Reviviscencia

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Las últimas mil escaleras finalmente se detuvieron al fondo de un desfiladero de libros. Exhausto, Samuel se sentó en la última escalera por un momento, mirando arriba hacia el abismo negro de la Biblioteca. Pero, sabiendo que no tenía tiempo para descansar, agarró su farol más fuerte y se levantó.

Necesito mantener al Sitio-40 actualizado, pensó. Mientras que estiraba la mano hacia la radio enganchado en su cintura, una voz vieja y queda habló de repente desde las sombras delante suya.

—¿Hola?

Samuel levantó su farol y dio un cuidadoso paso hacía delante, revelando a un viejo hombre calvo parado ahí, estrechando los ojos detrás de sus lentes redondos. Llevaba un raído traje amarillento y… ¿pantuflas?

El hombre debió notar la mirada confusa de Samuel, mientras hacía una reverencia.

—Mis disculpas si no me veo presentable, no salgo demasiado.

—Oh, ehm… Está bien, es sólo que no esperaba ver nadie acá abajo.

Los ojos del hombre se ensancharon mientras Samuel se limpiaba el sudor de su frente y se arremangó, revelando el tatuaje de la Mano de la Serpiente en su antebrazo.

—Ah, ¡debes ser uno de esos serviciales amiguitos! ¿Tal vez, ya que estás aquí podrías ayudarme con algo? —Soltó un suspiro, ajustando sus lentes—. Es sólo que mis ojos ya no son lo que eran antes, ves. Y necesito ayuda buscando un libro ¿Tal vez pueda acompañarte?

—Eh… supongo que puede. Me dirijo a la sección de "Historia de los Behemots".

—¿Behemots?

—Erm… —No des información de la misión, Sam—. Sí.

—Bueno, estoy buscando un libro por ahí también! —El anciano le dio una sonrisa con dientes, dándose la vuelta—. No desperdiciemos ni un momento.

—Por supuesto… —Contestó Samuel con un suspiro, siguiendo al hombre hacia el laberinto de estantes de libros sin fin, sin conocimiento de lo que yacía delante.


Los dos hombres se acercaron al final del laberinto, un área abierta, libre de cualquier estante.

Samuel miró hacia el suelo cubierto en papeles y pedazos de madera, rascándose la cabeza.

—Nada de cenizas o marcas de quemaduras, así que no pudo haber sido un incendio… Nunca he visto un desastre como este antes. —Volteó a ver al viejo quien se veía igual de confundido—. ¿Tampoco ha visto nada como esto?

—Nunca. —Se aferró fuertemente a la parte superior de su bastón—. A menos que…

—¿A menos qué?

Una expresión de entendimiento cruzó súbitamente la cara del viejo, que rápidamente se volvió temor.

—Sostén mi mano

El ceño de Samuel se frunció, y soltó una risita torpe.

—¿Q-Qué?

La cara del anciano rápidamente se contrajo en furia y se lanzó hacia delante, agarrando la mano de Samuel antes de que pudiera reaccionar. Con su otra mano se aferró al centro de su bastón y lo giró antes de alzarlo al aire y enterrárselo en su pecho. Empezó brotar sangre de la herida, seguida por un espeso pus verde. Samuel sólo podía ver asqueado, incapaz de escapar del agarre de hierro del anciano.

La Biblioteca se agitó y el suelo debajo de él colapso, el vacío tragándoles.


Cuando Samuel abrió sus ojos, estaba parado en la misma zona en donde había estado antes, pero el anciano se había ido. No había sangre o pus manchando los suelos; era como si hubiera desaparecido completamente.

—¡¿Hola?! —Gritó en el espacio abierto.

Algo estalló adelante y Samuel corrió hacia él, farol en mano. Después de unos minutos corriendo, vio estantes de nuevo. Pero algo se levantaba desde ellos. Un pez de plata gigante, de más o menos dos pisos de altura, rápidamente devoró un estante entero antes de levantar su cabeza.

Lo miró directamente y comenzó a cargar hacía él, sus piernas golpeando violentamente en el suelo. Samuel corrió hacia un lado y se aventó justo mientras apenas pasaba por donde estaba. Dándose la vuelta, Samuel desenfundó su pistola y le disparo a la bestia, hundiendo balas en su cabeza y cuerpo. Pareció titubear por un momento, pero entonces los hoyos de bala desaparecieron, reemplazados con músculo verde y pálido y cargó una vez más. Samuel se congeló como un ciervo ante farolas, temblando.

Pero antes de que pudiera cargar una vez más, algo se estrello en eso, mandándolo a volar hacia los estantes. En un pestañeo el nuevo depredador tenía sus mandíbulas cerradas en torno al pez de plata antes de destrozarlo, arrancando un pedazo de su brillante carne.

Mientras tanto, Samuel se puso de pie torpemente con su farolillo, levantándolo para ver una lengua reptiliana carmesí enrollarse alrededor del tórax espasmódico del behemot, su dueño tras un velo de sombras. La lengua se apretaba mientras el insecto chillaba, retorciéndose y estrellándose en los estantes. Después de unos momentos, lo corto, bisecando completamente a la criatura cuya mitad delantera arañaba la lengua débilmente antes de quedarse quieta. Después la lengua se aventuró al estomago de la criatura, sacando un libro café cubierto en moco, el cual lanzó a los brazos de Samuel.

Sonó la voz del anciano.

—Esto es lo que estabas buscando ¿no es cierto? —Con sus manos aún temblando, Samuel volteó abajo y leyó el título. La Extinción de los Behemots.

—L-Lo es —tartamudeó Samuel, mirando arriba para ver dos serpentinos ojos esmeralda en una criatura envuelta en sombras.

—¿Así que han vuelto?

Samuel pausó por un momento.

—Sí

—Entonces debo ir a lidiar con ellas —dijo y la Serpiente salió disparada hacia las sombras sobre ellos. Samuel tiró el libro al suelo, sosteniendo su cabeza con sus manos por un momento. La Fundación había encontrado evidencia de gigantes rondando la tierra mucho antes de nuestros tiempos, pero nunca encontraron como desaparecieron todos. Eso era la razón de porque Samuel había sido enviado a la Biblioteca, estaban buscando descubrir como con la esperanza de que pudiera ayudarlos eliminar a los Agresores de Gran Escala recientemente emergidos.

Samuel estiró una mano temblorosa y encendió su radio. Sabía lo que había pasado sin tener que leer el libro siquiera.

La Serpiente los había matado a todos.

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