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Dentro de un hospital psiquiátrico, una mujer veía un monstruo. Una criatura con una cabeza esférica, cubierta con cientos de ojos. Ella ya había gritado cientos de veces, pero la misma naturaleza del lugar donde estaba le impedía ser escuchada. El monstruo la observaba, pero no parecía querer atacarla.
No era la primera vez que la mujer veía el monstruo. Esa cosa era la causante de que ella estuviera en ese lugar, pero eso ya no era algo importante a estas alturas. Recordaba haber disparado algún tipo de arma. Recordaba haber oído gritos y después… un entorno que nunca dejaba de ser blanco.
Pero la criatura nunca la había dejado de observar.
Y mientras el monstruo empezaba a abrir su cabeza, enseñando unas mandíbulas cuyos dientes tenían aún más ojos, la mujer comenzó a gritar otra vez.
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En un callejón, un vagabundo abría un bote de basura buscando algo qué comer. Había veces que se ponía a pensar sobre lo que antes fue su vida, pero a penas percibía algún destello. Si un psicólogo adecuado le hubiera revisado, se habría percatado de que, entre otras cosas, empezaba a tener Alzhéimer. Pero, ¿acaso eso importaba?
Escuchó un sonido raro detrás de él. Se volteó, para percatarse de que sólo había sido Tom, su gato. Se lo había encontrado hacia ya unos meses, y había decidido tratar de cuidarlo.
En el bote de basura había un bote de leche, todavía cerrado. Lo levantó y, a pesar de que estaba caducada, tomó varios sorbos. Esa noche había tenido suerte.
Se volteó, con la intención de darle un poco al gato. Pero lo único que vio fue un ciempiés alado, de unos tres metros de largo, terminando de comerse a Tom.
El vagabundo soltó el paquete de leche, que se derramó sobre el suelo.
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En un bar de mala reputación, algunos hombres veían las noticias. 485 personas desaparecidas a lo largo de la semana. La mayoría de ellos, pacientes con alguna enfermedad mental.
Uno de ellos comentó que su hermana también había desaparecido. Estaba internada por ver un hombre que sostenía una cuchara, y que tenía toda la parte superior del cráneo faltante, con marcas de mordidas. Lo único que quedaba de su rostro, era una espeluznante sonrisa.
La mayoría se rio del relato del hombre, pero él se defendió diciendo que eso era lo que decía su hermana, y que por más gracioso que pudiera resultar, él estaba preocupado por ella.
El lugar quedó en silencio.
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Un policía, sentado en su oficina, escuchaba un relato perturbador. Unos adolecentes decían haber visto a una pareja desaparecer en el aire, pedazo por pedazo.
Decían que parecía como si hubieran sido devorados por algo.
Era el cuarto reporte que recibía acerca de alguien desapareciendo en la nada.
Se preguntó si estaba ante algún caso de pánico colectivo.
Se preguntó si algo tenía que ver con el resto de reportes de personas desaparecidas.
No tardó mucho tiempo en llegar al lugar donde los jóvenes decían haber presenciado lo inimaginable.
Cuando vio que había una cámara de seguridad en una farola cercana se alivió un poco.
Cuando vio la grabación, sintió que todos los horrores que, cuando pequeño, habían estado escondiéndose bajo su cama, de repente se habían levantado a un mismo tiempo. Sintió que los monstruos habían decidido recordarle al mundo por qué se les tenía miedo.
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En una instalación científica, sonaba una alarma. Una de las entidades más hostiles había roto contención.
Y por alguna razón, todo se estaba yendo al Infierno.