Una mujer vestida con elegancia esperaba a su marido en casa junto a su hija, una niña ansiosa que se mantenía igual de arreglada. Su padre iba a regresar tras muchas semanas de trabajo, pero el horario de los aeropuertos lo harían llegar casi a la medianoche, por ello, su par más amado decidió darle una sorpresa, ajustando sus horarios para levantarse lo más temprano posible y disfrutar cada segundo de ese día con él.
Era plena madrugada, aun cuando las estrellas eran visibles en el cielo nocturno. Ambas estaban sentadas en el sofá de su decorada sala de estar, atentas al ruido de las puertas principales de su pequeña mansión. La espera terminó cuando escucharon unos pronunciados pasos entrando desde la cocina, la cual, al igual que el resto de habitaciones, poseía un suelo de madera sólida pulida a mano. A esas horas, los sirvientes de la familia habían vuelto a sus hogares, por ende, eran las únicas en casa.
Por el distintivo sonido de las andadas de un par de zapatos formales, y la sensación de seguridad por cada pisada adentrándose más en la propiedad, no dudaron ni un segundo, era el padre de familia que había llegado antes de lo esperado, lo cual no les pareció extraño, pues se suele decir que el dinero lo puede todo. La pequeña estaba alegre, su sonrisa parecía ir de mejilla a mejilla y daba pequeños saltos de felicidad; su serena madre decidió pedirle que guiara a su padre a la sala, por lo cual salió corriendo hacia el pasillo.
Por su parte, ella se levantó del mueble y se dirigió a una vitrina, de la cual sacó una botella del mejor champán europeo y dos copas de cristal para celebrar el regreso de su esposo con un trago. Cerró aquel estante, colocó ambas copas cuidadosamente sobre la mesa en el centro de la sala, y cuando iba a servir la bebida, un fuerte estruendo provino del corredor junto a un desgarrador grito de pánico.
Instintivamente dejó caer la botella para dejar la habitación y socorrer a su niña. Su visión no le dejaba ver el final de los pasillos, los cuales parecían hacerse cada vez más largos. Oía los desenfrenados pasos de la pequeña desde la distancia, acercándose cada vez más, pero al girar en la esquina que daba al corredor, algo golpeó su cuello con tanta fuerza que la dejó postrada contra la pared.
El impacto la había dañado a tal punto que apenas podía respirar. Ella solo pudo aferrarse al muro, clavando sus uñas en la tapicería para mantenerse en pie. Por un momento, volvió a escuchar las pisadas de su preciada descendiente, y con el poco aire que le quedaba intentó gritarle.
- ¡Vete! ¡No Vengas!
No obstante, fue interrumpida cuando un ente desconocido se le abalanzó encima y empezó a desgarrar su carne en un total frenesí.
Momentos antes de perder la consciencia por el incesante dolor, movió débilmente su cabeza y logró ver al final del corredor, frente a la entrada de la cocina, a su hija, que yacía muerta sobre un charco de sangre, con su cráneo reventado contra la pared.
Muchas cosas pasaron por su cabeza en ese momento, pero en medio del arrepentimiento y el miedo, se dio cuenta de un detalle que nubló su mente con horror. Los pasos que había escuchado todo ese tiempo no eran de su marido, o de su hija, si no de la cosa que la devoraba.