El Viajero se aproximó a la puerta de metal oxidado del cementerio. Las luces de gas que alguna vez solían colgar cerca de la puerta se habían roto, dejando solamente la luz roja de la luna llena para iluminar su camino.
¿Por qué estaba aquí? El Viajero meditó sobre dicha pregunta. ¿Por qué vagar por un mundo moribundo? ¿Qué se supone que estás buscando? Eran preguntas para las que no tenía una respuesta. Sin embargo El Viajero continuó moviéndose, porque podía sentir algo y su llamada, o más bien… Alguien. Era como si alguien por encima suya le guiara.
Arrastrándose por el camino, El Viajero se movió a través de las tumbas. Cada una de las tumbas por las que pasó se encontraban cubiertas de enredaderas, de flores blancas luminiscentes. A pesar de que el cementerio solo tiene como habitantes a los muertos y sus recuerdos, El Viajero oyó un débil sonido casi armonioso delante suya.
Acercándose a la fuente del sonido, El Viajero pudo ver de dónde procedía realmente ese sonido de melodía. Una mujer encapuchada estaba arrodillada junto a una lápida, canturreando serenamente para sí misma. Envuelta en delicadas sábanas blancas, con el rostro marcado por un paño empapado con sangre, la mujer extendió una sola de sus manos, pálida y huesuda, y procedió a tocar suavemente la tumba.
Las enredaderas surgieron rápidamente del suelo, envolviendo la totalidad de la lápida, y las flores blancas y brillantes que brotaron de ellas comenzaron a florecer. La mujer inclinó la cabeza y se mantuvo en silencio unos momentos antes de pasar a la siguiente tumba.
El tarareo continuaba.
El Viajero se acercó a la mujer. Estaba seguro de que la mujer había notado su presencia, y no demostró tener ninguna mala intención. Más bien, saludó al Viajero con una mirada realmente penetrante, incluso a pesar de la tela, antes de volver nuevamente a su tarea.
“Disculpe.” Dice el Viajero.
Silencio. Y entonces, una calmada y frágil voz se escuchó.
“¿Un viajero? ¿Por estos lugares?” Preguntó ella, aparentemente dirigiendo su mirada al Viajero.
Colocando su arma en el suelo junto a ellos, El Viajero se sentó cerca de la mujer. "Lugares como este son peligrosos. Están llenos de muertos vivientes". Dijo.
"… Dudo que eso sea un problema". Colocando una mano sobre la lápida, la mujer hizo brotar aún más enredaderas y flores, aparentemente de su propia palma. Las flores eran suaves y delicadas… Una brisa perdida podría arrancar los pétalos. Y sin embargo, esas flores crecían en lianas cubiertas de espinas. Cuando la mujer inclinó la cabeza, habló en voz baja. "No desean volver a caminar".
Volviéndose hacia el Viajero, le dedica una sonrisa forzada.
“¿Quién eres, viajero?”
“Sin nombre.” Respondió El Viajero. “¿Quién es usted?”
“Vanessa. Vengo del centro de Xerophylla.”
El Viajero hace una pausa. Este sitio estaba bastante alejado del centro de la ciudad. Se vuelve hacia ella.
“¿Por qué se supone que estás aquí?” Preguntó El Viajero.
“Estoy simplemente dando mis respetos.” Dijo Vanessa tranquilamente, con un toque de tristeza aromatizando su voz.
Se levanta y se quita la suciedad y polvo de la ropa. Señala la lápida que tiene a sus pies, en la que se encuentra grabado "JACOB LEONHARDT".
"Este hombre, el Señor Leonhardt, era un hombre de Ilcana, se puede llegar caminando un poco desde aquí hacia el Norte. Murió hace décadas… Y lo hizo junto a su familia, con su esposa y sus dos hijas." Hizo una pausa por unos momentos, inclinando la cabeza hacia abajo por el pensamiento. "La gente como el señor Leonhardt y su familia no tienen a nadie vivo para recordarlos, no después de la guerra."
Vanessa se volvió para mirar al Viajero. "¿Estuviste allí, Viajero? ¿Durante la primera Guerra Arcana?"
“No la conozco realmente.” Dijo El Viajero.
"Fue hace muchas décadas. Xerophylla estaba en guerra con los del Norte en Ilcana. Hubo una idea para… contener a las brujas. Para usar su conocimiento y habilidad con los arcanos para ganar la guerra contra el Norte. Las jóvenes brujas fueron tomadas de sus familias, y entrenadas en los ejércitos de Xerophylla. Y fueron colocadas en el frente junto con los soldados".
Otra pausa. Vanessa respiró profundamente antes de continuar.
“Fui… Una de ellas. La primera hija de la reina bruja Saralynn y la más fuerte de Xerophylla."
Vanessa se dirigió a una tumba cercana y apoyó suavemente su mano en la lápida.
"La guerra duró solo tres noches, la más corta de la historia. Los del Norte fueron superados en número y en fuerza. Xerophylla avanzó sobre la capital, dejando solo destrucción y muerte tras nosotros".
Se gira para mirar al Viajero. "Esta… Masacre… No nos sentó bien a ninguno de nosotros. Ni a las Brujas, ni a los soldados. Pero seguimos adelante, hasta la capital de Ilcana".
"Durante el asedio a la capital, aprendí algo. Vi a un niño pequeño, aferrado a lo que quedaba de su madre fallecida, con los ojos llenos de lágrimas. Vi a una madre intentando desesperadamente proteger a sus hijos. Vi a familias abrazándose en sus últimos momentos, aceptando el destino que les había tocado".
Vanessa desliza su mano por la parte superior de la tumba, una expresión solemne cruza su rostro.
“Los del Norte no eran malos. No eran demonios sin corazón como nuestros líderes nos habían dicho.”
Las enredaderas surgieron de la tierra, las flores blancas cubrieron la tumba.
"Tenían familias, tenían amigos, sentían alegría, sentían tristeza, conocían la empatía. Eran humanos". Dijo, con la voz quebrada. "Nuestros líderes nos habían dicho que éramos la luz que frenaba la oscuridad. Los que protegían a los que no podían protegerse a sí mismos. Era una mentira. Todas y cada una de sus palabras".
"He matado miles de personas, y todo por una mentira."
Vanessa señaló las flores blancas y brillantes de las tumbas.
"Aquí es donde todas esas personas fueron enterradas. Toda la gente inocente que he matado. Las flores que cultivo aquí permitirán que sus espíritus puedan descansar en paz, incluso después de la última puesta del Sol".
Mientras Vanessa se dirigía a la siguiente tumba, tropezó de repente y se inclinó, cayendo al suelo.
“¿Estás bien?” Preguntó El Viajero, acercándose rápidamente para ayudarla.
La capa de Vanessa se abrió, revelando su cuerpo. Estaba delgada, claramente no había comido en días.
“Estoy bien, viajero, yo-”
Tosió, su sangre de un azul intenso se derramó sobre su ropa blanca.
“Puedo encontrar ayuda, conozco a alguien que puede sanarte. Si necesitas comida puedo-”
Ella interrumpió: "No es necesario, Viajero. Este es mi castigo".
Vanessa tendió la mano a El Viajero, una flor blanca floreció en la palma de su mano.
“No duraré mucho más. Por favor, coloca esta flor en esa tumba. Deja que descansen.”
El Viajero tomó la flor y la colocó sobre la tumba. Miró alrededor del cementerio, todas y cada una de las tumbas brillaban con una luz blanca intensa.
La flor que habían colocado brillaba con esa misma luz blanca.
“Viajero.” Susurró Vanessa. Ella fijó su mirada hacia arriba.
"Todo lo que pido es poder ver la estrellas… Una última vez.”
Se encontraba demasiado débil para moverse, El Viajero levantó la tela manchada de sangre de sus ojos, y estos a su vez brillaron en una luz de azul brillante. Contempló las millones de estrellas del cielo nocturno, una vista que no había visto en muchos años.
Mientras sus ojos se cerraban lentamente, Vanessa sonrió.