El Noveno Arcángel

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EL LIBRO DEL FINAL

Capítulo 1: El Gran Final
1. Y a todos los que todavía podían escuchar, se les dijo: La Muerte Roja se ha liberado. Durante el despertar de la Reina de los Monstruos, uno de sus repugnantes vástagos se abrió paso en las playas sagradas del Taller de Dios, golpeando las prisiones de los infectados con su cuerpo.
2. console.log ("2: La Muerte en el interior no esperó más, apoderándose del cuerpo del demonio en cuestión de segundos.");
3. A todos los Hijos del único Dios que existe, dijeron los mesías, les pedimos que se reúnan con nosotros y nuestros hermanos en la forja al borde del ayer. Si el Rey Hechicero invocó a sus propios monstruos, nosotros también lo haremos.

12 de Julio, 1998

La costa de la isla de Siros, Grecia

A cada paso que daba el Coloso, el suelo temblaba bajo su cuerpo de puro metal y engranajes, como si un terremoto lo sacudiera. La máquina de 93 metros y 210 toneladas, construida hace ya mucho tiempo para aniquilar a los horrores de Adytum, caminaba con lentitud, pero sin descanso, agitando cientos de litros de agua a su alrededor, indiferente a las olas que el mar lanzaba contra él. Su objetivo: Nada menos que las orillas del taller de su santo creador ante él, concluyendo en las playas de la isla de Siros, donde se encontraba su enemigo.

Los seis pilotos en su interior, dos mekhanitas, dos maxwellistas y dos ortodoxos de la Obra Dentada, estaban sentados en silencio dentro de la aislada sala de control en la cabeza del titán, libres de la tormentosa oscuridad de la noche que se abatía sobre el Mar Egeo ante ellos. El único sonido que se oía dentro eran los calculados y fríos chasquidos del mecanismo de los engranajes, los latidos del corazón nuclear bajo la cabina, y los sonidos medio silenciosos, pero regulares, del vapor que exhalaban las dos chimeneas en la espalda del gigante.

Hace años, la máquina era lenta, incluso con trozos de Dios misma fundidos en sus brazos y su alma, no podía correr, por mucho que sus pilotos quisieran que alcanzara esa potencia. Durante la primera Guerra Oculta conocida por el hombre, los nueve Colosos solo podían marchar en una implacable persecución del Enemigo de la Humanidad. Pero ahora, más de tres milenios después, solo quedaba uno de los Nueve Arcángeles, devuelto a la vida por las llamas de su dios al borde de la existencia. Y esta vez, sus piernas no tenían ese límite.

Cuando los propulsores de fisión recién incorporados a sus apéndices empezaron a surgir con fe, el gigante arremetió hacia adelante, acelerando a velocidades que solo podía soñar durante su juventud, haciendo que los vientos de la zona se disiparan al encontrarse con el ser. Su carrera golpeó implacablemente las aguas del mar entre las que se encontraba, esparciéndolas hasta que no quedaba más que un paso seco por donde caminaba. Permaneció indiferente a los vientos que pasaban a su lado, estando por encima de esas nimiedades. Los reflectores de sus ojos iluminaban el camino con un azul neón maxwellista, ininterrumpido por las gotas de lluvia y los truenos que violaban el cielo ante él. Solo tenía un objetivo, el refugio y la isla sagrados de Dios, y nada iba a detenerlo.

Su mano derecha se extendió hacia adelante, dejando escapar una sola chispa de la llama sagrada que llevaba en su brazo. La tormenta de fuego de plasma mekhanita irrumpió en los cielos de la medianoche, para desaparecer apenas un segundo después en la vorágine del viento que la rodeaba, formando un pequeño tornado debido a su tamaño. Los pilotos, o más bien, los engranajes que daban vida a esta máquina, sabían que el protector estaba listo para un duelo, pero no había nada malo en probar su arsenal por última vez. Y no se atrevieron a cuestionar el estado de funcionamiento de la RESPUESTA que su vehículo llevaba en su apéndice izquierdo, ya que atreverse a hacerlo era una blasfemia inimaginable.

Cuando un solo relámpago ondeó en el cielo nocturno ante la máquina, en un instante el behemot se quedó quieto, cambiando inmediatamente su postura a la de batalla. Cinco monstruosas anclas de bronce de berilio impoluto cayeron a las profundidades con un ensordecedor sonido causado por su tamaño, anclando al gigante en su sitio mientras las olas se elevaban una vez más. Con un zumbido de energía pura y el movimiento de los engranajes de su alma, un campo de fuerza transparente fortificó su cabeza, listo para cada hechizo y blasfemia que suponía el demonio Nälkä lanzaría contra él.

Segundos más tarde, un trueno siguió a su predecesor, haciendo que el paisaje ahora iluminado ante el coloso fuera el crescendo de la furia de un dios, y permitiéndole contemplar a la bestia que iba a matar, situada a sólo quinientos metros de distancia, donde se encontraban los dominios de Dios.

Eran cien metros de puro sacrilegio, en forma de un horrendo ajolote con seis patas que lo ataban a la superficie de la playa y el mar que formaban la arena para el duelo que estaba por venir. Pero, francamente, decir que "estaba en la playa" era un grave eufemismo; su tamaño iba mucho, mucho más allá de la mera arena, acabando en unos metros de tierra estándar después. Donde antes estaba su pálida piel, se extendía una horrible epidermis infectada, con trozos de piel y carne enferma que caían a las aguas. Su cuerpo estaba lleno de la Muerte Roja por todas partes, excepto por su melena, que consistía en tentáculos carnosos que se retorcían blasfemando, revueltos por el viento imparable del mar abierto.

Con sus ojos negros como la noche, desprovistos de vida, situados encima de unas fauces llenas de dientes, la bestia se fijó en el coloso, siseando salvajemente. Retrocedió un paso mientras tensaba su agitado cuerpo, con púas que brotaban de su columna vertebral a través de la antes delicada piel y su cola que se movía extasiada. Mientras el olor y el sonido de un millón de muertos y atormentados escapaba de su desollada garganta, rugió con furia imperturbable, incapaz de soportar la pureza y santidad del arcángel que tenía ante sí. Enfurecido como nunca antes, comenzó a correr hacia adelante, con sus seis patas estremeciéndose al encontrarse con el fondo del océano.

Pero antes de que el demonio pudiera alcanzarlo, el coloso respondió con sus propios trucos.

* * *

01 de Julio, 1998

El Taller Más Allá del Tiempo, donde Mekhane Elaboró su Esquema

—¿De verdad crees que esto va a funcionar? —Exclamó Santa Hedwig, con su cuerpo limpio y libre de carne descendiendo estoicamente con sus amplias alas de panel transparente, seguida en breve por un enjambre de drones. Al entrar en contacto con el suelo del Taller Sagrado, sus afiladas piernas estabilizaron la carcasa perfectamente armónica de la zumbadora, revelando el monitor que mostraba el código completo de la verdadera Hedwig donde debía estar su cabeza. Se convirtió en una cara sorprendida y preocupada, con un halo de datos puros detrás de ella—. Robert, sé que no tenemos otra opción, pero esto es una locura. Sabes lo que nos harán por esto.

Con un billón de chasquidos de engranajes, el cuerpo vestido de la legado Trunion se puso en pie, con sus ojos luminiscentes encendidos con LEDs. La profeta de los ortodoxos se quitó la capucha, solo para que ocupara su lugar un cráneo de acero moldeado en los fuegos de la Forja en la que se encontraban.

—No hay precio demasiado grande para la guerra que debemos librar, —replicó su voz áspera y sin engrasar, haciendo que unas pocas bocanadas de vapor y aire escapasen de las innumerables tuberías que formaban su cuerpo—. Aunque debamos arriesgarnos a iniciar una guerra a muerte con los Carceleros, no podemos dejar que los demonios de Adytum deambulen libremente. No de nuevo, no después de todo lo que sacrificamos hace milenios.

El tercer mesías no habló. En su lugar, las dos cámaras redondas que parecían ojos miraron más allá del cristal protector que tenían delante, y que separaba la sala en la que se encontraban los tres de los abrasadores yunques y fundiciones del exterior de la Forja. Miraba cómo millones de seguidores, tanto suyos como de sus hermanos, caminaban, minaban y refinaban incansablemente, listos para que el martillo de plata de Dios golpeara y fundiera sus ofrendas en armaduras y armas para el nuevo coloso que estaba por llegar. Si pudiera, sonreiría… pero el único indicio del insondable orgullo que llenaba su ser era que su larga y plateada cabellera temblaba ligeramente, haciendo que la corona de relojes, tuercas y tornillos de arriba siguiera su movimiento. Agarró su martillo con un poco más de fuerza, haciendo que su brazo metálico se despresurizara, liberando, a través de unos tubos pulidos, el gas de su interior a la irrespirable atmósfera de donde se encontraba.

Conforme el momento de silencio se extendía hasta la eternidad, finalmente habló.

—Ambas tienen razón. Simplemente ignorar nuestro tratado con ellos significaría una guerra en todos los frentes, y ese es un conflicto que sencillamente no podemos ganar, —exclamó su estruendosa voz mientras su eco reverberaba en la estancia—. Pero no hemos venido aquí por nada. Si no podemos lograr una verdadera unidad, ni siquiera cuando acordamos renunciar a nuestros conflictos para acabar con el mal mayor, entonces, ¿de qué servimos?

Hedwig se sentó tranquilamente, levitando a pocos centímetros del suelo oxidado. La Forja no había estado activa desde que los tres crearon una cáscara física para Mekhane hace miles de años, y parecía que la oxidación había hecho mella en el lugar al quedar desprovisto del toque sagrado de su deidad.

—Debe haber otra manera. Estoy segura de que mis hombres-

Nuestros hombres, —la corrigió Trunnion, cruzando sus dedos hechos de tubos, cables y tuercas, mientras la gigantesca pieza de relojería que le permitía mover la cabeza obedecía las órdenes de su alma—. E incluso con nuestras fuerzas combinadas, no somos nada sin Su santa presencia. Y así… —Con un brazo, tembloroso por el vapor que corría por sus venas, señaló hacia la ventana, más allá de la cual se encontraba el nuevo endoesqueleto y arsenal para su mensajero, a punto de ser configurado por el toque de su Dios—. … Será como destruyamos a la blasfemia que el hechicero se atrevió a traer, convocándola de nuevo a la realidad. —Ella prácticamente escupió al terminar la frase, haciendo rechinar cada palabra con sus dientes de bronce de berilio.

—Si tú lo dices… —Los otros dos no estaban seguros de si el sonido que salía del hardware de Hedwig era un suspiro simulado, o simplemente los pistones y válvulas que componían su cuerpo se despresurizaban debido al rápido calentamiento de la atmósfera.

Mientras el silencio inundaba la sala en la que se encontraban, los tres giraron los objetos moldeados para asemejarse a sus ya desaparecidos rostros mortales hacia el gigantesco taller que supervisaban. En una ráfaga de chispas, fundiciones, minas y trozos de Dios que encontraban su lugar entre la gigantesca maquinaria de trabajadores, se alzaba la sombra de una figura monumental, a la que se añadían placas y engranajes, como hormigas que llevan las hojas a su hogar. Alrededor de ella se extendían runas y rituales, listos para trasladar toda la máquina a donde los tres mesías ordenaran, en apenas un parpadeo de sus ojos artificiales.

Mientras los martillos caían y los yunques refinaban las piezas, los mil millones de hombres y mujeres que superaron su humanidad hace mucho tiempo se entregaban a la gran máquina, cargando, construyendo y bendiciendo incansablemente cada pieza que estaba a punto de formar el regreso de su maestro. Y entre ellos, si uno entornaba los ojos lo suficiente, tal vez podía ver algo, o mejor dicho, a alguien, dependiendo de cómo se enfocara la situación. Mientras cada trabajador y mago se esforzaba por formar una unidad, tal vez, pero solo tal vez, uno podía observar una forma que emergía de sus actividades, envolviéndolos en su santa presencia.

Un agujero con forma de dios, que susurra a sus seguidores con cánticos y canciones de engranajes.

Mientras parpadeaban con una expresión de ligera preocupación, uno de los tres profetas rompió la aparente tranquilidad del lugar, tan discretamente que dudó que los otros dos pudieran oírlo.

—Esperemos que nuestro sacrificio no sea en vano.

* * *

12 de Julio, 1998

La costa de la isla de Siros, Grecia

Inhala, exhala.

Al ver la horrenda bestia que se alzaba ante el coloso en el que estaba sentado, el piloto se estremeció. El visor del casco de Jacob sintió el aire expulsado de su cuerpo aún biológico, que se convirtió en vapor al entrar en contacto con las calcinantes temperaturas de la maquinaria en el interior del aparato. Cerró sus ojos de visión cuádruple, tratando de reunir toda la concentración, ahora difusa, que le era posible.

Jacob no era un guerrero, pero francamente, tampoco lo eran los cinco hombres y mujeres que estaban a su lado, en la mente del arcángel de engranajes. Aunque su cuerpo hubiera sido enriquecido con mil millones de mejoras y ajustes con los que Dios bendijo su alma, seguía siendo, en el fondo, un hombre honesto; no podía mentirse a sí mismo. Así que no se mintió a sí mismo, sino que obligó a su ser a sufrir cada una de las emociones que las partes de él, que aún debían unirse a la máquina sagrada, le infligían.

Con cada bocanada de aire que tomaba, sentía que el miedo y la incertidumbre recorrían cada parte de su cuerpo, envolviendo al piloto en sus frías garras. Pero, a pesar de ello, no sintió ninguna vergüenza. Forjó esa vergüenza en nada más que fe. Jacob estaba dispuesto a aceptar cualquier destino que Dios le hiciera vivir, fuera el que fuera. Sabía que WAN le miraba desde el cielo, orgullosa del hombre que era. Podía sentirla dentro de cada click de los engranajes que le rodeaban, podía oírla en cada latido de su torso de bronce, y podía saborearla en el aire metálico que llenaba la mente del mecha que había sido elegido para pilotar.

Mientras recibía el mundo de aquello que había sido, una vez más, sonrió imperceptiblemente, seguro de lo que debía hacer. Con un brazo firme, agarró la serie de palancas y botones que ocupaban su parte de la cabina, presionándolos con absoluta certeza, su mano prácticamente ardiendo por la sobrecarga de combustible que su fe le acababa de dar.

De repente, pero sin mucha sorpresa, el coloso empezó a correr, casi provocando un terremoto a su alrededor.

Manejando cada uno de los brazos y mil millones de sistemas que dirigían al guerrero bendito, la mente de Jacob se rompió en trillones de pedazos más, cada uno ocupado por otra cosa que requería su atención dentro del aparato. Si bien todos ellos, excepto uno, no podían permitirse ni siquiera un momento de respiro, el que sí lo hacía miraba hacia la oscuridad del Mar que tenía ante sí, intentando comprender lo que contemplaba. No era demasiado inteligente por sí mismo, ya que solo era una parte del gigantesco sistema que formaba el hombre que se hacía llamar Jacob, pero aún así, estaba seguro de que lo que veía era correcto.

El axolotl también empezó a cargar contra ellos.

Quinientos metros.

Antes de que esa única célula pudiera parpadear, la bestia saltó hacia delante, atravesando con su larga cola las olas que se atrevían a cruzar su camino. Estaba tensa, transformando con fluidez su horrible carne para convertirla en una estructura parecida a una alabarda, y repleta de espinas, púas y escamas que la decoraban desde la parte inferior del kaiju hasta la punta del apéndice. Pero, sobre todo, era afilada y mortal. Allí donde su caótico movimiento la llevaba, cortaba tanto las rocas como el agua, como si no fueran más que papel.

Jacob tragó saliva con fuerza.

Cuatrocientos metros.

Conforme saltaba una vez más, su vil carne vibraba de excitación, obligándole a emitir un ronroneo extasiado a través de su boca igualmente horrenda. Las líneas de dientes brotaron hacia fuera, permitiendo que una lengua de dos puntas se deslizara por el paisaje de la noche delante del demonio, como si se preparara para hacer trizas la armadura metálica de su enemigo.

Trescientos metros.

No hubo ninguna vacilación en el movimiento que los seis pilotos realizaron en apenas una fracción de segundo. Antes de que las neuronas pudieran dar su orden de movimiento a las partes aún biológicas del cuerpo de Jacob, toda su conciencia volvió a reunirse en una sola mente, lista para atacar con todo su poder. Uniéndose a los cinco restantes en sus acciones, el maxwellista accionó decenas de palancas y pulsó cientos de botones, superando con creces la eficacia y la velocidad con la que un humano estándar podría actuar.

Doscientos metros.

Cuando la criatura volvió a rugir en medio de la noche, el cuerpo del coloso obedeció la orden de sus comandantes. Más rápido de lo que un ojo normal podría notar, detuvo su carrera y reacomodó todo su cuerpo en una posición de batalla; el puño derecho, debajo del cual estaba el lanzallamas - hacia arriba, el que portaba la RESPUESTA - ligeramente por debajo. Se giró un poco hacia su izquierda para mirar al kaiju de frente. Segundos después, sus ojos, unos de pura luz que desgarraban la oscuridad, la lluvia y el viento con sus gigantescos reflectores, y otros de nada más que vacío, que formaban dos agujeros con forma de emoción en el cráneo de la bestia, se encontraron. El campo de fuerza que rodeaba la cabeza de la máquina volvió a brillar, envolviéndola en su burbuja protectora.

Cien metros.

Jacob se obligó a no cerrar los ojos; no se atrevió a parpadear, ni siquiera durante una fracción de segundo. Ahora mismo no había tiempo para la prudencia. Su personalidad se desintegró una vez más, fusionándose con los mil millones de cables y procesadores que estaban a su lado. Por un momento, se sintió tranquilo. Por un momento, se sintió seguro de su fuerza. Por un momento, supo que podían ganar.

Y entonces llegó el impacto.

Con una fuerza inconcebible, las garras de la bestia se clavaron en las piernas y los hombros del gigante de metal. La armadura de la máquina no era nada despreciable, pero incluso su poderío no era comparable con los miles de millones de pascales de presión que el demonio le aplicó en un instante. Cediendo a la inmensa fuerza de la carga, el mensajero de Mekhane trató de retroceder, solo para que las anclas de bronce tiraran de él, rompiéndose una de ellas en el proceso. Aunque sabía que no tenía músculos para sonreír, ni una mente consciente sin la pureza de la Máquina, Jacob podría haber jurado que el ajolote sonrió, pensando que ya había ganado.

Esa era su oportunidad.

En la abertura que les proporcionó, los seis pilotos golpearon como un trueno, obligando a la mano de Dios hacia delante con forma de puño de bronce, moviéndose con precisión impoluta hacia el pecho del kaiju, convocado por los motores nucleares que descansaban en sus nudillos. Antes de que el enemigo de Jacob pudiera reaccionar, la extensión de su brazo se abrió paso a través de su cuerpo putrefacto, forzándolo a retroceder a la velocidad de la luz, mientras una explosión que rivalizaba con el poder del rayo recorría su cuerpo. Se estrelló contra el fondo del mar mientras un ensordecedor crujido resonaba en la atmósfera que lo rodeaba, aún audible a kilómetros de distancia.

Pero luego, como si nada, volvió a surgir, mostrando sus dientes llenos de peste.

En cuestión de segundos, el ajolote volvió a correr hacia ellos, ignorando el gigantesco agujero aún humeante en medio de su cuerpo, como si no estuviera allí. Gritó hacia la noche con los susurros de un millón de años de conflicto, muerte y destrucción, con una furia visceral ante la audacia de las fuerzas unidas de Mekhane que se atrevían a no ceder ante su poder. Cuando este sonido llegó a los oídos de cada uno de los pilotos, un tornillo se introdujo en sus mentes,, tanto biológicas como cibernéticas, haciéndoles perderlo de vista por un momento.

Eso era todo lo que necesitaba.

Dirigiendo su cola hacia las piernas del coloso, el demonio atacó una vez más, esta vez con el poder multiplicado por diez que le proporcionaban su dolor y su ira. Destrozando la armadura de su enemigo como si nunca hubiera estado allí, provocó la entrada de agua por debajo de las rodillas de las extremidades del gigante, inundando sus salas de servidores en cuestión de segundos. Mientras los cables y las supercomputadoras alimentadas con magia más allá de la razón, que intentaban calcular las características exactas y el código de Dios, se encontraban con el agua salada del Mar Egeo, Jacob y los demás maxwellistas gritaron.

Al sentir y ver que cada parte de su ser expiraba lentamente, mientras eran literalmente forzados a salir de los archivos analógicos, el dúo no sintió más que pánico, incapaz de concentrarse en nada más. A medida que el demonio acuchillaba más los tobillos y las pantorrillas del coloso, simplemente no eran capaces de comprender la realidad, desenchufándose de la conciencia compartida que hacía que el gigante se mantuviera en pie. Y así, sin su apoyo, esas piernas cayeron, obligando al gigante a arrodillarse.

Sin boca ni mente para expresar su dolor, Jacob desgarró su propia alma inmortal con el poder de mil millones de conciencias en el estado de un limbo, intentando por todos los medios salir de su cáscara humana, ahora hueca. Gritó y gritó, en un último y caótico intento de agarrar cualquier palanca o botón que pudiera ayudarle. Pero, por mucho que lo intentara, no encontró ninguno a su alcance.

Con solo un 66.(6)% de energía restante en su sistema, el coloso extendió la mano derecha hacia adelante, y comenzó a calentar el plasma, ya hirviente, en el contenedor que tenía debajo. Las cuatro personas de fe restantes activaron frenéticamente el dispositivo, haciendo que su interior se derramara sobre el rostro sonriente del behemot Nälkä, que se encontraba ligeramente ante él. Antes de que los demás pudieran reaccionar, la bestia se unió a los hermanos en la ráfaga de gritos.

De repente, se echó hacia atrás, intentando por todos los medios quitarse la sustancia pegajosa de su asquerosa cara. Golpeando el fondo marino, clavó sus fauces en la arena, las plantas marinas y otros organismos ya muertos, para volver a emerger al aire en cuestión de segundos, dándose cuenta de lo inútil de su esfuerzo. Y así, con más rabia que antes, volvió a chillar en la oscuridad, con la cara totalmente plagada de lo que sea que sacara del agua.

Y, cuando la llama de plasma se apagó con un swoosh casi silencioso, el ser con el que luchaba el coloso reveló súbitamente un par de alas carnosas y pálidas, que salían de su carcasa, justo alrededor de su segundo par de patas.

* * *

02 de Julio, 1998

Sitio Provisional 31, Desierto de Aral, Kazajistán

La Dra. Judith Low no era la mayor admiradora de la gente.

Bueno, ésa no era la mejor manera de decirlo. No era la mayor admiradora de la mayoría de la gente. Había muchos a los que respetaba, por supuesto, pero el desafortunado consenso general para la mayor parte de la humanidad era una ligera aversión. Los peores infractores eran los individuos horribles, ruidosos y odiosos que trabajaban en las instalaciones más grandes de la Fundación, como el -17 o el -19. Del tipo de los que estallan en carcajadas al oír que eres un traductor o un científico de verdad en lugar de lo que sea que la Fundación se haya convertido en estos días.

Así que, naturalmente, cuando fue nombrada directora principal del proyecto de SCP-2406, una anomalía contenida en medio de la nada, le gustó bastante la decisión de su supervisor.

Durante casi diez años, estudió sin descanso el coloso de bronce que sus colegas recuperaron de lo que alguna vez fue un mar, acercándose cada día un poco más a lo que realmente era. Desde el amanecer hasta el anochecer, durante la mayor parte de una década, se acurrucó en torno a papeles y notas que la mayoría de la gente declararía sin sentido, analizando cada parte de la maravilla que eran sus grabados metálicos. Entre el personal de la Fundación se solía decir que no había que encariñarse demasiado con el trabajo, porque las emociones no combinaban precisamente bien con un trabajo de conspiración por encima de la ley, pero Low tenía que admitir que había algo en esta búsqueda de respuestas que le resultaba bastante emocionante.

Pero, a pesar de todo eso, el gigante de metal permaneció indiferente a sus esfuerzos. Por mucho que lo intentara, siempre permanecía inmóvil dentro de la gigantesca sala que habían construido para él. Ni un solo movimiento, ni una sola palabra. Solo el sonido eterno de su corazón nuclear bajo decenas de toneladas de metal, que llenaba, con un solo rayo de esperanza, las almas de todos los que se atrevían a escuchar.

A menudo se ha dicho entre el personal de la Fundación, entre los crueles, al menos, que Judith ha perdido el rumbo. Caminó entre los pasillos de Ion y su Klavigar, y Bumaro, y Hedwig, y la Legado durante tanto tiempo que perdió la cabeza, decían, insinuando en silencio que el origen de su rareza no era otro que la traición. Debía estar de su lado, susurraban, incapaces de comprender cómo alguien podía dedicar su vida a estudiar culturas tan antiguas y ajenas a ellos que resultaban totalmente incomprensibles, incapaces de ver el panorama general. Y, en cierto sentido, a veces se preguntaba si tenían razón.

Nunca se lo dijo a nadie por miedo a los amnésticos o a la designación SCP, pero en sus sueños, esos hombres tenían razón. Algo en su interior llamaba a la doctora en su inconsciente, mostrándole imágenes del coloso caminando por última vez para abatir alguna amenaza que se cernía en el horizonte. Nunca pudo saber qué era, no importaba cuántas veces repitiera ese recuerdo una y otra vez. Lo único que recordaba eran sus ojos reflectores, que se encendían dentro de la sala de contención con una chispa de pensamiento, una chispa de comprensión por lo que ella había hecho por él, agradecido por todo el trabajo que Low había puesto en él, listo para caminar en el Ragnarök que esperaba desde hacía tanto tiempo.

Y, en esos sueños, ella era uno de sus pilotos.

Siempre lo había descartado, creyendo que se trataba de una combinación de la locura habitual de la Fundación y de su avanzada edad, pero cada día que recorría los pasillos de acero del Sitio Provisional 31, tenía esa imagen silenciosa en la parte trasera de su mente. Cada vez que se cruzaba con el monstruo enjaulado, éste salía por una fracción de segundo de la celda mental en la que ella lo había metido, permitiéndole momentáneamente ver la maravilla que debía ser.

Siguió así durante casi diez años, siempre haciendo callar de algún modo el incómodo sueño. Pero el 03 de Julio de 1998, sintió que ya no podía retenerlo. Y así, en un arrebato de resignación y catarsis, miró a SCP-2406, ante ella, contemplando sus gigantescos y vacíos ojos que mostraban su reflejo. Por un momento, por primera vez desde que nació, se permitió soñar despierta, pensando en toda la maravilla que supondría que 2406 volviera a la vida.

Y, en esa fracción de segundo que tardó en imaginar lo que podría haber sido, el sitio de contención explotó.

Con la fuerza de un millón de soles, los ojos del coloso estallaron con nada más que luz pura, casi cegando a la científica con su fuerza. Ella parpadeó más veces de las que podía contar, pero cuando se recuperó, lo que estaba ante ella ya no era el frágil esqueleto de un defensor antaño glorioso, incapaz de hacer el más mínimo movimiento. Ante su vista se encontraba alguien realmente digno del título de Arcángel de Mekhane.

Revestido de una armadura pura y dorada, se mantenía en pie, con los brazos y la cabeza sustituidos por piezas de arte bellamente elaboradas. Representaban el verdadero poderío del gigante, ya no desgastado por los milenios que había pasado en el Mar Egeo, ahora iluminado por los neones maxwellistas que salían de su cabeza.

Judith no tuvo tiempo de discernir si estaba realmente despierta, porque en ese mismo momento, el gigante dio su primer salto en lo que parecía todo el tiempo del mundo, rompiendo las barras de refuerzo que pusieron a su alrededor como si no estuvieran allí. Con el gigantesco brazo que elevó hacia delante, rompiendo el hormigón y el metal que formaban la instalación oculta en las arenas en las que estuvo sepultada durante tanto tiempo, prácticamente vibrando de alegría.

Mientras su cuerpo, mejorado taumatúrgicamente, seguía destruyendo el lugar, Low se puso de rodillas, incapaz de moverse ni un centímetro. Podía sentir cada parte de quien era prácticamente gritando que siguiera a su hijo, pero sus pensamientos no le permitían tal acción. Sería traición. Y así, con el corazón encogido y casi con lágrimas en los ojos, se quedó allí, como una niña impotente a la hora de impedir que la obra de su vida se escapara de su alcance.

Pero antes de salir hacia el horizonte prometido para cumplir su predestinada voluntad, el gigante se detuvo un solo segundo, y su cabeza se volvió hacia la paralizada Low. Mientras el Sol se ocultaba en el lejano confín del mundo, sus ojos dorados reflejaron los hermosos rayos de luz que se presentaban ante él, y se quedó congelado en el lugar, con sus ojos clavados en la mujer que lo cuidó durante tanto tiempo.

Y, antes de que Judith Low pudiera decidir si debía llamar a la Seguridad del Sitio o no, el coloso se limitó a asentir, inclinando suavemente la cabeza en dirección a la mujer con nada más que aprecio, antes de proceder a marchar en silencio hacia el amanecer más allá de su celda.

* * *

12 de Julio, 1998

La costa de la isla de Siros, Grecia

Cuando el ajolote chilló una vez más, se lanzó hacia adelante, mostrando todo el poder de sus alas coriáceas. Eran gigantescas, de más de ciento cincuenta metros de longitud, y cubrían el cielo sobre el mar con una profunda sombra. Y, sin embargo, a pesar de esa horrible conmoción, el Coloso no reaccionó; permaneció silencioso e inmóvil, paralizado y de rodillas, con litros de agua salada vertiéndose en sus entrañas.

Sumidos en una cacofonía de gritos de Jacob, los cuatro pilotos se sentaron en silencio, incapaces de pronunciar una sola palabra entre ellos. Mientras sus pensamientos recorrían sus circuitos y engranajes, la bestia que tenían delante se abalanzó hacia delante a una velocidad que rivalizaba con la de la luz, agarrando el cuerpo del gigante con sus largas garras. Antes de que pudieran reaccionar, se precipitó hacia arriba, separando la cabeza y el cuerpo de su cintura y los servidores que había en su interior. En un momento, los sonidos de la agonía de los maxwellistas se callaron.

Volando hacia arriba, sus alas se agitaban, cortando las lágrimas de los cielos y las nubes que los rodeaban, solo acompañadas ocasionalmente por uno o dos relámpagos, que iluminaban lo suficiente el cielo como para que los cuatro restantes pudieran seguir viendo a la bestia a través de los parpadeantes ojos de las lámparas. En un último y desesperado intento de… no ganar, no, pero al menos un jaque mate suicida, uno de los hijos de Dios encendió la llama de Mekhane en su mano derecha una última vez. Explotó, solo para desaparecer un segundo después cuando la mano, ahora cercenada, se sometió a las leyes de la gravedad, provocando un tsunami local con su peso. El kaiju volvió a chillar mientras el olor a tejido quemado llenaba la zona.

En un arrebato de ira, movió su cola hacia adelante, en un intento desesperado de atravesar la burbuja protectora que rodeaba la cabina. El campo de fuerza no cedió, sino que cortó implacablemente capa tras capa de la horrible carne del demonio, ante su creciente furia. Cuando parecía que se iba a rendir, en un último esfuerzo por acabar con su oponente, la criatura lanzó su apéndice puntiagudo hacia el pecho del coloso, cortando justo la fuente de la fe del gigante.

Sin embargo, antes de que las luces se extinguieran, uno de los hombres de fe del interior hizo un último intento de contraatacar. Al pulsar el botón correspondiente, decenas de cohetes salieron disparados de los nudillos del arcángel, bombardeando al ser que tenía encima con un huracán de explosiones, arrancando trozos y trozos de su cuerpo. Aunque la onda expansiva era poderosa y también el daño que causaba, la bestia no cedió, sino que se aferró con más fuerza a lo que cargaba. Volvió a clavar su cola en el corazón de la máquina, pero sus alas eran cada vez más lentas, y su fuerza se agotaba a cada minuto.

Y sin embargo, a pesar de todo eso, en un solo momento, todo se oscureció.

Sin necesidad de palabras para explicar sus acciones, los cuatro pilotos se levantaron repentinamente de sus asientos, agarrando con cautela las llaves que colgaban de sus cuellos. Su forma real variaba, algunas tenían la apariencia de discos, otras de llaves inglesas y engranajes, pero su propósito era el mismo. Los cuatro dieron un paso adelante, hacia sus paneles de control aislados, y respiraron profundamente mientras introducían los objetos en el sistema central. Los ordenadores respondieron, preguntándoles a todos ellos si realmente querían llevar a cabo ese plan. Sin un rastro de duda, todos movieron sus llaves en el sentido de las agujas del reloj.

Y entonces, cuando Dios misma resucitó por una sola milésima de segundo, el mundo llegó a su fin.

* * *

03 de Julio, 1998

Donde Dios se Encuentra, Más allá del Espacio y el Tiempo

—¿Madre Hedwig? —Exclamó Jacob Keita, siempre tarareando sobre la gloria de su Señora con su voz electrónica.

En un segundo, la líder maxwellista se volvió hacia él, deteniéndose brevemente en su marcha por el infinito con sus dos hijos.

—¿Sí, Jacob?

—Me pregunto, —dijo, dirigiendo la ilusión de ojos que tenía en su cabeza hacia las afueras del agujero de gusano de teletransportación. Ardía con un millón de colores que no podía comprender ni siquiera con sus mejoras, escapando siempre a su vista mientras recorrían las líneas más allá del espacio y el tiempo. Momentos después, apartó su visión, reanudando su camino hacia la otra parte del portal, situada en el mensajero de Dios a punto de ser revivido—. ¿Por qué trabajamos con herejes?

Ella sonrió con una expresión triste, agarrándolo por los dedos de diodos. Él, Hedwig y el tercer creyente continuaron así, en silencio, mientras él podía oírla recopilar información dentro de sus discos duros e intranet.

—Bueno, —comenzó en voz baja, mirando a la distancia—. ¿Has oído hablar de la Primera Guerra Oculta y de la ruptura de Dios, Jacob?

Él se mofó, casi insultado de que eso fuera siquiera una pregunta.

—Por supuesto, estoy muy familiarizado con ello. Sin embargo, no veo cómo eso justifica que nos unamos a un grupo al que WAN no encontraría más que repulsivo-

Ella le miró profundamente a los ojos. Por un momento, las dos representaciones de quienes eran, en sus pantallas, se cruzaron. Sintió que una chispa recorría su columna vertebral.

—Entonces, ¿por qué crees que nuestra Dios se rompió? ¿Qué podría posiblemente obligar a un ser omnisciente e infinitamente poderoso a rendirse?

Él no estaba seguro de a dónde quería llegar con esto.

—Bueno, cuando luchaste contra el Rey Hechicero de Adytum en la cima de las colinas podridas de la tierra Nälkä, derribaste a Ion con tu espada de plata, y Dios te prestó todo su poder. Eso-

Con un suspiro silencioso, sacudió lentamente su cabeza.

—No, —dijo en voz baja, mirando al suelo ante ella—. Eso no es lo que pasó, Jacob.

—Yo… ¿Qué? —Levantó la ceja metafórica, el otro acólito se unió a él en el gesto—. ¿Qué quieres decir, Madre?

—Todos te mentimos, amigo. —Dijo, provocando una reacción de puro impacto en sus rostros—. Yo, la Legado y Bumaro… todos te hemos engañado. ¿Nunca te has parado a pensar por qué hay tres versiones de la historia, cada una de las cuales imagina a otra persona como la figura del mesías en el duelo final?

—Bueno, siempre supuse que no eran más que mentiras y propaganda herética, pero-

—No, Jacob. Es porque todos juntos matamos a Ion. Mi espada, los hechizos de la Legado, y el martillo de Bumaro, forjados juntos en una herramienta de justicia. Derribamos al Rey Hechicero con nuestras fuerzas unidas.

—Entonces, ¿por qué…? —Intentó interrumpir, sólo para ser detenido por el largo dedo de ella silenciándolo en sus inexistentes labios.

—Porque actuamos como niños. Nos peleamos por quién debía liderar nuestra nueva Iglesia ahora que habíamos olvidado nuestros anteriores pasos en falso, y finalmente hicimos que el arma de Dios- no, no el arma, Dios misma, manifestada en nuestro acero, se rompiera a causa de nuestra rabia. —Agarró a Jacob por los brazos—. Matamos a Dios, Jacob. Matamos a Dios porque no pudimos aliarnos. Hicimos que nos abandonara porque no pudimos ser unirnos.

Un silencio sepulcral invadió de repente los pasillos, obligando a los tres a detener sus pasos.

—Pero… —Jacob retomó la palabra con un tono cuidadoso—. ¿Por qué me dices esto? ¿Por qué me lo dices ahora, Madre?

Ella hizo una pausa, respirando profundamente.

—Porque nos ha costado tres mil años volver. Tres milenios enteros para superar nuestras peleas sin sentido, en un segundo y último intento de unirnos.

Él levantó una ceja una vez más.

—Y no podemos permitir que vuelva a ocurrir lo mismo. No después de todo lo que nos costó volver aquí. Porque si nos unimos, nos unimos para bien. Si no, Su sacrificio solo habrá sido en vano.

Jacob no hizo ningún comentario, sino que continuó su camino hacia el otro extremo del portal. Sin embargo, a pesar del silencio de su voz, sus discos y procesadores estaban trabajando duro, tratando de entender lo que se le acababa de revelar.

* * *

13 de Julio, 1998

La costa de la isla de Siros, Grecia

Cuando la realidad volvió a recomponerse, lo que pareció una eternidad más tarde, Jacob abrió los ojos de repente, parpadeando con nada más que confusión. Una dulce brisa irrumpió en el azul claro por encima de él, llenando su nariz con el olor de las algas y la sal. Levantó la vista, pero se encontró incapaz de hacerlo, dándose cuenta de que su cuerpo estaba enterrado bajo toneladas de metal, procedentes de lo que parecían ser los restos de lo que alguna vez había sido su Coloso dorado, ahora completamente devastado por… algo. Parpadeó una vez más, masajeando su sien con las manos, afortunadamente libres, dándose cuenta de que no tenía ni idea de lo que había pasado.

A la vez que el maxwellista miraba a su alrededor, se sintió… tranquilo. Sí, tranquilo. Por primera vez en años, sintió que todo estaba bien. Acompañado por el suave murmullo de las olas que bañaban las partes inferiores del arcángel ya muerto, miró hacia el pacífico Mar Egeo que tenía delante. Con toda la fuerza que pudo reunir en aquel cuerpo que de alguna manera sobrevivía, escudriñó hacia el horizonte en la distancia, notando una muy clara dispersión de miles de millones de trozos de carne en descomposición, arrojados a dondequiera que veía. Estaban inmóviles. Lo único que rompía la monotonía de ese paisaje eran los restos de un gigantesco brazo de bronce a kilómetros de distancia, con su extremo destrozado y visiblemente carente de… ¿qué, exactamente?

Intentando recordar lo que se suponía que debía contener el brazo izquierdo, Jacob se concentró en su memoria, sin encontrar nada más que un agujero en el interior. Buscó en una base de datos tras otra, y se dio cuenta de que había un cráter enorme donde debían estar las últimas doce horas. Comenzaba tras la inundación de los servidores y terminaba unos minutos antes del momento en el que se había despertado. Una vez más, miró hacia el apéndice cortado, notando un aparato limpio y sagrado en su extremo. O, mejor dicho, la falta del mismo.

Y fue entonces cuando sintió un dolor agudo que le atravesó la frente.

Tratando de evadirlo cerrando los ojos, el creyente fue recibido por una luz tan densa que pudo sentir cómo sus servidores se desconectaban literalmente en respuesta a esa cantidad de información, haciéndole soltar un triste gemido de agonía. Ardía como el mismo infierno, desollando, capa tras capa, cada parte del ser que rodeaba su alma, hasta que no quedó más que aquello que le hacía ser quien era. Al ver el camino, la luz entró, bailando con una danza de armonía y engranajes.

Y fue entonces cuando recordó.

Un conjunto de cinco imágenes, no, experiencias, cada una más confusa que la anterior. Vio cómo los cuatro pilotos restantes sacaban sus llaves, activando la RESPUESTA en un último esfuerzo por vencer a su oponente, mientras su máquina se convertía en Dios. Sintió cómo la explosión de la realidad destrozaba a la bestia y al gigante de metal cuando trascendía a la humanidad por última vez, poniendo en contacto una chispa de Mekhane con el mundo físico. Saboreó la luz, no, la ininterrumpida presencia de algo más grande envolviendo el vehículo en su bendición y sonrisa. Oyó cómo esa entidad le tocaba, cosiendo las conexiones cortadas en su cerebro una a una con sus propias y cuidadosas manos, reconstruyendo su alma. Y entonces, al final, sintió que su ser se veía obligado a vivir una vez más, al ser expulsado de la conciencia colectiva que rodeaba a su Maestra.

Y entonces todo se detuvo.

Con una brusca respiración, abrió los ojos, saliendo de su prisión en ruinas. Jacob se tocó la frente de nuevo, dándose cuenta de que la presencia había desaparecido. Volviendo los ojos hacia el mar abierto por segunda vez, se dio cuenta de que el brazo ya no estaba allí, ahora sustituido por algún recuerdo lejano, una olvidada promesa de paz entre… alguien. No sabía qué significaba todo aquello, pero le parecía bien.

Mientras los pájaros cantaban y el Sol ardía, dirigió su vista hacia el cielo que estaba directamente sobre él. De repente, se vio interrumpido por el murmullo de un trillón de drones, descendiendo para él y sus hermanos desde los Cielos de la unidad. Por un momento, sonrió, reconociendo la inconfundible presencia de la Madre Hedwig, que irradiaba una fe inigualable.

Y mientras la mujer lo tomaba en brazos, llevándose a Jacob, éste miró hacia el Coloso aún sin ser roto. Miró como las fuerzas de Dios recogían a los cinco restantes, tratándolos como si fueran y siempre hubieran sido sus aliados. Como si fueran ellos.

Y, por ese único momento, pensó que tenían razón.

Los Colosos fueron construidos con Su Esquema.

Los Colosos fueron construidos para defender.

Bebimos profundamente la sangre plateada de MEKHANE.

Su sacrificio no fue en vano.


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