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En una nublada mañana de un jueves en el verano de 1998, el Investigador de Nivel 2 Shiloh Hoffman se despertó como de costumbre: Aproximadamente seis segundos y medio demasiado tarde.

Pestañeó, se sentó y se frotó el sueño eterno de sus ojos mientras Maisy le resoplaba en la cara. Seis segundos y medio después, la alarma dejó de sonar en sus oídos. Habiendo confirmado la conciencia de Shiloh, Maisy trotó obedientemente a través de la habitación y regresó con el tobillo de su pierna izquierda llevado delicadamente en su boca.

"Gracias, Mae", murmuró Shiloh, dando vagas palmaditas al aire donde tendría sentido que estuviera la cabeza de su perro de servicio. Siempre le llevaba unos minutos calibrar su conciencia espacial por las mañanas, como un ordenador que se despierta de la hibernación. Esta vez, se las arregló para dar una palmadita o dos antes de que ella se fuera a recuperar su calcetín y su zapato.

Shiloh arrastró sus piernas al lado de la cama, colocando cuidadosamente su prótesis. Había pasado casi un año, pero seguía siendo una situación incómoda y poco familiar. Había ropa doblada en la mesilla de noche que no recordaba haber puesto ahí, pero que sabía por experiencia que la había elegido anoche; una camiseta de algodón suave bastante estándar, pantalones de chándal y una sudadera que no le quedaba.

No era exactamente ropa profesional, pero le habían permitido usar algo más cómodo para trabajar, para ayudar a compensar todos sus Problemas, con "p" mayúscula. Acomodaciones, lo llamaron. La Dra. Laraskë había bromeado con que los superiores se sentían mal por arruinar su vida, así que le dejaron tener un viernes informal permanente. Shiloh no había entendido el chiste.

Colocó su identificación de la Fundación en su sudadera con con capucha, —estaba desactualizada, con una foto vieja, y el título aún diciendo AGENTE - MU-4 ("Depuradores"), tendría que arreglarlo eventualmente— y se paró, inestablemente, con Maisy rodeando de manera nerviosa sus piernas. "Mmmm, está bien", murmuró Shiloh, tomando seis segundos y medio para asegurarse de la solidez de su posición erguida antes de darle palmaditas detrás de las orejas, ahora con más confianza.

Hora del desayuno. Maisy le llevó a la cocina, casi más consciente de la rutina de lo que Shiloh lo estaba. Era lo habitual, un "batido de proteínas" que era más bien una bazofia de nutrientes altamente calculada que resultaba tener algún tipo de sabor a chocolate en algún momento. Funcionaba, y era barato. Eso era todo lo que realmente importaba.

Shiloh podía oír a alguien a unas cuantas puertas haciendo funcionar una licuadora, que era nueva. La mayoría de la gente en este complejo eran sus compañeros de trabajo, así que todo el edificio se despertaba a la misma hora cada mañana. Laraskë siempre se quejaba de que era "feudalista", lo que Shiloh no entendía del todo. Claro, el director del sitio técnicamente era el dueño del edificio, y era el lugar más barato para vivir en un radio de 50 millas, pero no era como si no tuvieran ninguna opción en absoluto. ¿Verdad?

El timbre sonó. Seis segundos y medio después, Shiloh se levantó para abrir la puerta.

"Hola", murmuró por instinto, y luego miró unos dos pies hacia abajo, al nivel de los ojos de Laraskë. "Hey".

Ella sonrió e hizo un gesto de la paz, lo que habría sido menos raro si ella hubiera sido unos quince años más joven. "¿Ya te preparaste, niño?"

"No me llames así", murmuró Shiloh, de forma amistosa. No podía conducir por su cuenta debido a sus problemas, y Laraskë de alguna manera se las arregló para que el hecho de llevarlo al trabajo todos los días no fuera tan raro como sonaba en el papel. Eran una pareja extremadamente extraña, y Shiloh no podía recordar cuándo se habían conocido o cómo se había formado su amistad. "Déjame ir a buscar a Maisy y luego podemos irnos."

Maisy se animó cuando se mencionó su nombre, y luego trotó obedientemente hacia su chaleco y arnés. Ella venía pre-entrenada. Era una de las pocas ventajas de todo lo que había pasado. "Bien, listo."

"Vámonos de parranda."

"Por favor, no digas eso."

El viaje no fue largo. No hablaron durante el trayecto, pero era un silencio confortable; Shiloh se había acostumbrado a que Laraskë condujera como una maniaca a estas alturas, y mantenía la radio en una bonita estación. Normalmente preferían escuchar música que no exigiera ninguna energía mental, pero el pop insípido que sonaba en la radio les pedía más que eso. Se recostaron en el asiento y vieron pasar los monolitos de hormigón sin marcar que rodeaban el Sitio-15.

I know it's up for me

(If you steal my sunshine)

Making sure I'm not in too deep

(If you steal my sunshine)1


Shiloh esperaba que su eterno cansancio, su ropa informal y sus ojeras le hicieran verse menos intimidante, aunque aún era un hecho que era una persona musculosa de casi dos metros de altura, en una instalación que emplea principalmente a tipos intelectuales escuálidos. Incluso Laraskë, quien le llevó a su puesto de trabajo, no le ahorró más miradas.

Sin embargo, a cierto nivel, tenía sentido. Shiloh estaba realmente fuera de lugar en el Sitio-15, pero el universo había conspirado para empujarle fuera de donde realmente tenía sentido que estuviera, y ahora estaba aquí, una catástrofe nerviosa de ex agente de un DM que tenía que asistir a una terapia rara semanalmente, para asegurarse de que su cerebro no se desintegrara completamente.

No siempre había tenido tanta inseguridad. En realidad, solía ser exactamente lo contrario: Tenía confianza, era competente, tal vez hacía mucho ruido, pero en general tenía sus patos ordenados. Esa descripción encajaba mejor; era una imagen mental que tenía más sentido con su apariencia real.

Y entonces uno de esos malditos pollos del infierno tuvo que ir y—

Aunque fue más complicado que eso. Todo lo fue.

En Epsilon-11, le enseñaron a los nuevos agentes que había tres respuestas al miedo: Pelear, huir y congelarse. Su trabajo, según su comandante, era entrenarse para responder con una pelea, siempre. El entrenamiento era más mental que físico, condicionando su respuesta de sobresalto a un puñetazo instantáneo a la nariz, y a una mano preparada con un arma. Shiloh —Agente Shiloh Hoffman, en aquel entonces—, se había acostumbrado rápidamente, y durante un año y medio fue invencible.

Y entonces— y entonces. Para decirlo claramente, le demostraron que no era así.


Todo empezó con una simple alarma de brecha de contención, y desde ese momento empezaron a ponerse en marcha. Su comandante —el Agente Oliveira, durante las horas de descanso— había llamado a Shiloh personalmente para actuar como segundo al mando. Nueve de los bastardos, una cámara de contención dañada, y el Sitio-114 en cierre total, y la subunidad γ del Zorro de Nueve Colas fue llamada para limpiarlo todo. Era un caos, pero un caos que Shiloh podía manejar. Y fue manejado, al menos hasta que los instintos que pensó que estaban permanentemente anclados en su cabeza vacilaron.

Seis de ellos habían caído, y esos malditos huevos estaban por todas partes, pero Shiloh se había confiado demasiado, y luego había llamado por radio a Oliveira, y entonces —había un hueco en su memoria. Momentos cruciales, perdidos por su propia negligencia. Había un espacio en blanco entre el punto en el que había decidido tomar un respiro rápido y—

—y su pierna estaba goteando, goteando por todas partes, una asquerosa lechada de médula y tendones y sangre se acumuló en la cavidad de su piel. Estaba moteada de rojo y embadurnada en la cara de la maldita cosa. Le había disparado dos tiros a su cabeza y cuatro a su cuerpo, luego el gatillo hizo click diecisiete veces más, con un barril vacío, y entonces se congeló.

Eso fue todo, en realidad. Shiloh se congeló. Había disparado por pura adrenalina y luego se desplomó, y esperó a la inconsciencia una vez que la amenaza inmediata desapareció, la bestia que le había arrancado la pierna yacía muerta a un lado. Todavía podía escuchar los llantos mientras más de ellos se desataban, y todo lo que Shiloh hizo fue esperar, a que la pérdida de sangre, o el shock, u otra de esas malditas cosas acabara con su vida. Los gritos reverberaron por los pasillos del Sitio-114, y la voz de Oliveira se desvaneció en estática. Durante veintiséis minutos, todo terminó.

Llevaba la cuenta del tiempo, miraba el reloj digital del otro lado del pasillo mientras esperaba que su visión se volviera negra. De alguna manera, aún así, esperar a que Oliveira lograra encontrarle se sintió como una eternidad. Para entonces, ya había terminado de temblar, de ahogarse con su bilis, de retorcerse para hacer de alguna manera que una pierna medio disuelta fuera más fácil de soportar. Todo lo que quedaba de Shiloh eran respiraciones poco profundas y un cuerpo inerte, temblando con un shock febril, mientras Oliveira le cargaba por encima de su hombro y se dirigía hacia el ala médica.

Él era todo lo que un agente de un DM debería ser. Había sido herido —había desgarros en en sus brazos, donde la saliva de esas cosas le había alcanzado— pero seguía de pie y alerta, incluso con trozos de sangre y carne salpicando su chaleco táctico. Shiloh maldijo su propia cobardía, entonces, se echó la culpa por no ser capaz de evitarlo, o al menos de ayudar. Oliveira no parecía enfadado, sin embargo; habló con Shiloh mientras le llevaba, logrando encontrar palabras que no estaban vacías, calmándole al decirle estarás bien y lo hiciste bien y todo el mundo está bien y vas a estar bien, Hoffman, te lo prometo, sólo quédate conmigo

Los restos de su pierna, apenas unidos por la piel y las fibras musculares medio derretidas, sucumbieron a su propio peso y golpearon el suelo con un golpe asqueroso. Desde ese momento, su visión se oscureció.

—Shiloh volvió en sí con los sonidos de varios pitidos y murmullos discordantes sonando incómodamente en sus oídos. Era una habitación desconocida—había sido invencible, ¿por qué estaba en el ala médica?— no reconoció la mayoría de los rostros, excepto el de Oliveira, quien se había quedado dormido de pie al otro lado de la habitación. No podía recordar exactamente lo que había sucedido, pero recordaba haber pensado que si Oliveira estaba allí , tenía que estar bien. ¿Verdad?

Tanto como se las pudo arreglar en medio de una nube de sedantes, Shiloh había sonreído.

—Shiloh volvió en sí y su pierna estaba entumecida. Su pierna, su puta pierna Oliveira, por favor, tienes que ayudarme. No puedo sentir mi puta pierna

Alguien le sujetó, le clavó una jeringa en el brazo, le habló como si fuera un animal asustado. No podía recordar cuándo había dejado de zarandearse.

—Shiloh volvió en sí y había cientos de mariposas por todo su cuerpo. La habitación nadaba. Olía a sangre y alcohol. Intentó decir algo, pero salió al revés.

—Shiloh volvió en sí, esa encantadora mariposa se desvaneció, pero aún estaba presente, el dolor que palpitaba en su pierna se había ido. Recordó que su pierna se había ido, derretida y pegajosa, salpicada en el suelo de linóleo.

El espacio donde terminaba su pierna estaba ahora cubierto por una sábana, y Shiloh asumió que eso significaba que todavía era demasiado asqueroso para mirarlo. Se ahogó en —algo, con seguridad, tal vez un recuerdo, tal vez una sensación, con tos y arcadas mientras el dolor y las vistas y sonidos se estrellaban otra vez contra su cabeza, como olas.

Algún asistente, —una enfermera, tal vez— se le acercó tan pronto como empezó a tener un fuerte dolor, hablándole con una voz aguda, pero no podía entenderle, no podía distinguir nada bajo el zumbido estático de sus oídos. "Joder", jadeó, dolores fantasmas que picaban músculos que ya no estaban, "joder, joder—"

"Hoffman— Shiloh, escucha—" Una voz familiar ligeramente acentuada, una figura familiar alta y borrosa corriendo a través de la habitación, hacia su lado. Oliveira le tomó sus dos manos y las frotó ligeramente con el pulgar. "—Oye, estás bien. Estás bien, estoy aquí, mírame. Mira— mírame."

Tosió, se limpió la boca y se talló el calor que empezaba a pincharle el rabillo de los ojos. Los recuerdos se congelaron en lo profundo de sus pulmones, apoderándose de su pecho y destrozándole. Congelándose de nuevo, como antes. "La cagué". Shiloh respiró con fuerza, temblando más de lo que quería. "La cagué. Lo siento."

"Mírame, Shiloh." Era más firme ahora, y ese tono familiar y autoritario, combinado con su raramente escuchado nombre de pila, le obligó a levantar la mirada. Oliveira parecía haberse puesto emocional, pero no podía asegurar eso. "No es tu culpa. Tú te llevaste la peor parte, todos los demás estaban bien. Lo hiciste bien, ¿entiendes? No es— no te culpes. Tú no eres así".

Era casi demasiado intenso para soportarlo. Shiloh se encogió de hombros sin compromiso, dejando que sus ojos se desviaran hacia el abrupto final de su pierna bajo la sábana. "Gracias". Tomó aliento. Así que esto era lo que estaba sucediendo ahora. Esto era la realidad, inevitable. "No tienes que— está bien. Estaré bien. Lo siento."

"Deja de disculparte." La voz de Oliveira sonaba nublada por la preocupación, de una manera que nunca había oído. "Quiero decir, Jesús. "Estuviste—" Se aclaró la garganta. "La cirugía fue dura. Estaba infectada, no estabas reaccionando bien, era malo, ¿vale? Pensé que te perderíamos". Apretó sus manos otra vez. "Toma un descanso, ¿quieres?"

Shiloh mentalmente lo archivó para tomárselo en serio más tarde. "¿Cirugía?"

"Estuviste fuera unos días, Hoffman". Oliveira hizo una mueca con sus labios. "Ya está todo arreglado. Intentaron preguntarte qué querías hacer sobre mantener tu rodilla, pero no habías tenido la suficiente lucidez hasta hoy".

No se sentía con mucha lucidez. "Oh." Una pausa. "No lo sé".

La expresión de Oliveira cambió casi imperceptiblemente. Suspiró, inclinándose hacia atrás en su silla, soltando su mano en el proceso. Su ausencia dolió un poco. "Esta mierda fue dura. Espero que te dejen descansar un poco más antes de que empiecen a molestarte". Se detuvo, y tragó saliva visiblemente. "Espero que podamos solucionarlo".

Solucionarlo se sentía como una frase cargada de implicaciones, pero ninguno de ellos lo reconoció. Shiloh asintió ligeramente, dejando que su cabeza se apoyara en el fino papel que cubría la cama del hospital.

Más tarde se quejó de que le dolía la pierna, así que la dosis de cualquiera que fuese el cóctel de drogas que le inyectaban se duplicó. El resto de la semana la pasó en un estado de una casi-consciencia dolorosa y somnolienta, mientras le hablaban varias personas con trajes y batas de laboratorio que vagamente reconocía, le pedían que firmara formularios, tomaban notas. Había sido difícil de escuchar, esas continuas charlas sobre desempeño admirable y por supuesto que habrá compensación y lo sentimos, pero y ya no está en condiciones de servir y menos oportunidades activas disponibles y absolutamente, sólo firme aquí.

Tres viernes después de que le arrancaran la pierna, Shiloh salió de la sala médica con muletas, una receta para 15mg de un compuesto de opio anómalo, y el título de Agente Estacionario del DM Mu-4 ("Depuradores"), subunidad λ. No recordaba cuándo había sucedido, sólo que había sucedido. No es una degradación, la mujer con traje le había informado alegremente, es una reasignación basada en sus habilidades. Casi admiró lo fácil que le mintió en la cara.

Se le dio una semana de ausencia pagada para recuperarse, y luego le transfirieron al Sitio-15.


"… nuevas terminales, pero no es que eso vaya a marcar la diferencia. ¿Estás conmigo, chico?"

Seis segundos y medio después, Shiloh sacudió la cabeza, y suspiró forzosamente. "Sí. Deja de llamarme así".

"Bien, porque este es nuestro piso". Laraskë sonrió, sosteniendo su mano sobre la puerta del ascensor para mantenerla abierta. "Después de ti".

Shiloh salió al pasillo, las garras de Maisy chasqueaban en el linóleo a su lado.

Extrañaba a Oliveira.


primera mitad de dos
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