Documentación Adjunta de SCP-2696

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El siguiente documento es el testimonio escrito de Jitinder Jaishankar, un ocultista bajo el empleo de la Real Fundación para la Segura Contención de lo Paranormal (RFSCP), detallando el descubrimiento y descripción iniciales de SCP-2696 en 1876.


Me satisface destacar que nuestro grupo arribó a Rosyth Hall bajo circunstancias más que ideales; considerando los impactantes eventos que íbamos a presenciar una vez dentro. Era el quince de Septiembre, y nosotros tres - un médium americano, el Dr. Amos Barton; su esposa, Aurielie Delacroix, siendo ella misma una ocultista reconocida en su país natal; y yo - nos encontramos en la Posada del Errante a alrededor de las dos en punto, donde esperamos la llegada de nuestro transporte acordado.

La Fundación consideró oportuno disponer para nosotros un carruaje espacioso - quizás como un símbolo de hospitalidad para mi comitiva extranjera, no sabría decirlo - que fue suficiente para acogernos a los tres sin ningún problema. El camino fue placentero, y la Sra. Barton remarcó de forma entusiasta la belleza y serenidad del campo de Derbyhire. El Dr. Barton meramente asintió en señal de acuerdo, perdido en sus pensamientos, y murmuró en cambio que la vista de los Alpes desde la Via Spluga haría llorar a cualquiera en su sano juicio.

Todo esto cambio ante la vista de Rosyth Hall. Se alzaba desde lo alto del páramo, parecía que se elevaba sobre nosotros a pesar de la distancia. Mientras nos acercábamos, tuve una vaga impresión de estar envuelto en una penumbra omnipresente; tal fue la visión que la casa me grabó a primera vista. No puedo empezar a describir la fuente de esta emoción, pero sospecho que surgió de la forma singular en que su arquitectura sobresalía del paisaje circundante, como la silueta de alguna corona obscena, o de una bestia con cuernos. La Sra. Barton, recordando un estudio hecho por un tal D. B. Lee de Filadelfia, que atribuía ese sentimiento al magnetismo antinatural del lugar, debido a la forma en que el estanque acumulaba y estancaba la energía terrestre dentro de la casa, como suelen hacer las grandes masas de agua estancada. El Dr. Barton se burló y afirmó que simplemente era obra de fantasmas.

A pesar de nuestro sentimiento premonitorio, desmontamos del carruaje con nuestros maletas y nuestro equipo, y nos acercamos a la fachada de la casa. De cerca, se alzaba sobre sus cimientos en plena y detestable gloria. Su diseño era convencional, aunque casi de forma poco convencional - sus proporciones parecían sobresalir en direcciones extrañas que convergían inexplicablemente en ángulos rectos, dándole a uno una sensación de que la casa estaba escapando de sus propias raíces, empezando desde el interior. La aldaba de la puerta tenía un diseño curioso, que parecía casi una ocurrencia o una locura - una bestia oriental, tal vez un león o un jabalí, con sus temibles dientes agarrados a un anillo de piedra lisa. Tomando aliento, cogí la anilla y llamé a la puerta.

Al cabo de un rato - durante el cual oímos cosas pesadas y húmedas siendo arrastradas en el interior, y el sonido de puertas siendo azotadas - la gran puerta se abrió, y nos dio la bienvenida una mujer que presumimos que era la única ama de llaves que le quedaba a Rosyth. Recuerdo que cuando entramos a la casa, había ante nosotros una enorme puerta negra; aproximadamente dos veces más ancha que mi altura, que estaba asegurada con una pesada cerradura de hierro. Eventualmente, el ama de llaves nos hizo pasar a lo que seguramente había sido un salón, pero que de manera evidente había sido modificado a último momento para convertirlo en un comedor. Un bufé improvisado se encontraba contra la pared, donde se había hecho un valeroso intento de mantenerlo al ras del aparador irregular. En el centro de la habitación, se había colocado una tela gruesa sobre varias mesas cuadradas para dar la impresión de que se estaba celebrando una cena adecuada, con la ayuda de una vajilla de plata vieja que sin duda se había sacado y pulido solo para esta ocasión. Alguien se rio; no estoy seguro de si fue el americano o la francesa.

Esperamos por mucho tiempo, durante el cual la Sra. Barton realizó muchas alusiones, aunque ningún comentario directo, sobre el temible interior y las desordenadas condiciones de nuestra cena. Yo, conociendo a nuestro anfitrión, traté en vano de defenderle, citando las infortunadas circunstancia de su esposa e hijos. Le expliqué que el duelo era una cosa terrible para soportarlo solo, especialmente para un hombre como Rosyth, quien ya llevaba mucho tiempo acostumbrado a sus peculiares silencios y temperamentos solitarios. El Dr. Barton coincidió con mi razonamiento, añadiendo con brusquedad que Rosyth ya era un auténtico loco cuando lo conoció en Oxford, y que no era diferente de esa clase de personas que tienden a hacerle extrañas alteraciones a su casa y a realizar misteriosos experimentos espirituales cuando mueren sus familiares cercanos.

No se habló más de eso, sin embargo, cuando la delgada y pálida sombra de un hombre llegó enseguida a la puerta, pareciendo a todas luces haber envejecido cien años en un día. Nos tomó varios segundos al Dr. Barton y a mí el procesar que, de hecho, ese no era nadie más que nuestro anfitrión y viejo conocido en persona, Henry Percival Rosyth. Cómo había logrado transformarse a sí mismo a este estado, solo lo podía adivinar; pero con una mirada a su rostro ví que portaba los mismos ojos que otros hombres que había visto en muchos lugares durante mis viajes - en las ruinas de un templo en la jungla de Benarés, en una prisión sangrienta en Liverpool, en el medio de un pentagrama ardiente en Aberdeen - otros hombres rotos, quienes, en un ataque de fervor, devoción o dolor, habían llevado a cabo lo impensable, o presenciado lo inimaginable - y les había costado mucho.

Nos dio la bienvenida con mucha más lucidez de lo que su apariencia sugería, y no pocas sospechas de que la Real Fundación nos había enviado para espiar en sus asuntos personales. El Dr. Barton, a su vez, le aseguró fríamente a Rosyth que estábamos presentes en una función totalmente social, y le recordó de que nos había conocido a la Sra. Barton y a mí durante el terrible asunto de Cardiff en el '72. Rosyth volvió su mirada hacia mí, y murmuró que los hombres como yo no éramos tan despreocupados como para ser enviados en meras visitas sociales por la Real Fundación. Sus ojos se encontraron con los míos, e inhalé involuntariamente.

Su respuesta no contribuyó a apaciguar el ya de por sí incómodo ambiente dentro del comedor, pero, no obstante, la Sra. Barton y yo hicimos todo lo posible por mantener un aire de civismo, mientras el Dr. Barton seguía rumiando en su extremo de la mesa con su impecable aire de frígida amabilidad hacia nuestro anfitrión. Después de la cena, nos retiramos al salón de al lado, donde hablamos largamente de política, de las elecciones, y del clima. Por acuerdo tácito, al parecer, el tema de la Real Fundación y los asuntos de nuestra profesión no se abordaron en lo absoluto. A lo largo de la noche, Rosyth permaneció en su mayor parte taciturno, a pesar de nuestras repetidas preguntas sobre su salud y bienestar mental, lo que nos pareció una señal preocupante. Finalmente, al enfriarse la chimenea, también lo hizo la conversación, y Rosyth nos dio las buenas noches.

Hoy, mientras escribo esta crónica en la cálida luz del estudio de la Real Fundación, me parece cada vez más inconcebible que Rosyth no pudiera haber previsto los eventos de aquella noche. Recuerdo que abandonó la sala con cierta gravedad, como habría salido un actor del escenario, o Judas ante los fariseos. Nuestro propósito para la visita era dolorosamente claro; sin embargo, nos invitó con los brazos abiertos, aunque a regañadientes. Tampoco hizo nada para evitar nuestro eventual descubrimiento de sus asuntos, ni nos disuadió de intentarlo con su comportamiento tentadoramente misterioso, que parecía ocultar muchas cosas. Ahora creo que el comportamiento de Rosyth en la mesa aquella tarde no pretendía ser el de alguien que guardaba secretos; más bien eran las acciones de un hombre que quería que los encontraran.

El ama de llaves nos condujo a nuestras habitaciones, que parecían ser cuartos reformados de forma similar, situados unas pocas habitaciones antes del comedor. Esta ubicación poco ortodoxa de los alojamientos avivó aún más nuestra curiosidad, ya que nos dimos cuenta de que, en el transcurso de nuestra conversación ciertamente prosaica, Rosyth no había mencionado, ni dado una sola pista del por qué del interior de su casa - o de lo que había detrás de la puerta negra cerrada. Acordamos silenciosamente investigarlo más tarde.

Dormí intranquilo, y soñé con cosas descabelladas; con laberintos que se retorcían en sí mismos, pero que no contenían más que un único camino ininterrumpido; con tigres temibles que surgían de portales ricos en historia; y con una voz singular y lúgubre que cantaba una y otra vez sobre cosas pasadas, en cuya repetición discerní el infinito. Me desperté con un sobresalto y descubrí que me había empapado en un sudor frío. Eran las dos y media de la mañana.

En ese momento, empezaron a sonar unos suaves golpecitos en mi puerta. Un resquicio de oscuridad, la llama de una vela, y el rostro conspirador de la Sra. Barton se asomaron. Me susurró que era hora de irse.

Solo teníamos una vela entre los tres, que proyectaba su escasa luz a lo largo de las paredes mientras nos dirigíamos al vestíbulo donde habíamos visto la puerta negra. El Dr. Barton se acercó primero, con cautela - y descubrió, para nuestra sorpresa, que la pesada cerradura había sido retirada. La puerta se abrió sobre sus bisagras aceitadas con un solo empujón, y la Sra. Barton y yo nos apresuramos a sujetarla antes de que chocara contra la pared. Optamos por dejarla abierta mientras atravesábamos el inusualmente largo umbral hacia la habitación del interior.

Lo que nos esperaba dentro desafía la descripción, pero lo intentaré de todos modos.

Más allá de la puerta negra estaba la locura. Un pasillo conducía a muchos espacios pequeños y enclaustrados, cada uno de ellos en ángulos extraños respecto al resto. De las paredes sobresalían protuberancias con una mezcla de materiales extraños: De un vistazo vi esteatita verde, mármol de Córcega, el interior dentado de una geoda, y obsidiana oscura. El techo era vertiginosamente alto y, en algunos lugares, el suelo se elevaba hasta alcanzarlo. Una enorme esfera con pinchos, del color de los huesos; escaleras a medio formar que no llevaban a ninguna parte; pasillos que se retorcían y puertas que se encontraban de lado. En algún momento, la Sra. Barton asintió hacia su marido, que sacó un par de varillas de zahorí y dirigió el camino hacia la fuente de la perturbación espiritual. Se me nubló la vista y empecé a ver sombras dentro de las sombras; en un acto instintivo de auto-conservación, invoqué el Nombre de Dios en voz baja. Una mirada a los Barton mostró que ellos también estaban en guardia. Localizamos las escaleras - las de verdad, esta vez - y las subimos, mientras el suelo se alejaba tras nosotros.

Las varillas de zahorí giraron salvajemente al llegar al segundo piso. En ese momento, vi que mi aliento había empañado mis gafas, y me estremecí, consciente de repente de que nos rodeaba un inmenso frío. Mi reacción no se debió al frío, pues ya estaba acostumbrado hace mucho a los inviernos londinenses en este punto de mi carrera. Más bien, fue porque se sabe que muchas manifestaciones espirituales se alimentan de la energía latente en el aire, inadvertidamente o no, haciéndola descender en no más de un puñado de grados - y el hecho de que estuviera casi congelado dentro del corazón de Rosyth Hall me indicaba que no nos habían llamado para resolver un problema ordinario.

Estábamos en el proceso de hacernos camino por el enrevesado pasillo cuando nos atacó. Primero, las varillas del Dr. Barton echaron chispas, luego se apagaron en un instante. La vela se apagó. De repente, me encontré atenazado por una inmensa náusea y, mientras me tambaleaba, vi dos puntos de luz brillantes en la distancia - ¿o estaban cerca? La Sra. Barton cayó de rodillas, con un hechizo de protección brillando alocadamente en cada mano. Había un olor a papel quemado. Entonces, la entidad descendió sobre nosotros en toda su aterradora gloria.

Fue como si me hubiera precipitado por el borde de un gran precipicio. Ante mí, e inexplicablemente, a nuestro alrededor, se extendía la inmensidad de la memoria… No, un solo individuo. Era muy consciente de una infancia, años, un noviazgo, amor, muerte y nacimiento. Nuestros recuerdos no son finitos, sino la infinita subdivisión de éstos en partes de la percepción del individuo, de tal manera que cada momento puede ser visto de más de tres maneras diferentes en dos momentos distintos, lo que produce la ilusión de una experiencia parecida al infinito. A partir de esto, pude averiguar la identidad de la entidad, a pesar de que no había hablado - la de la difunta Clara Rosyth, grotescamente remanifestada no en un espectro, ni en un ghoul, sino en algo aún menos sustancial, y lamentable. El aire gritaba con su nombre mismo, y yo lo sentía con cada hueso de mi cuerpo. Los dos puntos de luz brillantes, que ahora consideré que eran los ojos de la triste mujer, permanecían inmóviles frente a nosotros, con una expresión de temible melancolía.

De algún modo, encontré fuerzas para remangarme y dejar al descubierto las Marcas impresas en mi piel. La visión familiar calmó mi mente, y reuní todas mis facultades para comenzar el conjuro que ataría a la entidad convocada a mi voluntad. "Na hi kascit ksanam api, jatu…" Pero las palabras vacilaron, como si se las hubiera tragado el vacío; cada intento que hice para contener las enormes cantidades de energía liberadas por la entidad se encontró con una reacción opuesta igual, si no más fuerte. Pronto, ni siquiera me quedaban fuerzas para mantener las barreras de autoprotección que seguramente eran lo único entre mí y el furioso torrente que nos rodeaba. Por el rabillo del ojo, pude ver al Dr. Barton convulsionando. Brotaba sangre de los bordes de la boca de la Sra. Barton.

Entonces, desde una gran distancia, el torrente disminuyó. Las palabras se elevaron por encima del estruendo, un canto bajo y claro que se desprendía del aire. Los ojos del ser que era Clara Rosyth brillaron, y luego parecieron desvanecerse en intensidad. Al instante caí al suelo, jadeando, con las Marcas de mis antebrazos ardiendo al rojo vivo en mis huesos. En mi agotado estado mental, apenas presté atención a lo que estaba a punto de ocurrir frente a mí, y solo puedo atestiguar sin gran claridad los acontecimientos que siguieron después. Lo que puedo conjeturar ahora, en la seguridad del estudio, es que los puntos de luz no se desvanecieron. Por el contrario, simplemente se dieron la vuelta.

Hubo destellos de luz y fragmentos de frases - capté indicios de enoquiano superior, hebreo y latín eclesiástico - pronunciadas con tanta rapidez que ni siquiera ahora puedo recordar su contenido exacto. Se oyó el sonido de varios hechizos descargándose al unísono mientras las paredes estallaban en una serie de señales que cambiaban rápidamente. Contratando con el caos, distinguí la forma de un hombre alto y delgado, flanqueado a su izquierda y derecha por dos figuras más pequeñas. Entonces las figuras parpadearon, el hombre gritó, y todo quedó en silencio.

No sé cómo llevé a los Barton a través de la puerta negra y a la relativa cordura del vestíbulo. El ama de llaves no hizo preguntas; pareció intuir lo que había ocurrido entre las paredes interiores de la casa, y se ocupó del bienestar de los inconscientes Bartons. El resto de los acontecimientos de esa noche ya ha sido bien documentado, así que seré breve: Después de atendernos, el ama de llaves recibió instrucciones de ir a Hayfield lo antes posible y ponerse en contacto con la Real Fundación a través de un telegrama; yo mismo conseguí volver a mi habitación, donde me derrumbé en mi cama y permanecí así hasta la llegada del equipo de investigación secundario al día siguiente.

No se sabe mucho del destino final de Henry Percival Rosyth. A las conclusiones que quedan solo se puede llegar a través de conjeturas, y no de testimonios objetivos. El equipo de investigación secundario no encontró ningún rastro del hombre, sino que descubrió una serie de fenómenos anómalos que ya han sido contabilizados y documentados en los archivos de la Real Fundación, que describen a Rosyth antes de su muerte como un individuo mentalmente desquiciado y obsesivamente trastornado, impulsado por la muerte de su esposa a cometer actos monstruosos. Sin embargo, como me han hecho creer los hechos presentes, también fue Rosyth quien nos defendió de los embates de su trágica creación, y quien sacrificó su vida a cambio de nuestra cordura. Un hombre no puede definirse en sus momentos más oscuros, ni tampoco en los más valerosos.

Todavía no puedo olvidar a la entidad de la casa, o a sus brillantes ojos que lloraban fuego. Incluso ahora, tres meses después de esa trágica noche, sueño con ella cuando duermo, y me despierto sorprendido de siquiera ser capaz de seguir permaneciendo yo mismo. Clara Rosyth puede estar muerta - pero se rehúsa a ser olvidada.

Firmado,
Jitinder Jaishankar
Exorcista de la Real Fundación para la Segura Contención de lo Paranormal
31 de Diciembre de 1876


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