Ítem #: SCP-4300
Clasificación del Objeto: Seguro
Procedimientos Especiales de Contención: El área alrededor de SCP-4300 ha sido disfrazada de sitio de excavación arqueológica, y será monitoreada por un contratista de seguridad aprobado por la Fundación. Las personas que intenten entrar en la zona de contención serán detenidas e interrogadas antes de ser puestas en libertad.
Descripción: SCP-4300 es el cadáver momificado de Cristóbal Bazán, quien fue asesinado por una o más entidades ontoquinéticas hostiles el 21 de enero de 1610 en el pueblo de Dzibilchaltún, Yucatán, México. SCP-4300 se encuentra en el centro de un cráter de dos metros de radio en las afueras de la ciudad, y ha demostrado ser resistente a todos los esfuerzos para moverlo o dañarlo. Los picos, taladros y explosivos no han perforado ni dañado a SCP-4300, y ha resistido hasta 900 kilonewtons de fuerza lateral. Debido a su baja prioridad de contención y al mínimo riesgo de brecha, no se prevén más intentos de mover o dañar a SCP-4300 en este momento. Además, SCP-4300 mantiene una temperatura constante de 38 grados centígrados, independientemente de la temperatura del aire local.
En el momento de su muerte, Cristóbal Bazán era esclavo del Regidor Juan Carlos de Palencia, y se cree que fue asesinado mientras contactó con una o más entidades ontoquinéticas hostiles como parte de un intento de fuga. Algunos fragmentos recuperados del diario personal de Bazán, y otros relatos de ciudadanos de Dzibilchaltún, han sido transcritos y traducidos a continuación por la Dra. Costanza Dias de Mérida.
Diario de Cristóbal Bazán, 10/1/1610
Virgen María, Madre de Dios, ten piedad de mi cuerpo y de mi alma.
Señor de Palencia me ha vuelto a pegar, peor que cualquier paliza que haya recibido en mi larga vida en Nueva España. Comenzó con sus puños, y luego usó el látigo una vez que sus puños se cansaron. Él desgarró mi carne con él, y con cada golpe juré por Tu nombre que el dolor no podría ser más intenso. Me golpeó hasta que pensé que moriría, pero mi desdichado cuerpo se aferró a la vida de todos modos. Me golpeó hasta que no pude moverme, y me dejó allí para que sangrara en el polvo hasta que Catalina vino a arrastrar mi cuerpo sin vida de vuelta a nuestra cabaña. Ojalá no hubiera vuelto a mí, y dejara que las moscas me consumieran. Ese habría sido un destino preferible al mío.
Después de cenar, mientras me preparaba para ir a la cama, Luis, el granjero, tropezó con mi puerta. Por los moretones en la cabeza y el cuello me di cuenta de que Señor no había parado conmigo. Le ordené que se sentara a mi lado, y habló en voz baja de un amigo que conocía de Córdoba y que había logrado escapar de su amo. Luis me dijo que si Señor me volvía a golpear de esa manera, había palabras que yo podía decir que me otorgarían una breve liberación de su ira.
Reniego de dios1 Casi lo golpeo en ese momento. ¡Renunciar a Dios! Si mi cuerpo no hubiera estado endeble de dolor, me habría marchado de la casa. Luis vio mi enojo y me lo explicó.
Si dijera esas malditas palabras, estaría cometiendo blasfemia. Un crimen contra Dios, pero también contra la Iglesia. Me llevarían ante la Inquisición, a un día a caballo de mi casa en Dzibilchaltún. ¡Un bendito respiro! Y, dijo Luis, si los convencía de que el abuso del Señor condenaría mi alma al obligarme a renunciar verdaderamente a Dios, podrían transferirme a otro amo. ¡Libertad! ¡Alivio! Y todo lo que tenía que hacer era blasfemar públicamente contra mi bendito Salvador. La elección se sitúa en mi pecho como un peso de hierro. Por Su bien, que nunca más vuelva a sufrir tal crueldad. Que Dios me conceda la fuerza para soportar mis palizas con valentía.
Diario de Cristóbal Bazán, 12/1/1610
Virgen María, protectora de los inocentes, perdona mi alma por lo que he hecho.
Me prometí a mí mismo que nunca sucumbiría. Por Ti, María, sostuve mi condenada lengua a través del látigo y el látigo. Me dije a mí mismo, mientras mis heridas ardían bajo el tórrido sol, que preferiría morir antes que renunciar a Tu nombre.
Pero hoy, el látigo de Señor me hirió profundamente. Hoy, Señor ha echado agua en mis heridas. Mis manos flaquean, mi tinta se derrama. Hoy, mientras mis venas se llenaban de fuego y alquitrán, grité esas malditas palabras que no me dignaré a volver a escribir por miedo a la condenación eterna. Que Dios me castigue por lo que he hecho.
Pero Luis tenía razón. Me han llevado a Mérida, donde me juzgan por blasfemia contra Dios. Mi celda está fría. Me duelen las heridas, y me duele más el corazón por mi Catalina. Pero por ahora, estoy libre de Señor y de su ira. Por unos benditos días, mi cuerpo puede descansar.
Que Dios se apiade de mi alma pecadora. Que Su gracia me envuelva.
Diario de Cristóbal Bazán, 14/1/1610
Querida María, guardiana de los fieles, ora por mí.
Le rogué a los Inquisidores que no me enviaran de vuelta. Les dije que la ira de mi amo era tan poderosa que haría que cualquier cristiano denunciara su fe en Dios. Mi cuerpo sanará, dije, pero mi alma podría estar condenada para siempre. Todo el tiempo me dije que volvería por mi Catalina, que no la abandonaría para siempre.
Eso fue una maldita mentira. Tal vez tenga suerte de que me hayan negado. Voy a pasar un día rezando por clemencia en la catedral de aquí, y luego volveré. A Señor, al látigo y a la cadena y a los campos, pero también a mi Catalina. Quizá pueda quedarme por ella.
Alguien se acerca.
Un Inquisidor. Pablo Dias de Mérida. No sabía lo que quería de mí. Entró en mi celda justo cuando estaba escondiendo mi diario, y estaba seguro de que me había visto. Pero vino y se arrodilló ante mí.
Me miró a los ojos y rogó por mi perdón. Cuando era joven, amaba a una mulata, una mujer joven con una piel marrón como la mía, y la habían matado por ello. Había sido golpeada y atormentada como yo, pero su frágil cuerpo no podía soportarlo. Me dijo que mi testimonio lo había llevado de vuelta a aquel horrible momento en los campos a las afueras de Villahermosa donde su amor fue martirizado, y que vio en mis ojos la misma agonía que había visto en los de ella. Permaneció en silencio durante un largo rato, luego se metió la mano en su túnica y sacó un pequeño y andrajoso diario. Dijo que se lo habían confiscado a una bruja en Campeche, y que me encomendaba el poder que contenía. Me dijo que en mi hora de mayor necesidad, me concedería la libertad.
Me dijo que sabía que yo tenía el valor de hacer lo que había que hacer.
El diario está vacío, salvo una lista de materiales y un breve poema.2 Supongo que debo recolectar los materiales y recitar el encantamiento. Esto no me agrada. La brujería es en sí misma una forma de blasfemia. Me estremezco al pensar eso.
Me quedaré con el diario. Si no hay nada más, no puedo dejarlo en mi celda.
Diario de Cristóbal Bazán, 15/1/1610
Ahora Señor de Palencia me tiene miedo. Salí de mi choza esta tarde para ver cómo golpeaba a uno de los mozos del establo, un zambo de nombre Miguel. Estaba usando un golpe de caballo para rasgarse la piel. El niño no podía tener más de diez años. No rompió el contacto visual conmigo mientras hizo bajar el látigo. He traído al chico de vuelta a mi choza. Catalina le echa sopa por la garganta. Verdaderamente, ella es una ángel enviada a la Tierra.
Recuerdo la primera vez que Catalina me cuidó y me devolvió la salud. Debíamos tener quince años. Me había dormido en el pajar, y el padre de Señor me había hecho trizas la espalda como castigo. Me alimentó con sopa de calabaza y lavó mis heridas con agua limpia. Señor la trajo de vuelta a su casa más tarde esa noche, y yo dormí el sueño más cómodo de mi corta vida, con el vientre lleno de sopa y el corazón lleno de amor. Nunca conoceré los tormentos que sufrió Catalina a manos de Señor mientras dormía en su choza. No tengo ninguna duda de que ella conocía los míos diez veces.
Volví al lugar de la paliza y recogí un trozo de tela ensangrentada de la ropa del niño. Es el primer objeto de la lista del Inquisidor. Si Señor cree que esto me asustará, se equivoca. Miguel es valiente, y pronto estará bien.
Diario de Cristóbal Bazán, 18/1/1610
Sangre del roto, tomada del chico la semana pasada.
La carne del débil. Uno de los perros de caza de Señor se ha enfermado. He recuperado su pata. Estúpido bellaco.
Diente del fiel. No sé dónde conseguir esto.
Corazón del cruel. Guardaré esto hasta que más lo necesite.
El campo ya casi no arde. Mi piel ha sido chamuscada hasta la textura de la corteza. Mi carne se arrastra con las cicatrices de mi tormento. He experimentado dolor más allá del dolor, sufrimiento más allá del sufrimiento, miedo más allá del miedo. Leo el diario de la bruja todas las noches e imagino la oscuridad que hay en él. Con cada latigazo, mi tentación se hace más fuerte.
María misericordiosa, bendita entre todas las mujeres, concédeme la fuerza para mantener mi fe. Que nunca renuncie a Tu nombre a través del miserable pecado de la brujería. Si cayera tan bajo que Te mancillara a través de este acto tan detestable, que mi alma sea condenada para siempre.
Diario de Cristóbal Bazán, 20/1/1610
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y en el nombre de la Virgen María, os lo ruego.
Protégenos de la ira de nuestros amos. Cura el cuerpo de Miguel y el alma de Catalina. Concédele a Luis la sabiduría de saber cuando callar alrededor del Señor, y concédeme la voluntad de protegerlos a todos de cualquier daño.
Sé que en mi debilidad soy indigno de Ti, Oh Dios, y sé que sólo en Tu infinita gracia soy salvo. Gloria a Ti, y a Cristo, y al Espíritu Santo, y a la bendita Virgen María, por los siglos de los siglos.
Fragmento de la Inquisición de Catalina Rodríguez, 24/1/1610
…Señor lo había golpeado sangrientamente, rasgado su carne con el látigo como lo había visto hacer tantas veces antes. Cristóbal estaba en el suelo, boca abajo, y Señor lo cogió por el pelo. Le ordenó a uno de los muchachos que le trajera un atizador caliente del fuego, y le abrió la boca a mi Cristóbal, y le clavó el atizador entre los dientes. Oí el crujido de la carne de Cristóbal, y sus gritos, y la pesada respiración del Señor, y todavía los oigo ahora, tan seguro como que estoy de pie ante ustedes. Le digo ahora que nunca he visto tal crueldad sin sentido. Mi Cristóbal… Señor le arrancó el atizador de la boca, y los dientes delanteros de Cristóbal se desperdigaron en la tierra, y yo estaba segura de que iba a morir. Estaba seguro de que Señor le pegaría en la cabeza con el atizador y moriría.
Pero Cristóbal, mi Cristóbal, metió la mano en su cinturón y sacó un pequeño objeto envuelto en una tela ensangrentada. Se apresuró a recoger los fragmentos de sus dientes que estaban esparcidos por la suciedad, y se los aferró a su pecho mientras la sangre salía de su boca. Susurró algo… No sé el qué. Y vi sus ojos. No eran los ojos de mi Cristóbal, Inquisidor. Susurró unas pocas palabras a través de su boca ensangrentada y sus dientes rotos, y sentí que el aire a mi alrededor se enfriaba. Corrí hacia Cristóbal y lo agarré por los hombros, rogándole que dejara de hacer lo que estuviera haciendo, que volviera a mí.
Entonces me di cuenta, señor.
Se había caído al suelo, agarrándose el pecho. Vi que sus venas se volvieron negras, sus ojos hinchados. Abrió la boca para gritar, y una espesa nube de humo negro brotó de ella. Todo este tiempo estuve rogando en el regazo de mi Cristóbal que parara esta locura, que condenara cualquier mal que él había hecho venir al mundo. Pero Cristóbal se quedó callado. No me reconoció. Y para entonces, ya era demasiado tarde.
Fragmento de la Inquisición de Luis Pérez, 23/1/1610
El demonio-lo llamo así, pues sólo puede haber sido así-ascendía a unos tres metros de altura. Su cuerpo era negro como la noche, y su carne ondulaba y brillaba como el agua. Parecía salir de la boca de Señor de Palencia como una columna de humo. Casi me enfermo. En el centro del cuerpo ondulante, había un ojo-un solo ojo, fácilmente del tamaño de un niño pequeño-que escudriñaba y miraba fijamente el paisaje que nos rodeaba.
Sentí que todos mis músculos se congelaban, aunque debía estar a 60 metros de distancia. Nunca he sentido tanto terror. El aire era más frío que el hielo. Se lo juro, Cristó llamó al diablo ese día. Lo que sea que esa cosa era… Sé que fue el mismísimo diablo. Y sé a quién agradezco el hecho de que estoy vivo para contarlo.
Fragmento de la Inquisición de Catalina Rodríguez, 24/1/1610
Fue entonces cuando la cosa empezó a hablar. No lo escuché con mis oídos, sino con mi corazón. Y no dijo ni una palabra; la bestia dijo verdadero terror en mi alma. Pero no me hablaba a mí.
Estaba hablando con mi Cristóbal.
Le habló de venganza, Inquisidor. Una venganza impensable. Venganza por cada latigazo, cada paliza, cada acto de brutalidad, no sólo contra Cristóbal sino contra cada mulato/ de Nueva España. Le prometió venganza cien veces, mil veces, una venganza interminable por cada hombre, mujer y niño que Señor y los de su clase habían herido. Y vi en los ojos de Cristóbal el dolor que había sufrido. Vi que no era sólo su dolor, sino el mío, y el de Miguel, y el de cada esclavo en cada colonia del Nuevo Mundo. Y todo lo que tenía que hacer era rendirse. Todo lo que tenía que hacer era perder su alma, y el dolor desaparecería.
Fragmento de la Inquisición de Luis Pérez, 23/1/1610
Y las imágenes en mi mente-de látigos, y palizas, y fuego, y venganza-seguían viniendo. No soy ajeno a eso, pero mi cabeza empezaba a dar vueltas. Podía oír a algunos de los niños gritando cerca de la granja, y fue entonces cuando la vi.
Sobre el demonio, envuelto en luz, una mujer, brazos extendidos y ojos cerrados en oración. Llevaba una simple túnica, y su cara no revelaba ningún temor. Todos los demás la vieron, también, brillando por encima de la abominación con perfecta serenidad. La Virgen María.
¡Bienaventurada María, Madre de Dios! Si hubiera podido moverme, habría caído de rodillas en reverencia, su señoría. Aquí, en medio de la violencia, de la muerte y de las tinieblas, nada menos que Ella pudo interceder. Nada más y nada menos que Ella podría habernos salvado ese día.
Fragmento de la Inquisición de Catalina Rodríguez, 24/1/1610
De repente, las imágenes se desvanecieron. La Virgen María se apareció ante nosotros, y la muerte, el miedo y la venganza cedieron en su presencia. Fui cegada por Su luz, y vi en su infinito asombro las puertas del Cielo. Y un coro de ángeles resonó en la luz, y cantaron:
Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados.
Bienaventurados los humildes, pues ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos recibirán misericordia.
Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios.
Y miré a los ojos de mi Cristóbal, y vi que él también los había oído. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados.
Lo vi levantarse del suelo y hacer la señal de la cruz con los dedos, y oí el rugido del demonio. Lo golpeó como una serpiente, y su carne acuosa envolvió su cuerpo, y luego hubo un destello cegador de luz.
Y mi Cristóbal ya no estaba.
Gracias a Dios, porque sé que su alma está en el cielo. Sé que él está con Dios ahora, y sé que fuimos salvos por la misericordia de Cristo en él.
Por favor, estoy cansada. Déme una bebida y déjeme descansar.
Fragmento de la Inquisición de Luis Pérez, 23/1/1610
Envolvimos su cuerpo en tela y le dimos la extremaunción. Diego de Palencia es ahora nuestro amo. No se parece en nada a su padre—pero démosle tiempo.
Ya no hablamos de lo que pasó ese día fuera de la granja. Pero hablaremos de Cristó, ahora y para siempre. Hablaremos de su último acto de misericordia. Sabemos que ninguna crueldad puede durar.
Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos.
Amén.