El Incidente de Woodvale

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23 de Septiembre de 1949: El Presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman, anuncia al mundo que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas ha detonado con éxito un arma atómica, poniendo fin a la distinción de los Estados Unidos como único poseedor de armamento nucleares.

19 de Octubre de 1949: El Secretario de Defensa de los Estados Unidos, Louis A. Johnson, en su calidad de representante estadounidense con la Fundación, entrega un ultimátum de la Administración Truman.

Los Alpes se alzaban a través de las ventanas con filigranas, los paneles de vidrio torcidos suavemente por la edad. La nieve ahora se estaba acumulando en las montañas con ganas, prometiendo un invierno largo y frío. La guerra había requerido que la Fundación estableciera un punto de reunión neutral para sus reuniones de alto nivel, y los supervisores se habían acostumbrado a reunirse en Zurich. El Hotel Schweizerhof se convirtió así en estos años en refugio para los señores del "Club de Samarcanda", un grupo informal de trece agentes de comercio internacional que periódicamente requerían la totalidad de los alojamientos por unos pocos días.

Para los demás, la oscura habitación con paneles de madera iluminados parcialmente por la luz clara y fría de la tarde suiza era sin duda territorio familiar. Pero todo en lo que podía pensar O5-8, cuando miraba las vigas de madera expuestas del techo, era en el final sorprendentemente público de su predecesor. Entre las circunstancias de su reciente ascensión a las filas de los Supervisores, y este asunto de ahora, el miembro más nuevo del Consejo se encontró deseando los días más simples de la guerra, a pesar de algunos de los aspectos más escabrosos de sus consecuencias. Se sentó en la mesa de caoba pulida mientras O5-1 se aclaraba la garganta con impaciencia.

Los trece hombres reunidos en la sala eran un montón adusto en el mejor de los casos. Pero incluso las bromas y el humor negro que pasaban por compañerismo entre ellos ahora no se evidenciaban en ningún lado. Lo que venían a discutir hoy, si las pistas en la solicitud de reunión eran lo que O5-8 pensaba, era algo completamente nuevo en su tiempo en la Fundación. Algo nuevo, como comenzaba a descubrir, rara vez era bueno. Apartó un mechón de pelo, que encanecía cada vez más rápido, de su frente, abrió su encendedor y prendió un cigarrillo fresco.

En la cabecera de la mesa, un hombre esbelto con un traje a medida estrechó sus ojos, la piel marrón oscuro de su rostro arrugada con cicatrices rituales. Calmadamente pidió atención con una voz baja y profunda. O5-1 no perdió el tiempo. —O5-3, usted es nuestro subdirector norteamericano. Informe al Consejo.

Un hombre corpulento, de barba gris, se levantó lentamente para dirigirse a la habitación mientras enderezaba su chaleco y la cadena de su reloj de oro. O5-3 se ajustó las gafas y vaciló un momento, haciendo un recuento de sus doce colegas alrededor de la mesa antes de hablar. O5-8 pensó que vio una sola gota de sudor en la sien del anciano.

—Caballeros, como saben, hace cuarenta y ocho horas, mi oficina recibió un telegrama seguro del Pentágono. La naturaleza de este telegrama era tal que no podía divulgar su contenido, ni siquiera a través de nuestros canales habituales. Por tanto, la reunión de emergencia. He aquí lo que he recibí
O5-3 abrió el sobre, sacó una hoja delgada de papel amarillo y se aclaró la garganta mientras acomodaba la carta a una distancia apropiada de sus ojos. Comenzó a leer los contenidos en voz alta.

—Rusos han adquirido armas atómicas. Equilibrio de poder roto.

Desde el borde opuesto de la mesa, O5-13 resopló burlonamente.

—Comunidad internacional ahora se enfrenta a poder hostil equipado con armas de potencial desenfrenado para destrucción. Rusos deben ser puestos en su lugar para el bien mundial. Los Estados Unidos requieren cooperación de la Fundación para garantizar supervivencia de la humanidad.

El corpulento Supervisor se detuvo un momento para volver a acomodarse las gafas y aclararse la garganta. O5-8 vio al hombre típicamente imperturbable ante él vacilar, entonces supo que sus sospechas estaban confirmadas.

—La Fundación entregará los siguientes activos al Departamento de Defensa dentro de dos semanas.

Los murmullos comenzaron a lo largo de la habitación cuando la situación que los enfrentaba a todos comenzó a hacerse evidente. O5-8 había observado como las tensiones aumentaban continuamente en Berlín y se había preguntado, sin prestarle mucha importancia, cuanto tardaría en llegar este día. Sin embargo, al enfrentarse ahora con el momento, sentía que había llegado al borde de un acantilado, su cínica especulación ahora fue reemplazada por una creciente sensación de temor. En sus otras capacidades, en su otra vida, había observado en algunos hombres la capacidad de bromear y filosofar mientras esperaban su destino, solo para acobardarse ante la horca, aterrorizados por la enormidad de lo que habían creído que podían aceptar. O5-8 ahora sintió un compañerismo no deseado.

O5-3 comenzó a leer la lista de objetos anómalos que los estadounidenses exigían que se les entregara. Los murmullos se hicieron más fuertes a medida que la lista se alargaba, marcados por gritos de incredulidad cuando se mencionaba un objeto Keter o se exigía la custodia de todo un Sitio. Al final, O5-3 había enumerado 53 objetos, 4 sitios y 348 miembros del personal. Ahora la habitación estaba en silencio, excepto por O5-13, que murmuraba a nadie en particular.

Yóbanny v rot.


El Subdirector Lafourche ajustó sus mancuernillas una vez más. Nunca se acostumbró a usar un traje desde que fue nombrado representante de los Estados Unidos, en realidad no. No importaba a qué sastre fuera, siempre se sentía constreñido cuando se vestía para ir a trabajar, desde los zapatos que su esposa siempre le decía que no ensuciara hasta la corbata que siempre necesitaba alisarse. Ahora tenía demasiadas responsabilidades como para volver a ser el Agente Lafourche. Sus deberes estaban ahora en otro lado. Pero cuando se cerró los puños de la camisa y se abotonó el abrigo, la posibilidad de volver a ponerse un uniforme de campo todos los días lo hizo sonreír, a pesar de todo.

Su agregado de seguridad estaba detrás de él, observando la solitaria parada y la autopista, mirando atentamente la noche.

—No va a salir nada de esos campos de maíz, Stillwell. ¿Hemos confirmao que todos han salido?

El hombre más joven se enfrentó a su superior. —Bueno, quiero decir, sí, pero los civi…

—Nuestra gente, Stillwell. ¿Están fuera y en los puntos de encuentro?

El hombre más joven volvió su vista a la noche. —Sí señor.

Lafourche dejó escapar un suspiro lento y medido, se metió las manos en los bolsillos y se apoyó contra el coche.

—No será por nada.

Pasaron varios minutos sin palabras entre los dos hombres, el sonido de los grillos y el susurro ocasional de una criatura que pasaba por los campos a su alrededor, los únicos sonidos. Aparecieron faros en la carretera y Stillwell se puso rígido cuando tomó su radio.

Lafourche se levantó una vez más. —El príncipe azul se acerca.

Stillwell entonó una serie de palabras clave en su teléfono que confirmaban el encuentro cuando un Chrysler negro entró en el camino y se detuvo junto al diminuto Ford reglamentario de la Fundación. Dos hombres con trajes negros salieron de los asientos del conductor y del pasajero, uno de ellos se movió para abrir una puerta trasera para un caballero calvo y con gafas. El tercer hombre se puso rápidamente un abrigo marrón largo y arrugado cuando salía del auto en respuesta al profundo frío del otoño. El grupo reunido se dirigió a Lafourche y Stillwell.

Lafourche sonrió mientras extendía una mano. —Buena noche, secretario. ¿To’o bien po’ el Pentágono?

El Secretario de Defensa estadounidense lo miró plenamente sin estrechar la mano extendida de Lafourche y luego miró a Stillwell, a la izquierda de Lafourche. —Siempre ha sido demasiado amigable, —dijo el secretario Johnson cuando Lafourche retiró la mano—. ¿Y bien? Su gente nos llamó aquí a la mitad de la nada por su respuesta. Me gustaría oírla ahora.

La sonrisa se desvaneció lentamente de la cara de Lafourche. —Esto es cosa seria, secretario. No se apure. Nos ha pedido muchas cosas.

—A lo largo de los años, han tomado mucho del Tesoro de los Estados Unidos, —dijo Johnson claramente—, se podría decir que solo queremos lo que nos pertenece.

—Bueno, —respondió Lafourche en su sureño más lento—, contamo los rublos al lado de los dólares. Secretario.

Un silencio descendió sobre los cinco hombres. Las miradas de los dos guardaespaldas del secretario nunca abandonaron a Lafourche y Stillwell. Por un momento, sólo se escuchó el sonido de los grillos y la bruma del aliento de los hombres, apenas visible a la luz de la luna.

—Ruta libre, proceda, cambio, —crepitó la radio de Stillwell.

La bruma del aliento de Stillwell latía un poco más rápido que la de los demás. Manteniendo contacto visual con el guardaespaldas frente a él, levantó la radio. —Roger a eso. Procedan, fuera.

—Tendrá nuestra respuesta en dentro de poco, secretario, —dijo Lafourche—. Pero tendremos que dársela a unas cinco millas de aca. Vamos.

Johnson se acercó a Lafourche. —Sí está pensando en intentar algo…

Lafourche levantó las manos en defendiéndose burlonamente. —¿Hay qué, tres autos má a cinco millas de aquí? ¿Y un escuadrón de cazas movilizado para mandarnos directo al infierno, si no me equivoco?

Johnson no dijo nada.

—Vamoh secretario. No somos estúpidos. Pero tenemos mucho que discutir, y hace demasiado frío en este campo de maíz. Simplemente siga nuestro auto, no está a más de diez minutos.

Johnson esperó varios segundos, luego hizo un gesto a sus hombres para que arrancaran el auto. El secretario miró a Lafourche y Stillwell una vez más antes de volverse para unirse a los suyos.

Los agentes de la Fundación se dirigieron a su coche. Lafourche llamó a la delegación estadounidense cuando entró en el Ford.

—Todos asegúrense de mantener el ritmo. Aquí, Stillwell maneja en verdad rápido.


Dos horas en la sala de reuniones y el griterío seguía aumentando. El Consejo se había dividido en dos bandos más o menos opuestos; aquellos que deseaban actuar de inmediato para deshacerse de la Administración Truman, liderado principalmente por O5-2 y su plan para "borrar de la historia a un grupo selecto de diecisiete individuos", y aquellos que querían aplacar a los estadounidenses con una contraoferta otorgándoles su lista en un grado variable (basado en que Supervisor estaba hablando). Este último bando era dirigido por una rara concordancia entre O5-3 y O5-13.

—Nuestra misma misión es asegurar estos fenómenos en beneficio de toda la humanidad, —rugió O5-2, golpeando la mesa para enfatizar—, ¿y los entregarías para propósitos de guerra? ¡Debes estar demente!

Las perpetuas ojeras de O5-13 se habían profundizado aún más en el transcurso de la discusión, pero O5-8 sabía que esta era una fatiga mucho más profunda la que ahora se había apoderado de 13, una más allá de lo que podría producir un mero argumento acalorado. El anciano agitó perezosamente una mano en el aire en dirección al belicoso O5-2.

—¿Y cuál es nuestra alternativa? Si crees que puedes atacar con éxito a un Presidente de los Estados Unidos en funciones eres un tonto aún más grande de lo que te pensaba. Solo puedo esperar que con nuestro lamentable entendimiento de las anomalías de causalidad por el presente, seas el primero en atravesar el portal con tu precioso equipo de ataque.

Las venas ahora sobresalían en la frente de O5-2. —¡Dense la vuelta y mueran, el Gran Maestre ha hablado! ¡Maravillosa estrategia! —Un fajo de papeles cayó en cascada al lado de la mesa, desplazado por la violencia del puño de O5-2 que se estrellaba cerca. Trabajó para contener su furia y ahora habló lenta y deliberadamente.

—No se equivoquen. Si entregamos tanto como un sólo artículo a los estadounidenses, lo primero que harán, en su ilimitada arrogancia, es atacar Moscú. Veremos como la Tercera Guerra Mundial es iniciada por niños, convencidos de que han dominado el átomo, desplegando armas mucho más terribles que aquellas concebidas por la ciencia.

O5-2 inspeccionó la habitación, en silencio por primera vez en horas. Continuó.

—Si damos el brazo a torcer ante esta demanda, bien podríamos cavar nuestras propias tumbas. No habrá una realidad de consenso para proteger. Si estamos de acuerdo con esto, la Fundación no tiene ningún punto. El desierto radiactivo del que temen serán los Campos Elíseos en comparación con lo que Estados Unidos desatará, envalentonado utilizando lo incognoscible.

La sala se mantuvo en silencio por lo que a O5-8 le parecieron minutos. Finalmente, O5-3, frunciendo el ceño sudoroso, respondió.

—No sabemos qué pasará entre la Unión Soviética y los Estados Unidos. Sabemos lo que ocurrirá entre la Fundación y los Estados Unidos en un conflicto abierto.

Ante esto, la sala volvió a estallar, maldiciones y gritos volando en todas direcciones, papeles esparcidos por todas partes, detalles olvidados ante esta crisis existencial. O5-8 se echó hacia atrás y observó la escena en curso, notando que nadie parecía darse cuenta de que estaba allí. Nadie, excepto O5-1, que había estado observando silenciosamente como el debate se desenvolvía y ahora miraba a O5-8 desde el otro lado de la habitación. O5-8 había considerado el problema al que se enfrentaban todos mientras los otros Supervisores bramaban, y ante el silencioso ánimo de O5-1, dio vuelta a las diversas piezas de una solución en su mente. Las cosas de repente empezaron a encajar en su mente. O5-8 asintió con la cabeza a O5-1. O5-1 devolvió el gesto y se inclinó hacia adelante expectante.

Nadie notó cuando O5 tomó su vaso de agua y se levantó. Terminó con lo que quedaba de agua para ayudar a aclararse la garganta, luego, rápidamente lanzó el vaso de agua con todas sus fuerzas a la chimenea de piedra directamente detrás de su asiento. El cristal fino explotó, bañando la cantería con pequeñas gotas de cristal y ensordeciendo a toda la habitación con la cacofonía que solo puede venir de las destrucción de la artesanía fina. Todo el griterío ceso. Toda la discusión se detuvo. Los otros doce Supervisores se volvieron ahora hacia O5-8, su figura desairada ahora en el centro de la atención de la habitación.

—Caballeros,— dijo en su inglés con una ligera inflexión berlinesa—, tengo un plan.


Los dos autos se detuvieron en la cima de una colina baja, azotada por el viento. Los cinco hombres salieron de sus respectivos vehículos y se congregaron en un roble solitario. Debajo de ellos, al norte, estaban las ventanas iluminadas y los pequeños puntos luminosos de una pequeña ciudad.

Lafourche se arremango en el abrigo para contrarrestar el frío. —Ahí abajo, esa es la ciudad de Woodvale, con una población de 837 personas. Ya sabían eso por su búsqueda anterior de la ubicación de la reunión y alrededores.

—Ve al grano, murmuró Johnson.

—Lo que no sabes, creo, es que Woodvale también es lo que llamamos el Sitio-63A.

El secretario frunció el ceño. —Tonterías, tenemos una lista completa…

—No. No todos, —intervino Lafourche—. Cuando hicieron las demandas que hicieron, lo hicieron con un conocimiento imperfecto. Algo que pretendemos ayudar a rectificar aquí esta noche. Mira, hemos organizado una demostración aquí. Acomodese, si gusta.

Stillwell abrió el maletero del Ford de la Fundación y sacó un maletín negro. Cuando se acercó al secretario, notó que las manos de los guardaespaldas avanzaban lentamente hacia los bultos bajo sus chaquetas. Lentamente, abrió el maletín y mostró el contenido al secretario y a sus hombres.

—Binoculares, —dijo Stillwell—. Encontrará un par para cada uno de ustedes allí.

Vacilante, la delegación estadounidense tomó los binoculares. —¿A qué juega, Lafourche? —dijo el secretario.

—Su respuesta. La va conseguir aquí, ahora. Apuntale los binoculares hacia la ciudad de allí abajo. Descubrirás qué tan completa es tu lista. ¿Stillwell?

El agregado de seguridad había estado temiendo este momento. Pero Lafourche tenía razón; No había nada más que hacer. No había elección en absoluto.

Stillwell encendió su radio. —Control de perímetro, ¿me copia, cambio?

—Copiado, —respondió una voz anónima en algún otro lugar en la noche.

Una breve pausa. Entonces tenía que pasar.

—Desconecte los sistemas Alfa a Foxtrot. Corte la energía a los conductores principales. Evacúe a todo el personal restante.

Stillwell miró a Lafourche. Lafourche asintió lentamente.

—Sitio-63A, retirense. Cambio y fuera.


—Demencial, —refunfuñó O5-5—, absolutamente fuera de discusión. ¡Los estadounidenses nos atacarán en cuestión de horas si hacemos tal cosa!

El asentimiento disperso de varios de otros Supervisores se encontró con el pronunciamiento de O5-5. O5-8 persistió.

—No si lo vendemos correctamente. Todo lo que tenemos que hacer es convencerlos de que tenemos suficientes activos ocultos; que tendrán que posponer cualquier acción en nuestra contra hasta que hayan reunido más inteligencia.

O5-2 le dio la espalda mientras continuaba paseando por el lado opuesto de la mesa. —Así que vendrán a matarnos la próxima semana en lugar de mañana.

—No, —continuó O5-8—. Nos compramos el tiempo para reubicar todo lo que podamos fuera de su alcance. No podremos sacarlo todo, pero evitaremos que los objetos más peligrosos caigan en sus manos.

—¿Y qué hay de los soviéticos? Seguramente han anticipado esto y están haciendo sus propios planes, —intervino O5-3.

—Sin duda, contestó O5-8. —Pero aún no hemos recibido su ultimátum, aunque no tardará mucho cuando descubran lo que están haciendo los estadounidenses. También evacuaremos Rusia y Europa del Este."

O5-13 miró a través de una de las altas ventanas, absorto en sus pensamientos. —Los estadounidenses esperan un engaño, —dijo a la distancia, mordiéndose un dedo mientras contemplaba el plan.

—La fuerza del plan dependerá del sitio que elijamos sacrificar.

La habitación entera miró hacia el final de la mesa. O5-1 ahora estaba hablando.

—No hay suficientes activos que hayamos podido mantener en secreto de los servicios de inteligencia como para montar cualquier resistencia sostenida, —entonó el Supervisor Principal. —Pero hay varios sitios en los Estados Unidos que pueden proporcionar el impacto psicológico necesario para mantener a los planificadores más escépticos en el Pentágono a raya.

O5-3 frunció el ceño, pasando listas de control mentales. —El Sitio-101 podría ser un candidato, al igual que el Sitio-13, pero tomaría semanas prepararlos adecuadamente. No, yo no…

—Tengo un sitio en mente para este propósito, —interrumpió O5-8. —Sería necesaria una mínima preparación y el fenómeno en sí es lo suficientemente autolimitado como para distraer sin amenazar seriamente un área grande una vez que se consuma a sí mismo.

La habitación estaba en silencio de nuevo. O5-9, silencioso durante la mayor parte del día, excepto para coincidir ocasionalmente con O5-2, aventuró. —Eso es completamente monstruoso. No podemos permitirlo. De todos los sitios para abandonar, nos harías dejar civiles a merced de esos…

—No estabas ahí para la guerra, ¿verdad, 9? —O5-8 niveló sus palabras lenta y cruelmente.

—Si está implicando que la participación en insensatos actos de carnicería es necesaria para la discusión, yo…

—Mantuve cobertura todo el tiempo. Mi predecesor y yo, los dos. Todos ustedes saben las cosas que hicimos. Las cosas que hice. En nombre del secreto, para servir a la humanidad. En ese entonces ninguno de ustedes objetó. —O5-8 ahora sintió que los primeros rastros de ira comenzaron a filtrarse mientras hablaba. —No, otros soportaron esa carga. Ahora que les toca a ustedes, les toca este deber para con el mundo, el suyo para soportarlo en la oscuridad, se encogen.

O5-8 se volvió hacia el resto de la habitación. —Ahora solo hay un curso de acción. La pregunta es si tienen la fuerza para llevarlo a cabo. Tendré ese voto ahora. O5-8 se sentó, las manos temblaban bajo de la mesa, fuera de vista.

O5-1 se dirigió al Consejo Supervisor. —La moción es como sigue.


Los sonidos empezaron en la ciudad unos cinco minutos después de que Stillwell dio la orden. Voces indistintas, murmurantes, lo que tenían que ser las voces de miles de cosas que sonaban vagamente como personas, murmurando de manera ininteligible. Más y más rápido. Más y más alto. Las voces en la distancia fueron acompañadas por estallidos aleatorios de lo que a Johnson le sonaba como el sonido de metal doblándose, creando un eco poco natural a través de la pradera plana de abajo.

Las luces parpadeaban en cada casa allá abajo. No mucho después, pudo distinguir las formas de las personas que huían de sus hogares contra los puntos de luz parpadeantes, solos en la vasta noche de la pradera. Atravesando puertas y ventanas, trepando tan rápido como pudieron hacia autos, corriendo por las calles.

El Secretario pensó brevemente en exigir una explicación. Antes de que pudiera, las luces parpadeantes empezaron a apagarse. Zarcillos de sombra se extendían desde las ventanas iluminadas y puertas abiertas, hilos individuales de oscuridad que parecían solidificarse y unirse en masas gruesas y onduladas. Los retorcidos chirridos de metal llegaban con más frecuencia, las voces no mundanas hablaban más rápido, alcanzando un tono febril. Las luces de la ciudad de abajo comenzaron a cambiar, los amarillos suaves y los blancos dieron paso a un tono uniforme y enfermizo de verde.

Luchó para formar las palabras. —¿Qué… ¿en nombre de Dios qué hiciste?

Los ojos de Lafourche nunca habían dejado al Secretario. —Solo sigue viendo eso.

A través de los binoculares, vio que las gruesas cuerdas de sombra se extendían por calles y callejones, buscando a los residentes que huían. Algunos ya habían sido capturados, retenidos en lo que parecían ser redes impenetrables de oscuridad. Los que habían sido atrapados ahora estaban siendo arrastrados de vuelta a sus hogares. Se hizo evidente a los tres observadores de la delegación estadounidense que nadie iba a escapar; La oscuridad envolvía automóviles ahora, serpenteando bajo puentes y bancos, buscando y encontrando inexorablemente a todos los que intentaban escapar.

Stillwell sabía exactamente lo que estaba sucediendo y no quería nada más que vaciar el contenido de su estómago detrás del árbol cercano y taparse las orejas con las manos. Sin embargo, sabía que este momento debía transcurrir de acuerdo al plan. Tantos estaban siendo sacrificados. Se mantuvo firme y esperó.

A medida que cada residente era arrastrado de regreso a su casa, una luz parpadeaba. Al principio, el secretario pensó que las luces se estaban apagando, pero pronto se dio cuenta de que, en cambio, estaban desapareciendo. Aparentemente las estructuras comenzaron a desaparecer de la existencia, las casas desaparecieron repentinamente una vez que la oscuridad había alcanzado a todos sus antiguos ocupantes. Las luces de la ciudad se alejaban rápidamente de sus alrededores, retrocediendo hacia el centro mientras la realidad de Woodvale se convulsionaba en una cercana singularidad.

La última luz, una sola dependencia en el centro de la ciudad, se desvaneció cuando lo que parecía ser un hombre fue arrastrado hacia atrás a través de su puerta, golpeando y gritando. La puerta se cerró, la luz se apagó, el edificio desapareció y todo quedó en silencio de repente.

Los tres observadores bajaron sus binoculares, ahora mirando una zona vacía de oscuridad donde una ciudad de 837 personas había estado una media hora antes.

Los grillos fueron los primeros en romper el silencio que había caído sobre los cinco hombres en la cima de la colina. Entonces Lafourche hizo su parte.

—La Fundación rechaza sus demandas. Cualquiera que sean las fuerzas responsables por lo que acaba de atestiguar no es para que cualquier nación la use en contra de la humanidad. Nuestra misión es más grande que ustedes, más grande que los soviéticos. Es para toda la humanidad.

Lafourche se acercó al Secretario Johnson y se inclinó, ahora casi nariz a nariz.

—Sí los Estados Unidos de América se inmiscuyen o interfieren con cualquier activo de la Fundación, vaciaremos las alacenas. Todo lo que no está en sus listas. Y lo que vió no es lo peor de todo.

Lafourche volteó a un lado y escupió. —Esa es nuestra puta respuesta. Secretario.

Una mezcla de grave ofensa y horror se mostró en la cara sin habla del Secretario de Defensa. Sin otra palabra, los tres hombres de la delegación estadounidense regresaron a su automóvil y regresaron a la noche.

Stillwell dejó que sus instintos tomasen el control ahora. Se dobló frente al roble, echó bilis y ácido, vomitando y tosiendo, la enormidad de lo que acababa de ordenar sólo se correspondía con un sentimiento cada vez mayor de auto desprecio. Permaneció de rodillas frente al árbol mientras Lafourche se acercaba por detrás.

—¿Se lo creyeron? —logró preguntar Stillwell débilmente.

Lafourche esperó varios instantes. —Por ahora, probablemente. Puedes esperar que los espías salgan con fuerza en unos pocos días, arrastrándose sobre cada pozo de mina abandonado y valle del desierto en todo el maldito país, para ver si nos lo estamo inventando. El Comando dice que necesitan dos semanas. Espero por Dios sacar eso de esta atrocidad.

El joven agregado de seguridad se pasó una manga por la boca. —Señor. ¿Qué…qué sigue?

Una pausa. —Hijo, ¿qué tal está tu ruso?


O5-8 vio pasar los Alpes por la ventana del vagón privado. Ahora, en los últimos días, oscurecía rápido. Estaría completamente oscuro para cuando llegara a Viena.

—Le he comunicado las órdenes al subcomando norteamericano, —dijo O5-1 desde su silla de cuero. —¿Estás listo para proceder?

El Supervisor más joven reflexionó sobre sus contactos en El Cairo, en Yakarta, Johannesburgo y Bangalore. Solo la logística era horrible de contemplar. Lo último en el mundo que sentía en ese momento era una sensación de presteza. —Nos moveremos a su orden, —respondió.

El Supervisor Principal asintió. —Puede que no creas esto, Hans, pero tengo una idea de lo que está pasando por tu cabeza en este momento. —O5-1 se puso de pie y se sentó junto a la ventana junto a O5-8—. La única cosa que puedo decirte que sea importante en este momento, es esto. La votación fue a favor, no pienses en el margen. Ya se ha tomado esa decisión. Y te puse a cargo de esta operación porque creo que eres el más adecuado para esta tarea.

El hombre más joven puso su mano en la ventana. El frío del aire de la montaña en el otro lado penetró inmediatamente en las yemas de sus dedos. —Dígame, en su sincera opinión. ¿Cree que podamos salir de esto?"

O5-1 miró por la ventana, hacia la oscuridad, las montañas ahora casi desaparecían. —No lo sé.

O5-8 se rió entre dientes, no del todo sin humor. —Tampoco yo, Herr Supervisor.

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