Corazones Muertos
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Cuando llegué a la Ciudad de los Llantos, todo era exactamente como lo había imaginado y, a su vez, no se parecía en nada a lo que yo esperaba.

Una espesa niebla cubría todo a mi alrededor. Todas las calles lucían abandonadas, con edificios salidos de todos los lugares y épocas, pero con un tono descolorido, mientras el cielo nublado amenazaba con una lluvia que jamás llegaba. Cada una de estas cosas contribuía a la sensación de soledad, de tristeza que persigue a los de nuestra especie a dondequiera que vamos.

Sin embargo, ninguna de esas calles estaba abandonada realmente.

Aquí y allá se veían retazos de lo que alguna vez fue. En la luz de una farola desamparada pude ver el rostro de una persona, taciturno, como si rogase por ayuda en silencio. A los pocos pasos, frente a una tienda de ropa con las luces apagadas, e iluminado por la farola, estaba el cuerpo de un niño, decapitado. Sentado, recargado contra la pared, observando un juguete entre sus manos con unos ojos que ya no estaban ahí. Me le acerqué amigablemente y por un momento volteó a verme, para luego regresar a mirar su juguete. Estuve sentado a su lado durante un rato antes de continuar mi camino.

No sé si era él o yo quien necesitaba la compañía.

Más adelante encontré escenas similares: Una mujer sin piernas que bailaba un hermoso vals en mitad de una plaza, un soldado cubierto de heridas de bala huyendo de un enemigo invisible, y una cara desollada colgando de una pared, entonando un canto gutural cuyas palabras no entendí. Entre más me adentraba por esas avistas y callejones oscuros, cada vez podía ver a más y más de los míos, atrapados en su final eterno. No obstante, poco a poco la vida, si se le puede llamar así, empezó a llenar cada rincón. Al parecer, aquellos que todavía preservaban un atisbo de cordura preferían agruparse hacia el interior de la ciudad, dejando las afueras como refugio de las almas perdidas.

Había más luz, cuando menos. Algunas tiendas y puestos callejeros llamaban mi atención aquí y allá. Ofrecían todo tipo de objetos y servicios, y de no ser por el hecho de que todos en aquel lugar estaban muertos, podría haber imaginado que estaba en casa otra vez, rodeado de cientos de humanos.

Al pasar frente a un café una mujer me hizo un cumplido sobre mi cabello todo empapado. Yo le respondí lo bien que se veía su vestido, a pesar de las manchas de sangre.

Ella rió y dijo que no era suya.

Supongo que, al menos, la existencia no era tan mala en algunas partes de la ciudad.

Pese a la eterna niebla, la nueva iluminación ayudaba a ver con más claridad la lejanía. En concreto, por primera vez fui capaz de observar con mis propios ojos la legendaria Torre Invertida: estaba a la distancia, como una mancha aún más oscura en el ya oscuro cielo. Imponente, meciéndose con el viento casi en toda su majestuosidad. La única parte fuera de mi vista era la punta de la torre, oculta tras el resto de los edificios… aunque presentía que yo no estaba oculto de ella.

Aceleré el paso, tal vez por la prisa o tal vez por el miedo a aquello que, sentía, me vigilaba desde esa torre maldita. Seguí adelante, siempre adelante. A mi izquierda, un anciano sin mandíbula vendía periódicos, alcancé a leer algún titular sobre Tres Portlands al pasar enfrente. A mi derecha, sobre la avenida, pasaban vehículos a toda velocidad, algunos eran automóviles y otros carrozas jaladas por caballos.

Pude ver a uno de éstos arrastrando su intestino por el suelo mientras galopaba.

Me tomé un momento, me recargué en la pared y cerré los ojos. Escuché gritos de vendedores, risas, el ladrido de un perro, algunos pitidos de los autos, incluso la sirena de una patrulla. Pero no sentía el aire sobre mi rostro. De hecho, tampoco sentía del todo la pared a mi espalda, ni la gravedad que se suponía me mantenía en el suelo. Pero, a pesar de ello, sentí algo. Un sentimiento que no era fácil encontrar en mi estado, pero que sé que todas las almas buscamos sin cesar.

Me sentí tranquilo.

Visualmente mis alrededores eran un caos completo. Edificios modernos y antiguos por igual: una librería al lado de una choza de madera, frente a la cual se hallaba una casa de campaña obstruyendo el paso. Personas vestidas de traje caminando hombro a hombro con quienes solo traían una bata de hospital, o aquellos que iban desnudos. Algunos tenían apariencia normal, mientras que otros eran tan pálidos como el papel. Sin embargo, me sentí tranquilo, porque en ese lugar y en ese momento, sentía que ahí pertenecía.

Cuando hubo pasado un rato, respiré profundamente para luego acercarme a la orilla de la acera. Alcé la mano, avisándole a un taxi próximo que yo lo iba a abordar. Tenía toda la apariencia de haberse involucrado en un gran choque, con todo el frente destrozado, las ventanas rotas y una llanta faltante. Se detuvo ante mí, con lo que pude observar al conductor. En un principio me sorprendió verlo, no por sus ojos hundidos y enrojecidos, ni por su semblante general de cansancio, sino porque en cuanto lo vi, me percaté que él era más que yo.

Era físico.

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Me subí y él arrancó. Debió percatarse de mi incomodidad, porque fue él quien inició la conversación.

—Tranquilo, no muerdo. No con esta luna, al menos —dijo—. ¿A dónde vas, amigo?

—Al, eh… Distrito 44. —No soné convencido. Y no lo estaba. Había perdido el papel donde lo apunté y mi memoria dejaba de ser de fiar. Siempre era así, primero la memoria, luego la personalidad, y al final la cordura.

—Ah, el buen 44. Sí, lo conozco, últimamente dejo a muchos ahí. Es bonito, sí, todo lo que ese Club hizo con el lugar fue sin duda un acierto.

Permanecí en silencio.

—Entonces, ¿eres nuevo en la Ciudad? Habrás entrado por un Camino, ¿no? Déjame decirte, te la vas a pasar bien. No hay otro lugar como este para seres de la noche, créeme, es simplemente fantástico.

Nada de mi parte.

—Eh, no te molestes; solo intento conversar, pasar el rato, que el viaje sea ameno, ¿entiendes? Mira, si te las arreglaste para seguirle el rastro a la Ciudad fue por algo, y yo no voy a meter mis narices en eso, pero ya que va a estar por aquí, qué mejor que sea un lugar agradable, ¿no crees?

No respondí.

Tras un momento, él suspiró.

—Sé lo que piensas. Todos lo hacen, y en realidad no es tu culpa. Hay pocos lobos aquí en Mienícna, pero te puedo asegurar que no somos los malos. Demonios, no por estar vivos nos creemos más que ustedes. Solo tratamos de seguir, pues, con la vida, ¿entiendes? Allá en Esperwidos ya casi no hay trabajo, y tenemos que movernos, ¿entiendes?

No contesté, y él se dio por vencido. El resto del trayecto lo pasamos en silencio. Curiosamente, el mundo exterior pareció coordinarse con nosotros, ya que conforme avanzábamos, todo el ruido de la Ciudad se fue acallando. Pero en esta ocasión no nos daba la bienvenida ese silencio solitario con el que me encontré al llegar; se trataba de algo diferente, como esos silencios que pasas en ocasiones con tus seres queridos, cuando no hay nada qué decir, pero tampoco nada qué callar.

Tus seres queridos…

Finalmente lo empecé a ver, conforme la niebla se iba disipando y las calles se volvían a llenar de esa anti-vida. El Distrito 44. Estuve un rato observándolo embelesado, tratando de asimilar lo que siquiera estaba mirando. Y es que, habiendo presenciado todo lo que había visto poco antes, no creí que el Distrito 44 fuese lindo. No así de lindo. No la definición de "lindo" que suelen usar los humanos normales.

La diferencia con el resto de la Ciudad era abismal: La espesa y ominosa niebla se disipaba para dar paso a una ligera y fresca brisa que hacía juego con el inusualmente claro y brillante cielo azul, al menos para el estándar del lugar. No parecía que los edificios fuesen a colapsar por su propio peso en cualquier momento, todos siendo uniformes y bien organizados, y sus habitantes se veían… felices. No se veían como si quisiesen que los mataran de nuevo. No había esa ironía triste en sus rostros, no parecían estar intentando sobrellevar su existencia. Real y genuinamente eran felices, como volvieran a estar vivos.

El conductor se detuvo frente a un parque, y yo me seguí adentrando poco a poco en el Distrito mientras miraba a mi alrededor y contemplaba todo. Algunos me saludaban alegremente, mientras que el resto estaba tan enfocado en sus actividades que no se percataron de mi presencia. Todo era pacífico. Nadie, jamás, habría señalado el lugar como parte de la legendaria Ciudad de los Llantos.

A lo lejos, entre los frondosos árboles e incontables arbustos con flores de todos los colores, se alzaba un edificio en especial. Estaba decorado con pintura blanca y un tono de morado claro, como el resto de las estructuras a su alrededor. Grandes ventanales recorrían sus paredes, como invitando a mirar a dentro. O a fuera. Estaba seguro de que ambas vistas eran igual de majestuosas.

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Me acerqué. A ese lugar había venido, ¿no? Además, si estaba tan cerca de la entrada al distrito, era por una razón: Era preferible que todos lo visitaran primero, antes de ir a otros lugares. Querían mantener ese sentimiento de tranquilidad imperturbable lo máximo posible.

Cuando dejé todos los árboles atrás, pude ver un símbolo al frente del lugar. Se trataba de un corazón siendo atravesado por el símbolo de la frecuencia cardíaca. A un lado, en letras cursivas, se podía leer "Club Medianoche". Entré con cuidado y me acerqué a la recepcionista, quien tan pronto me vio se sobresaltó. Supongo que alguien con mi apariencia no tiende a caminar con tanta tranquilidad a un sitio como este. Al tiempo recuperó la compostura y se dirigió a mí de forma amistosa.

—¡Dios mío, chico! ¿Qué te ocurrió? Los niños te echaron al agua, ¿no es así? Mira nada más cómo te dejaron. Tendrás que disculparlos, apenas son unos niños y cuando les damos permiso para nadar en la piscina se emocionan tanto y no miden su energía. Pero no te preocupes. Toma. —Dijo la chica mientras me daba una toalla blanca con corazón latiendo estampado en el centro.

Tomé la toalla y la sostuve frente a mí. Hasta entonces no me había dado cuenta de mi verdadero aspecto. Sabía cómo lucía, pero saber algo es una cosa, y realmente percatarse de la importancia de ese algo es otra muy diferente. He estado así desde que entré al Distrito, desde que abordé el taxi, desde que llegué a la Ciudad, desde… desde… desde antes de llegar a la Ciudad. Desde la última vez que estuve con ella. Mientras me secaba, le respondí a la recepcionista, tratando de sonar jocoso.

—No, no ha sido ningún niño. Soy nuevo aquí. Así llegué. Una disculpa por mi… aspecto. —Le devolví la toalla, pero por las gotas de agua que sentía recorrer mi cuerpo, supe que no había sido de ayuda—. Vi un folleto y… quise venir. Saber qué hacen aquí exactamente.

—¡Oh! No te preocupes, y no tienes por qué disculparte. El aspecto de un fantasma nunca debe definir su identidad.

Fantasma… oír esa palabra todavía me asustaba. Ella debió percatarse de eso.

—¡Perdón! —Dijo—. Sé que es difícil admitirlo para casi todos, pero aceptar lo que eres es el primer paso. ¿Quieres que te enseñe el lugar? Estoy segura de que lo encontrarás muy interesante.

—Sí, eso… estaría bien. ¿Es verdad lo que hacen? ¿Aquí ayudan a… ya tú sabes? —Al principio pareció confundida, luego comprendió. El tema era un tabú, y por mucho que la instalación se centrara en la salud emocional ante la muerte, todavía lo seguía siendo.

—¡Por supuesto! Te lo voy a mostrar, solo espérame un momento. —Se acercó al escritorio a tomar un teléfono. Presionó un botón y aguardó un instante—. ¿Carla? Soy yo, ¿podrías atender el frente un momento? Llegó uno nuevo… Ajá… Sí… Te debo una, ¡muchas gracias! —Colgó. Se volvió hacia mí—. Sígueme, por aquí.

Cruzamos una puerta. Mientras avanzábamos por un largo pasillo, el cual estaba perfectamente iluminado solo con la luz que entraba por las ventanas, ella me empezó a contar sobre la historia del Club. "Fundado en los setenta en Corea del Sur, su objetivo desde un inicio siempre fue ayudarnos. A que la gente no nos usara, no nos temiera, a poder seguir adelante…" Era obvio que había ensayado el discurso varias veces, pero también resultó obvio que la emoción con que lo decía no era fingida. Ella creía en su misión. Tal vez demasiado.

—Disculpa… —La interrumpí. Ella me volteó a ver. A través de sus lentes pide ver que en sus ensayos no había contemplado ser interrumpida. También pude ver curiosidad por lo que tenían por decir—. Lo siento, es que… no entiendo cómo… pues, existen. Ustedes, el Club, quiero decir. —Señalé a mi alrededor—. La Ciudad no es famosa por sitios como este. Se siente surreal, como fuera de lugar.

—¡Oh! Bueno, en realidad yo tampoco entiendo cómo hizo el señor Yoo Seo-Jin para convencer al Rey Sin Rostro de poner una sede del Club aquí. Ni siquiera sabía que se podía contactar con el Rey Sin Rostro, para el caso. —Soltó una risita nerviosa—. Pero tiene sentido. Este es el mayor epicentro de fantasmas del mundo. Remodelamos un poco la zona y ahora podemos ayudar a muchas personas.

Se acercó a una ventana y miró afuera, a un gran pastizal, al eterno cielo, a unos niños aparentemente normales que jugaban con varios perros, los cuales tenían muchos cortes a lo largo de su cuerpo.

—Te preguntarás por el cielo, supongo. —Continuó, al parecer recordando otra parte del discurso—. En el techo tenemos una máquina holográfica. Aunque te sorprendas, no funciona con magia ni nada por el estilo. Ciencia pura y dura. Si te interesa, te puedo proveer un folleto que explica cómo funciona, pero básicamente crea la ilusión de un cielo azul y despejado. Se va acabando conforme te alejas de aquí, pero al menos sirve para quitar el ambiente tétrico de la niebla. Un entorno visualmente apacible ayuda mucho a la hora de seguir adelante, ¿sabes?

—Pero si usaran magia podrían cubrir más área, ¿no?

—Eh… en primera instancia, sí. Sin embargo, no nos dieron permiso de extendernos más allá del límite del Distrito 44. Además, tenemos miedo de que la magia interactúe de formas raras con todo el Akiva de por aquí.

—¿Akiva? —Había escuchado el término antes. "Radiación Akiva". Parecía ser algo que nos acompañaba a todos lados, algo inherente a los… fantasmas.

—Oh, es la… eh… cosa que hace que los fantasmas existan, por así decirlo. Es energía radiada por la fe. No deberías pesar mucho en ello, amigo, no creo que sea un punto de inicio estable para… bueno, tu aceptación.

Lo pensé un momento y asentí. Tal vez podría preguntar sobre el Akiva más tarde. Por ahora, decidí que la chica no se llevaba bien con salirse de su guion, así que decidí tratar de no desviarme tanto del tema.

—¿Qué… es la aceptación, exactamente? ¿Solo me ayudan a aceptar que ya no estoy… vivo, y ya?

—¡Sí! Y… no. —Se acercó hacia mí, para luego hacerme la seña de seguir caminando—. Suena simple, pero es todo un proceso. Seguramente en la Ciudad te encontraste, eh, almas perdidas. Fantasmas que parecen haber perdido la razón, que parecen estar en un estado de shock perpetuo. Hacen lo mismo una y otra vez.

Recordé a la bailarina sin piernas, al soldado que huía, a la cara que cantaba. Al niño y su juguete. Ya me habían explicado lo de la cordura antes, pero no quise hacerle perder el hilo otra vez. Asentí.

—Son aquellos que se negaron a aceptar que habían muerto. —Continuó—. Hay varios niveles de negación, por supuesto; ellos son solo los más graves y los más claros. El proceso de la aceptación va desde asimilar que se está muerto hasta tener paz mental con ese hecho. Darte cuenta de que aún hay muchas cosas que puedes seguir haciendo. —Su voz bajó de volumen. Tuve la sensación de que a veces no se dirigía del todo a mí—. Y luego está lo otro, ya sabes. Pero eso es decisión de cada uno.

Llegamos a otra puerta, que se abrió automáticamente. Salimos al patio, y anduvimos un rato sin decir nada. En la distancia pude ver a una familia teniendo un pícnic. No tenían heridas de ningún tipo. Yo aun no podía hacer eso. Me imagino que para controlar del todo tu apariencia debes de haber aceptado tu situación.

—Y… ¿cómo te llamas? —Me preguntó finalmente la chica—. Yo soy Gwen, por cierto.

—Yo… no lo recuerdo muy bien, lo siento. —La memoria siempre era lo primero.

—¡Oh! Tranquilo, no pasa nada. Si decides quedarte, tenemos un aparato que reorganiza espectrinas y puede recuperar algunos fragmentos de recuerdos. Ayuda mucho para no… sumirse en la negación.

—¿Espectrinas?

—Son… eh… una cosa muy científica. Te puedo dar un folleto más tarde, si te interesa.

—Claro… —Seguí viendo a mi alrededor, a todas las personas que disfrutaban de esa especie de utopía artificial. Todos recibían la ayuda que necesitaban, sin ningún costo, y en un ambiente autosostenible. Un ambiente donde todo siempre parecía ir hacia un futuro mejor. En el centro del patio, me di cuenta, se alzaba el umbral de una puerta, solitario. Donde debería haber estado la susodicha puerta, en cambio, había una luz muy brillante—. ¿Qué es eso de allá?

—¿Qué…? ¡Ah, cierto! Disculpa, es que… ese es un concentrador de radiación Akiva. Como intuirás, la focaliza en un solo lugar. Con el suficiente, puede llegar a simular una puerta al… al… al ya tú sabes.

Asentí. Todos le teníamos miedo a ese lugar. Pero, por una vez en mi anti-vida, decidí que podía mejorar, que realmente podía seguir adelante.

—Al Más Allá. —Concluí.

—S-sí, eso.

—¿Cómo consiguieron tanta tecnología? —Cambié de tema. Supe que la había incomodado al mencionar eso. Uno pensaría que era algo natural, pero había evidencia de que muchos Más Allás eran aterradores. Mucho más que cualquier abominación conocida. Y lo peor es que eran eternos. La eternidad en sí misma es aterradora.

—Ah, las donaciones ayudan mucho. —Dijo, entusiasmada por hablar de otra cosa—. Además, el Club logró un acuerdo con el Colegio Deer, ¿no es increíble? Muchos aparatos en realidad son las tesis finales de los estudiantes. E incluso la Casa Embrujada da créditos extra si venimos a ayudar como voluntarios durante las vacaciones. —Se señaló a sí misma con orgullo. Una vez escuché algo sobre que los fantasmas que tenían humo en lugar de piernas siempre venían de Deer, pero no quise asumir el estereotipo—. Es todo un esfuerzo colaborativo para que haya un futuro mejor para todos.

—Te gusta estar aquí, ¿entonces?

—Eh, sí, creo que sí. —Se volteó a ver el paisaje, y al hacerlo pude ver una extraña marca alrededor de su cuello—. Al menos esto tiene algo de sentido, ¿no crees? —Se calló por un largo momento—. ¡Y bueno! Entonces, ¿te vas a quedar? El hospedaje es completamente gratis siempre que asistas todas las sesiones de terapias y tratamientos.

Lo pensé un instante. Suspiré.

—No recuerdo muy bien cómo… morí —comencé—. Estaba jugando con… ella, cerca de un lago, y de repente… se acabó. Supongo que ella lo recuerda bien, sigue viva y todo eso, pero yo… no puedo preguntarle, no así, al menos. Ya le hice suficiente daño. Yo… creí haber aprendido a seguir adelante, pero… no sé si lo estoy haciendo bien. No creo estar haciéndolo bien.

—… ¿Quién es ella?

—Ella es mi… —No supe si el agua en mi rostro era de mis lágrimas o de aquel lago—. Es mi hermana. La extraño mucho.

El cielo del Distrito 44 era azul. Era muy hermoso. Pero tenía un final: A lo lejos se empezaba a difuminar otra vez en la oscura niebla. Lo mismo pasaba con las risas y gritos alegres de los fantasmas del Club Medianoche. Si ponías suficiente atención, podías percibir el ruido de la distancia. Podías escuchar los llantos.

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