Relinchaban los caballos y ladraban los perros, pisadas en todas direcciones, y un Víctor Penz que se pone el poncho en lo que toma la Mauser de su padre y corre hasta los pastos del ganado. Los perros llegaron a su encuentro y le guiaron hasta la fuente de los ruidos que ya se disipaban, para encontrarse con una asustada vaca con largas pero superficiales heridas en el cuello y la cabeza.
"¡Araca, viejo linyera de mierda!", gritó disparando al cielo. "¡No vuelva!"
Sin soltar su arma, se arrodilló frente al herido animal y posó su mano sobre su cabeza. "Ya ya, vas a estar bien. Corré más rápido a la próxima, flaca".
En medio de un bostezo, vio el sol elevarse por sobre el horizonte, iluminando el gran pastizal con sus cientos de animales y la gran montaña que desde lejos los miraba. Penz protege sus ojos del sol con la palma de su mano en lo que se pone de pie y se arregla el poncho.
"Va a ser un día largo."

Sobre su fiel caballo de raza árabe, recorrió los pastizales en fuerte patrulla, con tozuda mirada en las rejas de madera que delimitaban con los terrenos de los Pelligrini.
Eran tantas las veces que su jinete se detuvo allí, que al caballo ya se le había vuelto una rutina para la cual no necesitaba orden. Y como de costumbre, se quedó parado allí unos minutos en lo que su fiel gaucho observara los alrededores.
El día entonces prosiguió con normalidad. Algunos perros impidieron que las vacas se alejaran demasiado de las otras, mientras que otros se ocuparon de exterminar el ocasional ratón que se encontraron. Las vacas pastaron sin cesar. Víctor vigiló el ganado, trabajó la tierra para la cosecha venidera, revisó que el almacén no tuviera plagas ni agujeros, extrajo algo de cuero y carne, reparó algunas vallas, tarareó una canción melancólica a bocaquiusa.
Cuando el Sol exhaló sus humos anarajandos sobre el cielo, Víctor inhaló fuerte el aire a su alrededor, antes de dejarlo salir. Una simbólica campana para delimitar el fin de la jornada.
"Dale, Ranjana", arreó a su caballo, "que me duermo, vamos pa' la casa"
Ya bajo techo, colgó su tetera sobre un fuego recién encendido en lo que rellenó su calabaza con abundante yerba mate y la humedeció con un poco de agua. Mientras rebuscaba entre su cajón la bombilla de hierro, el galope de un grupo de caballos frente a su casa volvieron su brazo presa de la inercia en un rápido movimiento por tomar su arma y salir a encarar el ruido.
Con una nube de polvo que se transformaba en rostros familiares, y una mueca tozuda que se transformaba en una sonrisa, Víctor bajó su arma para levantar su brazo y saludar a sus amigos.
"¡Eh, manga de pendejos! ¿Qué hacen ustedes acá?", siguió sonriendo Víctor
"Laburando, ¿qué más?", respondió una seria pero sarcástica Sofía
"Me están manteniendo activos los caballos para que no se me caduquen", Melina le siguió el juego
"Qué usás términos de cocina si ni rebanar un pan sabés", bromeó Nicolás
"Perdonalo, se le pegó de estar en cana", Ariel se burló del bromista
"Cállense tropa de pirañas, solo vienen a maguear mates por acá otra vez", Víctor los invitó a entrar a casa con su brazo mientras se daba la vuelta y abría la puerta
"¡Eco!", respondió Melina mientras todos amarraban sus caballos en vallas cercanas
Dentro de casa, los invitados se sentaron en la mesa mientras Víctor cebaba unos mates para todos. Cada uno sacó su propia bombilla, y comenzaron a beber y compartir.
"Y Víctor, ¿qué tal todo? Tiempo sin verte, amigo", preguntó Ariel
"Si, che, tiempo sin saber nada de vos, ¿tan ocupado te tiene el laburo que no te pasás por la pulpería?", cuestionó Nicolás girando la bombilla entre sus dedos
"La verdad que si. Mirá, mi viejo se fue de viaje por negocios y desde entonces que el laburo es en todo lo que puedo pensar. El viejo hacía mucho por este lugar y no caí en cuenta hasta que se fue y tuve que hacerme cargo de todo lo suyo también.", Víctor bebió de su mate, "Eso y otras cosas"
"¿Y qué otras cosas?", Melina giró la bombilla en la infusión
"Si son los de la provincia de nuevo podemos volver a ayudar a levantarte de nuevo. O si es algo más raro igual sabés que te podemos ayudar. ¿O es el viejo linyera otra vez? Últimamente casi siempre es algo con el viejo", inquirió Ariel
"Si. Pero mirá que anda raro últimamente. Era normal que jodiera con las vacas pero estas noches me he despertado bien temprano con ruidos para caer en cuenta de vacas con heridas en el cuello y la cabeza. Como si, no sé, quisiera un trofeo para la casa o algo así", confesó Víctor
"Che, qué viejo choto de mierda, eh. ¿No crees que deberíamos…", Nicolás arqueó sus dedos índices a cada lado de su cabeza simulando cuernos, "…vengarnos de él?"
"¡No! No. Ya les dije que no quiero nada que tenga que ver con Él. Está bien si ustedes lo hacen, pero no me hagan recaer en antinatura"
"O sea que si querés que lo maldigamos pero solo si no mirás", Nicolás rio mientras empujaba suavemente el hombro de Víctor. "No, hombre, ese viejo linyera te tiene algo, tenés que ser vos parte de la venganza, o no tiene sentido"
"¿Por qué no le rompemos la cabeza a piedrazos y lo dejamos bailando con su sangre en el piso?", dijo muy seria Sofía
"Che, es buena idea. Podríamos tomar piedritas de acá y el que le da en la cabeza gana puntos. Si descubre a uno, pierde, y se tiene que escapar. Y cuando yo gane Víctor me ceba unos mates", ideó una creativa Melina
"¡Está decidido!", exclamó un decidido Nicolás
"Pirañas", Victor sonrió mientras se ponía una mano sobre el pelo y movía su cabeza de lado a lado.
Con una manta llena de piedritas, se posicionaron entre unos árboles cerca de un anciano Pelligrini que trabajaba la tierra bajo un sol inclemente. Plantó el rastrillo sobre la tierra para erguirse, lo que hizo sonar los huesos de su espalda, provocándole un jadeo.
"Ahora", Melina puso una piedrita entre sus dedos índice y medio para lanzarla a una rápida velocidad y darle directo en la cabeza, "¡Pam! ¡En la pelada! ¿Cuántos puntos son eso?"
Pelligrini se tocó la cabeza confundido, miró hacia arriba y puso la palma de su mano abierta hacia el cielo.
"Miren esto", Nicolás puso una piedrita en la boca, hinchó sus mejillas, y luego con sus palmas las aplastó para disparar su piedrita directo hasta la palma de Pelligrini.
"Parece que va a llover, qué raro", dijo Pelligrini
El grupo de amigos rio en silenciosas carcajadas, antes de ser interrumpidos por Víctor.
"Esperen, esperen, voy a tirarle una debajo del pie para que crea que se resbaló con un charco", tomó una piedrita, cargó el puño hacia atrás, y luengo la lanzó.
Falló por mucho.
"Buuuuuuuh", abuchearon sus amigos al unísono.
"Ustedes hacen brujería, no hinchen las pelotas", levantó el brazo Penz
"Tranquilizá esas pecas que te convertís en una naranja roja", se rio Nicolás
"¿A veces no te gustaría poder hacer estas cosas, Víctor?", Ariel puso su mano sobre el hombro de su amigo
"Y no… o, bueno, mirá, es que—", es interrumpido.
Un fuerte estruendo seguido de chillidos y un grito gutural ahogado era lo que se oía junto a las pisadas de un rebaño de ovejas que corrían en la dirección opuesta, lejos de los terrenos de los Penz.
"¡Mierda, eso fue en mi casa!", grito Víctor mientras saltaba del árbol y daba un fuerte chiflido que llamaba a su fiel caballo, al cual se subió en pleno trote para dirigirse rápido hasta el origen del ruido.
Una vez allí, Víctor se encontró con lo que quedaba de una de sus vacas, tiñendo de rojo los pastizales, con una cabeza que ya no estaba en su lugar y una expresión de un terror tan contagioso que infectaría incluso a los más valientes.
La sombra de un pálido y aterrado Víctor cubría el cuerpo cuál manta, pero antes de poder seguir pensando, logró darse cuenta de un rastro de gotas de sangre que se escondían por el pequeño bosque cercano. De repente, el terror se convirtió en coraje.
"Vamos, Ranjana. La tierra ha sido regada, hay que darles los frutos de la sangre", Víctor arreó fuerte a su caballo, provocando que se levantara en dos patas antes de emprender rápido galope tras el rastro de sangre.
"Aquí termina", bajó de su caballo, "como si se hubiera esfumado acá".
Víctor inspeccionó la gran roca entre los árboles, de lado a lado, dándole la vuelta, golpeándola un par de veces, e incluso escalándola, pero no vio nada extraño. Por sobre ella solo era capaz de divisar los árboles que conformaban el pequeño bosque, enclave en una tierra de grandes pastos.
Abajo de la roca Víctor comenzó a sentir un frío repentino en su espalda. Se dio la vuelta, solo para caer inconsciente tan pronto ve la figura de algo que no tiene el tiempo de definir ni intuir qué es.
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En un negro y muerto paraje, caminaba sin rumbo un gaucho sobre su caballo. Entre el infausto barro y los negros charcos, el galopar salpicaba agua sobre su mejilla. Gotas de conciencia, una vista al mundo fuera de una prisión mental. Oyó los balbuceos de una frase a medio completar, los pájaros volar, y luego un sonido de impacto.
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Despertó. A su alrededor, una oscura cueva de tonos rojizos, con un techo del que ocasionalmente caen unas gotas de negro color, un aire pesado que no olía nada, y pequeños movimientos esporádicos que se desean atribuir a insectos. Entre dos rocas, la cueva se extendía por un túnel que era iluminado tenuemente por una débil luz danzante.
"Ugh", se sentó y masajeó sus cienes, "¿Hola? ¿Ranjana?"
Observó el túnel y logró percatarse de que el rastro seguía por allí. Frunció el ceño, se levantó, se arregló el poncho y el sombrero, desenfundó la Mauser, y se dirigió a la luz.
A lo largo de las paredes del pasadizo pudo notar varias marcas extrañas, con figuras que se encontraban en un punto medio entre formaciones naturales producidas por la erosión y la mano de un hombre perturbado. Sin embargo, esto no lo tomó bajó mucho consideración, y siguió su camino.
Luego de un rato, dio con una gran recámara cuyo centro se adornaba con una cama de piedra sobre la que dormía una gran bestia. Con un cuerpo como el de un caballo de hocico delgado, pero con unos cuernos como los de un chivo que se ramificaban verticalmente hasta acabar en un fuego danzante.
"Antinatura", pensó para sí mismo, "¿a dónde llegué a parar?"
Inspeccionando más de cerca a la criatura logró notar las gotas de sangre caían desde sus astas.
"Como sea Ranjana", pensó mientras apretaba fuerte el puño.
En cuclillas, se acercó a la criatura hasta encontrarse a tan solo unas pocas manos de distancia. Alzó la Mauser, y la puso frente a la cabeza de la bestia.
"Me saludas a la flaca", disparó el arma.
La gran bestia expulsó fuego de sus ornamentas cual volcán mientras se levantaba y retorcía del dolor, dejando ver un tercer ojo y una barba en su hocico, antes de golpear fuerte sus astas contra el suelo, iluminando toda la cueva y cegando temporalmente a Víctor. Cuando recuperó la visión, la bestia ignífuga ya no estaba, y la récamara contaba con un pasadizo que no había visto antes.
"¿Estaba eso acá antes?", recargó la Mauser. "Supongo que ya no hay vuelta atrás"
Víctor siguió su camino.
El nuevo pasadizo era más estrecho que el anterior, con una forma circular bruta, un aire aún más pesado, y un fuerte olor a podredumbre. Avanzó con sus manos tocando el terreno antes que sus piernas, dándose una idea de lo que tenía por delante primero, a falta de una luz que lo guiara.
Tras varios minutos, logró llegar hasta lo que pensó es el fondo de la cueva, pero por más alto que levantara las manos, ya no daba con un techo.
"Esto no es natural", la cueva tembló, "esto lo hizo algo".
Un fuerte temblor que solo crecía en intensidad se hizo escuchar en todo el túnel antes de que la pared lateral se rompiera bruscamente y de ella saliera un enorme Culebrón. Su apariencia segmentada era como la de una masiva caña de azúcar moteada con tierra que acababa en una ancha cabeza con unos enormes colmillos goteantes.
Victor intentó disparar la Mauser, pero el Culebrón fue mucho más rápido y se enroscó fuerte a su alrededor. Antes de poder hacer nada, se posó sobre la boca del reducido y comenzó a expulsar abundantes cantidades de azúcar y glucosa en un dulce beso mortal. A medida que la tráquea de Víctor se comenzaba a ahogar en azúcar, golpeaba con fuerza al Culebrón, sin resultados.
Ya sin ser capaz de respirar, el Culebrón lo tiró al suelo y se alejó un par de manos, espectante de lo que sucederíanto. Víctor se retorció varios segundos en el piso, tragando, expulsando, exhalando, temblando, hasta que finalmente sería capaz de abrir sus vías respiratorias lo suficiente para dar un respiro que le daría la fuerza suficiente para vomitar.
Aún sin levantarse, se limpiaría la boca, y le daría una temblorosa pero furiosa mirada a la bestia.
Para su sorpresa, el Culebrón escondió sus colmillos y se alejó, abriendo un nuevo túnel a su paso que daría con una gran recámara de las que caían varios saltos de agua y se encontraba iluminada por un pequeño farol junto a un banco de hierro en mal estado.
Sin ser capaz de mediar palabra ni pensamiento, se levantó tan pronto como fue capaz de hacerlo, y se encaminó a beber y descansar.
Con una boca limpia de azúcar y un cuerpo recompuesto, Víctor se puso su sombrero, sacó el farol de su poste, y continuó su camino a través de un pasadizo que se escondía tras una de las cascadas. A medida que avanzaba, la cueva se expandía más y más en tamaño.
En una de sus pisadas, logra escuchar el característico rechinido de una tabla de madera, rechinidos que seguiría escuchando cada vez más a lo largo que se adentraba por el túnel. Primero solo eran tablas de maderas dispersas, pero luego pudo encontrarse con muebles agujereados, vidrios rotos, tela desecha, e incluso lo que parecían ser vías de ferrocarril arrancadas.
El final del pasadizo acabó en una gran recámara que contenía las ruinas de una gran casa de madera, con la mayor parte de sus paredes arrancadas, y sobre la cuál se anidaba una bestia que logró reconocer de las historias de fogata de su padre.
Una enorme cabeza de gallo con una cresta roja, un cuello largo como el de una serpiente, un cuerpo de plumas azules con un par de alas inmóviles, unas patas blancas que se arrastraban por el suelo con el característico movimiento de una serpiente, y unos grandes ojos rojos y centellantes.
La criatura sabía que Víctor estaba allí, y Víctor sabía que es lo que debía hacer.
Rápidamente, tapó sus oídos con su sombrero y las palmas de sus manos, a la vez que la bestia comenzó a recitar una canción que le era apenas audible, una capaz de dormir incluso a los más despiertos. Comenzando a sentirse somnoliento, rebuscó con la mirada cada esquina de la recámara, hasta dar con dos piedras grandes cerca de un barril roto.
Víctor corrió tan rápido como pudo, y evitando los picotazos de la bestia, tomó las dos piedras e intentó crear chispas para encender las ruinas pero fue embestido por la criatura, empujándolo lejos.
Sin su sombrero ni las palmas sobre sus oídos, la bestia se dispuso a cantar otra vez, pero su tráquea fue atorada por una piedrita de origen desconocido. Víctor se dio cuenta de que esta era su oportunidad, se levantó una vez más y corrió rápido hasta las ruinas, tomando dos piedras, y provocando chispas que comenzaron a quemar lo que quedaba de aquella casa.
Tan pronto como el fuego prendió la madera, las plumas de la bestia se comenzaron a desintegrar y volver polvo negro lentamente, como si también la quemara un fuego invisible. Mientras tanto, Víctor tomó su Mauser y la disparó en el pecho de la bestia, haciendo que caiga y agonice mientras su cuerpo poco a poco se convertía en ceniza.
Con el corazón aún latiendo rápido, enfundó la Mauser, se arregló el poncho, y se colocó bien el sombrero. Antes de esbozar algún nuevo pensamiento, una niebla espesa comenzó a sudar de las paredes de la cueva, cubriendo los alrededores hasta hacerlos dejar de ser, volviendo todo niebla.
Confundido y preocupado, Víctor miró en todas direcciones, hasta en una divisar la gran figura oscura que se dibujaba a través de la niebla. Posó su mano sobre la Mauser, mientras que lo oscuro se dejaba ver como un gaucho vestido lujosamente sobre un gran caballo negro de ojos centellantes. Ninguno de los dos proyecta sombra, y observan a Víctor en silencio.
Víctor intenta hablar, pero no puede. Intenta gritar, pero no tiene boca. El misterioso gaucho levanta la mirada, observa a Víctor unos segundos, y le sonríe.
"Le tapan el sol a esas semillas y le separan la cabeza del cuerpo", sonó la grave voz del ser en el caballo.
"¿Le tapan el sol a esas semillas y le separan la cabeza del cuerpo?", repitió confundido Víctor.
Tan pronto acabó la frase, una fuerza lo impulsó a todas velocidades lejos, muy lejos de dónde estaba. Incapaz de definir por donde sus ojos rápido atravesaban, vio todo tipo de colores a su alrededor, desde verdes azulados hasta blancos anaranjados, hasta finalmente llegar a una oscuridad que se transformaba en una luz danzante acompañada de un gran alboroto.
Frente a él, una gran sala de piedra iluminada por lámparas de aceite que desprendían olor de cadáver. Animales de todo tipo, que conocía pero no entendía, que desconocía y le provocaban temor, otros completamente nuevos, y otros que recordaba de sus pesadillas. Indios con tatuajes rojos que representaban los más horribles de los destinos, negros de ojos brillantes que le miraban con intimidante sonrisa, seres extraños y oscuros de todo tipo que reían, gritaban y lloraban su llegada en un aquelarre que le daba la bienvenida.
Una mano se posó sobre el hombro de Víctor, quien rápidamente desenfundó su Mauser y se dio la vuelta
"¡No me toque nadie! ¡Atrás!", gritó Víctor apuntando su arma
"No por nada las provincias los quieren para las guerras, el quilombo que armaste", dijo una voz amiga
"¿A-Ariel?", se sorprendió Víctor
"Che, a ese loco yo lo conozco. Gaucho de mierda, te re banco", carcajeó Nicolás con una jarra en la mano y apoyado sobre una lámpara.
"Llegaste", apareció desde las sombras Sofía
"¿Q-Qué es todo esto?", preguntó un confundido Víctor
"Tu sabes lo que es", Melina se levantó de su asiento, dejando a los brujos que le rodeaban detrás, "ven, siéntate con nosotros y bebamos juntos en Salamanca".
Sobre una gran mesa de piedra, sus amigos empujaron fuera a una tropa de seres pequeños y oscuros que balbuceaban palabras ininteligibles pero que pesaban en la conciencia como si el infierno les trajeran a la cabeza, para luego sentarse y darle un espacio al recién llegado.
Con las infusiones servidas, bebieron y compartieron. Cuando ya todo se encontraba más calmado, Víctor se decidiría a romper el silencio.
"¿Me van a decir algo?", los miró de reojo.
"Si. Tramposo", dio un gran sorbo Sofía
"Dale, Sofía, no lo íbamos a dejar morir tan cerca de lograrlo. No podemos ir dejar así de fácil al cebador del grupo", Ariel jugó con una piedrita entre sus dedos.
"Entonces fuiste tú. Mirá, te lo agradezco por salvarme y todo pero, ¿por qué estoy aquí?", revolvió el mate con una bombilla prestada Víctor
"Siempre lo quisiste, todos lo sabíamos. En todo lo que hacías se plantaba la duda, y hoy cosechas un aquelarre entre amigos", arreglaba su cabello Melina
"Pero, Ranjana, y la flaca…", titubeó Víctor
"Ranjana la vimos en tu casa antes de venir. Sobre la flaca, perdoná, pero no sabemos quien o qué ha estado atormentado a tu ganado. Nos percatamos de tu presencia aquí cuando ya estabas camino a la última prueba. Sea lo que sea que fuere, te trajo aquí. Tal vez intentó usar la cueva para acabar contigo", Melina sonrió y giró su cabeza un par de grados a la derecha, "pero no lo logró".
"¿Y como puedo estar tan seguro de que no fueron ustedes?", los titubeos de Víctor se transformaron en un ceño que amenazaba con fruncirse.
"Porque era tan simple como escabiarte un poco y traerte acá, no había necesidad de hacer todo eso. Además, sabemos lo que ese ganado significa para ti. Por tu viejo y lo de que—"
"Pará. Con eso basta", Víctor dio un largo suspiro. "¿Y qué pasará ahora?"
"Si fuera vos, buscaría respuestas, y cobraría por ellas. Lo que le ha pasado a tu ganado, y muchas otras que le han pasado a ti y a tu familia, solo pueden ser llamadas como injusticias. Quédate con nosotros, aprende a hablar con los animales, de curandería, memoriza las artes oscuras, haz de la noche tu manto y álzate contra el mal que te acosa, contra cualquier mal. Haz que todo el Río de la Plata se entere de tu cara llena de semillas, y que nunca se olviden esto:
