Reach encontraba el silencio desesperantemente incómodo. Parte de su cerebro encontraba la falta de problemas, de actividad, tremendamente molesta.
- ¿Estamos seguros? - preguntó en voz alta, mientras se cubría los ojos con una mano y de la otra colgaban sus gafas, apartadas por un momento para asegurarse el nimio alivio de la ceguera.
Sólo un poco de carne separa mis ojos de la realidad. Ojalá pudiera poner un poco más de tierra de por medio. No me gusta la realidad.
La realidad le recordó que tenía otras formas de llegar a él a través de la voz de Patricia Andrés.
- Sí, completamente. El sujeto sólo estuvo expuesto cuatro minutos al ente; pasado ese tiempo, estuvo trece minutos en observación, lo que implica que no se le expuso a ningún meme contaminante, y al cabo de unos dos minutos más ya lo teníamos convulsionando.
También estaba aquello. Sabía que estaba convulsionando. Lo sabía porque, a pesar de que lo mantenían aislado en su sala de contención humanoide, también se había molestado en equipar las celdas de su departamento con ventanas de cristales intercambiables. Estaban los típicos cristales de efecto espejo, los que se ponían en las salas de interrogatorios. También estaban los cristales antibalas, una elección típica y clásica.
Para aquella celda había escogido cristales esmerilados, apenas traslúcidos, que en la práctica ocultaban al sujeto. No permitían distinguir gestos, no permitían ver palabras escritas, no permitían reconocer símbolos o descifrar el movimiento de los labios del inquilino; apenas sí permitían atisbar los movimientos de una figura sumergida en la blanca pesadilla anegada de luz que era su celda. Combinados con la iluminación adecuada (varios focos de alta intensidad), paredes y cierres completamente insonorizados y un uniforme negro de cuerpo entero para el prisionero, la celda de retención y observación memética cumplía perfectamente con lo que se pretendía de ella.
Entretanto, tres cámaras y seis ordenadores registraban y procesaban todo lo que susurraba, chillaba y murmuraba el prisionero, que seguía agitándose entre espasmos y breves crisis convulsivas. Los tres programas autocensores descartaban todo lo que pudiera ser peligroso y proporcionaban sus resultados a tres sujetos de clase D, teóricamente sin máculas meméticas, que hacían de grupo de control para las grabaciones que se obtenían de la celda.
Todo ello parte del protocolo de seguridad de datos. Así, en el peor de los casos, sólo tendrían que ejecutar a tres desgraciados más. Aparte del guardia que le había escoltado, que ya estaba en la morgue. Y al de la celda, claro. Ese era su grupo-caso. Y, probablemente, a todos los que estaban en coma inducido en el Sector Médico.
Dios, detesto los peligros meméticos.
- De todas formas -siguió Patricia, la voz cansada filtrándose entre sus manos, que ahora frotaban la cara de su dueño-, es perfectamente posible que se trate de un peligro exclusivamente cognitivo en lugar de memético, señor.
- De ser el caso, me encantaría saber cómo puede ser contagioso, Patricia -respondió el investigador, que se rindió a su deber y se caló las gafas-. Sabemos que todo el que ha oído su voz o leído lo que escribe se ha visto afectado de manera permanente, y que los que han entrado en contacto con un afectado también se han visto afectados, generalmente tras establecer algún tipo de comunicación. Aquí hay algo que no funciona, algo que está mal, muy mal. Lo que significa que probablemente sea peor de lo que podemos imaginar. Otra vez -Reach abrió los ojos. La sala de informes, fría e impersonal, llenó su campo de visión-. ¿Qué sabemos de los autocensores?
Dirigió su pregunta a la secretaria e investigadora Rea Gillian. Era la miembro más anciana que conocía del personal de clase C, y probablemente la más resistente; nadie sobrevivía cincuenta largos años al servicio de la Fundación sin desarrollar algún tipo de resistencia natural a la locura, particularmente cuando se trataba de esta especialidad. La interpelada se llevó sus gafitas de montura fina a los ojos mientras leía, con su voz cascada y serena, los datos de un pequeño ordenador de bolsillo:
- Uno de ellos ya ha dado algo de información. El AC-28, claro. Tardaremos en encontrar algo de sentido con ese… prácticamente todo sale censurado. Es lo que tiene programar a un ordenador para descartar todo lo que podría ser un peligro memético. Los otros dos están procesando a buen ritmo. Confiamos en que aíslen sólo los concepto-peligros y la sintaxis anómala de las primeras dos horas de grabación antes del cambio de turno.
- ¿De las primeras dos horas? Rea, que el pobre desgraciado ya lleva cinco horas con el tembleque -suspiró Reach. Sabía que era una queja inútil, pero no pudo guardársela.
- Lo sé, doctor -respondió ella, lanzándole una mirada seria por encima de sus gafitas doradas-, pero el p-ACtS y AC-56 son de todo menos de alto valor predictivo negativo. Tenemos que reciclarlos al menos tres veces para estar seguras de que no cometemos ningún error, e incluso entonces tenemos que enseñar los documentos no censurados a un clase D. Por cierto, el clase D destinado a la revisión AC-56 ha empezado a mostrar síntomas.
- ¿De qué tipo? -saltó Patricia.
- Semánticos. Todo censurado, claro.
- Mierda. Nunca empiezan con conductuales. Así no tenemos forma de describir el síndrome.
- Nos harían la vida mucho más fácil, en efecto. O mucho más corta. Llegados a este punto, no quiero saber lo que dicen -dijo Reach, que había deslizado los dedos por debajo de sus propias gafas para frotarse los ojos. Llevaba treinta y cuatro horas sin dormir-. ¿Cómo están los trece clase C en cuarentena?
El doctor Terrence le miró con su rostro lampiño completamente pálido y el miedo pintado en ambos ojos. Tampoco había dormido, y se le notaba.
- Bueno, les mantenemos sedados. No estamos seguros, eh, de si eso bastará para retener la anomalía, pero al menos no manifiestan, uh, síntomas, claro… estamos empleando a un par de clases D que tienen, um, experiencia con agujas…
- Drogadictos, a que sí -murmuró Reach. No era una pregunta.
- Eh… no tenemos donde escoger, señor -le replicó el doctor Terrence. Reach se sintió fatal casi de inmediato.
- Ni se moleste en responderme, estoy siendo cínico por la fuerza de costumbre. Yo… bah, asegúrese de que no se pican lo que les esté dando y ya está -bajó la mirada, que se perdió por un momento en algún punto el suelo de hormigón-. Siento mucho todo esto.
- Le comprendo, señor -respondió Terrence. Al cabo de un momento, añadió, solícito-; no es que sea culpa suya. No sabíamos que iba a terminar así.
Reach se volvió hacia las ventanas de vidrio blanquecino. Contempló los movimientos del clase D. ¿D-3415? ¿D-3417? Se le olvidaban. Ya había llegado al punto en que eran números, no personas. Rostros vacuos, que empezaban con un cierto tono de desafío y terminaban hundidos, con los ojos llorosos sepultados por la negra areola de las cuencas oculares extendiéndose a su alrededor. Hombres y mujeres que habían sido criaturas dominantes, reducidos a… ¿a qué?
Contemplando los espasmos del sujeto, que ahora consistían en un movimiento repetitivo de ambos brazos mientras abría la boca para aullar, pensó: A esto.
¿Cómo he llegado aquí?
- ¿Qué más pueden decirme? -dijo Reach, confrontando a sus colaboradores otra vez, dando la espalda a la celda de contención memética.
Los tres sujetos se miraron entre sí, y fue Patricia la que se atrevió a contestar, en un tono apagado:
- Señor, de acuerdo con los informes de los incidentes anteriores, el desarrollo de este patrón emocional es completamente nuevo. Sabemos que hay un componente memético, y que la fuente propiamente dicha es posiblemente cognito-peligrosa, pero tenemos un temor ligeramente diferente al respecto.
- Podría ser info-peligroso. Una emoción que sirve de vector a un agente memético que además es infopeligroso.
- ¿Lo sabía? -se sorprendió Rea, que dejó caer las gafitas; estas quedaron suspendidas por su típico cordel.
- Lo suponía. Como siempre que tenemos un peligro memético -dijo Reach. Le reventaban aquellas cosas. Sabían que los peligros meméticos se transmitían a través de la información; no, que eran información. Ciertos memes eran peligrosos precisamente porque sólo con describirlos se transmitía el peligro memético, y eso era un info-peligro.
Ahora bien, ¿qué ocurriría si un meme que no fuese info-peligroso se volviese info-peligroso por voluntad de una persona?
Es imposible, se dijo. Tendría que ser capaz de afectar a la mentalidad humana, no sólo de unas pocas personas, a la mentalidad humana de toda la humanidad. O de una sociedad o civilización en concreto, vaya. Genial, acabamos de demostrar científicamente la existencia de un espacio conceptual colectivo. Jung se sentiría ultrajado… u orgulloso, no lo sé.
Se volvió hacia sus subordinados.
- Se trata del niño -continuó el investigador-. Siempre se ha tratado del niño, eso ya lo sabíamos. Lisa intentó ocultarnos la verdad, creo yo, desde el principio. Quería aparentar que iba a cooperar… y, entonces, cuando se dio cuenta de que nunca íbamos a soltarle porque los efectos de sus poderes se manifestaban en todos y cada uno de los clase D que le mandábamos, se desesperó. Llegó un punto en el que sólo podía suplicar para que soltásemos a Martin. Y yo le desesperé aún más. Le dije que nunca podríamos soltar a Martin. Y ella terminó por contárselo a Martin, decirle por qué lo mantenemos en contención, por qué le tenemos retenido… Sé que es un horror pensar en ello en estos términos, pero la mejor forma de describir a 053-C es "un meme inteligente, capaz de responder a las necesidades del objeto conceptual original, crecer e infectar a otra información." Existe al margen de lo que sepamos nosotros, pero cuando nos hacemos conscientes de éste, crece. Es un auténtico virus conceptual. Y 053-B, Martin, lo tiene bajo su control.
Reach contempló a sus subordinados. Le miraban con una mezcla de pánico y fascinación. Se quitó las gafas, esta vez para limpiárselas con calma.
- Sospecho que no vamos a tener otra opción que purgar toda la instalación, incluyendo al personal. Eso, claro está, nos incluye a nosotros. Las buenas noticias son que, por lo menos, estamos en el lugar correcto; en vez de suicidarnos para purgar todo conocimiento del ente y sus efectos sólo tendremos que someternos a una sesión intensiva de terapia de revisión mnemónica. Hay varios equipos en el Sitio. Tengo una versión, la llamo Polímata, que… -se percató de que no le miraban a él- … podría ser… -tenían las miradas perdidas.
Se giró, y tuvo la sensatez de apartar la mirada antes de que sus ojos pudieran apreciar con claridad los dibujos pintados en sangre que había trazado el sujeto en la celda de contención memética. Observó a sus subalternos, que ya empezaban a susurrar.
Cerró los ojos, se cubrió los oídos y, apretando los dientes con más rabia que miedo, corrió hacia la puerta de la sala de informes. Ninguno de ellos se lo impidió.