El Pugilista V.S. El Tiburón
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El público estaba agitado. Él lo podía sentir desde el final de la escalera. Respiró profundamente y realizó algunos movimientos para entrar en calor. Esa noche iba a ser intensa. Por su intercomunicador le informaron que las luces se apagarían en 10 segundos. “Bien, hora de presentar el show”, pensó un segundo antes de que se oscureciera el Coliseo. Subió las escaleras, siguiendo las luces de emergencia, hacia su puesto. Las miles de voces del público resonaron a su alrededor, ansiosas de que empezara el espectáculo. Las luces se volvieron a encender.

—¡Buenas noches damas y caballeros ¿Cómo se encuentran hoy?! —preguntó el Anunciador y el público respondió con un grito colectivo.

El Anunciador observó la arena desde su lugar. 10.000 personas de todas las partes que podía y no podía imaginar estaban allí, expectantes y hambrientos de emoción. Aunque esa vez había algo diferente en la arena: un cristal templado que se elevaba 30 metros que separaba a las de la propia arena. Normalmente, no hace falta una protección de ese tipo, pero la pelea que abría esa noche lo ameritaba. El Anunciador observó toda la arena con un vistazo, deteniéndose en un grupo particular en la sección D de las gradas. Varias decenas de hombres y mujeres bronceados, con bíceps más grandes que una cabeza y nudillos más duros que el hierro, observando impasibles desde sus asientos.

—¡Hoy tendremos, aquí y ahora, la respuesta a unas de las interrogantes más antiguas de la humanidad! ¿Quién es más fuerte? ¿El hombre —una pausa dramática— o el tiburón?

Más gritos del público.

—¡Hoy dos titanes de ambas especies chocarán aquí para quedarse con la última palabra! ¡Hoy dos campeones chocarán para prevalecer sobre él otro y reclamar el título del superdepredador en esta arena!

Las luces se encendieron mostrando el campo de batalla. Una arena circular cubierta de arena, con tuberías saliendo de las paredes laterales.

—¡Pero ellos no lucharán sobre tierra seca! ¡NO! ¡Lucharan en su campo de batalla habitual! ¡Su santuario de la guerra! ¡Bajo el agua! ¡Cuando los dos peleadores entren, se liberará suficiente agua para poder inundar toda la arena! Pero, ¿quiénes serán los que librarán esta batalla?

La puerta oeste se abrió.

—En las profundidades oscuras y frías del océano ocurrieron batallas y guerras sangrientas y crueles que desconocemos quienes habitamos la superficie. Una de esas batallas ocurrió cerca de Cabo de Hornos, en América del Sur, en el mismo Fin del Mundo. En ese lugar, una vanguardia selacia intentaba cruzar del océano Pacífico al Atlántico, rodeando Sudamérica para conquistar a los pueblos que habitaban las aguas del Atlántico Sur. Al llegar al estrecho, se encontraron un grupo de soldados defendiendo la zona, esperándolos. No sabían quiénes eran hasta que vieron que portaban un símbolo muy familiar para ellos en el pecho de sus trajes: un puño golpeando a un tiburón. En ese momento entendieron que lo que los esperaba no era una defensa, sino una ofensiva ¡Sus eternos enemigos de la superficie descendieron hasta esas bajas latitudes para frustrar sus planes bélicos! ¡Pero ellos no lo iban a permitir! ¡Iban a alzarse sobre sus cadáveres y devorar la carne de sus enemigos! ¡El ejército selacio cargó con el más profundo odio hacia sus adversarios y los humanos corrieron de frente contra los tiburones con solo una idea en sus mentes: golpearlos en la cara!

»Así inicio la Batalla de Hornos, una batalla que se cobró cientos de vidas humanas y escualas ¿Por qué les narro todo esto? Porque esa batalla se cobró la vida de una leyenda —mientras narraba, se escuchaba como algo se acercaba por la puerta—. Un gran tiburón blanco, gigante incluso entre los suyos, con una fuerza tal que decían que podía detener el avance de una ballena azul él solo. Él luchó, acabando con todo aquel que se le pusiera en frente, rompiendo la línea enemiga con suma facilidad. Solamente pudieron detenerlo luego de clavarle tres arpones con guantes de boxeo en el corazón y otra veintena en el resto del cuerpo ¡Y aun así fue capaz de seguir aniquilando hasta que no quedo sangre en su cuerpo! ¡Una bestia tal que se volvió un mártir y un ídolo para su especie, y un demonio profano para sus enemigos! ¡¿Cuál es el nombre de esta leyenda?! ¡Su nombre es-

Un grupo de hombres con el pecho desnudo ingresaron en la arena empujando una gran caja de cristal que contenía agua salada y a un tiburón muy grande e inusual dentro. Bípedo, con grandes brazos con aletas, una falda negra con diseños en rojo y una gran cola que chocaba contra el cristal.

—Lisandro Al’giel, el Destructor!

La gente se emocionó, sí, pero la entrada del Combatiente dejaba mucho que desear. La introducción había resultado algo larga y encerrado en esa jaula de cristal, no parecía muy intimidante el luchador. Casi parecía una exhibición de zoológico. El público se rio por lo bajo. Pero mientras unos se relajaban, otros se ponían nerviosos en la sección D por la incomodidad que les generaba ese grupo de personas singulares. La sed de sangre que surgió en ellos apenas vieron al tiburón era palpable. El deseo de violencia que les hacía apretar los dientes y los puños con una fuerza mayor a la de una prensa hidráulica para intentar contenerse. Una emoción tan potente que hacía que el resto de espectadores cercanos se movieran incómodos en sus asientos.

—¡¿Quién podrá hacerle frente a este Goliat submarino?! ¡¿Quién nos defenderá de la amenaza selacia?! ¡Pues nadie más y nadie menos que él!

La puerta este se abrió.

—En la batalla de Hornos no solo cayó una leyenda; cayeron dos. Del lado de los humanos había un hombre que se ganó un apodo especial: El Puño Rojo ¿Por cuál merito se ganó tal nombre? —El hombre se acercaba con un paso pesado hacia la puerta— Por un motivo bastante simple: cada vez que golpeaba a un tiburón, su puño atravesaba su cara y se teñía del rojo de la sangre y sesos de los escualos. Este hombre fue uno de los que lideraron la ofensiva en Hornos. Avanzaba reventando todas las cabezas de los tiburones que se le ponían enfrente. Avanzó sin detenerse hasta que ocurrió una tragedia. Los tiburones lo rodearon y aprovecharon una abertura para arrancarle ambas manos de una mordida. Mutilado, sin sus dos armas y rodeado por enemigos ¿Qué hizo ese hombre? Simple, siguió golpeando a los tiburones en la cara. Qué es el brazo si no el alargamiento del puño ¡Incluso sin la mano, aún servía para golpear! ¡Con los muñones abiertos, mezclando su sangre con el agua salada, creo una estela de muerte roja cada vez que atacaba!

»¡Incluso cuando le cortaron la cabeza para matarlo, su cuerpo siguió avanzado y dando puñetazos hasta que cayó! ¡¿Cuál es el nombre de este héroe, de este santo de los golpes del Shark Puching Center?! ¡Yo les diré su nombre! ¡Su nombre es-

Un hombre salió por la puerta este. Su gran tamaño era notable, más de dos metros, y su traje de neopreno solo marcaba más la gran musculatura que poseía. Avanzó con un paso firme, con una gran barba trenzada que hacía juego con su cabeza pulida. En su espalda cargaba el escudo del Centro con la leyenda SPC debajo.

—Hannibal Holyrose!

La gente vitoreó, pero algunos de los espectadores, quienes habían estado en peleas anteriores, estaban algo decepcionados. La figura de ese hombre era imponente, sin dudas, pero comparándolo con la entrada de otras figuras históricas que ya habían peleado en el Coliseo no impresionaba mucho. Mientras unos criticaban, los pugilistas de la sección D se levantaron de sus asientos y levantaron su puño al cielo.

—¡AU! ¡AU! ¡AU! ¡AU! ¡AU!

Gritaron esos guerreros en señal de respeto hacia su héroe. Este giró su mirada hacia ellos, levantó su puño y devolvió el saludo a sus hermanos y hermanas de armas.

—¡AU! —gritaron juntos con gran fuerza una última vez.

—¡Los titanes ya están frente a frente! ¡La batalla que hubiera marcado historia en Hornos, pero que nunca se dio está a punto de ocurrir aquí y ahora! ¡Abran el agua!

Se abrieron las cañerías y agua de mar empezó a correr como un torrente que cubrió todo el suelo de la arena con una capa de 1 cm en apenas un par de segundos.

—¡¿Qué ocurre gente?! ¡¿Creen que es injusto que pelee este hombre bajo del agua, en el ambiente natural de su enemigo?! ¡NO SEAN INGENUOS! ¡¿A caso piensan que los tiburones van a buscarlos en su cómoda tierra seca?! ¡NO! ¡Estos hombres van hacia las fauces del enemigo y les dan una paliza en su propia casa! ¡Ellos viven, pelean y aman bajo la superficie del mar! ¡Pero le dejamos unos tubos con aire para que pueda recuperar el aliento! ¡Tampoco es que tenga branquias este hombre!

Dijo bromeando en lo último el Anunciador. El agua estaba llegando hasta la altura de las rodillas del hombre, que se mantenía impasible en su lugar.

—¡El momento se acerca! ¡El momento en que el hombre y la bestia definan quien es el que lidera la cadena alimenticia! ¡Y espero que hayan apostado de la mejor manera! ¡Porque la batalla definitiva se acerca!

El público enloqueció mientras se inundaba la arena. El agua subió hasta sobrepasar la altura de las rodillas del hombre. Para el tiburón le pareció suficiente esa cantidad de agua. La bestia acuática de 3 metros de alto se paró con un solo movimiento y con una mayor facilidad que respirar cerró su mano, flexionó su brazo derecho llevándolo hacia atrás y lanzó un puñetazo que agrieto cada milímetro del cristal que se encontraba frente suyo. El golpe resonó con tal potencia que hizo saltar hacia atrás a casi todo el Coliseo, dejando con la boca abierta y asustados a todos los espectadores. A excepción, claro, de los pugilistas que permanecieron firmes ante el selacio.

El Anunciador se quedó sin palabras. Sabía que la caja donde lo habían encerrado estaba hecha con paneles de vidrio templado de 6mm de grosor y aprueba de balas, y que no tenía ninguna forma de abrirse. Él creyó que era una exageración y que había algún modo para que se abriera para hacer una entrada espectacular al combate. Y tuvo razón a medias. Tenía una forma de abrirse la caja y de una manera espectacular: a base de poder puro.

El tiburón pateó el panel destrozado, haciendo que el agua de la caja se liberase y nada se interpusiera entre su presa y él. Pero hubo un problema, su presa no estaba. El lugar donde estaba parado el hombre estaba vacío. Por un segundo no supo dónde se encontraba su oponente. Al siguiente segundo supo dónde estaba cuando su puño impactó contra el lado izquierdo de su cabeza ¿Cómo lo golpeo de costado si había un panel de vidrio templado aprueba de balas a ambos lados del ser? Simple, atravesó el cristal con un puñetazo y golpeó al tiburón en la cara.

La cabeza del tiburón impactó contra el panel a su derecha, agrietándolo y tirándolo por debajo del agua. Si antes los espectadores estaban asustados, ahora estaban aterrorizados. La velocidad con la que se movió el hombre, teniendo casi medio cuerpo bajo el agua, y su fuerza, capaz de derribar a tal monstruo, no era humana. Quedaron totalmente mudos del asombro y terror. A excepción de nuevo de…

—¡SIIIIII! ¡GRAN PUÑETAZO!

—¡GOLPEALO MÁS FUERTE HERMANO!

—¡ROMPELE LA CARA A ESE SELACIO!

Los miembros del Centro gritaban a todo pulmón festejando el puñetazo dado por uno de los suyos. Eran tan fuertes sus gritos que toda la arena podía oírlos sin problemas y quienes estaban cerca se tapaban los oídos e intentaban alejarse de esos anormales. Mientras todo ocurría, el Anunciador había quedado tan impactado como el resto que se le pasó el narrar lo que ocurría.

—¡IN- INCREIBLE! ¡QUÉ FUERZA LA DE ESTOS DOS SERES! ¡QUÉ INICIO MÁS POTENTE! ¡PERO ES EL HUMANO QUIEN RECLAMA EL PRIMER GOLPE!

Con la voz del Anunciador, la gente se recuperó y volvió a gritar con locura por la emoción de la acción.

—¡¿Acaso el pugilista ha derrotado a su eterno rival con el primer ataque o-?!

Antes que pudiera terminar de hablar, el tiburón emergió del agua a gran velocidad, dispuesto a enterrar su puño en la cara del hombre. Este vio venir el ataque y conectó un uppercut izquierdo contra la mandíbula del escualo, buscando detenerlo en el lugar. Pero esto no detuvo el ataque de su adversario, quien conectó un derechazo a la cara del pugilista. Con el agua a la altura de la cintura, ambos Combatientes volaron hacia atrás.

Hannibal chocó boca arriba contra el agua tras volar unos dos metros hacia atrás. Apenas tocó el suelo de la arena, se levantó rápidamente. Analizó el terreno mientras el dolor invadía su rostro. El agua que cubría la arena subía con prisa, ya estaba tapando su ombligo, por lo que en breve se vería obligado a contener la respiración para pelear. Debía acabar con el tiburón antes de eso.

Pero… ¿Dónde estaba el tiburón? Vio a una masa gris alzarse sobre el agua para luego desaparecer debajo de ella. El público perdió de vista a Lisandro apenas apareció, pero no Hannibal. Dando un paso hacia delante, Hannibal dio un puñetazo hacia abajo, frenando al tiburón con un golpe en la corona de la cabeza. Tal vez el agua ya estaba lo suficientemente alta como para permitirle nadar al ras del suelo y a muy alta velocidad al escualo, pero el pugilista ya tenía experiencia de sobra con esas embestidas. Los estúpidos selacios siempre atacaban en línea recta.

Hannibal había conectado el golpe efectivamente, pero subestimo la energía con la que se movía su oponente, ya que de igual modo fue arrollado por él gracias a la cinética. El pugilista giró sobre la espalda del tiburón y volvió a estrellarse contra el agua. Se volvió a levantar con rapidez el hombre, pero quedó desorientado por el choque, por lo que no se dio cuenta de inmediato que estaba viendo en la dirección equivocada. El sonido del movimiento sobre el agua lo alertó a tiempo como para levantar su guardia ante el ataque que recibiría desde atrás. Un derechazo limpio que logró cubrir con sus brazos, pero debido a la mala postura lo tiró hacia atrás.

Cayó de culo en el suelo y no tuvo oportunidad de levantarse, ya que Lisandro empezó a hostigarlo. Hannibal había quedado bajo la superficie mientras recibía los golpes constantes del tiburón sobre él. Por suerte, el tamaño mayor de su oponente le jugó a su favor porque, incluso de rodillas, no lograba atraparlo entre sus piernas. El hombre desvió uno de los golpes hacia un costado y contraatacó dando un puñetazo al ojo sin parpado del selacio. Haciendo que perdiera brevemente la concentración.

Luego, usando el cuerpo de su atacante, se impulsó alejándose en el agua. A unos cuatro metros de distancia, Hannibal se detuvo y levantó su cabeza por arriba del agua. Volvió a respirar mientras se ponía en guardia. El selacio se había mantenido en su lugar y miró al pugilista con atención. Él le devolvió la mirada. Podían ver claramente en uno en el otro reconocimiento por sus capacidades. No se habían encontrado con casi nada que durase más de uno de sus puñetazos sin morir instantáneamente. Pero ese reconocimiento no implicaba respeto alguno. Ninguno de los dos consideraba al otro como una especie digna de respeto.

El agua ya llegaba hasta el pecho del hombre, por lo que el tiempo estaba apremiando para él. Algo que también se daba cuenta el tiburón. Mientras más durara el combate, más ventaja obtenía por el hecho que él podía respirar bajo del agua y su presa no. El agua salada entraba por las branquias localizadas en el torso de Lisandro, oxigenando su sangre mientras se preparaba para embestir. Hannibal ya veía venir ese tipo de ofensiva, así que se preparaba para interceptarla. Seguramente iba a intentar atacar rodeándolo como a un animal herido y aprovechar su velocidad para acabarlo. “Que estúpidos y predecibles son los selacios”, pensó Hannibal.

Antes de que alguno empezara a moverse, un estruendo ocurrió, uno muy diferente a los gritos del público, que los distrajo un momento. Observaron el origen del ruido con su visión periférica y levantaron ambos una ceja. O bueno, solo uno de ellos, el tiburón no tenía cejas. Los miembros del Centro que había entre el público habían atravesado las gradas hasta la primera fila del Coliseo, habiendo pisado y empujado a todos los demás espectadores. Intentaron detenerlos algunos, pero no pudieron hacer nada frente a ese grupo de gigantes musculosos. En ese lugar, los pugilistas golpeaban el cristal que los separaba de la arena con energía mientras gritaban palabras de ánimo.

—¡DESTROZALOOOOOOO!

—¡GOLPEALO EN LA CARA MÁS FUERTE!

—¡GOLPEA AL TIBURON!

Hombres y mujeres, jóvenes y viejos, hasta un perico, estaban allí apoyando la lucha de uno de los suyos, exigiéndole que acabase con el tiburón. Un espectáculo que hizo entrar en rabia a Lisandro. Esas personas, esos humanos que no tenían ninguna razón para odiarlos. Ninguna justificación para sus actos. Que solo querían golpearlos en la cara. Eso hizo que volviera a latir su corazón con odio.

Él había entrenado toda su vida para poder devolverles todo el dolor que le habían provocado a él y a los suyos. Había sacrificado su cuerpo y su alma para obtener una fuerza imbatible, solo para poder destrozar sus caras bajo sus nudillos. Y él disfrutó cada gramo de la carne y huesos molidos por sus manos. Cuando ocurrió la guerra con los pueblos del sur y lo mandaron a rodear el continente por oriente, en vez de enviarlo a las líneas frontales en el Caribe, se sintió engañado. Su fuerza no era para conquistar lugares débiles, era para destruir al enemigo de frente. Pero cuando llego a Hornos todo cambio. Al ver al ejército pugilístico frente suyo, agradeció a los dioses por la oportunidad que le habían dado de destruir a tantos de sus enemigos a la vez. Estuvo en primera línea cuando inicio la carga y no se detuvo, aunque tuviera el corazón perforado y mil heridas en su cuerpo, hasta que ya no hubo ningún humano de pie a la vista. Orgulloso, decidió descansar sobre una cama hecha de la sangre de su enemigo. Y ahora estaba allí, como un espectáculo de circo para los seres que más odiaba, exigiendo su sangre para su entretenimiento.

Pero él iba a prevalecer. Él iba a matar a su campeón y teñir el agua de rojo con su sangre. Él iba a reír al último antes de tomar la vida del resto de humanos de ese lugar. Lisandro apartó la vista de los humanos para centrarse de nuevo en su presa. Se dio cuenta rápido que se distrajo más de lo que debía.

Hannibal decidió atacar primero. Avanzó saltando bajo el agua hasta llegar hasta a Lisandro y conectar un jab en su cara. El pugilista arremetió con una lluvia de golpes que el tiburón intentaba bloquear, hasta que se cansó de recibir el castigo. Abriendo sus brazos agarró al boxeador con un abrazo del que no podía escapar. Todos al ver esa situación esperaban que el tiburón mordiera el cuello descubierto y al alcance del hombre, y el combate terminara de una forma sangrienta. Pero no ocurrió eso, sino que Lisandro levantó a Hannibal con su gran tamaño y luego se dejó caer sobre él con todo su peso. Una masa de más de media tonelada cayó sobre el pugilista, haciéndolo soltar un quejido.

Pero allí no termino el asalto del escualo. Poniendo una mano sobre el pecho del pugilista para que no escapara, empezó a atacar sin piedad su rostro a puñetazos. Era una posición complicada para Hannibal, pero los tiempos prologados entre puñetazos le dio tiempo para pensar. Iba a salir de allí, aunque fuese a través de un truco bajo. Lisandro alzó su puño una vez más, pero quedo paralizado a mitad de camino. El público soltó un colectivo “uuuuhhhh

—Golpe bajo —declaró el Anunciador.

La patada de Hannibal había sacudido todo el organismo de Lisandro de una forma que no creía posible. Los tiburones tienen testículos internos por vivir en un ambiente frío como es el medio acuático, por lo que un golpe en la entrepierna no debía ser tan paralízate como para los mamíferos terrestres al no tener esos órganos sensibles expuestos. Pero logró sentir la patada hasta en el estómago, partiéndolo de abajo hacia arriba. Eso lo hizo tambalear y reducir su agarre.

Hannibal no desaprovechó la oportunidad y lo tomó del brazo que lo sujetaba y lo estiró hacia un lado. La masa paralizada de más de 500 kilos fue derribada por el hombre. Con el tiburón en el suelo, Hannibal realizó un golpe de martillo al cuello del ser. Aunque no tuviera una laringe como los mamíferos terrestres, el cuello seguía siendo una zona importante del cuerpo. Como era más flexible para permitir que alimentos más grandes lo atravesarán, el golpe de Hannibal lo aplastó, llegando a tocar las vértebras por el lado del frente. Aunque no fuera un daño fatal como lo sería en una persona, lo dejaría quieto un segundo. Tiempo suficiente como para montarse sobre él y empezar a darle una paliza.

De un segundo a otro, las tornas habían cambiado y Hannibal ahora era quien controlaba el combate. El público gritaba ante tal brutal espectáculo con emoción y jubilo, aunque no tan fuerte como los pugilistas.

—¡VAMOOOOOSSSS! ¡SIGA GOLPEANDOOOOOO! —gritaba un joven pugilista llamado Ethan Hanson— ¡¿No es increíble señor?!

—¡Claro que sí muchacho! —le respondió uno de sus superiores, el doctor Von Punch. Un hombre que ya estaba entrando en años, pero que solo podías verlo en sus canas y algunas arrugas de su rostro, por lo demás seguía teniendo el cuerpo esculpido de un joven.

Von Punch había conocido a Holyrose en sus años mozos y se alegraba de ver a su viejo amigo luchando de nuevo. Pero había algo que lo preocupada. Hannibal atacó un par de veces a Lisandro hasta que no pudo más y tuvo que alejarse. La gente se quedó perpleja por cómo se retiró teniendo la ventaja, pero el viejo pugilista entendió el motivo.

“Como temía, se le acabó el aire”, pensó con preocupación Von Punch. Conocía las capacidades de Holyrose y sus límites. Él podía soportar hasta media hora debajo del agua si estaba quieto; cinco minutos si hacía ejercicios aeróbicos; y un minuto o menos si eran anaeróbicos. A pesar de su gran fuerza, su organismo seguía siendo como el de un humano y aún tenía sus necesidades como comer o respirar. En una batalla así, mantener el combate por tiempos prolongados era contraproducente para él.

Hannibal se apartó de su oponente con un salto y alzó la cabeza para tomar aire, pero no logró llegar hasta la superficie. Levantó la vista para ver un techo acuático a 10 centímetros de su cara. El hombre maldijo y saltó para alzarse hasta la superficie y tomar una rápida bocanada de aire. Al volver a bajar, analizó su situación.

El tiburón estaba aún algo aturdido, pero ya estaba empezando a levantarse. Aunque él quería destrozarlo en ese momento a puñetazos, tenía que aprovechar ese tiempo para planear. Primero vio la sangre que salía de su rostro y brazos, cómo se diluía en el agua frente de él. Todos los golpes del tiburón habían lacerado la piel de Hannibal, gracias a los dentículos que cubría su cuerpo. Menos una zona, sus nudillos que, en vez de lastimarse por el contacto, arrancaban las escamas del escualo con cada golpe que poseía una potencia igual o mayor a la de una bola de cañón.

Luego revisó su entorno para ver si había algo útil o no. En sus pies notó una manguera que salía del piso. Al acercarse notó que tenía un regulador conectado en el extremo. Sin pensarlo mucho, se llevó a la boca el aparato y lo purgo. Empezó a respirar y exhalar el aire comprimido que salía de esa manguera.

—Parece que ya nos hemos sumergido del todo —dijo el tiburón, volviendo a ponerse de rodillas y observando a su presa.

Aunque no tuviera pulmones, la raza de Lisandro contaba con cuerdas vocales para hablar. Su voz grave resultaba muy molesta para los oídos del pugilista.

—Ahora, dime, ¿Cuánto tiempo vas a durar antes de ahogarte? —dijo de forma condescendiente Lisandro.

Hannibal hizo una respiración profunda, llenando sus pulmones de aire y se sacó la boquilla de la boca. Se levantó y empezó a mover sus brazos de una forma extraña. Lisandro mostró una clara expresión de sorpresa en su rostro mientras el resto de la audiencia no entendió esos gestos.

—Esperen, ¡esperen! —gritó el Anunciador intentando escuchar lo que le decían por el intercomunicador— Holyrose… ¡Holyrose acaba de hablar el leguaje de los selacios! ¡El lenguaje de señas que usa la especie de Lisandro para comunicarse en las profundidades abismales! —informó al público de lo que estaba ocurriendo— Le dijo “no te preocupes por eso, te mataré antes de que eso sea un problema”.

Lisandro quedo estupefacto por el hecho. Acababa de ver a uno de sus enemigos de la superficie hablar su idioma.

—¿Puedes hablar Imar? —preguntó asombrado Lisandro.

—“Sí, necesitaba aprender su idioma para poder decirles-”, bueno, ahora Holyrose está diciendo un insulto hacia la madre de Al’giel —tradujo el Anunciador para el público.

Lisandro suspiró.

—¿Por qué me sorprendo? Todos ustedes son iguales —dijo resignado el tiburón—. Antes de continuar, quiero que me respondas una pregunta que suelo hacerles antes de pugilizarlos: ¿Por qué luchan? ¿Por qué libran esta guerra contra nosotros, los tiburones?

El desprecio no se hizo esperar en los pugilistas del público cuando escucharon su terminología siendo usada en su contra. Arremetieron contra el cristal gritando mil y un ofensas y amenazas. Pero Hannibal se mantuvo impasible y respondió con tranquilidad a la pregunta. Hizo una seña con las manos que significaba “instinto” para responderle a su enemigo natural. Lisandro no lo entendió, pero no importaba realmente. Él se paró, el agua había subido lo suficiente como para permitirle estar de pie sin problemas, sin que alguna parte de su cuerpo quedase fuera del agua, permitiéndole pelear cómodamente. De ese modo podía usar “ese” truco sin muchos inconvenientes.

—Bien, suficiente charla. Es hora de la retribución, pugilista.

Lisandro fue el primero en avanzar dando varios saltos hacia adelante; Hannibal avanzó también para recibirlo. El primero en lanzar un golpe fue el tiburón con un jab derecho simple; el pugilista lo esquivo saltando a un lado, buscando un ángulo para atacar. Acto seguido, Lisandro volvió a atacar, ahora con la palma abierta como intentando agarrarlo. El ataque era lento, por lo que lo esquivó el hombre dando un paso hacia atrás. El tiburón había quedado vulnerable para un contraataque tras ese movimiento, por lo que Hannibal iba a hacer una serie de cuatro golpes y luego apartarse para debilitarlo. Era un buen plan, pero el inconveniente era que había perdido el equilibrio. Una corriente que no había antes lo había tomado desprevenido y lo había hecho elevarse de su lugar perdiendo su agarre con el suelo. Había quedado vulnerable ante el nuevo derechazo de Lisandro que dio de pleno en su pecho y lo mandó a volar.

¿Qué había pasado? Lisandro usó la fuerza y cobertura de su mano, había movido las aguas detrás de ella generando una corriente que debilitó la defensa de su presa ¿Eso era algo posible? No para el resto de criaturas, pero para él sí.

Lisandro, como todos los suyos, estaba impulsado por el odio hacia los de la superficie, hacia quienes llevan el símbolo del Punching Center como emblema; y como muchos de los suyos, vio de primera mano el horror que provocaban. Cuando apenas estaba llegando a la edad adulta, el pueblo de Lisandro fue atacado por una avanzada del Centro. Habían atacado sin piedad, golpeando a todo aquel que se encontraran. Ellos dejaban a los más jóvenes y a las crías para lo último y mataban a golpes a sus padres frente de ellos. De ese modo vio el asesinato de sus padres, que fueron usados como sacos de boxeo sin piedad por esa gente. Solo sobrevivió a esa masacre por dos razones: por su tenacidad, su deseo de seguir viviendo, y quien lo pugilizó no hizo bien su trabajo. Cuando su conciencia volvió, el olor a muerte invadió su olfato y sintió que su cuerpo estaba siendo aplastado por algo muy pesado. Intentó quitárselo de encima, pero no pudo, por lo que se arrastró por el poco espacio que tenía para salir de ese encierro. Cuando fue libre, pudo admirar donde había estado atrapado: una montaña de los cadáveres destrozados de su pueblo.

El odio se volvió su sangre tras ese día y fue la fuerza que le permitió levantarse para seguir entrenando y ser más fuerte. Se unió al ejército de su nación, donde recibió un entrenamiento infernal en lo más profundo de la zona abisal para convertirlo a él y a sus parecidos en máquinas de guerra para hacer frente a todo invasor, sobre todo los de la superficie. Pero Lisandro llevó ese entrenamiento aún más allá. Descendiendo hasta lo más hondo de las aguas más oscuras del océano, hasta un sitio llamado de forma literal “lugar de la muerte”, la zona hadal, para lograr su trasformación. En la oscuridad fría de la fosa oceánica, Lisandro logró convertirse en el monstruo que quería ser y cuando subió de nuevo, su poder era tal que el movimiento de sus manos cambiaba la dirección de las corrientes marinas. Los de la superficie lo llamaron El Destructor, pero su gente lo llamaba por otro nombre: La Mano Divina.

Y La Mano creo una corriente para aplastar al pugilista con un poder similar a la de un proyectil de artillería.

Hannibal voló hasta chocar contra la pared de la arena, destrozándola y haciendo temblar el vidrio templado. Todo el aire que tenía en sus pulmones escapó de su cuerpo en grandes burbujas, algunas de color rojo. Cuando su cuerpo sintió que no tenía aire, pidió de inmediato que inhalara para oxigenarse. Hacer eso hubiera llenado sus pulmones de agua y se hubiera ahogado muy pronto, pero no podía hacerlo. Su pecho solo respondía a las peticiones de movimiento con señales de dolor. Su esternón había sido fracturado. Ya no era capaz de controlar su propia respiración Hannibal.

Desesperado, su cerebro buscaba una solución para evitar ahogarse. Recordó que se encontraba bajo del agua, así que la respuesta lógica era subir a la superficie. De manera instintiva, Hannibal empezó a nadar hacia arriba hasta estar de nuevo en un ambiente menos denso. Su cuerpo intentaba respirar, pero no podía, el tórax no respondía. Hannibal tuvo que tomar las riendas de su cuerpo y obligar a base de fuerza mental que su pecho se expandiera para permitir que entrara el aire. Fue uno de los actos más dolorosos que tuvo que pasar ese hombre, pero lo logró. Luego exhaló conteniendo sus gritos. Inhaló y exhaló. Inhaló y exhaló.

“¿Qué había ocurrido?”, se preguntó. “¿Me atropellaron? No, me dieron un puñetazo ¿Quién? Estaba peleando con el tiburón y-".

Al recordar que había pasado, Hannibal se alarmó al ver que había perdido de vista al tiburón. “¡¿Dónde está?! ¡¿Dónde?!”, pensó en pánico y viendo a todos lados, sin encontrar nada. Sumergió su cabeza para buscarlo por debajo y vio a la bestia mirando desde abajo.

Lisandro se había divertido observando como su presa se agitaba en agonía arriba suyo por un momento. Luego, saltó acelerando de 0 a 100 en apenas dos segundos. Hannibal pudo levantar sus brazos para cubrirse de manera instintiva cuando vio lo que se aproximaba. Haciendo una pose de superhéroe, Lisandro emergió del agua catapultando a Hannibal unos 10 metros sobre la arena. El pugilista quedo flotando en el aire unos segundos para que lo admirase todo el Coliseo, luego cayó inerte contra el agua haciendo un brutal SLASH.

El cuerpo de Hannibal descendía lentamente en el líquido mientras Lisandro admiraba su obra. Había sido el sujeto más duro que había combatido, pero había caído como todos los demás: como una mierda más. Lisandro se preparó para rematar a su presa ante la expectación del público. Había flexionado su brazo para destrozarle el cráneo de un puñetazo cuando de repente se despertó en el suelo. Estaba boca arriba sobre la arena viendo el techo cristalino líquido que estaba sobre él. Lisandro no comprendía por qué estaba en esa posición. Podía escuchar al público conmocionado y gritando impresionado. La voz del Anunciador se escuchó sobre ese griterío.

—¡INCREIBLE! ¡INCREIBLE! ¡NO LO PUEDO CREER! —decía ese hombre a todo volumen.

Lisandro empezó a sentir que su cabeza le dolía cuando los recuerdos borrosos vinieron a su mente.

—¡JAMAS PENSE VER ESTO! ¡ESTO ES INCREIBLE!

Recordó algo mientras levantaba su torso del suelo. Iba a dar su golpe final cuando de repente el humano contraatacó.

—¡EL GRAN BOXEADOR, EL GRAN GOLPEARDOR DEL CENTRO DE GOLPEO DE TIBURONES ACABA DE USAR-

El ataque le había dado al costado de la cabeza, y no había sido un puñetazo, había sido…

—UNA PATADA! —gritó el Anunciador y el público enloqueció.

Hannibal de manera inesperada atacó a Lisandro con una patada giratoria superior que conectó limpiamente con la cabeza del tiburón. Un ataque que no había usado antes (si no contamos la primera patada en la entrepierna, ya que eso fue un golpe bajo) y que no caracterizaba a los miembros del Shark Punching Center. Algo que dejó anonadados a sus compañeros del Centro.

—¿Qué acaba de ocurrir? —se preguntaba en voz alta Hanson.

—Una patada, niño, ¿acaso nunca viste una? —le respondió Von Punch a su duda.

—No, sí, o sea, sé que es una patada, pero ¿nosotros pateamos? —preguntó confundido Hanson mientras que su perico Fede se posaba en su hombro.

Von Punch levantó su mirada viendo las luces del techo y empezó a narrar:

—La lucha contra la amenaza selacia no solo se limita al mar, al océano, lagos, ríos, lagunas y cualquier otro cuerpo de agua que te imagines. Sino también en la tierra con tiburones con patas y sus simpatizantes; debajo de ella contra tiburones hechos de roca o lava; o en el cielo con tiburones capaces de volar o tiburones fantasmas. Pero hay una clase de tiburón que ha resultado uno de los mayores desafíos para la lucha por la paz del Centro; los tiburones de nieve. Son como tiburones normales, pero capaces de nadar en la nieve. Han resultado un desafío no porque sean más grandes o más rápidos, sino por donde se encuentran, las cimas de las mayores montañas. En esos lugares, la nieve suave entierra las piernas de nuestros soldados impidiéndoles moverse y esquivar. Y cuando intentan atacar, la nieve absorbe el golpe y no llega hasta el selacio que devora a nuestros hermanos indefensos. Intentamos combatirlos utilizando fuego y el calentamiento global. El primero resultó útil para contenerlos en algunas zonas, pero no duraban mucho, ya que los fuertes vientos los apagaban. Y el segundo derretía las zonas equivocadas de la montaña y hacía que hiciera más frío en invierno y que las tormentas fueran peores. Quemar tantos neumáticos resultó un desperdicio.

»Ante esta encrucijada, nuestros hermanos poco ortodoxos de oriente, reconocidos por utilizar patadas para hacer frente a los selacios, idearon un entrenamiento para contrarrestar la desventaja ambiental. Lo que hacían era enterrar hasta la cintura a la persona en un hoyo de arena de diez metros de diámetro y hacerla patear hacia arriba. La arena era como la nieve, compacta y granulada. Podría decirse que la arena era nieve caliente. Llamaron a este entrenamiento como “el entrenamiento de la arena" por obvias razones. De ese modo entrenaban los músculos de las piernas para que pudieran superar la resistencia de la densidad de la nieve y permitirnos atacar de una forma que no esperasen. Muy pocos fueron los capaces de sacar una pierna de la arena con una patada y muchos menos los que tuvieron el reconocimiento de pugilizar a un tiburón de nieve de ese modo.

»Fue en el reino de Tailandia donde Hannibal viajó para recibir el entrenamiento de la arena e instruirse en el arte de los 8 puños, la conocida comúnmente como pugilización tailandesa: el muay thai. Entrenó por días y noches enteras las técnicas para atacar utilizando cada parte del cuerpo, como también fortaleció su cuerpo y mente para soportar los peores castigos. Y cuando estuvo preparado, comenzó su verdadero entrenamiento. Presionó cada músculo y ligamento de su tren inferior hasta poder levantar los cientos de kilos de arena que impedían a su pierna moverse. Luego de lograrlo, quiso llegar más lejos. Siguió realizando patadas bajo la arena hasta el punto que la presencia de la misma ya no suponía un obstáculo para mover su extremidad. Sino que incluso, sobrepasando cualquier expectativa, logró caminar alrededor del pozo, teniendo medio cuerpo enterrado bajo la arena. Su fuerza era tal que no había líquido ni sólido que no pudiera atravesar. Entonces fue que subió a la cima de la mayor montaña de ese país, el Himalaya. En la cumbre de esa montaña se enfrentó él solo a una manada de tiburones de nieve durante una tormenta, para que fuera más épico. Tras un mes de ausencia, Hannibal volvió a bajar trayendo consigo cuatro cadáveres de tiburones de nieve solamente ¡Y solo fueron cuatro porque tuvo que dejar el resto en el lugar y se comió dos durante el descenso! Tras eso se ganó un nuevo apodo en ese país: El Imparable.

Hanson escuchó la historia con atención, pero le surgió una cuestión.

—Señor, el Himalaya no se encuentra en Tailandia, está por la zona de Nepal, más al norte.

Von Punch se quedó en silencio un momento antes de tomar a Hanson del cuello y acercarlo mucho a su cara, espantando a Fede.

—¡Niño, ¿crees que a los tiburones les importa la geografía?! —lo regañó escupiéndole en la cara.

Volviendo al combate, Hannibal tras conectar su patada, aterrizó en la arena y busco rápidamente una de esas mangueras para poder respirar. Vio una y corrió hacia ella para oxigenarse. Con mucho esfuerzo pudo purgar el regulador e inhalar. Era muy difícil y doloroso, no solo en su pecho, sino también en sus brazos. Bloquear el salto de Lisandro había dejado fisuras en los huesos de sus dos antebrazos.

Permaneció allí, aprovechando cada segundo que tenía para recuperar cada gramo de energía que pudiera. Cuando notó que el tiburón se había despertado, frunció el ceño y tiró la manguera de aire tras respirar profundamente una última vez. Lisandro lo observó un momento desde la distancia. Ahora entendía por qué había sentido que lo habían partido antes, sus patadas eran mucho más fuertes. Si era así, ¿Por qué no las usó antes, desde un principio? Se le ocurrían dos motivos al escualo. El primero era que lo había subestimado y creyó que no necesitaría de esas técnicas para derrotarlo. La segunda era por principios parecidos a los suyos que le impedían utilizar la mordida, el deber de tener que matarlo a puñetazos sí o sí. O incluso una mezcla de las dos. No lo sabía, pero no importaba. Iba a matarlo a golpes de igual modo.

Permanecieron unos segundos más observándose hasta que ambos se pararon a la vez y reanudaron el combate lazándose uno contra el otro. El primero en lanzar un golpe al encontrarse fue Lisandro, un derechazo; Hannibal lo esquivó y lanzó una patada a la espalda baja del escualo. Este se tambaleó ante la sensación de ser partido a la mitad, pero respondió rápidamente girando su cuerpo y arrojando al piso con su cola al pugilista. Él pudo levantarse rápidamente y cubrirse de los siguientes dos jabs del tiburón. Cada golpe hacía vibrar su cuerpo de dolor, pero el boxeador no iba a retroceder.

Dio un paso y clavó su codo entre las branquias del torso de su oponente. Un nuevo tipo de ataque que no esperaba Lisandro. Hannibal estaba liberando sus técnicas que había aprendido en Asia del Sur. Sin dejarle un respiro a su adversario, dio tres puñetazos al tórax y uno en la cabeza. Cada golpe suyo generaba una onda de choque en el agua y se marcaba en la carne del selacio hasta la capa más profunda. Lisandro lo apartó con un golpe con el dorso de la mano en la cara. Ambos dieron dos pasos hacia atrás y un segundo después volvieron a cargar.

Lisandro abrió su mano y la movió frente de Hannibal para invocar una corriente que lo arrojase al suelo y poder acabarlo allí. La Mano Divina hizo lo suyo y creó una corriente que arrastró efectivamente al pugilista, pero no tuvo el resultado que él esperaba.

El boxeador esperó la corriente. No entendía como lo hacía, pero sabía que lo hacía, así que decidió aprovecharla. Vio que el movimiento de la mano del tiburón era en diagonal, de arriba hacia abajo y de derecha a izquierda. Para contraatacar saltó hacia arriba a la derecha y dejó que la corriente lo llevase hacia abajo. Usando el impulso de la corriente y su propia fuerza, enterró un codo en la cara del tiburón. Había usado la Mano Divina en contra de su creador.

Hannibal no tenía intención de perder la ventaja que obtuvo, así que atacó sin cuartel, con todo lo que tenía a Lisandro, quien solo podía levantar la guardia. El tiburón intentó lanzar una patada recta para quitarse de encima al humano, pero falló; Hannibal lo esquivó y decidió dar su propia patada que cayó sobre la rodilla de la bestia. Esta se tambaleó un lado apenas soportando el impacto. La segunda patada de Hannibal fue contra la cabeza, pero fue bloqueada con el antebrazo del escualo. Como tuvo que saltar para conseguir la altura necesaria para conectar el golpe, el pugilista quedo flotando en el agua al descubierto. Lisandro tampoco desaprovechó su oportunidad y contraatacó con un golpe al pecho. El hombre presionó sus mandíbulas al máximo posible, astillando sus dientes, para evitar que el aire escapase. El golpe le hizo retroceder unos metros hasta que pudo detenerse y levantar su guardia.

“No sé si aguantare diez segundos más”, pensó Hannibal mientras Lisandro daba un paso hacia adelante.

“No sé si aguantare siquiera el siguiente segundo”, siguió pensado mientras el tiburón levantaba el puño.

“Tengo que matarlo, ¡ya!”, pensó desesperado el pugilista.

Lisandro lanzó un jab izquierdo recto hacia la cara de Hannibal, este lo esquivo al último segundo y avanzó. Él también arrojó un jab, uno derecho que conecto con la cara de Lisandro. Sintió como el puñetazo no solo lastimó al tiburón, sino a él mismo también. Las fisuras del cubito y el radio se habían agravado gracias a la fuerza del choque. Eso le decía que había sido un buen golpe.

Siguió con un codazo izquierdo a las branquias y una patada a la rodilla para derribarlo. Los golpes conectaron y el tiburón cayó de rodillas. Era el momento. Hannibal flexiono su brazo izquierdo llevándolo para atrás, y usando toda la fuerza que tenía golpeó al tiburón en la cara.

CRACK

El sonido viajó por el agua y chocó contra el cristal, disipándose. Nadie en el Coliseo lo escuchó más que los dos Combatientes. Por un momento, el tiempo se detuvo. Nadie se movía, nadie gritaba, nadie golpeaba. Solo quedaron estáticos en sus lugares. En ese momento, ambos supieron que el fin estaba cerca.

El tiempo se reanudó y la cabeza de Lisandro retrocedió, mientras que el brazo de Hannibal continuó su trayecto. Parecía claro para los espectadores, Hannibal había dado el golpe de gracia y había terminado la batalla con su victoria. Los pugilistas ya estaban elevando la voz y el Anunciador se preparaba para dar el anuncio, pero el maestro del show y el viejo pugilista se dieron cuenta y quedaron mudos. El brazo de Hannibal se doblaba en dos ángulos diferentes. El cubito y el radio izquierdos habían cedido a la presión del golpe y se rompieron.

Eso no significaba que no hubieran causado daño al tiburón, el equivalente al maxilar humano de Lisandro había sido destrozado y había perdido una gran cantidad de dientes de su primera hilera y algunos de la segunda se aflojaron. Su mente había entrado en un estado de semiinconsciencia a causa del golpe. No podía ver, escuchar ni sentir su entorno. Había caído en la oscuridad. Y en esa oscuridad, la mente racional que desarrolló su especie para enfrentar a los humanos dio paso a un instinto primitivo que solo buscaba matar. El instinto primero olio el ambiente, había sangre en todos lados y su olor lo cubría todo, pero sentía que era más fuerte el olor a una distancia muy corta. Era claro, una presa herida. ¿Pero dónde estaba? El instinto despertó un sentido que había sido abandonado a favor de desarrollar su vista y oído para el combate cercano: sus electrorreceptores. Ese sentido durmiente reaccionó y sintió un ser que se movía un poco a la izquierda frente suyo. El instinto ordenó atacar.

Usando toda la fuerza de su espalda, el tiburón detuvo su movimiento hacia atrás. Luego, presionando con aún más fuerza, hizo que su cuerpo fuera para adelante y lanzó un golpe de martillo con su brazo derecho hacia donde estaba la presa. El golpe dio con el hombro izquierdo de su blanco, rompiendo sus huesos y derribándolo.

Ambos combatientes cayeron al piso. Lisandro vomitando sangre y dientes de su boca que no podía cerrar, y Hannibal intentando soportar el dolor del golpe que recibió y de haber caído sobre su brazo roto. Estuvieron quietos por varios segundos que parecieron horas hasta que Hannibal empezó a arrastrarse con su brazo no-roto. En vez de intentar alejarse e intentar salvar su vida, él se acercaba a su oponente. No le importaba si tenía uno o los dos brazos rotos. No importaba si se estaba ahogando o no. Él iba a seguir golpeando hasta el final. El pugilista utilizó a Lisandro como apoyo para levantarse, pero antes que pudiera cerrar la mano, Lisandro lo volvió a derribar con un puñetazo en la boca. El hombre cayó al piso una vez más boca arriba.

Lisandro, buscando cazar, se arrastró hasta quedar sobre él. El tiburón iba a morder y arrancarle la cabeza a su presa, sin importarle si tenía la mandíbula rota o no. Él iba a matar. Pero antes de poder hacer algo, la mente racional volvió a tomar el control cuando sus ojos se toparon con los del hombre.

Ambos estaban cubiertos por una tela roja que salía de sus cuerpos y subía hacia arriba, como retratando alguna clase de escena trágica mientras ambos guerreros se miraban. Sus miradas estaban teñidas de rojo por sus ojos inyectados en sangre y cubiertos por la neblina del cansancio. Sus caras estaban retorcidas y rasgadas por las heridas y los moretones hinchados. Sus cuerpos estaban totalmente destrozados, no había centímetro que no estuviera cubierto por las marcas de esa batalla. Pero incluso así, malheridos y al borde de la muerte, la llama que alimentaba el deseo de lucha y violencia dentro de cada uno aún brillaba sin intención alguna de apagarse. Lisandro y Hannibal sabían que todo esto solo podía terminar de una única manera, y ellos no deseaban que acabase de otro modo.

Ambos flexionaron sus brazos derechos lo máximo que podían y arrojaron un puñetazo. Solo el golpe del más grande hizo contacto. Un tamaño mayor implicaba tener un brazo más largo, por lo que únicamente el puño de Lisandro llego a destino.

Otro puñetazo; el público del Coliseo disfrutó de la torna inesperada del último segundo del combate y empezó a festejar a Lisandro.

Un puñetazo más; los pugilistas miraban en shock cada golpe que recibía su campeón en el piso, sin poder comprender lo que ocurría frente suyo.

Otro puñetazo más; el Anunciador meritaba sobre el desarrollo del combate, realmente había sido un evento memorable.

Luego otro puñetazo; luego otro puñetazo; luego otro puñetazo; luego otro puñetazo; luego otro puñetazo. Lisandro intentó dar otro puñetazo más a la cara de Hannibal, pero sus fuerzas se acabaron y se dejó caer hacia un costado. Terminó en el piso intentando respirar con dificultad junto al cadáver de su oponente. La cara del pugilista había sido aplastada bajo el peso de los puños de su rival y el contenido de su cráneo abandonaba su contenedor para mezclarse con el agua salada de la arena.

—¡DAMAS Y CABALLEROS! —gritó el Anunciador— ¡EL GANADOR HA SIDO DECIDO! ¡QUIEN SE ALZA CON LA CORONA DEL REY DE LA CADENA ALIMENTICIA NO ES OTRO MÁS QUE EL TIBURON!

Los gritos del público satisfecho inundaron el lugar y cientos de apostadores ya fantaseaban con cobrar sus ganancias de esa noche, y otros cientos se lamentaban por sus pérdidas. Pasaron los minutos y la gente empezó a abandonar el Coliseo, charlando sobre la pelea y otras cosas. La arena se desagotó cuando el personal del Circenses retiró los cuerpos de los combatientes. En el lugar solo quedaron los pugilistas, quienes aún no podían aceptar lo que habían visto. Apretaban los dientes de rabia y dolor por no haber podido ayudar a su hermano de armas. Permanecieron así un largo rato hasta que uno se atrevió a hablar.

—Señor —dijo Hanson—, ¿nos vamos?

Von Punch se encontraba viendo la arena con una mano apoyada sobre el cristal. No se había movido de esa posición desde que retiraron el cuerpo de su viejo amigo. Entonces, habló hacia el joven:

—Chico, ¿porque peleamos?

—¿Cómo, señor?

—Instinto, esa es la respuesta —respondió Von Punch—. Desde el principio de los tiempos, la humanidad ha estado destinada a enfrentarse a los tiburones. Es algo que llevamos en nuestro ADN. Cuando vemos a un tiburón, necesitamos golpearlo, como si fuera una necesidad biológica como respirar o comer. Los humanos debemos golpear a los tiburones y borrarlos del planeta. Un instinto que nació cuando nuestros ancestros se encontraron por primera vez con los selacios y decidieron parase en dos patas y empezaron a entrenar sus puños para poder golpearlos en la cara. Nuestro cuerpo fue evolucionando para cumplir con esa misión.

Von Punch empezó a soltar un discurso que atrapó la atención de sus hermanos y hermanas. Mientras hablaba, cerró su mano que apoyaba sobre el cristal, formando un puño.

—¡Evolucionamos para ser las mejores máquinas para el combate! Pero la comodidad y los problemas de la superficie nos alejaron de nuestro propósito original, alejándonos de los océanos para adentrarnos en el interior de los continentes. Sin embargo, cuando creamos la barca y nos hicimos a la mar, volvimos a encontrarnos con ellos. Los débiles tuvieron miedo y huyeron, y hasta llegaron a venerarlos, rogando por su perdón ¡Pero los fuertes, quienes aún recordaban la razón que impulsó el crecimiento de nuestra especie, cerraron los puños y saltaron al combate!

Cada palabra que decía tenía más convicción que la anterior. Sus hermanos asentían a lo que decía y lo apoyaban. Golpeó el cristal con fuerza y se dio la vuelta para mirar directamente su gente.

—¡Esa gente fue tachada de ‘locos’ e ‘idiotas’ por el resto, pero quienes recordaron nuestro propósito se unieron y crearon escuelas y artes del combate para entrenar a las futuras generaciones para hacer frente a la amenaza selacia! ¡Hasta que un día, un grupo de guerreros que luchaban por la paz en diferentes partes del mundo decidieron unificar sus conocimientos y unirse para luchar juntos! ¡Unidos por una misma misión! ¡Ese pequeño grupo fue creciendo hasta terminar abarcando todo el globo! ¡Convirtiéndose en la institución que es hoy en día, el gran Shark Punching Center! ¡Hermanos, hermanas, nosotros peleamos no solo para cumplir la misión del Centro, sino cumplir la misión de la humanidad misma: golpear a los tiburones y asegurar la paz en el mundo!

Los pugilistas exclamaron en afirmación, en un espíritu renovado.

—¡Hermanos míos, lo que ocurrió hoy no quedara impune! ¡Nosotros tendremos nuestra venganza sobre las bestias y pugilizaremos hasta el último de ellos! ¡Por nuestro hermano caído! ¡Por nuestros sueños y esperanzas! ¡Por el Centro! ¡Por el mundo! ¡Nosotros ganaremos!

Los pugilistas gritaron en una aprobación colectiva. Diciendo sus propias promesas y juramentos de venganza, el espíritu de esa gente había sido renovado y brillaba con una fuerza imbatible.

—¡S-P-C! ¡S-P-C! ¡S-P-C! —empezó a decir uno de esos pugilistas— ¡S-P-C! ¡S-P-C! ¡S-P-C! ¡S-P-C! —luego se le unió otra voz al coro, luego una más y otra más— ¡S-P-C! ¡S-P-C! ¡S-P-C! ¡S-P-C! ¡S-P-C! ¡S-P-C!

Al final, todo ese grupo de golpeadores gritaba al unísono las siglas de su organización, alzando los puños al aire como un grito de guerra para honrar a su hermano caído y prometer su venganza. Mientras eso pasaba, el personal del Circenses los observaba desde lejos. Preguntándose quien sería el valiente que les tendría que decir que se retirasen del lugar.

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