Prioridades

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La Investigadora Rose Labelle exhaló un suspiró al entrar en una de las muchas salas de interrogatorios del Sitio-19, cerrando lentamente la puerta tras ella. Esperó un par de segundos y entonces se dio la vuelta. En la mesa le esperaba un ciborg pálido y esquelético. Sus ojos cibernéticos reflejaban la luz de la habitación, Labelle pudo verse reflejada en sus lentes mientras se sentaba y revisaba rápidamente el informe que le había sido proporcionado. Finalmente, levantó la vista y miró al ciborg con el ceño fruncido. Este le devolvió una sonrisa arrogante.

"¿A qué debo el placer de esta entrevista, Señorita Labelle?" preguntó Anderson con su profunda y metálica voz.

Labelle se mantuvo en silencio y sacó una serie de fotografías de una celda de contención humanoide, vacia y sin decorar. En la primera, Anderson se encontraba vomitando varios pequeños trozos de chatarra al suelo. En la siguiente, el ciborg se apresuraba a construir algo con las piezas. La tercera imagen mostraba a Anderson besando un pequeño dron semejante a una araña hecho a partir de la chatarra, con el dron brillando brevemente durante el contacto. En la cuarta, dejó al dron en el suelo y le dejó alejarse. En la quinta, el dron había desaparecido de la perspectiva de la cámara, y las contramedidas taumatológicas de la celda comenzaron a brillar, con las paredes de la habitación viéndose iluminadas por brillantes runas y símbolos. En la última foto, Anderson podía ser visto sacudiéndose de dolor mientras en campo anti-mágico asolaba su cuerpo.

"Íbamos tan bien," suspiró Labelle. "Años de buen comportamiento. Años de cooperación, y a cambió te dejamos hacer reparaciones a tus sistemas. Deberíamos haber sabido que habrías usado tus piezas para hacer algo como esto."

"Que puedo decir," dijo Anderson encogiéndose de hombros, "Soy un inventor. Invento."

Labelle se frotó la frente frustrada.

"Supongo… que simplemente no veo le veo el sentido, Vincent," dijo al final junto a otro suspiro. "Tus drones Amur fabricados en serie no pueden llegar muy lejos por su cuento, no te digo uno que esta hecho de clips y chicle. Supongo que el efecto taumatológico que usaste en él también era débil, lo que significa que incluso si llega a donde quieres que llegue podría fallar al llegar. Te estamos trasladando a una celda de mayor seguridad, con mayores bloqueos taumatológicos. No volverás a recibir más componentes para ti jamás."

"Oh, soy muy consciente de lo mucho que os empeñáis en reprimir," rio Anderson. "Aceptaré lo que venga. Esto era necesario. Tenía que mandar un mensaje."

"¿A quién?"

"Secreto de empresa," Anderson sonrió. "Lo siento, Señorita Labelle, pero este as se va a quedar en mi manga."

"Ya veremos, Vince." suspiró Labelle y se levantó. "Tienes prioridades extrañas. Espero que quien sea que reciba ese Amur pueda apreciar lo que te ha costado."

"Te garantizó que no lo hará," la amplia sonrisa de Anderson se redujo a una sonrisa melancólica. "Pero, oye, ¿Qué se le va a hacer?"

Labelle sacudió la cabeza, y se fue.


Erica Herring, ahora Erica Lister, se encontraba en el balcón de un hotel, observando la costa central de Oregón. Estos últimos días habían sido tan emocionantes, que ahora estaba encontrando problemas para dormir. Tras ella, en la oscuridad de la habitación, su marido desde hace tres días roncaba audiblemente. Sonrió para sí, y continuó escuchando a las olas rompiendo contra la orilla en la oscuridad. Cerró los ojos, y respiró profundamente.

Cuando los volvió a abrir, un pequeño y chapucero dron estaba en la barandilla frente a ella.

Quedó petrificada, y su sonrisa se convirtió en una mueca de tristeza. Había pasado mucho tiempo desde que el padre que la había abandonado todos esos años atrás había enviado a uno de sus pequeños mensajeros. Ella ojeó al dron con cuidado.

"Eres una chapuza, ¿no?" dijo, y empujó al droide. El robotito chisporroteó y dio una pequeña sacudida.

"¿Pzzzwrd?" zumbó el droide.

Erica puso sus ojos en blanco.

"Mi pequeña inventora…" suspiró.

El droide explotó en una fina niebla plateada. Erica tosió, tratando de recuperar su aliento. Mientras resollaba, una voz resonó en el fondo de su mente.

Hola, mi pequeña inventora…

Erica se congeló. La voz metálica de su padre sonaba clara como el agua.

Se me ha hecho saber, a través de fuentes ajenas, que tú y Luke por fin os habéis casado. Enhorabuena.

Erica cerró sus ojos, atendiendo a la voz. Estuvo tentada a golpear cerca suya para silenciarla.

Esta va a ser la última vez que voy a poder ponerme en contacto contigo, Erica. Al fin he de recoger lo que he sembrado, y no hay forma de escabullirse. Solo quiero que sepas lo mucho que los siento. Desde que os dejé a ti y a tu madre me he justificado con que estaba manteniéndoos a salvo. El mundo al que entraba era peligroso y ambas habría salido heridas. Eso era una mentira.

La verdad sea dicha, no podía perseguir mi sueño estando atado a vosotras dos, así que naturalmente corte amarras. Y funcionó. . He tenido mucho tiempo para reflexionar a lo largo de estos últimos años, y en definitiva, puedo decirte que no valió la pena. Merecéis a alguien mucho mejor que yo. Me alegro de que tu madre encontrara a Tom, y que él pudiera estar ahí para ti.

Erica agarró fuertemente la barandilla cercana. Su rostro se volvió hosco. Aún así, siguió escuchando.

No voy a pedir tu perdón. Y no deberías dármelo. Solo quería aprovechar esta última oportunidad para decirte lo orgulloso que estoy, y para darte un último regalo. En tus memorias, una vez finalice este mensaje, tendrás un puñado de cuentas bancarias que abrí bajo una de aliases o así. En total debería haber un poco más de un par de millones ahí ahora. Vacíalas, y haz lo que quieras con ellas.

Te quiero, Erica.

Ten una gran vida.

Tan dé repente como había empezado la voz se detuvo. Tal como había dicho en el fondo de la mente de Erica surgieron varios recuerdos.

  • Números Pin
  • Nombres
  • Números de cuentas bancarias
  • Preguntas de seguridad
  • Sucursales
  • Su nombre como cotitular de todas las cuentas.

La mueca de Erica se desvaneció. Abrió sus ojos y miró de nuevo al océano.

"Te puto odio…" murmuró Erica para sí misma. "maldito bastardo manipulativo…"

Lagrimas cayeron por su mejilla.

"No puedes comprarme…"


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