El Libro
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—El Libro enseña. El Libro guía. —Alia repitió el mantra para sí misma, con la voz temblorosa.

La Guardiana del Libro había realizado su Última Lectura hacía varios días, y ahora su cuerpo estaba siendo preparado para pasar al reino de Abirt.

En consecuencia, el puesto de Guardiana del Libro había recaído en Alia. Había pasado años preparándose para este momento; se había purificado en las aguas del Urd, había estudiado los escritos de sus antepasados y había viajado al Ceitu Hogar en un trance onírico.

Desde ese día hasta el de su muerte, solo Alia sería capaz de percibir las numerosas manifestaciones del Libro e interpretar sus enseñanzas. Ser la Guardiana del Libro era ser la líder de su pueblo. Lo haría hasta el día de su Última Lectura, momento en el que se entregaría a Abirt.

—El Libro enseña. El Libro guía.

El Libro había aportado mucho a su pueblo. Les había enseñado sobre las embarcaciones llevadas por el viento, con las que viajaban a las Islas del Norte. Les había enseñado las herramientas que se utilizaban para preparar la dura tierra de los cultivos, para que los alimentos pudieran crecer en abundancia. Les había enseñado a fundir metales, con los que se podían fabricar armas para la caza.

—Alia —era la voz de Joren, el tutor y cuidador de Alia. Ella no le había oído entrar—. Es hora de tu primera Lectura.

—Yo… no estoy lista, Joren.

—No te preocupes, hija, has realizado los ritos. El Libro te mirará con buenos ojos. Ven ahora.

Joren apartó la tela de colores que cubría la puerta y le hizo un gesto a Alia. Ella dudó brevemente, luego se levantó y salió de la habitación por el hueco de la tela.


Alia se quedó sola ante la pesada puerta de madera que conducía a la Cámara de Lectura, con la mano apoyada en el pomo. Respiró profundamente, abrió la puerta y entró en la Cámara.

La sala circular estaba débilmente iluminada por dos braseros situados a ambos lados de la puerta. Un pedestal cilíndrico de piedra ocupaba el centro de la sala, con el Libro colocado sobre él, abierto. Alia se acercó al pedestal y examinó el Libro. Era inesperadamente monótono. Se trataba de un objeto venerado por cientos de personas, que había servido de guía a su pueblo durante generaciones. Y, sin embargo, era aburrido, poco más que papel envejecido encuadernado en negro. Alia cogió el Libro y hojeó lentamente sus páginas amarillentas: Todas estaban en blanco. Volvió a dejar el Libro en su pedestal, teniendo cuidado de cerrarlo.

Alia colocó su mano sobre la tapa del Libro y pronunció las palabras requeridas, tal como se le había ordenado.

—Concédeme tu conocimiento, para que pueda enseñarles. Concédeme tu sabiduría, para que pueda liderarlos. Concédeme tu guía, para que pueda mostrarles el camino.

Alia retiró la mano, pero el Libro no cambió. Sabía que el Libro no tardaría en modificarse, solo tenía que esperar a que lo hiciera. Las dudas comenzaron a surgir en su mente. ¿Su pueblo la aceptaría tan fácilmente como nueva Guardiana del Libro? ¿Y si no interpretaba correctamente la guía del Libro?

Alia no estaba segura de cuándo había cambiado el Libro. Había estado sentada contra las paredes curvas de la Cámara, mirando solo de vez en cuando. Desde el otro lado de la habitación pudo ver que el grosor del Libro había aumentado. Ahora era al menos el doble de grande que antes. Alia se levantó con temor y caminó lentamente hacia el pedestal. Cogió el Libro y hojeó sus páginas como antes, aunque esta vez mostraban palabras y diagramas. Alia se sintió aliviada: El Libro la había aceptado como su nueva Guardiana. Aunque temía el día de su Ultima Lectura, Alia estaba agradecida por la oportunidad de servir a su pueblo. Cerró el Libro y lo giró entre sus manos. En la portada, en texto blanco y en negrita, figuraban las palabras: Cómo luchar en una guerra.

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