El Divergente

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Había una tormenta. El cielo estaba repleto de nubes y a cada segundo se podía oír el grito de un relámpago hasta la más ínfima parte de la isla. El mar azotaba contra la costa cual bestia enfurecida; quizás esa era la advertencia más clara sobre lo que se avecinaba desde la lejanía, aquella criatura dispuesta a devastar cualquier cosa que se encontrara en su camino. En poco tiempo pudo ser observada a simple vista: Sus escamas brillaban como los espectros de los navíos que había arrastrado al mar, y sus tentáculos le precedían, solo aumentando la ominosidad del ser, de esa aberración acuática, más profana incluso que todas las demás.

En otro tiempo, en otra vida, la Perdición habría caído sobre la mítica tierra de Hy-Brasil de forma inevitable. Se hubiera tratado de la fuerza imparable, pasando a través de bosques y edificios como si de meros juguetes se trataran. Todo hubiera sido una de las mayores catástrofes de la historia. El hogar de las hadas nunca se habría recuperado, y millones habrían perdido la vida.

Sin embargo, hoy no era ese día.

Hoy era el día de la leyenda, el momento en el que la humanidad desafiaría a la tempestad. La hora en que decenas de años de trabajo culminarían finamente. Los esfuerzos de los caídos en la batalla recibirían su recompensa, y se demostraría de forma absoluta que nada fue en vano.

La isla esperaba ansiosa al monstruo en la distancia. Aguardaba, lista para defender sus vastas maravillas.

Porque hoy era el día en que el maldito Kraken Cocodrílico iba a recibir un puñetazo en la jodida cara.


El titan miraba hacia el horizonte. Medía más de cien metros de altura y era la máquina más gloriosa jamás creada por el Centro. Cientos de anomalías habían sido utilizadas para su invención, además de los miles de personas que apoyaron en el proyecto, dejando de dormir durante semanas enteras con tal de estar preparados cuando el momento llegara. Describir a detalle al Último Pugilista se trataba de una tarea imposible: Bastaba con mencionar sus dos colosales guantes de boxeo rojos de acero, apostados a cada lado de su cuerpo, así como la gigantesca bata blanca que portaba sobre su cuerpo, la cual se quitaría en cuando se presentara su oponente.

La Dra. Mikasa Kaori observaba la apoteósica escena desde el palacio del Alto Rey Nuada Airgetlám VII, donde había situado su puesto de operaciones. No era nada practico, en realidad. Había tenido que hacer muchos ajustes en el equipamiento y la maquinaria para poder monitorear la pelea desde ahí; se trataba, en cambio, de algo simbólico, pues sabía que, si el Divergente llegaba hasta el castillo, ya no importaba lo que hicieran, todo estaría perdido.

El Divergente. Así se refería Kaori al demonio. Tras pasar toda su vida estudiando el mar en busca de maneras para combatir la amenaza selacimorfa, algo le había quedado claro: Abajo había cosas grandes. Animales de gran tamaño, todos aliados de los tiburones y con la suficiente fuerza para enviar a la raza humana de vuelta al abismo. Iniciar el Proyecto ANZUELO no había sido fácil, pero había sido lo correcto. Cuando los submarinos de vigilancia avistaron a la Entidad Selacimorfa Tipo-Divergente Número 0851, ella simplemente había dicho:

—Golpeemos al Divergente.

En el balcón, la lluvia la empapaba por completo, pero ella permanecía quieta, expectante. La protección mágica había caído hacía ya mucho, pero a la mierda la suerte. Ellos tenían puños, y eso era lo único que importaba.


—Contacto inminente, asumiendo posición —la voz del capitán Perseus sonaba fría a través de la radio. Kaori sabía que él tenía miedo, aunque nunca lo admitiera. Allá arriba, a bordo de la cabeza del Último Pugilista, el capitán Perseus era presa de un sinfín de emociones, todas lógicas e ilógicas a la vez. Sentía miedo e ira, emoción y pánico, terror y valentía. Él nunca viviría otro día como ese.

Se oyó un trueno superior a los demás conforme el centinela se movía y dejaba caer su impoluta bata blanca sobre un bosque, aplastando innumerables árboles como si nada. En perspectiva, este evento no tenía relevancia si se veía al enemigo acercarse, ya a unos pocos kilómetros de la costa. El Último Pugilista avanzó, primero con pasos cortos y luego con grandes saltos que estremecían toda la isla. El capitán Perseus se dirigía hacia el mar, para encontrarse con el Divergente apenas arribara y así ponerle un final lo antes posible. Parecía que el corazón iba a salírsele del pecho a cada instante.

Finalmente, la bestia llego. Cuatro de sus horrendos brazos se aferraron a la tierra implacablemente. Utilizó sus tentáculos para enderezarse y erguirse en todo su esplendor. El Divergente soltó el rugido de un dios, un sonido tal, que mucho años después todos los habitantes de Hy-Brasil lo seguirían escuchando en sus pesadillas.

Un gran torrente de llamas azules iluminó el cielo, salidas de la boca del mismo infierno.

—Que nuestros ancestros nos amparen —dijo el Alto Rey Nuada, mientras caminaba al lado de la Dra. Kaori—. Esta noche, Hy-Brasil será testigo de un grandioso combate.


El primer golpe fue un uppercut; el capitán Perseus le cerró la boca al Divergente en mitad de un rugido. Después, el brazo izquierdo del robot gigante fue a por los ojos de la criatura, y luego ésta recibió un golpe más en el abdomen. Las extremidades del animal eran demasiado cortas para defenderse, pero pronto sus tentáculos empezaron a hacer todo el trabajo. En medio de un movimiento, el Divergente sujetó a su adversario por el tórax, y posteriormente por su antebrazo izquierdo, para entonces jalarlo en dirección al mar.

—¡Acaba con ese bastardo! —Gritó Kaori por la radio, impotente ante la escena frente a ella.

—Negativo —recibió como respuesta—. Es demasiado fuerte, y no parece querer soltarse a pesar de los puñetazos que…

—¡No te lo pregunté, hijo de puta, es una maldita orden!

Perseus miró a su alrededor. Los monitores dentro de la cabina lo acosaban con incesantes avisos de peligro, pero sabía que entre todo el ruido y las luces destellantes había una solución a su problema. Tras lo que le pareció una eternidad, lo encontró: Una palanca ubicada a su derecha. La sostuvo con su mano, pero dudó. ¿En verdad estaba obligado a hacer aquello? ¿Finalmente se tendría qué reducir a una estrategia tan rastrera? ¿Acaso era mejor la muerte que traicionar sus principios más antiguos?

—Perdóname, padre. —Murmuró—. Sé que te decepcionaré, pero el mundo del deporte siempre tiene que avanzar.

Jaló la palanca.

Sin previo aviso, el centellante cuerpo del Último Pugilista dobló las rodillas y saltó. Su pierna derecha trazó una parábola en el aire y fue a estrellarse contra el costado de la cabeza del Divergente, para luego contraerse y aterrizar de vuelta en el suelo. Tal movimiento ocasionó un devastador terremoto que destrozó algunas viviendas cercanas, pero el Divergente detuvo su avance, aturdido. Perseus gritó de alegría.

—¡Kickboxing, hijo de puta!

—¡Eso es, maldita sea! —El Alto Rey Nuada lanzó un puñetazo al aire, incapaz de contener su fervor.

El Último Pugilista acertó un nuevo golpe en las fauces del monstruo, rompiéndole múltiples colmillos y logrando que por fin le soltara del todo. Dio un par de pasos atrás para mantener la distancia.

La bestia soltó una llamarada de fuego azul hacia la cabina del robot, que apenas pudo protegerse del ataque. Sin embargo, sirvió como distracción para la posterior embestida que realizó el Divergente. Ambos titanes cayeron al suelo en un sinsentido de puñetazos y tentáculos. Y repentinamente, ocurrió algo que nadie jamás esperó que ocurriera. La Dra. Kaori no pudo contener un grito de pánico cuando el Divergente lanzó una de sus extremidades y golpeó estridentemente la cabina de Perseus.

—¡E-Está contraatacando! —Grito este último por la radio al tiempo que recibía más y más puñetazos por parte del Divergente—. ¡I-Imposible! No debería…

—¡Mantén la calma! —Gritó Kaori de vuelta—. Si esa bestia cree que puede acertar mejores puñetazos que tú, entonces demuéstrale lo contrario.

—¡No puedo! ¡Me tiene sujeto al suelo! Los brazos no pueden levantarse lo suficiente.

—Entonces… Tendremos que usar el proyectil. Aguanta un poco más. —Kaori se volvió hacia el Alto Rey—. Traigan el proyectil.

—¡Traigan el proyectil! —El Alto Rey ordenó a sus guardias, quienes salieron corriendo hacia algún lugar de los pisos inferiores. Al poco tiempo volvieron con un aparato de lo más extraordinario.

Se trataba de una especie de ballesta gigante, aunque sin ningún mecanismo que permitiera lanzar el proyectil sujetado en su parte superior. En la parte inferior, una palanca permitía subir y bajar el mismo proyectil, y otra más moverlo de derecha a izquierda, de forma que se podía apuntar a cualquier blanco que se deseara.

El proyectil en sí era un gigantesco tiburón blanco, que se agitaba intentando liberarse. Estaba de espaldas, con la cola dando al balcón.

—¿Es esto lo que usted llama Proyecto 446, doctora Kaori? —Pregunto el Alto Rey.

—Así es. Antes, la Operación Datelavuelta no era tan extravagante, pero necesitábamos algo para fallar menos tiros.

—Entiendo. ¡Apunten al monstruoso behemot! —Los guardias obedecieron—. Ahora, si me lo permite, doctora Kaori, me gustaría ayudar a salvar mi nación.

—Oh, con gusto. Mi técnica esta un poco oxidada, de todos modos.

—Aquí voy, a un lado.

El Alto Rey Nuada Airgetlám VII se acercó al dispositivo y, usando toda la fuerza que tenía en su interior, aumentada mil veces por la devoción que tenía hacia su pueblo en peligro, lo golpeó de tal forma que se dio la vuelta y salió volando en dirección al Divergente a una velocidad incalculable. El monstruo nunca lo vio venir. Únicamente sintió cómo se estrellaba contra su frente y lo aturdía otra vez.

El Último Pugilista aprovechó la situación y se quitó aquel ser de encima con un certero golpe. Volvía a estar en pie y esta vez no estaba dispuesto a caer.

Fue rápido, para no permitirle ningún ataque a la criatura. El capitán Perseus desató su furia contra el Divergente, soltando un puñetazo tras otro sobre sus fauces. Con cada impacto, más y más sangre salía de su boca, y más crujidos se oían entre la tormenta. El ultimo golpe pue un uppercut, y el Kraken Cocodrílico cayó al suelo, muerto.


Los primeros rayos del alba cayeron sobre la isla como una gracia divina. Las aguas comenzaban a calmarse; ahora solo acariciaban la costa débilmente con el movimiento de la marea. A lo lejos se podía oír a las gaviotas y a otros animales fantásticos endémicos de los bosques de Hy-Brasil.

El titan metálico se alzaba hacia el cielo, triunfante. El cadáver del Divergente se extendía ante él, como la prueba de la lucha que acababa de tener lugar. Perseus lo observaba desde la cabina, pensativo. Probablemente se lo llevarían para estudiarlo y mejorar el siguiente modelo del mecha. Probablemente algunos grupos robarían lo que pudieran e intentarían obtener su propia ganancia. Probablemente Hy-Brasil conmemoraría el día, realizaría una fiesta con él y Kaori, y luego volvería a la vida normal.

Probablemente aparecerían más divergentes, dispuestos a vengar a su hermano caído.

Perseus sabía que la guerra no había hecho más que iniciar. Estaría preparado. Pasaría día y noche en los simuladores, tratando de corregir los errores que casi le costaron la vida. Mejoraría. No iba a permitir que ninguna cosa se adueñara de la superficie.

Sin embargo, en ese momento, él había ganado. El Último Pugilista había sondeado, pegado y conquistado. Había demostrado su superioridad indiscutible sobre los selacimorfos. Se había enfrentado al océano mismo y había vencido.

El coloso alzó ambos brazos, como la letra v de la palabra victoria.

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