡Qué viste!?

Víctor Penz: ¿Chicos? ¿Hola? Está mojado, hay agua aquí.

Steffano toma de los hombros a Penz y lo sacude.

Steffano González: ¡Respóndeme!

Víctor Penz: Hay… árboles. Es como un pantano. Pero, estoy solo, aquí no hay nadie. No… no hay nadie. Estoy solo. No hay nadie. No hay nadie, estoy solo. Dónde están. No, no puedo estar solo. Dónde están.

Penz levanta su linterna, y camina con dificultad, como si cruzara por agua, hasta atravesar una pared del pasillo, y dejar de oírse.

Steffano González: (Gritando) ¡No! ¡Víctor!

La voz femenina lanza un gran grito. Steffano se toca la espalda, y ve sangre en sus dedos.

Steffano González: ¡Mierda, era solo puta sangre de las heridas! ¡Mierda, puta, carajo! ¿¡Qué hice!?

Andrés Mondragón: Basta, González. Esto se acabó.

Steffano González: ¿S-Se acabó?

Andrés Mondragón: ¿No escuchas los gritos detrás? Es ella, es mi Luisa. No me importa si es una zombi o no. Está sufriendo. Y necesita mi ayuda.

Steffano González: Pero, Andrés, podrías morir.

Andrés Mondragón: ¿Y no es a lo que estamos todos destinados, después de todo? Qué importa si es antes o después. Además, me conozco muy bien, González, e irme sin ayudarla… sé que es un recuerdo con el que no podría vivir.

Steffano González: Andrés…

Andrés Mondragón: Ve, Steffano. Encuentra ayuda. Sálvate. Si es posible hacer algo, ya sabes dónde estamos.

Steffano González: Gracias, Andrés. Volveré por ti. Lo prometo.

Steffano corre por el pasillo, y cierra las puertas detrás de si. Los gritos en lenguajes incomprensibles y desconocidos llegan cruzando el pasillo, hasta encontrarse frente a Andrés.

Andrés Mondragón: Luisa… ¿también oíste los aullidos? Eran por nosotros. Unidos, una vez más, bajo la misma luna negra.


Steffano corre por los pasillos hasta llegar a la recepción, se detiene un segundo para descansar, cuando escucha un fuerte golpe que hace temblar la tierra.

Steffano González: (Suspira) Fuiste muy valiente, Andrés.

Steffano se pasea por la recepción, hasta encontrar la salida, pero está sellada.

Steffano González: Supongo… Supongo que solo queda esperar.

Steffano se acomoda sobre uno de los sillones de la recepción, y respira profundamente.

Steffano González: Dunwich… Amaro… Andrés… Víctor… Kore…

Steffano se limpia la nariz, y baja la cabeza.

Steffano González: (Llorando) Vanna… ¿Por qué tú? Nuestras jirafas… Vanna…

Steffano levanta la cabeza y se recuesta sobre el sofá.

Steffano González: (Llorando) Nunca voy a olvidar la flor sobre tu cabecita, nutrida de todo lo bueno que había en ti. La flor—

Steffano pestañea y se limpia los ojos.

Steffano González: La flor.

Steffano se levanta del sofá, y enfoca la mirada en la alfombra a unos metros de él. Hay una flor azul saliendo de entre la lana, está machacada, y le falta un pétalo.

Steffano González: No…

La alfombra se rompe y uñas y brazos salen desde su interior, precedidos por una cabeza decorada por una flor azul.

Steffano González: ¡No!

El cadáver de la novia lucha por salir del suelo.

Steffano González: (Gritando) ¡¡¡NOOOO!!!

Steffano tira sus armas al suelo y corre. Y corre. Y no deja de correr. Choca contra los muebles, y cae, y luego sigue corriendo. Y corre. Y corre. Hasta chocar con un muro. Una pequeño almacén de escobas. La puerta tras de si se cierra con fuerza. Steffano tira las escobas al piso, pero caen a un vacío bajo sus pies cuya gravedad no parece afectarle.

La respiración de Steffano se vuelve pesada, y siente algo detrás suyo. Se voltea, pero no hay nada. Se vuelve a voltear, pero nada. Con sus dedos, toca la sangre en sus espalda, y cuando mira sus manos, ve ojos de color carmesí, luego en sus brazos, sus piernas, su cuerpo, las paredes, el suelo, el techo, en todos lados.

Steffano mira los grandes ojos que lo observan desde arriba, atónito, no reacciona, no media palabra, no gesta movimiento, no respira. Los ojos le devuelven la mirada. Ojos grandes. Sin pestañear. Los ojos se cierran, y los de Steffano también, cuando pierde la consciencia.


Steffano abre los ojos. Hay un color azul claro en el techo y paredes. Es fresco, y alivia la mente. Está sobre una cómoda cama, rodeado por aparatos médicos que, por suerte, no necesitan estar conectados a él

Richard Dunwich: Despertó la bella durmiente.

Steffano se levanta rápidamente de la cama, toma una banana de la repisa de al lado y la apunta a Dunwich.

Steffano González: (Gritando) ¡Atrás maldito monstruo!

Richard Dunwich: Calmado, vaquero. Baja eso, no querrás matar a alguien de exceso de potasio.

Steffano González: Yo… (Mira al potasio) Si, perdona.

Steffano se sienta en la cama.

Steffano González: Dunwich… ¿fue todo un sueño? ¿De verdad soñé toda esa mierda?

Richard Dunwich: Nope. Fue real. De verdad me apuntaste con una banana.

Steffano González: No eso. Lo otro. Lo de las oficinas, y la grúa, y la vieja loca, y, y los zombis.

Richard Dunwich: Ah, ¿la Necroasia Contagiosa? Es una enfermedad anómala endémica de acá. La única manera de contenerla es tener a unos cuantos contagiándose de vez en cuando, pero a veces se puede salir un poco de control. Por protocolo se suponía que no les dijera nada a menos que algo saliera mal pero, bueno, los zombis fueron más rápidos que yo. Aunque nada de lo que preocuparse la verdad, la Fundación tiene bien estudiadas y producidas las vacunas.

Dunwich levanta el hombro de su camisa, dejando ver una venda adhesiva rosa.

Richard Dunwich: De macho me dio la chiquilla.

Steffano González: Pero tu brazo, lo vi quemarse.

Richard Dunwich: Nada que la vacuna no tenga en cuenta.

Steffano González: Pero, entonces, ¿los demás? ¿Vanna?

Dunwich envía un mensaje de texto al resto, y entran en la habitación.

Vanna Kore: Holi.

Steffano González: Amaro, Andrés, Luisa, Víctor, Vanna, ¡están todos bien!

Vanna se acerca a Steffano y le besa en la frente. Andrés y Luisa posan sus brazos sobre los hombros de Steffano. Amaro cruza la mirada una que otra vez. Penz se acerca y le pega un zape en la cabeza.

Steffano González: Lo acepto.

Víctor Penz: Tarado.

Richard Dunwich: ¡Ja, ja! Me alegro de que estemos todos bien y bien vacunados. Qué bueno que Kore les dijo a tiempo que solo había que reducir a los zombis para vacunarlos luego.

Steffano mira a Vanna. Vanna asiente nerviosamente.

Steffano González: Si, qué bueno, jaja…

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