Viernes 6 de octubre de 1953
Me levanto a las 7. Me miro al espejo y me lavo la cara. Me pongo la camisa de lana que uso para las tareas manuales, como cada día.
Observo la tímida salida del sol en este día entre las oscuras y frías nubes que presagiaban lluvias pero no granizo y buenas cosechas de trigo. En estas épocas aún se necesitaban mucho, a pesar de que la guerra fuera hace algo más de una década y los números del maquis1 se reducían a unas centenas hacia el exilio.
Un trigo que no necesitaba, murmuré para mí mismo. Un trigo para mi rebaño que más lo necesitaba. Un trigo para aparentar mi normalidad. Desde finales de la Guerra, sólo requiero de las llamas revitalizadoras que el Señor me puso en mi interior, igual que a la mayoría de mis compañeros.
A las 12, cuando iba a bajar a las demás parroquias a donar el trigo y a escuchar sus plegarias, vino un mensajero. Sólo mencionó mi nombre y me entregó una carta con un sello vagamente familiar. Dentro de la carta decía lo siguiente:
Estimado Sr. Manrique:
Yo, el Capellán López de Goicoechea, recurro a usted para un asunto que requiere de la máxima urgencia. Recientemente, un interno de nuestro manicomio público "Reposo de Simeón" ha empezado a causar disturbios por realizar prácticas de creencias heréticas como las que usted conoce.
Se le proporcionarán más detalles cuando llegue a su destino. Se le ha preparado un carruaje en las caballerizas de su pueblo. Partirá mañana al alba.
Considere prestar un último servicio a la Comisaria y a España, Una, Grande y Libre.
Atentamente,
Capellán López de Goicoechea
Inmediatamente regresé a mi habitación a guardar esta carta y a proseguir con mis tareas ordinarias, con un paso aquí y con otro pensando en la situación.
A las 2, después de acabar con el servicio a la comunidad, regresé a la iglesia a comentarlo con mi confidente Juan, el único que hablaba de toda la Orden. Los demás no decían palabra, ya sea por el trauma de renacer o apatía al sólo dedicarse a que el Incitador de la Idolatría no escapara.
Me dijo que no fuera, porque posiblemente sería una retribución por no poder habernos conquistado, pero yo no estaba de acuerdo con él. Pasé el resto del día preparándome para mañana y reflexionando que podría haber pasado.
Sábado 7 de octubre de 1953
Antes de que saliese el sol, me levanté sin hacer ruido y me armé con una biblia, un crucifijo, la carta y mi diario. Me dirigí al durmiente pueblo en busca de las caballerizas. Tras haber llegado a ellas, me esperaba un solitario y humilde carruaje.
Durante la travesía, veía como salía el sol e iluminaba el Reposo de Simeón, ese manicomio que parecía más una beneficencia por su estado. Cuando el carruaje paró, supe que era el momento de bajar y el principio de lo desconocido. Con suerte, sólo habría un loco que diría ser un enviado de Dios o del Diablo.
Al bajar del carruaje, el conductor inmediatamente se fue de allí y yo me encontraba detrás de la entrada. Al abrir observé lo que en vez fue un humilde y modesto centro, parecía ser una copia de la Casa de los Dementes Santa Isabel en su esplendor, incluyendo lo que parecía ser la saturación de pacientes, que parecían ser una especie de buitres imitando burdamente la forma humana.
Al entrar, me recibieron unos conserjes con rasgos equinos que me informaron que habían sido contactados por el Capellán López y sabían de mi persona y mi Orden. Procedieron a explicarme que, aunque no solían tratar con asuntos religiosos, este podría suponer un peligro para la sociedad.
A pesar de que no estaba enteramente convencido de las explicaciones, y cada vez que veía el similar pero extraño paisaje, sentía que ya no estaba en mi León, sino en un lugar diferente al Cielo y al Infierno. Un lugar fuera de las convenciones humanas.
A medida que avanzaba, me percataba de que los pasillos se hacían más angostos y tras lo que podrían ser 10 minutos, las pocas luces que habían dejaron paso a la luz natural que se podía apreciar de las grietas del tejado que aparecieron repentinamente.
Al salir del edificio, vi congregados a varios trabajadores con los mismos rostros equinos y de una bestia peluda de cuello alargado. Al abrir filas, dejaron ver a una mujer, sin ningún rasgo distintivo como los otros, dando a luz en una pequeña camilla improvisada. Observando todo aquello, se encontraba un buitre similar a lo que podrían haber sido pacientes en la entrada del centro, de color bronce y su constitución era una mezcla entre un hombre robusto y un semental.
A los lados del área, vi unos tambores y flautas y al fondo se erigía imponente una estatua con cabeza de carnero coronada y con las manos juntas y las palmas hacia arriba. Es entonces cuando me di cuenta de que estaba en la iniciación de un Molk2.
Al parir el bebé, los que tenían rostros equinos y peludos se me acercaron y me obligaron a vestirme la túnica púrpura que simbolizaba la pureza, su despiadada pureza. Dijeron que debía ser el que oficiase el holocausto3 a Moloch para poder satisfacer a aquel buitre que llamaban paciente y curarle.
Saludos, discípulo de Aarón. ¿Cómo os va a ti y a tu orden de asquerosos fanáticos con una de mis hermanas mayores? Creo que aún la tenéis viva.
Fue la primera vez que el buitre entabló palabra desde que lo había visto. Entonces dije:
Eso no te incumbe, siervo de Moloch. Pienso evitar que haya que sacrificar este bebe recién nacido.
Él replicó:
No lo entiendes. Moloch nos salvará y sólo se necesita una simple criatura llena de materia, llena de instinto, como una bestia. Para hacer que los campos puedan ser cultivados de nuevo y librarnos de hambrunas. Para volver a un tiempo donde las plegarias, rezos y rituales eran útiles…
Cada palabra que decía sonaba más incoherente y profana a mis oídos. Pensé en escapar, pero al mover un paso los enfermeros y guardias se pusieron entre la puerta y yo y saltar al vacío no sería una buena idea.
Sólo había una única salida.
Cogí al bebé.
Lo coloqué en las palmas de Moloch, listo para ser encadenado. Mientras el bebé lloraba, la madre contenía las lágrimas. En un lateral se encontraba expectante el siervo de Moloch.
Lo encadené y tiré de ellas hasta situarlo en su boca.
El siervo de Moloch se encolerizaba, a medida que progresaba con el sacrificio. Cuando me di cuenta, se estaba derritiendo.
Empecé a soltar de ellas lentamente, sólo para que el siervo de Moloch empezase a vociferar y a dirigirse contra mí.
¡¡¡¡¡¡EMBUSTEROS, TRAIDORES!!!!!! ¡¡¡TODO ESTO ERA UNA TRAMPA!!!, ¿¡EH?! ¡¡NO VAIS A INVOCAR A MOLOCH!!
Tras pronunciar esas palabras, el cuerpo del siervo empezaba a derretirse. Dos enfermeros intentaron retenerle fútilmente, ardiendo y gritando por el bronce fundido. Sabía que debía actuar rápido.
El bebé ya estaba siendo tocado por las llamas incandescentes. El siervo estaba derritiéndose más y más, y con él caían los caballos y los cuellilargos.
El siervo sólo estaba a unos pasos y el bebé la ofrenda ya está dentro de las llamas.
Ya podía ver la carne de la ofrenda y sentir el bronce fundido en mis hombros.
La madre había parado de llorar.
Ya no podía mantenerme en pie. El ardiente bronce estaba penetrando de mi cuerpo. No sabía si el Señor me iba a curar. Sólo quedábamos el siervo, la madre y yo.
Tras oír durante minutos como la ofrenda gritaba, cesó de gritar y su cara se deformó para mostrar una grotesca mueca, antes de ennegrecerse en el fuego de Moloch.
En un último esfuerzo, me giré para comprobar si la madre estaba bien. Su cara no mostraba dolor, sino felicidad, no… sé si por todo esto se ha aca..bado o era una idolatradora de Mo… Mol…
¿E… estoy fuera? ¿Todo esto fue un sueño? No, no fue un sueño. Lo recuerdo. La carta, la conversación con Juan, las caballerizas, los extraños animales, todo…
¡Gracias al Señor por curarme las heridas con su fuego puri… Algo va mal. ¡¡No debería de tener ceniza saliendo de mi cuerpo…
Esto sólo significaba una cosa. Le había fallado al Señor, por haber abandonado mi puesto y prestar una ayuda a seres que no siguen sus reglas. Juan tenía razón. Espero que algún día sea el líder de la Orden y lo haga mejor que yo. No le será difícil.
Ya no siento la llama del Señor.
Me siento más liviano.
Cada vez veo más cenizas a mí alrededor.
A d i ó s.
El día 9 de octubre de 1953, un trabajador del manicomio Reposo de Simeón encontró una libreta con unas extrañas anotaciones sobre "una carta de la Comisaría", "hombres pájaro y bestias con forma humana" y "sacrificio de infantes" junto a una sotana morada. No se ha podido determinar el dueño de las pertenencias. Actualmente Juan Domínguez, párroco en funciones, ha solicitado el acceso a dichas pertenencias. ~Cuartel de la Guardia Civil en [CENSURADO], León.