El Hombre Que Vendió Al Mundo.

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El hombre que algún día será conocido como Salvador despertó en un campo de cadáveres. El piso estaba oculto detrás de la alfombra de sangre y carne. Hombres, mujeres y niños yacían masacrados, apilados los unos a otros como basura desparramada. Se miró hacia abajo. Su cuerpo desnudo estaba pintado de rojo con sangre. No parecía haber sido él.

Se posó entre el espacio de dos edificios, más largos que cualquiera que haya visto nunca, viéndose lo suficientemente alto como para rascar el mismo cielo. El aire nocturno era denso debido al olor a putrefacción y polución. Mientras miraba a su alrededor, destellos de memoria vinieron a él. Una nave navegando por el furioso mar. Una serpiente cuyas espirales se extendían a través de un país entero. Una Reina loca llevando miles a la muerte con una sola palabra. Y su nombre- Alarath, Séptimo Señor-Erudito De El Imperio Daeva. Pero nada sobre donde estaba, o como él llegó a estar acá.

Alarath se arrodilló para examinar el cuerpo más cercano. La carne estaba mutilada más allá del reconocimiento, pero las heridas eran diferentes a cualquiera que haya visto antes. Miles de pequeños agujeros cubrían la piel, demasiado redondas incluso para ser heridas de puñaladas. Le dio la vuelta al cuerpo y miró docenas de lesiones similares. ¿Qué arma podría haber causado esto? Se movió hacia el próximo cuerpo. Y también había sido mutilado por esas extrañas lesiones.

Un objeto entre los cadáveres atrajo su atención. Sacó un bolso café manchado de sangre entre dos cuerpos. Y una tarjeta blanca estaba sujeta al final. Se leía, en un lenguaje que él no podía reconocer pero de alguna forma entender, “Nosotros esperamos que esto te guíe en tu viaje hacia la verdad.” Él dio vuelta la carta. Dibujado en la parte de atrás había una imagen de un ojo de media pupila.

En el bolso había dos cordones que él los jalo para abrirlo. Desparramó un paquete de ropa negra y dos dagas envainadas. Él movió sus dedos a través de la ropa. Era más fina que cualquiera que haya visto en su tiempo con los Daeva, ligera y suave. Bordado en el pecho de la polera estaba el mismo ojo de la media pupila de la carta. Se puso atuendo en él. Sus dobleces captaron la luz de las estrellas, brillando cuando la ropa se movía. Se dirigió hacia las dagas, tomando una en su mano. La sintió perfectamente balanceada en su empuñadura. Él hizo unas tentativas estocadas, y se sintió como una extensión de su brazo. La desenvainó y gentilmente presionó su pulgar contra la hoja. Cuando retiró su dedo hacia atrás, vio una pequeña línea de sangre fina.

El sonido del cristal rompiéndose lo hizo mirar hacia arriba. Dos jóvenes se pararon en la entrada del pasaje, mirando hacia él con los ojos muy abiertos. Ellos sujetaban botellas de cristal, y estaban vestidos con ropas de llamativos colores como ninguna armadura que Alarath haya visto antes. Antes de que ellos pudieran reaccionar, él se precipitó. Tomó uno del collar y lo empujó contra el edificio. Y puso su daga sobre la garganta del otro.

“¿Donde estoy? Le gruño. Las palabras que vinieron de su garganta no eran la lengua Daeva, pero él les entendió su significado. Otro misterio por desentrañar.

Él joven que sujetaba comenzó a balbucear “Por favor por favor por favor, yo solo quería tomar un trago, por favor solo porfavor, déjame ir lo siento por favor-”

Alarath miró entre ellos y resoplo en disgusto. Dejó caer sus manos. Los jóvenes liberados se alejaron. Claramente este lugar no sabía cómo entrenar a sus hombres debidamente. No importaba. Debía encontrar respuestas de alguna otra forma. Él tomó la nota del bolso. ¿Un viaje hacia la verdad? Un pensamiento placentero. El encontraría sus verdades. Entonces podría matar a quienes lo trajeron a acá.

El hombre que alguna vez fue llamado Destructor dio sus primeros pasos hacia el nuevo mundo.

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