El Keterlord suspiró, se desplomó en su asiento y miró a través de su vaso casi vacío la pulida superficie de madera de la barra. Hoy era su cumpleaños, pero nadie en el trabajo se había acordado o molestado en reconocerlo.
No se sentía muy parecido a un Keterlord en este momento, ni mucho menos a un señor de nada en realidad, sólo otro empleado de la Fundación que marcaba tarjeta cada día y que ahora bebía para olvidar hasta que llegara el momento de marcar tarjeta nuevamente mañana.
Despreciaba el apodo. Había llegado a él como una burla a causa de cierta, lamentable pregunta que había realizado durante su segundo día en la orientación en el sitio 19. Y se le había pegado. Incluso ahora, casi cinco años después, él estaba seguro de que al menos algunos de sus colegas no sabían su verdadero nombre.
"Jodanse", murmuró, antes de beber hasta la última gota de su trago y empujado el vaso vacío hacia el camarero: "Otro whisky” —ordenó. Estaba tan acostumbrado a ser tratado como "Keterlord" o "El Keterlord" que a veces se sentía más real para él que la forma en que su madre lo llamó.
Esa pregunta fatídica durante la orientación le había parecido bastante benigna en el momento en que él la hizo. Después de todo, él llevó a cabo un doctorado en Ciencia de los Materiales en el MIT. Él simplemente había sentido curiosidad por la elección de los metales en algunas de las celdas de contención de clase Keter. Pero la redacción de la pregunta "¿No crees que sería mejor si …"—le había hecho sonar como un sabelotodo, como un niño confiado tratando de reafirmar su autoestima con chulería desenfadada.
Pero el Keterlord había demostrado ser, con el tiempo, a pesar de esos primeros meses de asignaciones de segunda categoría y supervisores tomando crédito por su trabajo, muy eficaz en lo suyo. Él había diseñado un sinnúmero de aleaciones, polímeros y materiales compuestos para satisfacer las necesidades siempre crecientes de la Fundación. Desde un tejido que podría detener cuchillos a una cantidad suficiente de un plástico resistente al moho en las armas de fuego, él produjo nuevas patentes como si fueran informes de laboratorio. Sin embargo sus compañeros se burlaban de él con ese apodo, aunque su trabajo producía celdas de contención lo suficientemente fuertes como para encerrar al mismo Dios.
El Keterlord sonrió ante ese pensamiento mientras sorbía su bebida. Dios desciende a la tierra con trompetas sonando y la rabia del fuego sagrado, sólo para que la Fundación lo capturara y lo encerrara en una celda de cinco por cinco metros. Los profetas tendrían "Amnésicos Clase C", por supuesto, que a su entender era sólo el último eufemismo de los O5 para una bala en la cabeza.
Apuró el whisky restante y empujó el vaso hacia adelante. Al mirar a los lados para encontrar al camarero, se dio cuenta de una mujer en el otro extremo de la sala, sentada sola en una mesa, y mirando en su dirección. Podía ver los ojos verdes detrás de sus gafas de tecnócrata bordeadas de negro. Su cabello castaño oscuro contenía unos mechones grises, unos tonos más claros que su traje gris.
El Keterlord la desnudó en su mente ayudado por el whisky. Ella le resultaba familiar… ¿La había visto en el sitio 19? ¿Tal vez en otro lugar? Antes de que pudiera ubicar el lugar en su memoria, ella estaba apoyada en la barra junto a él, y él pudo sentir el calor a su lado a través de la chaqueta.
"Se que trabajas en la granja”—dijo.
"Yo no…"
"Relax. Yo también, y sé que tú me reconociste de allí" —Ella sonrió y levantó dos dedos para señalar al camarero, que deslizó dos vasos llenos.
"¿Un día difícil?" —preguntó ella.
"No quiero hablar de ello."
"Eso está bien" —dijo ella, entregándole uno de los vasos.
"Gracias" —dijo, vaciando de nuevo la copa en un solo movimiento— "No te he visto aquí antes. ¿Cuál es tu…?" —el Keterlord se detuvo a media frase cuando sintió que el licor le golpeaba la corriente sanguínea, "…el", pero no pudo articular la última palabra.
"¿Estás bien?" —preguntó ella con una mirada de preocupación.
“Yo" —su visión comenzó a desdibujarse— "Yo…"
Lo último que vio fue una discreta sonrisa en el rostro de la mujer, entonces todo se volvió negro.
Se despertó violentamente cuando un cubo de agua helada se derramó sobre su cabeza, la cual le dolía terriblemente, sentado en una silla de frío metal en una habitación oscura.
"¿Dónde estoy?" —Dijo él— "¿Qué es esto?" —entonces se acordó de la mujer de gris, la que le había dado la bebida.
La habitación estaba completamente a oscuras, y mientras sus ojos se adaptaban, lo único que podía ver eran las siluetas de varias figuras en la oscuridad. Intentó moverse, pero sus muñecas estaban esposadas a la espalda, y él había sido atado a la silla con gruesas correas de nylon. Oyó voces susurrando.
"…Creo que está despierto… no te acerques demasiado…"
"EL GRAN Y ASOMBROSO KETERLORD, supongo!" —una voz resonó en la oscuridad.
"No soy…" —él sintió que las lágrimas brotaban de sus ojos.
"No trates de negarlo" —una voz lo interrumpió— "Sabemos lo que eres, Keterlord, y ya perteneces a nosotros."
"Usted no entiende" —dijo el Keterlord — "Yo sólo soy un-"
"¿Solo un qué?" —dijo una tercera voz — “¿Un monstruo? ¿Un arma? ¿Un juguete en manos de su amada Fundación?"
"¡No!… Quiero decir, espera… ¿qué?"
"¿Un Dios?" —dijo una de las voces— ¿"Un inmortal? Un de…"
"¡Alto!" —gritó el Keterlord— "Sí… sí… YO SOY EL KETERLORD!" —oyó pies arrastrándose con nerviosismo a su alrededor— "Y tienen que liberarme ¡ME LIBERARAN O…! O lo haré yo… Yo, ummm… Destruiré sus mentes con… con… FUEGO… ¡Sí, con fuego!"
Siguió un largo silencio.
"¡Imposible!" —gritó una de las voces— "¡Porque estamos llevando una armadura hecha de la aleación anti-telekinética mas pura!"
"Jefe, eso no es del todo…"
"¡Cállate, cállate, cállate! ¿Sabes qué, muchacho? !Joder! ¿No se puede tratar a alguien con un poco de maldita improvisación?!?!"
"Esto es vergonzoso. Carl, sólo enciende las luces ya."
Las luces se encendieron y el Keterlord se dio cuenta de que estaba en una habitación llena con sus compañeros de trabajo. Un gran pastel de mil hojas colocado en la mesa frente a él.
"¡Sorpresa!" —gritaron, algunos con más entusiasmo que otros.