Ítem #: SCP-ES-142
Clasificación del Objeto: Seguro
Procedimientos Especiales de Contención: Debido a las propiedades del objeto y a su fragilidad, este se encuentra contenido in situ al interior de la Ciudad del Vaticano. Un equipo de arqueólogos de la Fundación deberá inspeccionarlo mensualmente, registrando y notificando cualquier alteración o señal de deterioro adicional.
Se ha restringido el área donde se encuentra SCP-ES-142 bajo la fachada de labores de remodelación y mantenimiento. La seguridad del sector está a cargo de agentes de la Fundación caracterizados como miembros de la Guardia Suiza Pontificia, en colaboración con miembros del cuerpo de seguridad local. Los civiles encontrados en el sector deberán ser detenidos e interrogados, previo a su entrega a las autoridades locales.
La manipulación por parte de personal no autorizado conllevará la aplicación de medidas disciplinarias a los involucrados.
En caso de desarrollarse un evento Mammón, se autorizará la activación del objeto. El personal presente en el lugar deberá contactarse con el oficial de enlace de la Cofradía de los Caballeros de San Jorge, o con personal relacionado y esperar instrucciones y/o la llegada de un representante de la Cofradía. Para más detalles revisar Documento S142.
Descripción: SCP-ES-142 corresponde a un dispositivo mecánico construido a partir de plata y huesos humanos con propiedades taumatúrgicas, específicamente relacionadas con la capacidad de repeler entidades tartáricas intangibles de Clase T3 presentes en un área específica. Hasta la fecha, se desconoce en gran medida la tecnología bajo la cual el objeto fue construido, y los principios asociados a su funcionamiento.
Las pruebas de laboratorio han permitido determinar que sus componentes metálicos fueron construidos a partir de plata con una pureza entre 90% y 95,8%, del tipo usualmente utilizado en objetos litúrgicos del cristianismo, mientras que los componentes óseos fueron datados según las pruebas de Carbono-14 entre los siglos V y XIV d.C.
El instrumental taumatúrgico ha permitido determinar que el objeto presenta altos niveles de radiación Akiva, alrededor de 10 veces el valor correspondiente a la línea base, y de varias veces el nivel encontrado en otros objetos de devoción, tanto del cristianismo como de otras religiones. Sin embargo, el objeto presenta niveles de radiación de Hume comparables a los niveles basales, lo que explicaría el limitado efecto sobre su entorno.
En estado inactivo, el dispositivo es capaz de mantener un área equivalente a 1 km2 libre de entidades Clase T3 o relacionadas. Se desconoce su efecto sobre entidades anómalas no tartáricas o tartáricas Clase T1 o superiores.
Los registros de la Cofradía han permitido concluir que, a la fecha, el objeto ha sido activado en 3 oportunidades; además de en el incidente de 1586, fue activado en 1629, durante la Plaga Italiana, y en 1942, en respuesta a acciones desarrolladas por grupos rivales a la Cofradía, mostrando importantes daños tras ese uso que hicieron peligrar su funcionalidad.
Este deterioro, junto al escaso entendimiento de la tecnología utilizada durante el siglo XVI para la construcción de SCP-ES-142, llevó a la Cofradía a establecer contacto con la Fundación, buscando obtener ayuda en la reparación del dispositivo o en la construcción de un dispositivo de características similares. Para esto, junto con permitirles acceso al objeto se entregó una copia del diario de Alonzo Mancini, sujeto involucrado en la obtención del dispositivo en 1586. (Ver Anexo)
Hasta la actualidad no ha sido posible el cumplimiento de ninguno de estos objetivos.
Anexo: Extracto de diario de Alonzo Mancini, secretario del Cardenal Enzo Lucca.
Hoy conocí al Diablo, o al menos a uno de sus esbirros. No se presentó con cuernos ni con otras marcas del infierno, sino bajo la apariencia del banquero Angelo Salvago. De piel cobriza, calvo y sin cejas, siempre con una sonrisa burlesca en el rostro, Salvago no era una persona agradable de ver ni de tratar, pero a la vez era el único que quiso seguir haciendo negocios con el Cardenal Lucca cuando los demás le dieron la espalda.
Como secretario del Cardenal, no lo podía culpar por tratar con alguien como Salvago, sus deudas lo habían obligado. Ya le había entregado una de sus propiedades como pago, pero los intereses usureros no lo dejaban saldar lo adeudado. Conforme pasaban los días el tono de Salvago había cambiado, pasando de adulador y zalamero a exigente y brutal, llegando incluso a exigirle al Cardenal que robara piezas del tesoro Papal para pagar las deudas. Por este motivo habíamos pedido a la Guardia Pontificia que le prohibiera la entrada, a la vez de tratar que la justicia interviniera en favor del Cardenal, sin obtener resultados porque ante sus ojos parecía un negocio legítimo.
Por ese motivo la sorpresa no fue mayor cuando encontré a Salvago, vestido con lujosos encajes y brocados, caminando por los pasillos de la residencia pontificia. Primero pensé que había sobornado a los guardias para entrar, quise recriminarlo y pedirle que se fuera, pero su mirada me detuvo. Le dije que el Cardenal no estaba, que se encontraba visitando el Señorío de Correggio, pero en ese instante su sonrisa se borró y se limitó a decirme, “Perro, ve a buscar a tu amo. Que no olvide que al César lo que es del César.”
Para mi vergüenza le obedecí. No sé qué clase de maleficio usó, pero mi voluntad se vio doblegada. Llegué hasta los aposentos del Cardenal, donde se encontraba trabajando, y le anuncié la visita. Momentos después llegó Salvago, quien, en tono de impaciencia, le dijo al Cardenal que se llevaría todo el oro y la plata del lugar, y que nosotros le íbamos a ayudar a transportarlo. Con vergüenza, el Cardenal se quitó sus anillos y su crucifijo y se los entregó a Salvago, quien los miró con codicia. Momentos después le pasó su relicario de plata, el objeto que más amaba por tener en su interior una astilla de hueso de San Benito el humilde, a quien consideraba su fuente de inspiración.
Al tomar el relicario, Salvago gritó como si le hubieran apuñalado la mano. El santo objeto crepitó, y salió humo desde su interior, momentos antes que el perverso lo soltara. Ante nuestro estupor Salvago nos maldijo, y huyó de la habitación.
Inocentemente habíamos pensado que todo había acabado, pero los hechos nos demostraron lo equivocados que estábamos. Esa noche ni el Cardenal ni yo pudimos descansar, atormentados tanto por una peste fétida a azufre y carne putrefacta que entraba desde el exterior como por los golpes y rasguños que escuchábamos en los ventanales exteriores. El amanecer, en lugar de traernos paz nos trajo mayor horror, ya que descubrimos en las caballerizas a los caballos muertos, con las barrigas abiertas y las tripas esparcidas, como si les hubieran atacado bestias feroces. Ni el mozo de cuadra, ni los hombres de la guardia, ni los sirvientes vieron o escucharon algo. Pensé que mentían, que ocultaban algo, pero mostraron igual miedo y repugnancia que nosotros al encontrarse ante ese macabro espectáculo.
El Cardenal no sabía qué hacer. Denunció a Salvago ante la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición, acusándolo de herejía y brujería, pero sus palabras cayeron en oídos sordos, se limitaron a decirle que simplemente no había pruebas y que se atuviera a pagar lo adeudado.
Tras varias noches de paz la cacofonía volvió. Anoche no sólo molestaron sino que también vandalizaron el jardín, amaneciendo las plantas marchitas y corrompidas como si el suelo estuviera envenenado. Los sirvientes nos abandonaron y sólo la permaneció guardia, atada por su juramento de servicio. Esto convenció al Cardenal de llamar al Hermano Donato, un hombre santo experto en combatir las artimañas del Demonio, para que nos ayudara.
Esa noche permanecimos en vela. Nuestra espera sólo se alargó hasta la medianoche, hora a la cual comenzó la cacofonía y la pestilencia. El Hermano Donato recurrió entonces a las armas que el Señor le había dado, rezando y recitando un exorcismo, mientras arrojaba agua bendita hacia las ventanas, todo lo cual tuvo un escaso efecto.
Tras varias noches de combate contra las tinieblas, el Hermano Donato se rindió. Nos dijo que no podía continuar con sus labores en plena víspera del Viernes Santo; eso sería una herejía imperdonable independiente del fin que tuviera. Creo que también fue porque perdió la fe en sus capacidades.
Antes de abandonarnos nos dio una pequeña luz de esperanza, diciéndonos que le pediría a la Cofradía de los Caballeros de San Jorge que nos ayudara.
Aunque hemos pasado por distintas posadas a lo largo de Roma, siempre viajando disfrazados y usando nombre falsos, nuestros atormentadores no nos perdían la vista. Noche tras noche la pestilencia y la cacofonía seguían, atormentándonos tanto a nosotros como a nuestros compañeros de habitación y amenazándonos con destruir nuestra cordura y nuestra fe.
Hoy nos reunimos con el enviado de la Cofradía en la Basílica de Santa María de Cosmedin. Curioso hombre resultó ser ese Donato Bagliani, ya que mientras esperábamos a un guerrero o a un hombre piadoso nos encontramos con un erudito. Escuchó atentamente nuestra historia mientras tomaba notas, sin expresar un juicio ni opiniones, pareciéndole especialmente interesante la reacción de Salvago frente a la reliquia de San Benito. Casi a la fuerza el Cardenal le entregó el pequeño recipiente de plata a Bagliani, quien prometió devolvérselo en unos días.
Hoy un mensajero llegó a nuestra posada, siendo citados a reunirnos a la Iglesia Santa María sobre Minerva con los enviados de la Cofradía. En ese lugar se encontraba Bagliani junto a dos hombres que no conocíamos. Ellos nos explicaron la naturaleza de lo que enfrentábamos, y que lo único que era capaz de repelerlo eran los huesos de los santos, porque en su interior se concentraba la fe más pura y poderosa que se podía encontrar entre los hombres, siendo sólo inferior a la presente en las reliquias dejadas por el Hijo y por sus discípulos. Cada pequeño fragmento podía repeler a nuestros oponentes en forma limitada, pero distribuidas de una forma especial podrían mantener a la Santa Sede completa libre de esas influencias malignas.
Acompañado de uno de los caballeros de la Cofradía y provistos de una Bula Papal, hemos comenzado a recorrer los reinos de la península. Visitamos cada pequeña capilla que encontramos en nuestro camino, incluso en los pueblos más humildes, siempre buscando reliquias de los santos que pudiéramos obtener. No niego que me siento mal por lo que estamos haciendo, prácticamente robándoles sus amadas reliquias, aún cuando le dejamos oro para compensarles en parte por lo que entregan, pero todo esto es por un bien mayor. Según las cartas que hemos recibido, nuestro adversario, al no poder alcanzarnos, ha aumentado su violencia, ensañándose con los amigos y conocidos del Cardenal, siendo la última víctima Monseñor Cenci, quien fue hallado hace algunos días con la espalda horriblemente lacerada, en las proximidades de la Puerta de Filarete.
Tras dos meses recorriendo la península hemos regresado a Roma. En conjunto con los caballeros de Cofradía hemos reunido una treintena de reliquias, la mayoría de las cuales no era más grande que el hueso de un dedo. Nos dijeron que nos siguiéramos moviendo por Roma y que en una semana tendrían resultados que mostrarnos.
Esa tarde nos reunimos con Bagliani en el antiguo despacho del Cardenal, lugar donde nos mostró uno de los artefactos más curiosos que me ha tocado ver. A primera vista parecía un reloj o algún dispositivo mecánico construido de plata, teniendo sin embargo, en la sección que no era visible e intercalado con sus mecanismos, una serie de piezas de hueso.
Llegó la noche en medio de una tensa espera, preguntándonos sí todos esos esfuerzos tendrían algún resultado. Esa noche dimos libre a la guardia, en previsión de un escenario desfavorable. Al llegar la medianoche comenzó la manifestación, con más violencia que nunca. En medio de la cacofonía los vidrios se rompieron, y la pestilencia por poco nos ahoga. Bagliani manipuló el extraño artefacto, el cual comenzó a vibrar. No sé si fue el temor o mi mente confundida por los vapores mefíticos que inundaban el lugar pero me pareció que el interior del artefacto brillaba con una luz azulosa, como si el fuego de San Telmo lo hubiera alcanzado. Sentimos una fuerte presión en los oídos y la cacofonía se detuvo, tras lo cual Bagliani volvió a manipular en el artefacto. Esa noche tuvimos paz.
Mayor fue nuestra sorpresa cuando nos enteramos la mañana siguiente de la desaparición de Angelo Salvago. Más aún, como si les hubieran afectado las fiebres, ni siquiera sus vecinos parecían capaces de recordarlo a él o a su banca. Después de preguntar media docena de veces, y temiendo que nos trataran de insanos, decidimos callar. Tristemente esa noche también hubo varias desapariciones al interior de la Ciudad Santa, siendo las más destacables las de los secretarios del Cardenal Trivulzio y del Obispo Madrusso.
Esa mañana Bagliani revisó cuidadosamente el artefacto, mostrando desaprobación ante lo que encontró. Aunque los componentes de plata estaban intactos, los fragmentos de hueso se veían algo deteriorados, como si hubieran sido arrojados a una hoguera. Se llevó el artefacto para que lo examinaran en la Cofradía, prometiendo volver al cabo de tres días.
Sin dejar de sentir que cometíamos una herejía, esa noche descendimos a las grutas cercanas a la Tumba de San Pedro, en donde, tras un trabajo de mampostería improvisada, instalamos el artefacto en un muro, rodeado de los restos de los santos patriarcas de la iglesia. Ese ambiente, según Bagliani, debería tanto amplificar su influencia como estabilizar sus componentes. Tras enseñarme el modo de utilizarlo me pidió que sólo en un caso excepcional lo volviera a activar.
Esa noche fue la última ocasión que vi a Bagliani con vida.