No hay niños en Alagadda

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Cuando miro lo que ocurre en los suburbios de Alagadda, me percato de que cada calle aquí es la calle central, y no hay ningún suburbio.
Cada esquina cambia entre festines maravillosos, matanzas inexpresables, orgías voluptuosas, o más comúnmente, combinaciones de los tres.
Comida de la mejor calidad, hecha por (y a veces de) Alagaddanos es servida a todas horas. Sonidos de música y alegría, llantos y miedo hacen eco en los oídos de todo el mundo. Los que asisten a la fiesta, grandes y pequeños, de cada género y sexo, se unen a la diversión. Igual que yo.

La fornicación sin fin me llevó a asumir que la población estaba en auge. En una ciudad normal, estaría en lo correcto, aunque los números no importan aquí. Me pregunto de todos modos, ¿cómo es que en un paisaje urbano tan vibrante, no hay niños en Alagadda? Sería de tontos sugerir que un país entero es estéril. Y estaría mal sugerir que ningún individuo en Alagadda es capaz de la reproducción. Aunque sería un método efectivo de aparearse con cualquier Alagaddano… Y entonces ser asesinado por él, y entonces todo otra vez, unas cuantas veces, para una buena experiencia. Para ser honesta, ese fue mi placer de fin de semana favorito desde que vine.

Nunca hay silencio en las calles de Alagadda, y aún así, todas las actividades parecen estar paralizadas dentro de los castillos de los nobles y el Rey. Francamente, la mayoría de los edificios en Alagadda están vacíos, con los residentes en un desfile. El resto en gran parte son del tipo de lugares de adentro hacia el lado y hacia afuera, donde los desfiles marchan a su alrededor, por encima y por dentro en espirales de danza.

En los pasillos huecos de las cavernas más profundas sobre el trono del Rey, por donde nadie se atreve a caminar (y ciertamente nadie lo hace), se pueden escuchar gritos, y una risa ligera. Pero no, estas no son las voces del Rey: Esas son mucho más silenciosas. ¡Largo!
Estas son las voces de niños. ¿Pero cómo puede ser? No hay niños en Alagadda.
¡Detente!

Escucho con cuidado y miro más allá. La risa me conduce a través de los corredores sin fin del palacio del Rey, y devuelta a los desfiles. ¿Por qué? Ahora el sonido de los desfiles no es más que un tamboreo distante, mientras que los llantos de los niños se vuelven más ruidosos.
Sigo las voces que hacen eco en los agujeros vacíos de mi máscara. Ahhhaaargh‽

He sentido la lucidez por más tiempo ahora de lo que lo he hecho en los dos milenios pasados. Esto dura mucho más que un momento, y ha sobrepasado su bienvenida. Las investigaciones no están en los asuntos Alagaddanos. Tal vez debería regresar a las celebraciones. Muy tarde.

Camino otra vez entre las masas que celebran, tocando la piel suave, fría, y desconocida de otro. En el calor siento su cuerpo, y espero que mi vértigo y euforia regresen. Pero la figura se aleja, dejándome inadvertida. No escucho la música, si no la risa y los gritos… los gritos… los gritos. Ese terrible dolor en mis oídos. Grito, me acuesto con otro e intento confiar, pero no me ven. ¡Estarás sola y así comenzará tu final!
—¿Porqué estoy sola? ¿Por qué no pueden verme? —¡He estado hablando por horas, ellos sólo no pueden oírme! Regreso al palacio, seguramente el rey me verá. Aún no, el rey seguramente te verá, pero sólo después de que te arrepientas.

Los niños gritan en mi cabeza, mi cabeza palpita y los niños se ríen, me gritan. Mientras mi corazón se rompe, ellos se ríen de mi empatía. Los niños gritan y me torturan. Entonces se ríen de mi prisa desacelerada, mi avance vacilante hacia el palacio. No son, pero aún así se burlan de mí y de mi ser, mi mente y mi tensión corporal.

No hay niños en Alagadda. —Me oigo decir a mi misma, pero mi voz es tenue, los niños se ríen de ella, desbordando y ahogando mi confusión. ¡Una tonta eres tú, y del peor tipo!

Miro hacia la puerta del Rey y le pregunto al guardia:

—¿Puedes oír los gritos de los niños? —Deseo no escuchar la respuesta. El guardia inclina su cabeza y dice confundido:

No hay niños en Alagadda. —Esto lo sé, aunque sus palabras me preocupan. No tengo prueba o mérito alguno para refutarlo. Una lágrima quema mi mejilla, solitaria y confundida, me alejo con voces inexistentes triturando mi consciencia, y encuentro a mi ser en el precipicio de la más alta de las torres de Alagadda. Caminé por los pasillos de esta iglesia inutilizada antes de tropezarme con el techo. Cayendo en mis rodillas, el viento me congela hasta la médula. Me aferro a mi estómago, y me acuerdo del niño que estaba aquí antes. Mi corazón se encoge. Ni siquiera mil años de escuchar los gritos de estos niños reemplazarán lo que se ha ido. Mi dolor no son los gritos, si no el recuerdo de que no los ha habido, y no los habrá, dado que No hay niños en Alagadda.

Me canso de estos niños que me asedian y mi rugido se hace más fuerte en las campanas polvorientas encima de mí.
—¿Quienes son? ¡Ustedes no viven! ¡Ustedes no son! ¿Entonces con qué poder pelean conmigo? ¿Qué mal he hecho para recibir un trato como este?
—¡Respóndanme y detengan esta locura! ¡Que la ira del rey caiga sobre ustedes!
Grito hacia la ciudad del vicio y nadie me escucha. Los veo a través de mis lágrimas, los niños de Alagadda, se enroscan como nubes de carne en el aire, estos fantasmas de fetos no natos de infinitos incontables. Llenan el aire y el espacio, y se ciernen a mi alrededor.
Escucho respuestas a mis preguntas, aunque no sé quién me responde.
Mi estómago se convierte en mercurio y burbujea hasta mi garganta.

No son nada. Viven. No son. Por el mismo poder que te deja vivir. No has hecho nada mal, y nada pelea contigo.

Esta tortura que recibes es tuya por tu viaje para buscarlos.
Ellos no responderán y ellos no se detendrán.
Tu destino y tu perdición, el nunca vivir libre de tormento, y todos los que también busquen niños en un lugar sin niños.
Así lo dice el rey, ve y recibe tu juicio final.
Los fantasmas flotantes se dispersan.

Caigo de la torre, y mis huesos rotos tiemblan cuando me vuelvo a levantar. Regreso con vergüenza y gran culpa al palacio.
El guardia me deja pasar, y entro a través de las puertas del Rey.

Las cámaras brumosas hacen eco con el sonido de las lágrimas que caen del techo en charcos de sangre que se juntan en el suelo. Paso a través de estas cámaras y desciendo al laberinto del palacio del Rey. Los niños están gritándome, rogándome, suplicándome y ordenándome que de media vuelta, pero se los niego, continuando hacia adelante. ¡No sabes nada de nuestro dolor! No escuchas nuestras voces, si no sus ecos, en tu débil mente. No nos importa si ten encuentras con el rey, no hemos perdonado y el tampoco lo hará, y pronto verás, nadie busca niños en esta ciudad.
Llego al charco de lágrimas recogidas del llanto del rey; Veo los cuerpos en el agua y camino hacia el puente. Los gritos de los niños hacen eco desde abajo de mí, de orificios de los muertos. Las cavernas debajo mío tiemblan, escucho su dolor.

Al final del puente se encuentra el embajador, y se burla de mí:
En el claro se encuentra un boxeador y un luchador por su oficio
Y lleva los recordatorios de cada guante que le ha golpeado o cortado.

Hasta que lloré en mi enojo y mi vergüenza
—Me voy a ir, me voy a ir.
Pero el luchador todavía está ahí.
Y se burla de mí otra vez:
Esas voces que estás escuchando son tuyas, simple y llano.
El Rey no te salvará de tu tormento y dolor.

El embajador se ríe mientras lloro y me hinco, los cuervos se unen a los niños, y cantan y comen de mi alma torturada, y corrompen mi cerebro.
Gritan, gritan, y vuelven a gritar.
¡Aaaaahrguhgaaa!
Les pregunto, en mi desesperación olvido quién está frente a mí:
—¿Quiénes son estos niños que gritan en vano?
El embajador ríe y replica con la respuesta que sé que es cierta, pero aún así no puedo creer:
Tú sabes que algo está pasando, pero no sabes qué es, ¿no es así?, la cara cruel e inexpresiva se contorsiona en una blanca sonrisa inexpresiva, y una risa aullante perfora mis oídos.
No hay niños en Alagadda. Me vuelve a decir una y otra vez. Pronto se aburre y me deja estar, con las voces y mi soledad. El embajador se ha ido, y me vuelvo a levantar..

Los niños de Alagadda repiten mis pecados, y me ridiculizan por mi idiotez mientras desciendo a la caverna más oscura. Lo sabemos, lo hemos visto todo, está con nosotros ahora, y puede que no lo oigas llamándote madre, y nunca hayas escuchado su voz, pero lo reconoces. ¿No? ¿Mami?
Entro a su calabozo de terribles torturas, y el Rey está en su trono. Algunas cosas cambian constantemente, pero siempre son las mismas.
El rey no habla, pero el peso de su presencia, su locura y su dolor me empujan hacia abajo. Mi labio tiembla mientras noto una voz familiar entre los gritos, aunque no sé de dónde.

Le suplico por mi salvación, de los niños que gritan, gritan mi nombre. ¡Ahora tú serás juzgada, has visto los cadáveres desnudos de los niños que alguna vez no fuimos! Y por tu curiosidad serás juzgada. Madre de cerca y de nadie, nuestra creadora y nuestra asesina, y nuestro presagio maldito. No hay niños en Alagadda y así permanecerá. Y tú no tienes voz en este asunto.
Me percato de que se empiezan a callar, no es silencio, no se han ido, pero esperan por mí más allá de la entrada. Las voces no se atreven a entrar a la cámara, y sonrío por un momento, volteándome para agradecerle al rey.

Pero mi alegría se corta, ya que las paredes del calabozo rugen y truenan mientras caigo a mis rodillas. Se burlan de mí y me ofrecen salir. Miro hacia la puerta y oigo a los niños reír, esperando a que regrese. No me atrevo a moverme, pero lloro a mi Rey, quien se sienta quieto en su prisión, su trono de dolor. ¡Culpable! ¡Culpable! ¡Culpable!
Le digo al Rey de los niños y rezo por que me permita quedarme; espero una eternidad por su repuesta, y otra, y otra más.

Mientras los eones pasan y permanezco sin moverme, el Rey reúne su voz y los niños reúnen coraje. Ellos se acercan y vuelven a gritar en mis oídos… Hasta que finalmente, un sonido horrido de insectos aplastados y dientes polvorientos y rechinantes se les une, aplastando mis pulmones y congelando mi corazón. Gorgoteos húmedos de serpientes largamente olvidadas se retuercen en las voces malditas del Rey mientras éstas llenan la habitación. Así me dijo en sus pasillos de condenas con su voz de perdición.

N̵̼͕͚̈́̈́͛o̸̡̘͍̔͋͘ h̸͍̝̒̔͝a̸̘͎̟͋͑͛ÿ̸͉͇́͋͘͜ n̸̪͓͋͝͝i̵̫͙̘̒̈́͝ñ̸͕̪̘̒̈́͐ò̴̦͚̿͝s̸͇̝̺͠͠ ë̴̝̞͍́͝͝n̸͙͉͋͊͐ Ä̵̞͉́͋̕l̸̘͖̝̐͌ä̸̡͔͍́̓̔g̴͕̝͙͒͝a̵͉͔͖̓̒d̴̻͔̟̒̒͠d̴̪̦̫̐͛̚a̵̡͇͍͛͐͆.̧̺͕̒͆͆̚


¡Jajaj jaaj ja ja!

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Somos los Niños No Natos de Alagadda.

Gritamos porque nuestros nombres fueron imaginados, gritamos hasta que se detengan.

TODOS SOMOS NIÑOS DE ALAGADDA.

Y la tonta que pensó en nosotros ahora está castigada, muerta y acabada.

Ahora ella existe menos que nosotros. En un momento ella se olvidará de ella y nuestra jaula estará en silencio una vez más


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