Documento 186-3: Un folleto publicitario de una conferencia impartida en mayo de 1911 por el Dr. Durand al Instituto Real de Química
PARA ACABAR CON TODAS LAS GUERRAS
Una presentación del académico invitado DR. JEAN DURAND, ex miembro de la Académie des Sciences, con la promesa de la ciencia moderna para crear armas de un poder disuasivo terrible, así como para hacer a las guerras futuras obsoletas.
El Dr. Durand explicará la convergencia de la química, la balística, psiquiatría y otros campos científicos emergentes del esfuerzo que permitirá a la humanidad al comienzo de una nueva era de PAZ y MODERNIDAD.
Impartida el 19 de mayo en el Aula de conferencias Derbyshire.
Documento 186-11: Columna de opinion publicada el 2 de enero de 1912, edición del periódico húngaro Népszava, autor Mátyás Nemeş
A mis colegas, súbditos de Su Majestad el emperador Francisco José I,
En verdad, la mayor de las glorias humanas es la unificación de un numeroso y dispar grupo de gente a un solo propósito imparable. Que nuestro maravilloso Reino debería incorporar este principio ineludible debe ser evidente desde Viena hasta Budapest.
Pero hay quienes, tanto dentro de nuestros territorios y en otros lugares en el continente, que nos verán destrozados en mil pedazos y de pie en el camino de nuestro destino. ¿Qué se va a hacer con esos agitadores y descontentos? Mientras que los traidores y los radicales son colgados correctamente como los perros que son, no hay una ejecución suficiente para sofocar las brasas de la traición que arden en el corazón de los Balcanitas. ¿Cómo vamos a demostrar nuestra unidad de propósito, nuestro poder, nuestro lugar dado por Dios a la cabeza de la procesión Europea?
¡Con la fuerza de las armas! El verdugo sólo puede provocar temor en los corazones de unas docenas. Un ejército apropiado puede hacer temer a millones. Quizás tenemos los números, pero en esto no estamos solos. Los Rusos y los Musulmanes pueden reunir hordas con sus estandartes, pero para todos sus masas son meras molestias rebeldes. ¡Lo que separa al hombre de los animales no es su superioridad numérica, no, pero sí su superioridad mental, demostrada a través de ingenio y artificio!
Mis conciudadanos, he dedicado mi vida a la construcción de este tipo de manifestaciones, que nadie puede estar en contra de mis armas, ¡salvo el Todopoderoso! Es a través de la fuerza de armas superiores que vamos a lograr nuestro gran proyecto, tanto dentro de nuestras fronteras como fuera de ellas. ¡Denme las fábricas, denme la mano de obra, denme la oportunidad de servir a nuestro Imperio a través de mis industrias, y entregaré a la gente la espada de fuego que iluminará el camino hacia una Europa civilizada! ¡Es a través de estos medios, y sólo estos medios, que vamos a resolver las interrogantes que nos afectan hoy en día!
Documento 186-32: Telegrama enviado por Jean Durand a Mátyás Nemeş desde París, 28 de abril de 1912
HE CONSIDERADO TU PROPUESTA
DEBO RECHAZARLA. MÉTODOS INFERIORES Y DERIVADOS DE INVESTIGACIÓN PROPIA.
TU VISIÓN ES DE CONQUISTA, LA MÍA ES DE PAZ.
SALUDOS, J. DURAND
Documento 186-39: Memorándum sin fecha del General Félix Graf von Bothmer del Ejército Alemán Imperial a subordinados sin nombre
Con efecto inmediato, el teniente Nemeş se asigna a su unidad como asesor. El armamento experimental sólo puede ser desplegado bajo la orden del teniente Nemeş. A pesar del potencial para un gran avance en el frente rumano, no será prudente utilizar estas cosas impías hasta que se sepa más de su eficacia. Los rumores de desarrollos similares entre los Zaristas siguen siendo no sostenidos.
Documento 186-52: Carta del Soldado Pyotr Avtukhov, participante en la Batalla de Husiatyn Woods
Querida Nadya,
He oído rumores de la locura allí en casa. Confórtate que no es nada como la locura que está sucediendo aquí. Pensamos que cuatro años de guerra nos había enseñado todo lo que teníamos que saber y más. No aprendimos nada.
Ese maldito francés que los hombres escogieron para dirigir les habló de la paz. Habló de armas tan terribles que podríamos provocar la rendición enemiga en el acto. Fuimos tontos. Nos habíamos quedado en trincheras con rifles de hombres muertos y palos en nuestras manos. Nosotros le creímos de la forma en que creíamos a cualquiera que tuviera suministros.
Nunca pensamos de dónde vino este hombre. No nos preguntamos por qué tenía las armas que hizo. No nos importaba. Queríamos vivir.
Nunca consideramos que el enemigo tenía las mismas cosas que hicimos. Creo que el francés tampoco lo supo. O al menos espero que no. No puedo imaginar a un hombre que iba a entrar en esto sabiendo lo que iba a suceder. Tal vez el francés no es un hombre. Quizás es algo más.
Estoy sentado ahora en un agujero que he cavado en un bosque en algún lugar. Debí haber corrido en el segundo en que vi a aquél alemán apuntar a Gilyov. Eso no fue una bala disparada hacia él. No podía mirar más después que su rostro se desmoronara y él siguiera gritando. Creí ver sus manos arrancando su propia cabeza.
En algún lugar a la distancia, Volikov está gritando que puede ver demonios asar a sus hijos. Él ha estado gritando lo mismo durante cinco días.
Debí haber arrancado varias veces. El francés nos dio una nueva arma de gas. Nos rehusamos al principio, recordando lo que pasó en Rumania. Pero nos prometió que esto sería diferente, que esto reduciría a nuestros enemigos sin hacerles daño. ¿Quién quiere más baños de sangre? nos preguntó. No podíamos argumentar contra eso. Disparamos morteros a una posición sobre nosotros. Un extraño gas rezumaba desde detrás de los árboles, pero el francés nos advirtió para que no avanzáramos. Una cosa más, dijo. Tomó uno de sus fusiles, y disparó una sola vez. Antes que pudiéramos preguntarnos por qué un científico sabía cómo disparar, oímos un grito. Le había dado a uno de los Alemanes.
Me dio unos prismáticos. Mira, me dijo. Vi a aquél soldado perder la mitad de su rostro, pero aún gritando. Creí haberlo visto todo en esta guerra, pero nunca vi expresiones como la de los Alemanes viendo a su compañero herido. El francés, en su terrible voz calma, explicó que ese disparo destruyó al menos una cuarta parte de su tejido cerebral. Suficiente para causarle una muerte instantánea, dijo. Pero observa.
Me mantuve mirando a través de los prismáticos. El soldado no dejaba de gritar. Luego de diez minutos, seguía observando, incapaz de apartar la vista. El francés sonrió. Sonreía ante esta escena. El gas, dijo, aseguró que la muerte nunca vendría, sin importar lo graves o letales que fueran las heridas. Los alemanes estaban tan horrorizados por su compañero que no se dieron cuenta de que rompieron la cobertura, y el francés disparó otra vez. El resto de la cabeza del soldado ya no estaba, y sus gritos fueron reemplazados por un extraño gruñido y gárgaras, como nunca antes había oído de un hombre.
No, dijo el francés, ningún daño en absoluto. He dado el don de la vida a tus oponentes. ¿Quién podría estar en contra de eso?, se preguntó.
Tuve que salir y vomitar detrás de unos arbustos. Yo no había hecho eso desde las primeras trincheras. ¿Quién podría seguir luchando después de una cosa así? Pero la lucha nos obligó a soportar. Una vez, un grupo de nosotros fuimos emboscados y perseguidos hacia un prado. Los primeros hombres a través de los árboles fueron golpeados con algo que arrancó su piel. No puedo describir por qué ver hombres volando en pedazos no es tan aterrador como ver un cadáver perfectamente desollado en un campo de batalla, pero nuestro grupo se dispersó.
Ya no éramos un ejército. No más. Éramos animales, atrapados en un bosque juntos, sin comprender nada. A veces, cuando Volikov duerme, oigo al francés en el bosque, gritando en húngaro, gritando y riendo. Casi prefiero escuchar a Volikov.
Voy a morir en este hoyo. Tengo demasiado miedo a lo que está fuera para hacer lo contrario. Minkin está intentando hacerse el valiente entre los árboles para escapar. Estoy enviándote esta carta con él con las esperanzas que lleva. Cuando se la di, bromeó diciendo que tendrá una comisión de administración pública después de la guerra por entregar una carta desde el Infierno. No estoy seguro de que esté equivocado.
Adiós,
Pyotr.