Sueños Olvidados - Selena
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Sueños olvidados

Selena

El deseo de remendar su camino provoca el comienzo de la travesía de una joven, dispuesta a dar su vida para cumplir su meta y levantarse en el nombre de Tlapoyatenco, la zona renegada de Tlaneyanco. O tal vez, su única oportunidad de tener una mejor vida.


La serpiente y el dragón se conocieron desde el amanecer de la primera flama, observándose mutuamente. ¿Quién debería encargarse de avivar el fuego? ¿Acaso ambos sobrevivirían al largo ocaso?


Era 1989 y los tiempos de incertidumbre parecían haber terminado en Tlaneyanco, gracias a las acciones tomadas por la reina Ana, esto aplicaba para la mayoría de las regiones en la ciudad, excepto en una. Se trataba de Tlapoyatenco, donde la vida era todo menos amena; sus habitantes estaban restringidos por una barrera geográfica, el río Atoyac, reforzada con un extraordinario y casi infranqueable ritual, el cual era imposible de cruzar sin ningún tipo de ayuda externa, herramienta o artefacto. Esto se decidió desde la fundación de Tlaneyanco, siendo enviados a este lugar aquellos quienes comenzaron y extendieron la guerra dirigida por Kokolimina.

Algunos cuentan mitos sobre la maldición del río Atoyac, puesta por la primera cabeza insectoide del cuarto dragón solar, Mixtonatiuhtéotl. El ente divino sumergió su labro en el río, provocando así que cualquier humano perteneciente a Tlapoyatenco sufriera una muerte casi segura si se intentaba nadar con la intención de pasar al otro lado. Otros dicen que le dio consciencia propia al cuerpo de agua, provocando así corrientes imposibles de atravesar al momento de sentir una presencia humana. Realmente a la mayoría de sus habitantes ya no les importaba, todos los intentos de atravesarlo fueron en vano y en lugar de ser visto como una prueba a vencer, se convirtió en un símbolo de rendición. En los tiempos actuales era considerado más como una zona para suicidios y ofrendas a Mixtonatiuhtéotl.

En la periferia de la ciudad se encontraba una joven, Selena, volviendo a un viejo almacén después de provocar una pequeña revuelta en el centro de Tlapoyatenco. No era la primera en dirigir ese tipo de actividades ni la única, sus habitantes no podían sentir más que envidia cuando se trataba de comparar sus condiciones de vida con otras regiones. ¿Qué tenían ellos? Mayores índices de pobreza, crímenes violentos y un rezago tecnológico considerable. Mientras Selena caminaba dando vueltas por el lugar, uno de sus compañeros se acercó a hablarle, se trataba de Hualasa, un hombre adulto de tez morena y un rostro ojeroso.

—Felicidades, provocaste que perdiéramos a la mayoría del grupo en una sola tarde —mencionó Hualasa un poco frustrado—. Ahora solo quedamos… ¿Cinco?

Al decir eso, un olor llegó a las narices de ambos. Selena salió de sus pensamientos y detuvo su caminata, centrando su mirada al fondo del almacén.

—¡Hey ustedes! —gritó Selena enojada, mientras llego con un pequeño grupo de jóvenes— ¿Están consumiendo esa planta? ¿Y qué es ese patrón en el suelo? No sabía que iban a realizar la festividad de fin de ciclo —continuo diciendo mirando fijamente a uno de los integrantes del grupo—. Dejando de lado los juegos, más vale que se larguen de aquí o no solo me encargaré de agradecerles dicho acto, o siendo más directos… Enviarlos a la calle por la fuerza.

—Oye morra, tranquila —le contestó de forma calmada uno de los integrantes—, es una manera de honrar a nuestro dios. Es más —el joven se puso de pie—, te doy un poco para que te unas, aparte te ayuda a descansar y relajarte de toda está tarde. Y sí, se supone que es para finales de ciclo, pero vamos, es solo una hoja —extendió su mano con la intención de darle la droga.

—¿Crees qué esto es un juego?

Selena tomó la muñeca del sujeto con fuerza.

—Puede que necesite gente para tratar de cambiar algo en este lugar olvidado por el resto de Tlaneyanco. Sin embargo, no lo haré a costa de soportar drogadictos. ¿Pero sabes qué? —Selena soltó al joven y dio dos pasos hacia atrás— Puedes enfrentarme y si logras ganar, te permitiré quedarte aquí. ¿Qué dices?

Los ojos verdes de Selena se centraban en aquel muchacho, con cierta emoción en su rostro, deshacía la trenza de su cabello castaño, su peinado preferido.

—Yo… Prefería conservar mi salud. Gracias por nada, loca.

Después de mencionar esto, el joven y otras dos personas salieron del lugar.

—Mejor dicho, quedamos nosotros tres. ¿Es en serio, Selena? Podías haberlos…

—¿Hubiera? El hubiera no existe, Hua. Yo hubiera podido liderar mejor y no me hubiera quedado con gente tan malandrosa —suspiró—. Sí, lo sé, pero creo que debo dejar de engañarme.

—¿De qué estás hablando? Ya hemos salido de situaciones así antes y podremos seguir adelante—respondió con ánimos—. Vamos a sentarnos, has estado parada todo el día.

—No me duelen los pies ni las piernas. Aunque acepto la invitación, ¿y dónde está Citlalli? No la he visto desde que regresamos.

—Fue a preparar la cena. Bueno, a cazarla en el campo de atrás —señalando una puerta oxidada—. Mientras ella llega dime, ¿cómo que engañarte?

—¡¿Fue a cazar sin mí?! Esa es de mis actividades favoritas… Oh, sí. Sobre eso, pues —mira unos segundos hacia el techo y suspira—, no hemos llegado a nada en años. Sí, sobrevivimos para llegar a otro día y solo eso. ¿Qué hay del movimiento? La gente debe saber del… Tú sabes bien qué.

—¿Del fin del mundo? Esa parte del movimiento es la menos… Inspiradora. Antes de enojarte y tener la misma discusión de siempre, reconozco el peligro del que hablas —dejo de hablar durante unos momentos para ver la reacción de Selena, al verla calmada, prosiguió—. Pero a la gente no le interesa tanto como sus condiciones de vida u otros problemas más mundanos. Por eso otros grupos tienen más seguidores.

—Lo sé, ¡lo sé! —apretó sus puños y pateó el suelo.
En esos momentos Selena recordaba diferentes situaciones similares en su vida, siempre acorralada o puesta contra problemas y situaciones tan difíciles de comprender. Si algo la mantenía con vida eran sus ideales, incrustados en ella desde sus primeros días, aunque ahora parecían ser la razón de sus fracasos.

—Lo siento —dio un respiro profundo, mostrándose casi al punto del llanto—, ya no lo soporto como antes y por eso he decidido…

En ese momento llegó Citlalli cargando consigo en sus brazos dos roedores y una gran lagartija.

—¡Ya llegué! —exclamó mientras veía los cadáveres de animales en sus brazos— Miran nadamas, ese patio de atrás no deja de sorprenderme con la calidad de sus animales. ¡Están enormes!

—¿Trajiste una lagartija? Pero no te he enseñado a cocinar reptiles, Cil —dijo Selena mientras miraba la cara entusiasmada de su compañera.

—Exacto, por eso me vas a enseñar el día de hoy a cómo hacerlo, ¿no? Por favor —la niña la vio con una mirada esperanzadora y de felicidad.

—No fui entrenada para ser una cocinera y lo sabes —cruzó sus brazos y desvió la mirada.

—Fuiste entrenada para ser algo mucho más que eso, eres una enciclopedia de todo acerca del tlanex. Sé que debes saber cómo cocinar reptiles —dejó los demás cuerpos en el suelo y levantó al lagarto con sus dos manos.

—Cil, ella no está de ganas para eso ahora —dijo Hualasa a la niña.

—Siento avisártelo, Hua —Selena talló un poco sus ojos con sus manos y respondió con ánimos—, pero siempre estaré dispuesta a enseñarle más métodos para cocinar. Con lo poco que tenemos aquí. Vamos Cil, es momento de preparar una excelente cena.

Selena y Citlalli se dirigieron a otra parte del almacén cerca de una ventana para dejar salir el humo empezado por el fuego esmeralda de Selena. Ella no era capaz de invocar grandes flamas o usar todo el potencial de esa variante del tlanextlitetl, pero sabía lo suficiente para poder asegurarse de evitar contraer enfermedades de aquellos animales, usando un estricto método de cocción. Mientras ambas cocinaban, Hualasa salió del almacén para conseguir agua. En eso, Citlalli le preguntó a Selena:

—¿En serio te vas ir hoy? —preguntó Citlalli con cierta tristeza, mirando a los ojos a su compañera.

—Debo hacerlo, quisiera quedarme más tiempo y asegurarme de tu bienestar —puso su mano sobre el pelo de Citlalli, acariciándola—, aunque ya no puedo permitírmelo.

—Entonces fue una buena idea que me enseñaras a cocinar antes de irte —Citlalli guardó silencio por unos segundos—, pero de verdad no quiero verte partir —su voz se volvió más quebradiza.

Selena vio la cara de Citlalli, quien trató de retener su llanto, ante esto, Selena se acercó a la niña, abrazándola para después cargarla.

—Yo tampoco quiero alejarme así de ti —dijo con un tono bajo—, de ustedes dos.

—¿Entonces por qué te vas? —Citlalli abrazó con toda su fuerza a Selena y comenzó a llorar.

—Ya te lo había explicado hace unas semanas, jamás podrán estar a salvo si no empiezo a resolver ese problema. No quiero que toda tu vida sea esto —Selena caminó un poco lejos del fuego para enseñarle el lugar—. Y aún no soy lo suficientemente capaz de darte una mejor vida, me voy no por querer abandonarlos, sino con el deseo de volver siendo una mejor persona.

—Ya eres lo suficiente buena para mi, para los dos. —dijo Citlalli entre llantos.

Selena vio los ojos de la pequeña y puso sus dedos en las mejillas de la niña, limpiando sus lágrimas mientras continuaba la conversación.

—¿No te voy a hacer cambiar de parecer, verdad? —mencionó a duras penas mientras moqueaba.

—Casi lo logras, por eso te juro que volveré —su voz era grave, llena de sentimientos, denotando su determinación.

Selena pasó a cargar a la niña con un solo brazo, mientras con el otro realizó un ademan con su mano y una flama verde se manifestó en su dedo índice, el cual pasó por la nariz y los ojos de la niña, a pesar de parecer solo una flama, no le causó ninguna quemadura a Citlalli, deteniendo su llanto y moqueo.

—No importa por lo que deba pasar, ten por seguro —cerró su mano en la cual estaba su llama verde, extinguiéndola—, esta no será nuestra última vez juntas —puso un momento su puño en el pecho de Citlalli.

—Está bien… —Citlalli se bajó de Selena— Todo sea por apoyarte… Seré igual de fuerte que tú ante esto —extendió su mano a Selena, quien la tomó con ambas manos y recitó algunas palabras en náhuatl.

Tras esto Selena siguió enseñándole a cocinar la lagartija a Citlalli, prepararon el resto de la cena y esperaron a que Hualasa volviera. Todos se sentaron en el suelo del almacén para comer, al terminar Citlalli decidió irse a dormir.

—Ella es una niña maravillosa, si tan solo no hubiera sido expulsada de la escuela de gastronomía podría ser una excelente chef. Pero eso no me impide enseñarle lo que sé, aunque en ese aspecto me estoy quedando sin lecciones —Selena procedió a tapar con una manta a Citlalli.

—Desde que la encontramos en la calle, has sido casi como una madre para ella. Quizás algo más, madre no es la palabra correcta. ¿Realmente crees que siquiera llegó a estudiar?

—La palabra es mentora y no, pero no quisiera quitarle sus ilusiones aún. O nunca mejor dicho. Ya la he encaminado lo mejor que pude, Hua. A ustedes dos, en sí —Selena se levantó y se preparaba para salir.

—Espera Selena, ¿pasa algo malo o por qué vas a salir?

—Aún no me he ido, yo quiero que vayan con uno de esos grupos más grandes. Tengo un mapa aquí con lugares y personas confiables. Yo no puedo seguir garantizando su bienestar, sé que lo entiendes.

Tras unos segundos de silencio, Hualasa le respondió.

—Gracias por todo, Selena —dijo con firmeza.

—Me extraña que no intentes detenerme o convencerme de quedarme —detuvo sus movimientos y volteo a ver a su compañero con una expresión triste.

—Si algo aprendí en estos años, es que nadie puede detenerte. ¿Y qué le diré a Citlalli?

—Se lo dije desde hace un tiempo —sonrió— jamás permitiría irme sin explicarle mi situación.

—¿Le dijiste a ella antes qué a mí? —contestó confundido.

—Por supuesto, te diría "cuídala"… Pero ella te va a cuidar a ti con todo lo que sabe —cambió su expresión a una más animada—. Espero regresar con ustedes en el futuro. No. Regresaré con ustedes y ten eso en cuenta.

—Te estaremos esperando, suerte fuera de Tlapoyatenco.

Ambos se acercaron, poniéndose de frente, juntaron sus manos y realizaron movimientos circulares sincrónicos con sus brazos, terminando al poner su mano derecha en el hombro izquierdo del otro. Era una de los hábitos de Selena cuando se despedía de personas mayores, a quienes no vería en un largo tiempo, simbolizando confianza y respeto mutuo.

—Antes de irme del lugar, debo visitar a alguien.


Pero el dragón era demasiado orgulloso para contarles sus secretos a la serpiente, jactándose de poder surcar los cielos y alumbrar las noches con su aliento. Oh serpiente mía, no abandones a tu aliado por sus faltas.


Con esas palabras Selena se despidió de sus compañeros, incluso si el futuro estuviera asegurado para ellos dos, ella no podría irse sin siquiera preocuparse un poco. Aun así, su mente empezaba a concentrarse en su próximo destino: un edificio gubernamental que intentaba mantener el orden o eso se suponía. Sus defensas eran tan pobres que no era necesario un plan infalible para entrar desapercibido, con esto en consideración, Selena logró llegar a la oficina de una de las jefas: Quetzalli.

—No esperaba verte dos veces la misma semana, hija mestiza —dijo Quetzalli sin mirar a Selena, mientras estaba en su escritorio revisando y sellando algunos papeles.

—De todos los títulos te enfocas en eso… ¿No vas a intentar sacarme del lugar?

—¿Y hacer una escena de nuevo? Dejo de ser interesante luego de la quinta vez. Hace un año. ¿Viniste a abogar sobre alguno de tus amotinadores? ¿Quejarte de nuevo? ¿O decirme lo obvio?

—Vine a darte una advertencia. Y un aviso —dijo con tono serio.

—Por favor, el discurso del “apocalipsis” no, en serio, me sé cada línea de ese discursito tuyo.

Selena no dijo nadamas, sacó un papel de uno de sus bolsillos del pantalón y lo puso en el escritorio. Quetzalli decidió leerlo, cambiando su expresión monótona a una preocupada, rápidamente devolvió la mirada a Selena.

—Tus padres realmente fueron unos insensatos al compartir esta información contigo. O ese sacerdote que te cuidó, no lo sé. Ellos no…

—No hables ni de mis padres ni de mi pasado —interrumpió a Quetzalli.

—Y tú no difundas información de este tipo, ¿cuántos lo saben? ¿Tienes idea de lo qué esto podría causar? —puso sus dos manos en la mesa.

—Solo te lo he dicho a ti y acabas de confirmar que siempre lo supuse. No es un mito —la expresión de Selena denotó por un momento satisfacción.

—Lo es por el bienestar de todos, ¿sabes lo que soporto todos los días? Este trabajo va a terminar matándome, ver a tantos de los nuestros terminar así, cada día me llegan más reportes de asesinatos, robos…

—Quetzalli, por eso vine a ti desde un principio. Ambas queremos lo mismo para Tlapoyatenco, pero si no hacemos nada respecto… Será en vano todo nuestro trabajo.

—Sigue siendo muy improbable que pase, y la reina Ana ya ha mostrado su preocupación por nuestra región. Déjale esa parte a ella.

—¿A la reina que abrió las puertas por el deseo egoísta de sobreproteger a su hija? ¿Aquella que permitió por más de dos siglos este abuso? —dijo con disgusto.

—Ella ha estado todo este tiempo tratando de cambiar esa imagen de nosotros en todo Tlaneyanco. No puedes deshacer dos milenios de historia tan pronto —contestó con rapidez y seguridad.

—¿Y le tomó menos de una década enviar gente al exterior? No tiene sentido, ella no lo haría. Es como todas las demás en su cargo. ¿Acaso no fue su palabra la que… —la voz de Selena se cortó por un momento, trago saliva y continuo— La que me trajo hasta aquí.

—Tal vez su hija tiene que ver con ello, en su visita a nuestros templos habló sobre la posibilidad de “salvarnos”. Sigo sin confiar en ella —miró al hacia abajo por un instante.

—¿Teresa, no? No creo que nadie, aparte de su madre, confíe en sus acciones.

—Me sorprende ver que incluso una desviada como tú no le tenga fe a Teresa. Digo, ¿tienes en cuenta el peso de tus acciones tras cada revuelta?, ¿te ha pasado por la cabeza eso o solo vives en una fantasía apocalíptica?

—No he conseguido nada, si te refieres a eso —Selena apartó su mirada y cruzó los brazos.

—¿No? Entonces estas más ciega de lo que creía, todo el caos que generas en las calles, las personas que caen en tus falsas metas, sin mencionar la conmoción generada, los daños estructurales —dijo mientras señalaba un montón de papeles relacionados con los problemas dichos—. Aunque casi me siento culpable por ello, si hiciera mejor mi trabajo, esto no pasaría. De verdad soy una pésima persona, quizás por eso me caes un poco bien, somos el mismo tipo de calaña.

—Tampoco soy la única en generar esos disturbios, y tienes razón. No había pensado tanto en esa parte hasta ahora, lo tuve en cuenta alguna vez porque mi causa lo amerita, ahora mi siguiente el aviso me va dejar en peor posición… —regreso su mirada a la mujer— Atravesaré el Atoyac.

—¿Disculpa? Entiendo la presión por la que has pasado y yo igual he pensado algunas veces en… Dejar este mundo, Selena, como te decía, ya no… Puedo soportar ver los niños muriendo de desnutrición en las calles, ni tratar con más robos, delitos, todo.

—No soy la mejor para pedir consuelo emocional si eso buscas, y menos te lo daría a ti… —Selena dio un suspiro largo— Pero, como eres de las únicas con ganas de mantener en pie este lugar, debo decirte que es muy pronto para ti, no puedes dejar este lugar aún.

—Supongo que no. Aunque en serio quisiera. Como tú, ya me he cansado de esperar por la salvación, esto es más, inercia para mantenerme viva. Le comenté a mi pareja y ni siquiera le importó —su voz se volvía cada vez más lenta y silenciosa.

—Es una pena oírlo y no lo decía con esa intención. No moriré en ese río —Selena trataba de cortar la conversación al acelerar el ritmo de sus oraciones.

—Lo sé, niña. Pero yo si quisiera hacerlo, y sobre el apoyo, no hay nadie capaz de ayudarme. Ya no.

—¿Estamos en las últimas, no? —ambas miraron a un mapa de la región pegado en la pared, arrugado, descuidado y despintado.

—Peor, mucho peor. Voy a perder el puesto en unos meses, recorte de personal. El segundo del año.

Selena estaba confundida en esos momentos, al entrar a aquella sala no esperaba encontrarse con tal situación y su falta de soluciones le enfadaba. Trataba de mostrar un poco de empatía sin parecer forzada, no tenía idea de la situación de Quetzalli y casi podía ver como ella se quebraba enfrente suya. Sin poder hacer nada, las palabras se escapan de su mente y la idea de poder siquiera cambiar algo al pasar por la prueba del río se esfumaban. “¿Acaso me he tardado en tomar mi decisión?” “¿Realmente debo dejar este lugar?” Mientras este tipo de incógnitas invadían su mente, Quetzalli la sacó de ese pequeño trance al hablar.

—¿Eres feliz al saber eso, no? Tu gran persecutora vencida al fin —mencionó con ironía y desgano.

—No me causa ningún sentimiento de felicidad, nunca fuiste mi enemiga. Ni siquiera al principio —Selena dio media vuelta—. Debo irme ahora, antes de cometer otro retraso.

Pero Selena no quería irse así, algún discurso debía tener para esa persona enfrente de sus ojos. Quizás algún tratamiento o conjuro con su conocimiento de tlanextlitetl, una llamada a un conocido, un milagro de sus divinidades. Debía salvarla de una manera u otra. Tal vez podría haberlo intentado, pero todas las posibilidades se esfumaron al dejar dicha sala en silencio.


Y la serpiente conoció a varios animales más en su recorrido por el atardecer, sus colmillos utilizados no como una herramienta, sino como un arma. Conoció el veneno y quiso alardear como el dragón, pero solo logró perder su reputación.



Durante su camino hacia el río Atoyac, se la pasó pensando sobre su posible último día en Tlapoyatenco, recorriendo a pie las lúgubres calles carentes siquiera de un buen alumbrado. Pero ese era el ambiente en los límites de la región, siendo el centro un poco menos descuidado tanto en servicios públicos como en apariencia general. La noche empezaba a hacerse presente en la ciudad sin estrellas, mientras la oscuridad ocultaba la cara de los desamparados y el silencio era quebrado por algunas súplicas de limosneros.

Con cada paso dado, Selena se cuestionaba más por su decisión al sentir de primera mano el estilo de vida tan alejado de la imagen general de Tlaneyanco. ¿De verdad podría cambiar algo con su huida? En su mente se había imaginado su viaje como el comienzo de una solución, ahora se sentía más como una retirada definitiva. Al llegar cerca del río, lejos de los viejos edificios, una zona recubierta por un pasto seco y corto, se sentó por unos minutos para reflexionar; siempre llegando a la misma conclusión: ya no quedaba nada que hacer en ese lugar.

Tardó algunas horas en llegar su destino, mientras veía a los lejos una pequeña multitud de personas. Selena pensó que se trataba de algún tipo de despedida por parte de sus compañeros, después de todo ella era medianamente conocida por sus acciones. La noticia de su salida no pasó tan desapercibida como lo tenía planeado y se encontró con un grupo de personas indeseables, las cuales solo hicieron acto de presencia para ver lo que ellos pensaban como la muerte de Selena. Algunos más solo se encontraban ahí por el mero hecho de ver la caída de alguien y otros formaban parte de encargados para ver el correcto procedimiento del acto, personas ancianas con diferentes flores y piedras talladas, objetos lanzados al río una vez se confirmaba la muerte de la persona.

A lo largo de Tlapoyatenco había varios conjuntos de piedras en forma de pequeños senderos los cuales conducían a las orillas del río. Una vez en la piedra más cercana al Atoyac, no se le tenía permitido a la persona regresar, siendo esto supervisado por los encargados. Incluso si quisieran cambiar de opinión, sus cuerpos serían incinerados casi al instante tras dar la vuelta, por una llamarada proveniente de la piedra. Entonces Selena caminó por el camino rocoso sin dudarlo y se puso en posición para lanzarse, aunque se quedó mirando la poderosa corriente del río por algunos minutos.

—¿Entonces te vas a lanzar o no? —preguntó uno de la multitud— Te has quedado viendo el río ya por un rato largo.

—Ya tírate, al menos vas a servir como tributo a Mixtonatiuhtéotl. ¿No estarás pensando en sobrevivir y pasar al otro lado?

Varias frases de ese tipo eran lanzadas a Selena, quien estaba a tan solo unos pasos del feroz cuerpo de agua. En otros momentos ella hubiera sido capaz de enfrentarlos sin problemas, se daría el tiempo de contestarles o siquiera darles atención. Su mala fama se debía a actos pasados que ella ya no quería recordar, pues era inocente de las acusaciones. Pero a ellos no les importaba si era verdad o no, solo querían verla irse de una manera u otra.

—Dejen a quien se enmienda en cuerpo y alma al Atoyac en el nombre de las tres cabezas del Sol —alzaba su voz un hombre de tez prieta y arrugada— Ya se ha parado en la piedra de jade, no tiene opción de volver atrás.

—Y no lo haré —respondió Selena—. A diferencia de ustedes quienes prefieren vivir en la sombra y en… En este agujero tan deplorable —dijo con ira.

—No tan deplorable como nosotras —dio un paso en frente otra dama—, ¿o me equivoco?

—¿Y tú qué haces aquí, Quetzalli? —contestó con sorpresa Selena— ¿No deberías estar redactando leyes para estos incautos?

—¿Y tú no deberías estar entrenando para el fin de los tiempos? —se oyó otra voz burlona.

—¡Eso no es una broma! Si no estuviera dispuesta a salir de aquí me encargaría de… —suspiró mientras se daba la vuelta de nuevo— Es bueno saber la clase de personas que dejo atrás y ni siquiera les pregunte a ustedes.

—Concuerdo en ese aspecto, niña de tez clara. A veces pienso que merecemos este trato por ser así — mencionó Quetzalli mientras continuaba caminando por el sendero.

Tras esa oración la multitud guardó silencio. Selena era conocida por su extraño comportamiento y sus predicciones sobre el advenimiento de catástrofes, considerada como una maniática; mientras Quetzalli era reconocida por sus hazañas en el manejo social de Tlapoyatenco, ayudando a disminuir conflictos internos. Ambas se conocían desde hace años, Selena por ser detenida debido a comenzar revueltas y movimientos violentos, siempre pasaba con Quetzalli para intentar detener su conducta.

—¿En serio? ¿De repente te nació un sentimiento de compañerismo? —le dijo a Quetzalli.

—Eso es imposible, ¿quién quisiera ser una compañera tuya? Todos tus compañeros de revueltas te abandonaron, incluso algunos vienen a ver como terminas con tu vida. Entiendo por qué lo haces, al final, te quedaste sola —una vez más, otra voz se alzaba para atacar a Selena.

—Cállate —Selena apretaba sus puños y cerró sus ojos—, mejor váyanse de una vez. Si tan solo supieran… ¡¿o acaso no ven el problema de todos nosotros?!

—Yo no les haría más caso. Estoy aquí porque no solo creó que es posible lograr pasar al otro lado, estoy segura de que es posible y lo vas a lograr —dijo Quetzalli con firmeza—. Y preferiría decirte la verdad antes de ser un problema más grande para Tlaneyanco. Te quedaste así por tu manera de actuar, eres tan arraigada a nuestras creencias, carente de ver la realidad y actuar como se debe ante las situaciones adversas.

—Como si eso no me lo hubieras dicho en otra ocasión. Al ignorar nuestro legado hemos terminado así, vistos con odio, rencor, incluso consideran a Mixtonatiuhtéotl como un demonio —respondió Selena.

—Por eso ambas vamos a pasar, sé lo que buscas hacer y tu misión es noble. Sin embargo, sola serás incapaz de llegar lejos. Si bien sé que no quieres mi ayuda, yo me encargaré de lograr dicha meta por mi cuenta —Quetzalli dio otro paso adelante.

—Tu lengua siempre ha sido más audaz que tus acciones —Selena le respondió con una voz grave y preocupada—. No lo hagas. A diferencia de mí, aún te quedan más responsabilidades en tus manos, incluso si solo tienes meses, aprovéchalos —en sus ojos se podía ver su inquietud, sabiendo las implicaciones de las palabras mencionadas por Quetzallli.

—¿Tienes miedo de… —antes de terminar su frase, Selena por fin dio el último paso, lanzándose al río.

Un grito de celebración fue lanzado por las personas presentes: “¡Por fin esa demente se ha ido!” “Una carga menos para nosotros”.

—Bueno, ahora es mi turno. —Quetzalli se dirigió al mismo punto donde estaba Selena— Vaya, se ve más imponente desde aquí.

—¿Qué estás pensando, Quetzalli? —preguntó desconcertado un joven— Ya lograste que se aventara ese mestiza.

—Ella será una demente, pero al trabajar por años tratando de arreglar este lugar… Me he dado cuenta que es imposible lograrlo desde adentro —su vista se centraba cada vez más en la feroz corriente—. No creo que se avecine el fin de los tiempos, pero me duele ver a mi pueblo así.

A diferencia de Selena, Quetzalli temblaba en esos momentos, mientras las lágrimas recorrían sus mejillas y sus piernas tambaleaban.

—Me duele perder el tiempo con mi gente, ¡estoy cansada de tratar con todos estos problemas! ¿Saben cuánto me he guardado? ¿Saben lo qué se siente ver como tu esfuerzo se va por la borda una y otra vez? —gritó mientras daba la espalda y alzaba la mano hacia el Sol de Tlaneyanco— Yo, simplemente… He dejado de sentir la calidez de mi hogar.

Siendo esa su última frase antes de seguirle el paso a Selena.


El dragón notó los atroces actos de la serpiente y ambos se enfrascaron en una vil batalla, arrebatando la hermosura de los verdes campos y el viento tranquilo. Tal fue su empeño en la pelea, que olvidaron mantener viva su frágil llama, sumergiéndose en una fría y oscura era.



Selena conocía sobre la maldición del Atoyac, estudiando la naturaleza del agua y el flujo del río durante años. No podía anular la magia de maldición, pero encontró un patrón en el tiempo y durante algunos días parecía haber una decadencia en dicha magia. Incluso con eso en mente, los puntos más cercanos para lanzarse se encontraban lejos de orillas para salir del agua, teniendo que aguantar todo ese tiempo. Uso todos sus conocimientos del tlanextlitetl para protegerse de la maldición y su condición física le ayudo a mantenerse a flote, así llegando a una zona calmada, desembocando en una de las regiones rurales de Tlaneyanco: Tlaquillotla,

Salió de esas aguas tranquilas y dio sus primeros pasos en tierra firme fuera de Tlapoyatenco. Mientras se tiraba al suelo y sentía el calor del pequeño Sol. Su cuerpo estaba un poco lastimado, con raspones y cortadas no muy profundas en sus brazos y piernas. En eso escuchó la voz de una pequeña niña.

—¡Hey! ¿Estás bien? —le preguntó una niña con un vestido blanco, bordado con flores amarillas— Iré a decirle a mi mamá, ella te ayudará.

Por un segundo, Selena pensó que se trataba de Citlalli, pensamiento el cual se desvaneció repentinamente al procesar más la voz de la niña y descartar esta posibilidad.

—No, espera. —Selena se levantó, mientras trataba de limpiar sus heridas— ¿Ves? Si necesitara ayuda no podría levantarme.

—¡Wow! Debes ser una guerrera fuerte para haber llegado hasta acá, ¿eres del ejército?, ¿estabas entrenando y la corriente te llevo? —preguntó la niña mientras miraba con gran asombro a Selena— Pero tus ropas no son como las de ellos…

—No, yo no soy parte del ejército —Selena se dio la vuelta mientras veía el río—. Vengo de…

—¡Eres de Tlapoyatenco! —gritó la niña con emoción— Ese, ¿ese el dragón de 3 cabezas, no? La marca en tu espalda, ¡es increíble!

Selena no se había percatado de que su camiseta de tela estaba rasgada, dejando a la vista la marca de Mixtonatiuhtéotl, portadora de aquellos quienes han realizado el ritual dentro de su templo.

—No lo entiendo —dijo Selena confundida— ¿No le tienes rencor o temor?

—Bueno… Un poquito de miedo, pero mi mamá me dice que no hay nada que temerle a sus creyentes. Al final, todos somos habitantes de Tlaneyanco… Pero sí, otros adultos dicen que su gente es mala y peligrosa como su dios —la niña veía con detenimiento la marca— ¿Te dolió cuando te la hicieron?

—Sí, como el hecho de llegar hasta aquí.

—Oh, perdón por la pregunta. Entonces… Debes tener hambre, ¿no? —la niña cargaba una bolsa de tela rubí— Deja te doy mi comida, de todas formas ya estoy llena.

La niña puso su mano en la parte delantera de la bolsa, haciendo un ligero movimiento, seguido de un brillo rojo. De la bolsa sacó una barra de maíz cocinada. Selena miró el proceso con detenimiento.

—Ten, esto te servirá —la niña extendió su mano con la barra a Selena— ¿Pasa algo?

—No, solo que es espectacular como una niña puede manejar el Tlanex —mencionó con intriga.

—Oh, no, solo sé cómo activar la bolsa. Esto lo diseñó mi papá para mí, es un artefacto común aquí.

Selena tomó la barra, pero antes de poder agradecerle se oyeron unas voces adultas.

—¡Raquel! ¡Ven acá! Deja a esa mujer.

—¡Ya voy papá! ¡Lo siento! —Raquel corrió hacia su padre— ¡Nos vemos, leyenda de Tlapoyatenco! ¡No me dijiste tu nombre!

—¡Soy Selena y adiós Raquel!

Las voces eran de los padres de Raquel, mientras su madre se llevaba a Raquel a casa, el padre se acercó a Selena.

—¿Es una buena niña, no crees? —mencionó el hombre de pelo castaño y tez morena— No creería que el día llegaría, y menos de una joven mestiza, no lo digo porque sea algo malo, no tenía idea de que personas del exterior llegaron en algún momento a Tlapoyatenco. Yo soy representante de las chinampas de esta zona, me llamó Yetzel.

—Sí, los niños de mi zona siempre me insultaban, así que es bueno ver que no todos me ven como… Bueno, no importa. —dijo mientras sonreía— Lo logré.

—En todo sentido, eres la primera en salir con vida. Normalmente nos toca recoger los cuerpos que llegan hasta acá. Déjame tratarte con la hospitalidad que se debe.

En ese lugar se encontraban algunas plantas de algodón, Yetzel tomó una para luego cubrirla en una flama anaranjada, recitaba algunas palabras al fuego y con gran esfuerzo fue sacando varias prendas de vestir. Una de las prendas era una cueitl1 de color ambar, adornada con representaciones minimalistas de los dragones tonatiuh, la otra era un huipil2 adornado con flores de tonalidades rojas, amarillas, naranjas y verdes.

—Dame un momento… Para recuperar el aliento. Ya ando ruco para avivar el Tlanextia de esa forma —mencionó para después tomar algunos respiros—. Listo, ten, estas ropas deberían servirte en lo que encuentras un buen trabajo acá.

—Muchas gracias, pero me debo dirigir a las zonas urbanas. Deseo… Debo encontrar la manera de ayudar a mi gente y para ello debo seguir estudiando sobre el tlanextlitetl. Hay un peligro inminente y debo prepararme, de paso, alertar a más gente cuando sea oportuno —Selena recordó el aviso de Quetzalli, tratando de evitar detalles precisos.

—¿Hablas de la hija de la reina Ana? Dicen que es la reencarnación de Kokolimina. Y tras todo el movimiento provocado por nuestra reina, realmente te entendería. Son tiempos complicados.

—Sí, su hija es un signo de mal augurio, aunque no solo por eso. De cualquier modo, le agradezco que me haya dado la bienvenida —Selena realizó un saludo especial con ambas manos.

—Yo agradezco no tener que lidiar con dos cuerpos en un mismo día. ¡Lo había olvidado! ¿Alguien más se lanzó junto contigo? Encontramos… El cadáver de alguien más arriba.

Selena no pudo contestar por un momento, recordó las últimas palabras de Quetzalli y no podía ni quería creerlo. ¿Ella era la culpable de su muerte de alguna manera? De pronto, se preguntaba si Quetzalli alertó a alguien más sobre la información de papel dado el día anterior, ¿y qué si esa información murió con Quetzalli? El sentimiento de culpa e incertidumbre trató de apoderarse de Selena, aunque logró tranquilizarse un poco, manteniendo sus pensamientos centrados en el presente.

—Sí, alguien más decidió seguirme el paso. Yo… ¿Me puede llevar con ella? —dijo Selena con pena y dificultad.

—Por supuesto, por las reglas no movemos los cuerpos hasta el anochecer. Sígueme, no está lejos.

Así ambos se dirigieron río arriba, mientras Selena le platicaba quien era ella y la situación en Tlapoyatenco, el hombre estaba asombrado de dichas historias sobre conflictos y pobreza, reconociendo su ignorancia sobre la situación de la región vecina. Al llegar, Selena pudo ver el cuerpo sin vida de Quetzalli.

—De nuevo, muchas gracias, señor. ¿Le podría pedir que se retire? Debo realizar el debido procedimiento para… Esta mujer.

—Lo entiendo y, lo siento si era alguien importante para ti.

Yetzel se fue del lugar mientras Selena se quitaba sus prendas rotas, dejando en el suelo las nuevas ropas que le regalaron. Tomó el cuerpo de Quetzalli y lo puso en la tierra.

—Porque tu valentía al final fue igual a la mía —tomó la mano derecha de Quetzalli y la puso en el centro de su pecho—, por la vida dada a una causa justa —puso la mano izquierda encima de la derecha— y no dudaste al entregarte a Mixtonatiuhtéotl. Por todo esto, mereces vivir una vez más.

Selena puso sus dos manos encima de las de Quetzalli, prendiendo una tenue flama verde, extendiéndose por todo el cadáver y consumiéndolo por completo en cuestión de segundos. De aquellas cenizas creció una pequeña planta, destinada en convertirse en un arbusto de flores esmeraldas. Con esto Selena se despedía tanto de Quetzalli como de su antigua vida en Tlapoyatenco, dejando aquel arbusto como un recuerdo de su pasado. E incluso con esta ceremonia finalizada, un vacío recorría la existencia entera de Selena, desde sus creencias más primordiales hasta sus pensamientos más racionales, un tipo diferente de incendio se esparcía desde el centro de su ser, antes de seguir, se puso las prendas proporcionadas por Yetzel.

—A ti, te hablo desde la tierra perdida entre agonía y grandeza —se puso de rodillas ante la planta, poniendo sus brazos en sus rodillas y sus palmas extendidas—, desde el fondo de un alma sacrificada por las llamaradas esmeraldas —levantaba sus brazos lentamente—, desde verdades ignoradas por mi hasta ahora.
Mientras sus brazos se alzaban, dos esferas se manifestaron en las manos de Selena, cada una con un tono diferente de verde, empezando siendo tonos oscuros, iluminándose cada vez más.

—Mis palabras tal vez no fueron suficientes para salvarte —al llegar a una altura media, detuvo el movimiento de sus brazos—, ni mis acciones capaces de darte refugio —las esferas comenzaban a perder su forma, pasando a tener rasgos de las dos cabezas de Mixtonatiuhtéotl, una insectoide y otra de reptil, el tono de la voz cambiaba drásticamente, oyéndose mucho más profundo—. Ahora solo puedo brindarte mi perdón y gratitud.

Los ojos de Selena fueron cubiertos por sus delicados parpados, necesitaba concentrarse para reunir las fuerzas pero principalmente, todos los recuerdos que tuvo junto con Quetzalli, todos y cada uno de sus encuentros después de los disturbios; ahora se daba cuenta del significado de las conversaciones con ella, sus palabras tomaban sentido. Ante la magnitud de esta actividad, lagrimas comenzaban a cruzar las mejillas de Selena, quien tenía una expresión calmada; dicho llanto pasó de ser simples gotas de agua a uno de fuego cerceta, venciendo el empuje de la gravedad y concentrándose en una última esfera debajo del mentón de la mujer.

A la par de esto, las cabezas del dragón en sus palmas habían terminado de tomar forma, extendiendo sus cuellos a la altura de la cabeza de Selena, liberando de sus bocas diferentes vocalizaciones incomprensibles. La tercera esfera llegó a tener el mismo tamaño que la formada en sus manos, deteniendo su lamento en ese momento.

—¡Siento ahora tus mensajes! ¡Comprendo tus preocupaciones! —las primeras dos cabezas rodearon sus brazos— Veo a través del miedo y la incertidumbre, ahora que ya es tarde —tras llegar de nuevo a sus manos, las cabezas mordieron sus palmas, Selena no demostró ningún signo de dolor—, solo me queda aceptar tu resolución y darte mi confesión.

Diminutas gotas carmesí brotaban desde sus manos, manteniéndose suspendidas en el aire y siendo dirigidas a la base de la pequeña planta. La última cabeza con forma de ave miraba fijamente a Selena, quien volvía a abrir sus ojos; las otras dos desaparecieron de sus brazos y manos, sin dejar ninguna marca ni cicatriz en el cuerpo de la mujer. El ave empezó a cantar una melodía, mientras Selena acompañaba con su voz en un tono suave y relajante, a su vez, la plantita parecía seguir el ritmo de la canción, balanceándose su pequeño tallo de un lado a otro.

Para terminar, ella tomó entre sus manos al ave, mientras su canto se volvía cada vez más tenue hasta desaparecer entre sus dedos. Con sus manos juntas, alzó sus brazos lo más alto que pudo, abriendo ambas manos y dejando caer un polvo azul en dirección a la planta, mientras silbaba la melodía del ave con los ojos abiertos mirando al horizonte. Tras asegurarse de haber esparcido todo el polvo, se acercó a la planta para mencionar sus últimas palabras.

—Gracias por entenderme al final, Quetzalli —su voz reflejaba tranquilidad—. Cuando por fin sea una sacerdotisa digna y no apócrifa, volveré para terminar nuestra ceremonia —Selena acercó uno de sus dedos a la planta, la cual se movió para acercarse.

De esta manera, Selena se puso de pie y continuó su camino, mirando al futuro por primera vez no como el acercamiento a un final, sino como la oportunidad de crecer como persona a través de no solo su devoción, teniendo en cuenta todo el panorama y consigo, las personas que viven en él.


Al final el dragón venció a la serpiente, asestando un golpe mortal a su compañero. Ya no importaba el resultado de la batalla, sin la llama, todo estaba condenado a perecer en el olvido. El dragón tomó el cuerpo de la serpiente y cedió el fuego de su alma a ese cadáver, restaurando la sagrada llamarada. Si bien ambos perdieron su vida, quedaba una luz para aquellos dependientes de su imponente calor.


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