Azules Mágicos de Sal

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El desierto se extendía por millas en todas las direcciones. Ocasionalmente, ruinas y ciudades muertas se alzaban del suelo, retorciéndose hacia arriba como los extraños esqueletos de lagartos olvidados. Pero mayoritariamente, el desierto simplemente se extendía. Rocas y arena en una dirección, y arena y rocas en la otra dirección, delimitándose sólo por el horizonte.

A través de este desierto se abría una carretera. Hacia mucho tiempo, había sido una carretera de asfalto, un ejemplar brillante de la construcción americana, el orgullo de sus ingenieros y creadores. Una gran ruta corriendo a lo largo del desierto, moviendo gente de un lugar a otro con estilo y comodidad. Pero, bueno, las cosas habían cambiado. Una nueva era de la magia había empezado, y la gente estaba menos preocupada de los viajes de larga distancia, y más preocupada por impedir que la Fundación los despojara de sus estatus como personas.

En esta carretera, a la distancia, se podían ver dos figuras acercándose. Una era pequeña. Tenía despeinado su cabello castaño y mantenía una permanente mirada beligerante. La otra figura era alta, corpulenta, y tenía una mirada de leve satisfacción ante la bonita escena enfrente de él. Parecía el tipo de persona que siempre se veía un poco ambiguo, dependiendo de cualquiera que fuese su estado de ánimo. Los dos podrían alguna vez haber parecido un poco raros, caminando juntos a través del desperdicio arenoso, pero "alguna vez" había sido hacia mucho tiempo. En una era donde nadie parpadeaba ante el bulboso hombre-pez galopando con pezuñas hendidas a lo largo de la carretera, cualquier par de mutantes con aspecto humano era una cosa con muy poca importancia.

—Oscurecerá pronto —dijo la figura alta, y se empezó a toquetear un grano en su nariz. La figura pequeña fijo su mirada en él, y le apartó la mano.

—No hagas eso. Infección —murmuró ella.

—Es un grano.

—Aún así. Infección. Es difícil conseguir medicina estos días.

—Claire, sé de por lo menos 14 personas en casa capaces de curar cualquier infección. Una de ellos fue el padrino de mi boda. Y si me termino muriendo…

—No te voy a resucitar si te matas tú mismo, Norman —espetó Claire. Palpó su chaqueta. Maldita sea. No tenía cigarros. Y Norman sólo fumaba de una pipa, el hipster.

—Como sea, el hecho permanece. Va a oscurecerse pronto —murmuró Norman. Miró hacia el cielo. Sin duda, una luna temprana se había empezado a alzar. Estaba llegando más temprano y más temprano cada día, mientras comenzaba el lento viaje hacia el invierno.

—Bueno, tenemos una misión. La Reina nos lo dijo. El Estado Libre necesita mejores armas si quiere detener a los Carceleros por segunda vez, y ellos tenían una vieja base por aquí, en algún lugar. Necesitamos asegurarnos de que no siga llena de ellos. Necesitamos saquearla.

—¿Esa es nuestra misión?

Claire suspiró.

—¿Alguna vez vas a escuchar las juntas? Sí, esa es nuestra misión. Todo un sitio entero. Fingía ser un museo. Lo mencionaba en ese lista que les robamos. Mantente alerta.

Norman sonrió mientras caminaban hacia adelante. Claire en realidad no le había dicho cuál era la misión. La Reina le había pedido hacer una cosa, así que Claire había involucrado a Norman porque Norman normalmente hacía lo que ella le pedía. El asalto de la Fundación los había dejado solos a ambos, y se habían unido por un amor compartido de los programas de ciencia ficción de los 90s. Eso, y el hecho de que ambos necesitaban un amigo.

No había "juntas" en el Estado Libre de las Vegas; era demasiado informal para eso. Ninguno de ellos podía soportar esa manera estricta de vivir, incluyendo a Claire. Pero la chica había sido de la Fundación antes de que el azul la alcanzara, y Norman suponía que las viejos posturas y hábitos eran duros de matar.

—Realmente creo que deberíamos discutir cuán oscuro se está haciendo.

Claire suspiró, y empezó a analizar el horizonte. Norman podía darse cuenta de que ella sabía que él tenía la razón, pero ella siempre pensaba de sí misma como la inteligente, la observadora, así que le era muy irritante cuando Norman tomaba en consideración algo que ella había descuidado. A Norman esto no le importaba.

—Bien. Haremos un campamento por esa colina y miraremos el lugar mañana. Y más te vale esperar que alguien no vaya y saqueé el lugar mientras estemos durmiendo.

Norman decidió no mencionar que si alguien había estado planeando saquear un edificio que había estado abandonado por meses, entonces probablemente ya lo habría hecho. Pero él tenía un alma gentil, y Claire era su amiga. Los dos arrastraron sus cansados cuerpos hacia adelante mientras el sol comenzaba a ocultarse.


En una buena fogatas, hay un sentimiento de placer que la gente no suele apreciar. El viento en tu cabello, las llanuras abiertas que se extienden enfrente y detrás tuyo, el frío en tu espalda igualado por el calor de la llama.

Claire había pasado tanto tiempo en los pasillos grises y celdas ce concreto seco de la Fundación, que ahora siempre estaba feliz de estar afuera. Ella había sido una investigadora de nivel medio que escribía notas sobre algún horror innombrable, antes de ser contaminada accidentalmente con un poco de la cosa azul. Ahora no le gustaba recordar mucho de aquel tiempo.

En su lugar, le gustaba recordar cómo era todo cuando ella era pequeña. Había crecido en el norte de Canadá, en una pequeña casa rodea de llanuras frías. Al contrario de muchos Canadienses, ella había amado la nieve y la escarcha. Ella corría por la región como si fuera de su propiedad, completamente libre, mientras la nieve caía alrededor de su cara. Era una cosa muy tontuela, ¿qué pasaba con los osos y el resto de la fauna silvestre?, pero ella no era capaz de contenerse.

Los años que había pasado reprimiendo su necesidad de libertad le habían hecho amar el aire libre. Y cuando estuvieron en una colina, en un país ahora indómito, ella estaba en su punto más feliz. Las luces de las Vegas Libres centellaban a la distancia; menos brillantes, pero de alguna manera era más feliz que la ciudad que antes era. Más allá yacía el infierno de la Zona Naranja, donde la Fundación meditaba sobre sus múltiples fracasos. Y en la otra dirección estaban todas las nuevas sociedades que estaban surgiendo: Las Ratas del Desierto, los Nómadas de Kiowa, la Comuna Dorada de San Francisco.

—Tienes esa mirada en tu ojo —vino el barítono profundo de Norma. Ella le miró con afecto. Norman era su único amigo real, ahora que Sarah se había ido. Ella sabía que él también había perdido a alguien, una esposa, pero ella nunca le había preguntado. Él no parecía querer hablar de ello.

—No tengo ninguna mirada en mi ojo. Las miradas son para los demás. Yo sólo observo. —Ella dejó de mirar a su alrededor, y en su lugar fijo su vista hacia abajo. Vio, a unos pocos metros más allá, el cuerpo medio comido de un ratón. Sonrió.

—No. —Norman estaba serio. Para alguien que ella había visto golpeando a un agente de la Fundación en la cara, mientras gritaba "muerte al fascismo", Norman podía ser sorprendentemente sensible cuando la gente rompía sus reglas. Pero ella no podía contenerse. El ratón era tan pequeño, tan frágil.

Ella se acercó hacia él, lo sostuvo en sus manos, y se le quedó mirando. Las moscas que se estaban juntando huyeron abruptamente, ya que los intestinos del ratón habían empezado a crecer de nuevo. Los cortes sanaron, la piel creció, el pelo empezó a abrirse camino a lo largo de su cuerpecito. Se arregló a sí mismo con apenas un rasguño, y antes de que ella lo supiera, un roedor chillante y aterrorizado saltaba de su mano y se escondía en un arbusto.

—Esa sí fue una mirada en tu ojo.

—Lo siento, Norman, pero no era el momento. Algún pájaro malvado lo picoteó, y ni siquiera tuvo las decencia de comérselo. No era como si yo fuera a… Estuvo bien, okey.

Norman suspiró, y no dijo nada. Él siempre era una persona callada, pero Claire reconoció ese silencio en particular: Él estaba decepcionado de ella. Su magia era de un tipo útil, pero peligroso, y era vital que se usara apropiadamente. Traer de vuelta cosas que habían muerto de manera no natural era una cosa, pero traer de vuelta a los ancianos, o a los suicidas. Eran dilemas éticos a los que a él no le gustaba que ella se acercara. Se volvió tan inquieto que, en estos días, simplemente desaprobaba de sus poderes por completo.

Claire lo resintió, pero sólo levemente. El resentimiento debía guardarse para los Carceleros. Se recostó y miro hacia las estrellas, moviéndose gentilmente a través del cielo. Eran más brillantes ahora, pero eran menos. Soñó un planeta azul de enorme tamaño, alzándose desde la tierra y dirigiéndose hacia las estrellas, para ahí vivir para siempre.


El sitio no era, según parecía, un sitio en absoluto. Realmente sólo era un museo. Un museo de fósiles.

Esto le disgustó a Claire, como muchas cosas lo hacían. Pero Norman estaba más tranquilo acerca de ello. Le gustaban los museos. Cuando niño, solía caminar a través de ellos con sus padres, admirando las distantes piezas del pasado. Siempre parecían estar desconectadas de la realidad, pero aún así se veían reales; cosas olvidadas, convertidas en algo de origen extraterrestre al ser puestas detrás de un cristal, pero con una relación persistente con un mundo desconocido.

Este museo era más pequeño que los que Norman visitaba. También era completamente no anómalo, lo que los confundió a los dos. Era definitivamente un lugar perteneciente a la Fundación, los cuerpos uniformados, dispersos en poses no naturales cerca de la entrada, lo demostraban, pero no podían averiguar para qué servía. ¿Por qué mantendrían un museo ordinario?

Filas y filas de fósiles se alineaban en las paredes. Los examinaron todos. Los picharon, los tocaron, y los analizaron. En un punto, Claire intentó lamer uno, y Norman tuvo que detenerla. No era un museo grande, pero claramente había sido cuidado con amor durante el tiempo antes de ser abandonado. Huesos de dinosaurios, pequeños fósiles de cetáceos, huevos antiguos, herramientas prehistóricas. Todo eso le dio a Norman un resplandor de ese mismo sentimiento extraño de desconexión de su infancia. Tal vez este era un sitio de la Fundación, después de todo; lo real era inmovilizado hasta que se volvía irreal.

Tal vez ese era el punto. Una declaración de intención. Un pequeño edificio blanco de pie en un desierto, exhibiendo cosas que nunca se suponía debían ser exhibidas.

Después de horas moviéndose a lo largo de pasillos, volteando las tablas del piso, y desarmando aparadores meticulosamente, se encontraron en la sala central del museo, una habitación angular y grande, llena de pedazos de huesos y piedras. También era un lugar que ya habían checado tres veces.

—Nada —gruñó Claire, colapsando hacia el suelo antes de levantarse apoyándose en el esqueleto de un dinosaurio. Era una gran cosa pesada de hueso blanco, la única exhibición completa de aquel lugar—. Hemos estado aquí por horas, y nada. ¿Por qué la Fundación dirigía este lugar?

—Tal vez no son del todo malos —murmuró Norman—. Tú saliste de ellos, después de todo, y estás bien. A lo mejor, por una vez, fueron redimibles.

—Yo soy como soy a pesar de ellos, no gracias a ellos. Ellos no le hacen al altruismo. —Claire miró a la criatura encima de ella—. A ellos nunca les importó la historia, excepto cuando era peligrosa.

—La historia puede ser importante. Tal vez ellos estaban buscando algo más. Algo escondido en estos huesos. Puede que ellos no lo hayan encontrado, pero les gustaba aprender, después de to… ¿Claire?

Claire estaba observando el esqueleto. Lucía paralizada. Norman frunció el seño.

—Espero que no estés pensando en resucitar esa cosa.

—No, yo… ¿Podrías escanear esto para ver los últimos signos de vida?

Levantando una ceja, Norman sacó un dispositivo casero ensamblado toscamente, lleno de pantallas y zumbidos, y lo apunto al esqueleto. Extraño.

—Dice que murió hace unos pocos años. Tal vez… ¿tres? ¿Cuatro? Pero estos son fósiles, nunca han estado vivos por sí mismos…

—Creo… Creo que quiere volver a estar viva.

Norman la miró fijamente. Claire aún estaba mirando hacia arriba en la misma posición, pero él podía darse cuenta de que algo estaba mal. Esa era una… una mirada muy específica, y una que él conocía bien.

—¡Claire, no! ¡Esta cosa es un esqueleto! ¡Es antiguo, no se supone que exista en este lugar!

Y una voz tranquila, baja, y desafiante le susurró de vuelta:

—Nosotros tampoco.

Un estruendo bajo vino del esqueleto. Lentamente, un pequeño chorro de cristal blanco comenzó a formarse a su alrededor, antes de fusionarse más y más en una sola forma, mientras se filtraba desde algún punto invisible en el aire. El esqueleto empezó a moverse. Rugió. Claire se tambaleó hacia atrás, aún mirándolo, a medida que más y más del cristal comenzaba a revestirlo, cubrirlo, y completarlo. Hasta que, finalmente, estuvo hecho. Un ser completo, cubierto de sal y tristeza.

Aulló, un lamento largo y solitario, hacia el techo del saló.

—¡Ponte atrás de mí! —Gritó Norman. Sus ojos se encendieron de azul, y una llama chispeante empezó a surgir de su mano. Su dominio del fuego no haría nada contra la sal, pero si le podía conseguir el suficiente tiempo a Claire…

Pero la criatura los ignoró a los dos. Olfateó las cuerdas rojas derribadas que acordonaban las exhibiciones. Hizo un sonido bajo y triste al mirar la luz del sol. Empezó a moverse, pisoteando a través de las grandes puertas de hierro al final de la sala. Salió de la vista.

—Genial —gritó Norman—. Sólo genial. ¿Por qué demonios hiciste eso?

Se arrepintió de su grito tan pronto como salió, pero Claire no lucía avergonzada, o angustiada. Ella se sentó en el suelo, ignorando el ligero estruendo de las garras distantes.

—Ella estaba muy triste, Norman. Muy triste. Había pasado mucho tiempo buscando a sus… sus hijos, creo, y los había encontrado, y entonces se los habían arrebatado. Y ella no se percató hasta que yo… Lo siento. No debí hacerlo.

Norman suspiró.

—Vamos. No podemos dejar que esa cosa salga.

El dinosaurio estaba dirigiéndose hacia el otro lado del museo. Sólo habían cinco o seis habitaciones en aquél lugar, y a la que se dirigía estaba justo enfrente de la sala. Gradualmente se escabulleron por debajo, tratando de no ser vistos, cada uno asumiendo que el otro estaba menos asustado que sí mismos.

Cuando el dinosaurio entró a la habitación del final, empezaron a moverse más rápido. Pero tan pronto como llegaron al atrio central, un chillido grande y terrible sonó por los pasillos, y luego llegó una especie de sonido demoledor, el cual resonó alrededor de sus cráneos. Bajaron por el corredor y entraron a la sala final, un octágono claro y aireado, enmarcado por un tragaluz luminoso. Esta era una habitación feliz, y a penas parecía haber sido abandonada en absoluto. Huevos de dinosaurio se alineaban por las paredes, detrás de jaulas de vidrio, con el sol reflejándose y refractando sobre sus pálidas superficies.

Al final del pasillo había un conjunto de huevos grandes, completamente aislados. Todos eran redondos, y ligeramente grises, pero ninguno era idéntico. Estaban amontonados juntos, rodeados de cristales de sal destrozados. Enroscado alrededor de ellos, en un semicírculo protector, estaba el esqueleto de un dinosaurio, completamente colapsado y recientemente perturbado, pero claramente reconocible.

Una vez más, una madre había encontrado a sus hijos.

Los dos se quedaron parados, en silencio, mirando la escena fijamente. Entonces Claire miró hacia el tragaluz. Había sido diseñado con la forma del logo de la Fundación.

—Bueno —dijo uno de ellos—. Está eso. —Y el otro asintió lentamente.


Otra fogata, otra colina. Vegas Libres estaba cerca. El misterio del museo había sido, por lo menos parcialmente, resuelto. Su hogar, junto con las muchas conclusiones y comienzos que siempre prometió, llegaría mañana.

Norman movió sus manos, manipulando el fuego con su magia. Dibujó siluetas de dragones y aves con las flamas para entretener a Claire, pero ella no estaba de buen humor. Sólo se quedaba mirando hacia el cielo. Miraba cómo las estrellas brillaban, mirándola a ella desde distancias imposibles. Ella pensó acerca de la sal.

Ella era consciente de que Norman se asustaba ligeramente a sí mismo. No le gustaba verla enojada. Era una criatura tan gentil, realmente, deseosa de complacer y tranquilizar. Pero ella no estaba segura de poder ser tranquilizada. Un pequeño ratón salió y olió su cabello, antes de chillar y salir huyendo.

Eventualmente, Norman dejó de jugar con la flama, y estuvo silencioso por un rato. Miró el fuego mientras Claire continuaba dirigiendo sus ojos hacia el vacío.

—¿Soy una cosa malvada? —La pregunta salió de la nada, pero forzó su camino hacia afuera de sus labios de todos modos. Era consciente de l cambio de Norman, ahora prestando una atención más intensa y repentina.

—Por supuesto que no. Eres una buena persona, Claire. ¡Resucitas ratones! Sólo la gente buena resucitaría ratones.

—Ella sólo quería a sus hijos. Había muerto hacia mucho tiempo, pero se había quedado por ahí para encontrar a sus hijos. Y entonces lo hizo, los encontró, y la Fundación se los arrebató otra vez. Yo era de la Fundación. Yo era una de ellos.

Ella se sentó. Su largo cabello negro cayó sobre sus ojos, oscureciéndolos.

—Era una cosa muy fría. Me había olvidado de mi hogar, me había olvidado de la nieve, de lo que se sentía- era el tipo de criatura que habría hecho todas estas cosas, cosas horribles. ¿Qué sería sin la magia? Si no hubiera sido elegida por lo azul, si no me hubiera vuelto una de las cosas que estudiamos, si no hubiera sido encerrada y perseguida… Ellos le arrebataron a sus hijos, Norman, sólo porque ella era una criatura de la magia. La pusieron en una exhibición para que la gente la mirara.

Norman miró el fuego por un rato. Entonces se reacomodó, y puso uno de sus grandes brazos alrededor de ella. Ella podía darse cuenta de que él no sabía muy bien qué decir. Realmente no era muy justo de su parte, pensó ella, cuando él tenía sus propios pensamientos, y sentimientos, y pérdidas con las que lidiar. Él también había visto las mismas cosas. Ambos miraron a la luna por un rato, su luz redonda y llena y fría bañando el desierto.

—Estás rota, Claire —dijo él eventualmente—. También yo. Yo no era nadie antes de que esto ocurriera, ganándome una vida a medias al borde del mundo. Estaba ahí porque las cosas no habían salido bien. Creo que eso también es lo que te pasó; el mundo te retorció hasta una cosa en particular, la cual tú realmente no querías ser. Pero entonces te diste cuenta de que estaba mal. Tal vez ellos tengan razón y lo azul cambió nuestras mentes, tal vez eso fue lo que nos hizo mejores. Pero no creo que eso sea todo. Creo que siempre tuvimos un presentimiento de que las cosas estaban mal, de que nuestros huevos no estaban alineados de la manera correcta, y lo azul sólo hace que podamos verlo más claramente. Podemos cambiar. Podemos traer madres de entre los muertos y ayudarles a encontrar el hogar que nosotros nunca tuvimos.

Claire aspiró, y sonrió, y le observó. Norman era agradable. Y estaba roto. Y era su amigo.

Los dos miraron a la luna alzarse hasta que se durmieron. En las Vegas Libres, cientos dormían, con pesadillas de que cosas que fueron, y sueños de cosas que serían. En un pequeño museo blanco, unos huesos frágiles descansaban gentilmente sobre huevos gigantes, para nunca volver a ser perturbados. En la orilla de una colina, cerca de una fogata, una mujer soñaba con un planeta azul alzándose desde la tierra, y también soñaba de un lugar donde estarían rotos felizmente para siempre.

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