
Nos dijeron que no nos internáramos demasiado en el bosque. Que nos mantuviéramos alejadas de la Montaña Hueca. Pero Nicole era del tipo aventurera, y yo no tenía ni idea de cómo cuestionar su juicio. Además, era verano y teníamos 16 años. Un buen momento para meterse en problemas de juventud. La promesa de ver un caparazón de una montaña despertó nuestro sentido de descubrimiento.
Nicole y yo nos marchamos temprano un sábado, diciéndole a nuestros padres que íbamos a encontrarnos con los demás chicos en el parque. Creo que mis padres sabían que estaba mintiendo y me dejaron ir. Los niños son unos pésimos mentirosos después de todo.
Me encontré con Nicole en un sendero que no había recibido mantenimiento en años. Había un mapa junto a la entrada, pero la única parte que no se había borrado era una pequeña caja roja con las palabras "Tú estás aquí" aferrándose ligeramente al espacio de su parte superior. Cuando era pequeña, mis padres solían traerme aquí todo el tiempo. Caminábamos durante una hora o dos, almorzábamos y luego volvíamos atrás. Pero hace unos años, dejamos de ir. Fue más o menos en la misma época en que empecé a escuchar rumores sobre la Montaña Hueca.
—Has empacado un almuerzo, ¿verdad, Ashley? —Nicole me preguntó antes de comenzar el camino.
—Sándwich de jamón y una bolsa de papas fritas —le respondí—. Pero no nos marcharemos tanto tiempo, ¿verdad?
Nicole miró a la rama del árbol que estaba encima de mí mientras calculaba mentalmente.
—Deberíamos estar de vuelta para entonces. Probablemente. Y en el peor de los casos… —Nicole
recogió una piedra y se detuvo un momento. Chispas azules salieron de su bíceps. Dejó que la piedra volara hacia un árbol. Lo atravesó limpiamente.
—Puedo cazar la cena —concluyó.
—Eso no es muy tranquilizador…
—Y si se tarda más, puedes iluminar el camino cuando se me acabe la linterna. —Nicole me mostró una de sus sonrisas traviesas—. ¡Vamos! No volveremos si no nos vamos nunca.
Agité la cabeza cuando empezamos a bajar por el sendero. Cada vez que subíamos una colina o llegábamos a un claro, yo trataba de escoger cuál de las montañas en el horizonte carecía de tierra en su interior. Ninguna de ellas se ajustaba a la imagen que tenía en mi cabeza. Un pico masivo por encima de las otras cimas de las montañas, desprovisto de árboles, tierra y nieve. Un monumento de piedra. Los chicos de la escuela me habían dicho que la Montaña Hueca ha sido hueca mucho antes de que nos estableciéramos en este planeta, desde antes de nuestros predecesores menos dotados, y de los predecesores de nuestros predecesores. Desde que la montaña ha existido, ha sido hueca.
La única vez que escuché algo más que rumores sobre la Montaña Hueca fue por el anuncio que hizo el Sheriff Rivera el invierno pasado. Fue muy sencillo: "No viajes a las montañas, es peligroso allí". Hizo el anuncio durante una reunión en el ayuntamiento. Estaba allí para encontrarme con mi padre e ir a cenar. Cuando todos los adultos salieron de la reunión, se escuchó un ruido bajo e inquietante mientras murmuraban entre ellos. Pero mi padre tenía una sonrisa tranquila, como siempre. Entendió lo que había en la montaña. No es que él me lo dijera. Todo lo que dijo fue que encontraríamos otro lugar para hacer nuestros picnics.
—¿Cómo crees que se formó? —Le pregunté a Nicole. Nos habíamos detenido a comer nuestros almuerzos en un pequeño claro. No nos miramos la una a la otra, sólo mirábamos a las montañas candidatas al otro lado del lago.
—¿Formó? —Preguntó ella.
—Ya sabes. ¿Qué tendría que hacer la naturaleza para formar una montaña sin nada en su interior?
—No creo que la naturaleza haya tenido mucho que ver.
—¿Crees que lo hicimos?
—Creo que alguien lo hizo.
—¿Estás diciendo que fueron extraterrestres?
—No lo sé, ¿de acuerdo? Pero si realmente es hueca, me cuesta creer que comenzó así.
No pude evitar sonreír. No era muy frecuente que Nicole se pusiera nerviosa de esa manera. Pero mientras continuábamos caminando y debatiendo, me di cuenta de que no era tan descabellado como pensaba al principio. En la clase de historia, nos habían enseñado sobre una mujer que probablemente podría perforar un agujero en una montaña si le apetecía. Ahuecar una probablemente no sería muy diferente. O las bombas que nuestros predecesores usaron durante la Gran Limpieza. Cubrieron el mundo de fuego y destrucción antes de que El Florecimiento hiciera crecer el suelo sobre el que estamos parados. Y si nuestros predecesores pudieron lograrlo, entonces los alienígenas también pudieron hacerlo.
—¿Pero de todos modos por qué alguien ahuecaría una montaña? —Le pregunté a Nicole cuando alcanzamos la orilla del lago.
—No estoy segura. Pero creo que eso es lo que estamos a punto de descubrir —respondió. Señaló hacia adelante a un pequeño edificio al otro lado del agua. Estaba al pie de una montaña, escondido desde lo alto por los árboles.
—Es… ¿es eso?
—Quiero decir, Kyle me dijo que había un edificio frente a ella.
—¿Kyle? ¿Has estado siguiendo las indicaciones que Kyle te dio?
—Sí. Dijo que su padre ha visto el lugar.
—Espera, ¿Qué dijo que había adentro?
—Bueno, él no fue al interior. Vamos, tenemos que explorar el lugar.
Esta fue la primera vez que sentí un escalofrío bajar por mi espalda. Las montañas parecían normales. Todo parecía normal. No podía imaginar la escena frente a mí sin nada en su interior. Simplemente no tenía sentido.
Seguí a Nicole por el lago hasta el puesto de avanzada. Las letras a lo largo del costado se habían desvanecido, y las paredes de madera estaban podridas. La puerta se había caído de sus bisagras, yaciendo sobre el suelo junto a la entrada. Fue una invitación más que suficiente para que Nicole entrara. La seguí, ya que era mejor que quedarse sola. El interior estaba desordenado. Sillas volteadas, papeles esparcidos por el suelo. Lo único en orden era un sombrero de guardabosques que colgaba de un clavo en la pared. Tres tablones de madera habían sido retirados del centro de la habitación, mostrando un agujero que descendía hasta el suelo, con peldaños de metal en uno de los lados. Varios cierres y bisagras rasgados de alrededor del borde del conjunto implicaban que, en otro tiempo, había habido una barrera de entrada más adecuada. Nicole ya estaba empezando a descender.
—Ashley, ¡vamos! Creo que esta es la forma de entrar.
Finalmente, mi sentido común me dijo:
—¿Estás segura de esto?
—¿Ahora me preguntas eso? ¡Ya hemos llegado hasta aquí!
—Lo sé, lo sé. Sólo que, el sheriff probablemente tenía una razón para que nos mantuviéramos alejadas.
—Estaremos bien. Si hay algo aquí abajo, puedo protegerte de ello. —Nicole me mostró su sonrisa de nuevo. No podía decir que no a esa sonrisa. Era una mezcla perfecta de confianza, travesura y suplica.
—Bien. Sólo no te alejes demasiado de mí.
Descendimos por el pozo hasta llegar a un punto en el que no podíamos ver. Nicole tuvo que sacar una linterna para poder ver los peldaños frente a nosotras. El golpe de mi mosquetón contra las paredes de hormigón resonó hacia abajo. Temía que mis brazos se cansasen y me cayese. Por suerte, llegamos al fondo antes de eso. Apenas había espacio para que las dos pudiéramos estar de pie. Delante de nosotras había una puerta de acero con un teclado, y una ranura para leer algún tipo de tarjeta.
—Bueno, mierda. Parece que hemos llegado a un callejón sin salida —dije mientras regresaba hacia los escalones.
—No tan rápido, gatito asustadizo.
Miré por encima de mi hombro. Las chispas volaban del brazo de Nicole.
—Sin embargo, es posible que quieras escalar algunos peldaños —dijo—. Lo he preparado todo.
BOOM
—Acero reforzado, mi trasero.
Miré hacia abajo. Nicole agitó su puño. La puerta de acero había desaparecido. Un leve sonido sonó desde más allá del marco de la puerta. Como un animal herido pidiendo ayuda, excepto que era el sistema de seguridad. Volví a bajar y miré fijamente a Nicole por un momento.
—¿Qué? —Dijo otra vez. No tenía nada bueno que decir en respuesta. Agaché la cabeza mientras entrábamos.
Luces rojas que parpadeaban lentamente iluminaban el pasillo por el que pasábamos. El eco de nuestros pasos marcaba los rítmicos sonidos de la alarma. Nicole estaba inusualmente callada, pero me di cuenta de que era porque estaba tratando de absorber cada detalle del lugar. El piso de baldosas blancas, los altavoces rotos colocados cada veinticinco pies, los aspersores en el techo. Era increíble.
Al final del pasillo había un elevador de servicio. Al menos, parecía demasiado grande para ser un ascensor normal. Nicole apretó el botón de "arriba". Esperamos.
—Hey, eh… ¿Ashley? —Nicole habló.
—¿Sí?
—Gracias por venir conmigo. No creo que hubiera venido si hubiera sido sólo yo.
—… Sí. No hay de qué. Supongo que ha sido divertido, hasta ahora.
—¿Sigues preocupada?
—Sólo un poco, sí.
—Bueno, para. Yo estoy aquí. Así que no te va a pasar nada. Y ya que estás aquí, no me va a pasar nada.
Nicole y yo nos apartamos los ojos del ascensor para mirarnos la una a la otra. Compartimos una sonrisa.
ding
Las puertas del ascensor se abrieron para mostrar una figura humanoide que se desplomó en la esquina. Llevaba un traje mecánico anaranjado y blanco con las palabras "SEGURO Mk III, LITE" escritas en negro sobre el bíceps.
Salté detrás de Nicole, que levantó los puños. Nos detuvimos un momento. La figura no se movió.
—Creo que está muerto —dije.
—Eso espero —respondió Nicole. Nos relajamos.
—¿Vamos a entrar? —Le pregunté.
—Yo… quiero hacerlo.
—B-bien.
Ambas entramos en el ascensor, pero no me sentía completamente bajo control. Mi cuerpo estaba en alguna forma de piloto automático. Había botones para cuarenta y tres pisos diferentes, y una ranura para tarjetas como la de la entrada. Una pantalla rota nos dijo que estábamos en el séptimo piso. Nicole me miró y me preguntó en voz baja a qué piso deberíamos ir. Me encogí de hombros. Pulsó un botón para el octavo piso. El ascensor emitió un pitido y un mensaje se desplazó por la pantalla: "Se requiere tarjeta de identificación".
Nicole y yo nos miramos la una a la otra, y luego al cuerpo que había detrás de nosotras.
No sé qué me hizo empezar a quitarle el traje al cadáver. Creo que debo haberme contagiado con la estupidez de Nicole. Empecé quitándole el casco y la pechera. Tuve que deshacer algunos cierres y pulsar un botón llamado "Expulsión de emergencia". El traje siseó antes de que se cayera la parte superior. Por fin vi la cara del fallecido. Parecía tranquilo, mirando a la pared detrás de mí.
—Supongo entonces que no eran extraterrestres —comentó Nicole.
Después, le bajé los pantalones lo suficiente como para que quedaran al descubierto las presillas de los jeans que llevaba debajo del traje. En uno de esos lazos colgaba una tarjeta de acceso que le di a Nicole, quien se rio un poco.
—¿Qué? —Le pregunté.
—No hagas nada raro con ese cadáver —bromeó Nicole. Entrecerré los ojos ante ella.
—¿Querías desnudar el cadáver?
—¡Lo habría hecho, pero eres tan natural en ello!
—¡Oh, cállate!
No podíamos dejar de reírnos. Probablemente era algún tipo de mecanismo de defensa mental, pero lo acepté. Mi ritmo cardíaco bajó a medida que subíamos. Cuando se abrieron las puertas, las dos sonreímos de oreja a oreja como un par de idiotas.
El octavo piso se parecía a la oficina en la que trabajaba mi padre. Cubículos tras cubículos. Cada uno con un cadáver que se había desplomado en una silla o estaba tendido debajo de un escritorio. Pero los cadáveres ya no nos incomodaban. De todos modos, no se sentía real, así que ¿por qué no divertirse explorándolo?
Nicole y yo entramos en el cubículo más cercano. Intenté encender la computadora, pero no tenía energía.
—¡Hey, hey Ashley! ¡Mira! —Nicole señaló una página suelta que había recogido del escritorio. En la esquina superior derecha había un símbolo que sólo había visto en la clase de historia, y un nombre debajo: "Fundación SCP".
Las palabras "oh mierda" salieron de mi boca. Nos quedamos mirando las páginas con incredulidad. Y luego en el traje. Y luego la una a la otra. Estas fueron las personas que intentaron matarnos en la Gran Limpieza. Estos son los trajes que usaban para protegerse contra El Florecimiento. Por eso… por eso el sheriff quería que nos alejáramos de la Montaña Hueca.
—Levanta las manos. Esta es la Fundación SCP, y estamos aquí para contenerte.
Me di la vuelta. Nicole llevaba la parte superior del traje del cadáver. Ella hacía mímica de sostener un rifle apuntándome a la cabeza.
—¡No si tengo algo que decir al respecto! —Le contesté. Me imaginé una luz brillante y le mostré la palma de mi mano a Nicole. Un rayo de luz salió de allí, me di la vuelta y salí corriendo. Tras un momento, Nicole me persiguió.
—Debemos mantener la normalidad. ¡Tu existencia es una amenaza para el Velo! —Nicole gritó detrás de mí.
—¡La normalidad es una mierda! —Le devolví el grito. Solté una carcajada, pero Nicole se me acercó, y al final me tiró al suelo.
—Por el presente acto estás bajo contención. Te llevaré a tu celda ahora mismo —dijo, tratando de suprimir una risa también. Me di por vencida, y dejé que me llevara de vuelta al ascensor. Esta vez, al pasar la tarjeta de acceso, eligió el 43º piso. Arruiné mi personaje.
—¿De verdad crees que las celdas están ahí arriba?
—En realidad no, sólo quiero ver lo que hay. Podemos revisar los otros pisos más tarde.
Asentí con la cabeza. Aunque el juego de roles había terminado, Nicole no se quitó su parte del traje. Pudimos sentir el ascensor subir los treinta y cinco pisos. Juro que podía oír chasquidos y crujidos que salían del techo. Si uno de los cables cediera, terminaríamos como todos los demás. Miré por encima de mi hombro al cadáver de la esquina. No podría decir si su cabeza estaba inclinada así cuando la dejamos por última vez. Probablemente no se había movido. Probablemente. Lo más seguro era que mi mente estaba jugando conmigo.
ding
Las puertas del ascensor se abrieron de nuevo. Esta vez, era sólo un pequeño pasillo con una puerta al final. El pasillo estaba oscuro, a diferencia de los otros pisos. Nicole sacó su linterna. Iluminó una pancarta al lado de la puerta que decía "Director del Proyecto Ohabi". La puerta estaba entreabierta.
Nicole salió del ascensor sin pensarlo dos veces. La seguí lentamente, habiendo recuperado algo de mi cautela. De las paredes del pasillo colgaban carteles y cuadros. Mi vista se nubló al tratar de analizar lo que veía más allá.
La puerta se abrió con un chirrido chillón. Nicole y yo miramos a nuestro alrededor para asegurarnos de que nada respondiera, pero el pasillo estaba en calma. Entramos en la habitación.
Parecía la oficina de un ejecutivo. Un único escritorio grande en el centro de la habitación daba a la puerta, con dos sillas al frente para los invitados. Una figura bien vestida estaba sentada en una silla detrás del escritorio. En la parte superior del escritorio había una computadora, una sola hoja de papel, un lápiz y dos botones diferentes. Uno era un botón rojo brillante, guardado detrás de una cubierta de plástico cerrada con llave. El otro botón era azul, y estaba situado encima de un transmisor que no estaba integrado en el escritorio. En la pared izquierda había una ranura con las palabras "COMUNICACIONES DE EMERGENCIA" escritas encima. Una sola página colgaba sin firmeza de la ranura. Al fondo de la sala colgaba un cartel grande y parpadeante que decía "316 años, 4 meses, 15 días desde el último reinicio".
—Guau —dijo Nicole. Yo solo tragué saliva. Antes de que pudiera decir algo más, Nicole fue por el costado del escritorio y trató de mover la computadora para encenderla. Solté un suspiro, y caminé hacia el documento que colgaba de la pared. Lo arranqué de la ranura y empecé a leerlo.
—Oye, Nicole.
—¿Sí?
—Esta cosa es del 2024. Eso es como… hace cincuenta años. —De la Gran Limpieza.
—¿Qué dice?
—Umm… Aquí está. Urgente. Código Rojo. Autorización completa para iniciar los procedimientos de reinicio. Código de autorización tres, siete, tres, uno, estamos en la línea de base.
—¿Qué crees que significa reiniciar? —Preguntó Nicole.
—No lo sé.
—Quiero decir… ¿Quieres averiguarlo? —Nicole miró el botón azul en el escritorio.
—No. No te atrevas, joder.
—Vamos, de todos modos probablemente todo el lugar debe estar averiado.
—¡No tenemos ni idea de lo que eso va a hacer!
—¡Deja de estar tan asustada! En serio, recién estabas desnudando un cadáver para conseguir una tarjeta de identificación. ¿Adónde se fue ese espíritu?
—No lo sé. ¿Tal vez la realidad llegó?
—Ashley, por favor. Deja de preocuparte. No dejaré que te pase nada. Yo sólo… ¡Quiero saber! Tengo tanta curiosidad que me está matando.
Abrí la boca para decir algo, pero luego la volví a cerrar. No podía ver la cara de Nicole detrás del casco de su traje, pero podía imaginar su sonrisa. Podría imaginarme esa mirada en sus ojos. Sabía que no podía detenerla. Simplemente no pude.
—Bien. Confío en ti.
—Gracias Ashley. Te lo agradezco.
Nicole apretó el botón azul. Su traje hizo un ruido de succión. También lo hizo el traje del muerto.
Una voz resonó por toda la habitación.
—Comenzando Protocolo Dulces Sueños. Buenas noches.
Nicole empezó a agarrar su traje. A su cuello. Las chispas empezaron a salir de sus brazos, pero eran todas naranjas. No habían azules.
Estrellita dónde estás, empezó a sonar.
—¿Nicole?
No paraba de agarrarse. Cayó sobre sus rodillas. La linterna se alejó rodando. Iluminé la habitación con mis manos mientras corría a su lado. Tiré del traje. Intenté abrir los pestillos, pero no se movían.
Nicole golpeó la cara del casco. Nada. Tironeó. Seguía sin funcionar.
Estrellita dónde estás comenzó de nuevo.
Dejaron de brotar chispas de los brazos de Nicole. Su apretón se debilitó. El mío se fortaleció.
Sólo un poco más fuerte. Un poco más fuerte.
El cuerpo de Nicole dejó de moverse.
Me deshice del traje.
La música de estrellita dónde estás dejó de sonar.
Miré a Nicole. No pude ayudarla. No pude hacer nada. Maldita inútil. Empecé a llorar. No me preocupé en si activaba alguna alarma. O despertaba a alguien. Yo era la única cosa viviente dentro de toda la montaña.
Eventualmente, me puse de pie. Caminé mirando el escritorio. Un pedazo de papel me llamó la atención. Lo leí. Lo leí de nuevo. Luego lo doblé y lo puse en mi mochila. No sé por qué. Tal vez fue para poder explicarlo más tarde. Tal vez fue como un recuerdo. Tal vez sólo estaba loca.
Tomé la tarjeta de identificación de Nicole. Sería la segunda vez que robaba a un cadáver. Caminé tranquilamente hasta el ascensor y volví a salir.
Cuando finalmente salí del edificio de la Montaña Hueca, había oscurecido. Debimos haber estado allí mucho más tiempo del que pensaba. Estaba a punto de salir del edificio cuando me di cuenta de que no tenía ni idea de adónde ir. Había estado siguiendo ciegamente a Nicole para llegar aquí. La había estado siguiendo ciegamente durante años. Ahora estoy perdida. Me senté en el escalón de la puerta y miré fijamente al lago.
Tal vez alguien más podría venir y salvarme.
Es una estupidez, pensé. Lograr salir de la legendaria Montaña Hueca sólo para morir porque no se podía recorrer el camino de regreso. Empecé a compadecerme de mi propia muerte. Perderme en el bosque. Ni siquiera me va a matar la Montaña Hueca. Nicole no se marcharía así. Probablemente empezaría a caminar en alguna dirección hasta que finalmente encontrara la civilización.
Mi estómago gruñó. Ahora también tenía hambre.
Me acordé de lo doloroso que era morir de hambre. O de deshidratación. No quería acabar así. Sólo quería una aventura divertida con mi amiga. Eso era todo lo que quería. ¿Era mucho pedir? Por supuesto que lo fue. Debería haberlo sabido mejor. Debí haberla detenido.
—¡Maldita sea! —Grité. Resonó a través del lago, reverberando en los árboles, hasta que juré que lo oí regresando a mí. Excepto… que no era el mismo mensaje.
—¡Ashley!
Miré al otro lado del lago. Unas pocas luces se deslizaron a lo largo de la orilla del agua.
—¡Ashley!
—¿Papá?
Comencé a correr. ¡Era mi papá! ¡Él ha venido! ¡Con el Sheriff Rivera también! Corrí a los brazos de mi padre y empecé a llorar lágrimas de alivio. Creo que nunca lo había apretado tan fuerte.
—Ashley.
Dejé ir a mi papá y me volví hacia el Sheriff Rivera.
—¿Dónde está Nicole?
Abrí la boca para decir algo, pero no salieron palabras. Llorisqueé una vez, y luego dejé que mi mirada se posara en los pies del sheriff.
—Ya…. ya veo. ¿Había algún sobreviviente ahí dentro?
Volví a lloriquear y abrí mi mochila. Saqué el trozo de papel que había recogido antes. El Sheriff Rivera lo leyó:
Querido Avery;
Hey Avery;
Mi amor;
Avery;
La mierda azul ya está adentro
No vas a leer esto de todos modos, así que, ¿cuál es el
Descubrí por qué agregaron esa característica a los trajes SEGURO.
Elegimos morir normales.
Arrugó el trozo de papel y lo tiró al lago.
—Cobardes —murmuró.
—Ven, Ashley, nos vamos a casa —dijo mi papá. Asentí con la cabeza y comenzamos la larga y tranquila caminata hasta el pueblo. Nunca volvimos por el cuerpo de Nicole.