Una habitación.
Dos mujeres.
Diez hombres.
Todos desnudos.
No es un bukkake.
Una docena de personas semidesnudas encerradas en una habitación en penumbras, esperando a que se encendieran los aspersores de las duchas no es una situación que uno esperaría que terminara bien, mucho menos si esta la Fundación involucrada. Pero en realidad el contexto era mucho más inocente (no, no inocente, inofensivo), eran un grupo de técnicos, científicos y un par de agentes que se sometían al protocolo de descontaminación para ingresar al nivel 6 del sitio-34, donde se guardaban SCPs biológicos muy peligrosos o muy frágiles.
El protocolo de descontaminación incluía el equivalente a ser cocinado al vapor, ser metido en un horno microondas, recibir rayos ultravioletas por el equivalente a dos meses de exposición al Sol y ser duchado con sustancias cuyos nombres reales tenían 15 o más letras. Y ese ni siquiera era el peor de todos los procedimientos de descontaminación, ese título le pertenecía al protocolo Nivel 4 € “Eurípides”, que incluía, entre otras cosas, eliminar temporalmente la flora bacteriana normal de tu intestino, algo que no sería tan desagradable si no hubiera un supositorio de por medio.
Ahora todos ellos se hallaban en la cámara L-3, en ropa interior, iluminados por una tenue luz roja y esperando ser bañados por un tibio y amarillento liquido, que dejaba mal sabor de boca y escocía los ojos, pero que era excelente para matar gérmenes. Pero había un problema de presión en las tuberías y tan solo tenues hilillos caían del techo, y ahora esperaban pacientemente mientras los técnicos trataban de arreglar el desperfecto.
La mayoría de los que esperaban allí lo hacían con una expresión entre incomoda y aburrida en sus rostros, pero también se habían formado varias parejas que conversaban entre si, como la de los doctores Castillo y Von Braun.
—La diferencia entre la pedofilia y la efebofilia —continuó diciendo Von Braun— es que al pedófilo solo le interesan la niñas pre púberes, mientras que al efebofilo lo que le interesan son las adolescentes, y ni siquiera de forma exclusiva, bien puede sentirse atraído también por mujeres —u hombres— adultos. Para el pedófilo el objeto de sus deseos se arruina al llegar a los 12 o 13 años, es decir cuando llegan a la pubertad, en cambio para el efebofilo promedio es a esa edad cuando las cosas comienzan a ponerse interesantes… ¿Sucede algo, estimado Dr. Castillo?, porque tiene una cara…
—Pues si… ¿Cómo fue que llegamos a este tipo de discusión?, yo le preguntaba cómo le fue durante su estadía en la Antártica, en la base rusa aquella…
-Oh, sí, discúlpeme, es que cuando me aburro suelo distraerme fácilmente, y este es un tema que en verdad me aburre… ¿Quiere que le describa en pocas palabras los meses que pasé en el polo? Un puto coñazo de frío.
Otra pareja que se había formado espontáneamente era la de la Dr. Ozawa y la agente Collazos. Ambas conversaban animadamente y no parecían incomodas en lo mas mínimo por el hecho de ser las únicas mujeres y estar en ropa interior al igual que los hombres que las rodeaban. Físicamente también eran un dúo bastante disímil, la doctora Ozawa era alta, esbelta, de piel pálida, de rostro bonito y facciones delicadas. Mitad alemana, mitad judía y mitad japonesa, ella solía bromear diciendo que eso se explicaba porque era “una persona muy compleja”
La agente Collazos por su parte era de ascendencia peruana, muy morena, de rasgos mestizos y de no más de un metro 60 de estatura, sorprendentemente baja para una agente de campo, además tenía múltiples tatuajes por todo el cuerpo, una telaraña, una araña tejiendo esa telaraña, un sol inca, una cruz egipcia, etc., además de la frase “Descendit et fruendum” tatuada en su bajo vientre, la que en un muy deficiente latín podía traducirse como “baja y gózalo”, junto con una pequeña flecha apuntando a cierta parte de su anatomía.
¿Y de que conversaban tan interesantes señoritas?
—Era mi primer viaje en un submarino y además en uno que era una verdadera antigualla, un submarino nuclear ruso de la era soviética, que sin duda la Fundación compró baratísimo —contaba la Dr. Ozawa— Estrecho y asfixiante, y además viajaríamos casi todo el tiempo sumergidos, solo saldríamos a la superficie una vez cada tres días y solo por media hora, ¿puedes imaginártelo?
—Puedo, recuerdo leer cierta vez que la palabra que más se pronuncia en un submarino es “disculpe”, porque te topas a cada instante con los otros tripulantes.
—Así es, y eso no era lo peor. Era la única mujer en una tripulación de casi cincuenta, y no habían instalaciones especialmente preparadas para mujeres, cosa que realmente no me importaba, excepto por el tema de las duchas.
—¿Las duchas? —inquirió la agente Collazos.
—Así es, solo habían un par de duchas para toda la tripulación, y un sistema de turnos que seguían estrictamente, ellos tuvieron la gentileza de asignarme un horario a buena distancia de los turnos del resto de la tripulación, pero las duchas en si no eran más que un par de cilindros de metal estrechos y oscuros, diseñados originalmente para llevar misiles… Cuando me explicaron el sistema, el marino que me los enseño me advirtió muy amablemente: “¿Sabe señora?, en este submarino somos más de cincuenta, todos hombres, la mayoría jóvenes y saludables, con necesidades, y las duchas son el único lugar con algo de privacidad. Así que no es raro que las duchas se prolonguen un poco más de lo necesario porque… en fin… Lo que quiero decir es que, aunque lavamos el interior de las duchas cada semana, no es buena idea que usted apoye sus manos o cualquier parte del cuerpo en las paredes del cilindro… queda advertida.”
—¿Eso lo decía por…?
—Si, por eso.
—¡Qué asco!
—Al menos nunca me tocó ducharme mientras estábamos en la superficie, donde el movimiento del mar hacia que una se tambaleara de un lado a otro.