Golpeando payasos asesinos en la cara.
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La anomalía esperaba en la celda, sentada en una simple silla de madera, observando la puerta con sus cuatro ojos, con sus brazos desproporcionadamente grandes músculos cruzados sobre su pecho.

Los investigadores estaban confundidos. La anomalía conocida como HALL-31-C, una cinta VHS de una película genérica del género slasher que teletransportaba a una persona aleatoria al interior del filme cada 31 de octubre; surgida después de que su interacción anterior fuera “neutralizada” después del incidente. La cinta siempre aparecía en el Sitio-34 cada año con una semana de antelación con el nombre del siguiente afectado en la portada, dándoles un margen de tiempo para advertir a la víctima. Pero esta ocasión no tenía un nombre.

El “nombre” del actor protagonista, la próxima víctima de la anomalía, eran sílabas ordenadas de una forma que no tenían sentido. Les tomó un par de días descubrir que el nombre estaba escrito en nalka -sarkico- transcrito. La traducción más exacta que pudieron darles los expertos en la lengua nalka a los investigadores era “Homúnculo-14”. Lo cual no tenía ningún sentido. En tal situación, solo podían esperar y ver quién o que aparecía en la próxima cinta.

Lo que apareció el 1 de noviembre fue ese gigante de carne cubierto con sangre negra en la habitación donde los cadáveres o los supervivientes aparecían. No estaban preparados para tal situación, ese monstruo fácilmente pudo haber destrozado el ala antes de que las fuerzas de seguridad del sitio pudieran actuar. Pero no lo hizo. No se resistió ni nada. Siguió las indicaciones de los agentes y entró de manera voluntaria a la celda. No sabían que estaba ocurriendo, y esperaban que la entrevista les diera algunas pistas.

El desafortunado Clase-D elegido para la tarea entró en la celda cargando una hoja con las preguntas y una silla para sí mismo. Cuando vio al ser, pensó que la silla era para defenderse de él. Tras unos momentos de vacilación, colocó la silla frente a la entidad y la saludó. La entidad le devolvió el saludo.

—Bueno, eh, ¿Quién eres? —preguntó el Clase-D, nervioso.

—Mi nombre es Jack —respondió el ser con una voz grave— ¿Dónde estoy?

—En la Fundación.

—Oh.

—Eh… Me mandaron a hacerte unas preguntas, si no te molesta.

—No, está bien.

—De acuerdo —el Clase-D revisó el papel— ¿Puedes decirme que ocurrió antes de que aparecieras en la habitación donde te encontraron?

—Bueno, lo primero que ocurrió fue que…


…Desperté dentro de un auto rodeado de desconocidos. Parecían jóvenes, menos de veinte años. Al mirar por la ventana, note que estábamos en un bosque. Antes de que pudiera hacer algo, el vehículo se detuvo.

—¡Ya llegamos! —informó el conductor, luego todos bajamos.

—¡Gua!

—¡Está de pelos, Johnny!

Dijeron los adolescentes. Habíamos llegado a una cabaña de dos pisos a la mitad de ese bosque que desconocía.

—¡Este fin de semana será genial! —dijo una de las chicas.

—Nos vamos a divertir mucho, jeje —dijo uno de los chicos abrazando a la chica y luego besándola en el cuello.

—¿Tú qué crees, Jack? —me preguntó otra chica agarrándome del brazo.

—¿Quién eres y que hago aquí? —le interrogue.

—¿Qué estás diciendo? Soy tu novia, Jack —me respondió la chica, riendo un poco como si hubiera dicho algún chiste.

—No te conozco ¿Esto que es? ¿Una trampa? —le respondió agravando mi voz. Eso la hizo retroceder.

—¡Ey, ey! ¿Qué te pasa, viejo? —me dijo el individuo llamado Johnny.

—¿“Viejo”? ¿De qué hablas? —dije extrañado. Tenía un aspecto joven, yo no era viejo.

—¿Te fumaste algo o qué? —me respondió confundido— Viejo, vinimos aquí, a esta cabaña, a pasar el fin de semana con chicas. Ya sabes… Para pasarla bien.

Mi dijo eso en un tono cómplice, como si supiera lo que significaba. Yo lo agarré del cuello y lo levanté del suelo.

—Habla claro ¿Qué intenciones tienen conmigo? ¿Qué planean?

—¡Beber y tener sexo! ¡Rayos, amigo, bájame! —me respondió asustado el muchacho.

Lo solté y él cayó del suelo de culo. No sabía ni entendía lo que ocurría, pero tenía claro que esto era una trampa.

—Las llaves del auto. Dámelas —le demandé a Johnny.

El otro hombre se me acerco enfadado, preguntándome si me había vuelto loco a los gritos. Le di un puñetazo rápido en la cara que le rompió la nariz y lo tiró al suelo. Las mujeres gritaron espantadas. El muchacho en el suelo me miraba asustado. Volví a demandarle las llaves. Johnny me las entregó sin más resistencia.

Me subí a la camioneta para abandonar ese lugar. El motor no arrancaba; parecía que no tuviera batería. Ciertamente, era una trampa, tenía que huir de allí y contactarme con mis compañeros lo más pronto posible. Salí del auto y empecé a correr para abandonar ese lugar rápidamente siguiendo las marcas de los neumáticos. Corrí por unos minutos hasta que el rastro desapareció. Me detuve y analicé la zona. Había recorrido al menos un kilómetro sin que hubiera encontrado ninguna ruta, camino o siquiera el bosque disminuyera. Eso era un problema.

Revise mis bolsillos buscando mi teléfono para comunicarme con mis aliados y pedir auxilio. Los bolsillos de mi pantalón y de mi chaqueta estaban vacíos, a excepción de unos cigarros de mariguana caseros -enrollados con papel y no con hojas como los de una compañera mía. De pronto sentí que algo me observaba. Al revisar entre los árboles, note una figura. Era de colores brillantes y bastante alta. Parecía un payaso, pero sus proporciones no eran anatómicamente correctas y su rostro parecía más una caricatura que la cara de una persona. Ese ser de deslizó entre los árboles y desapareció. Yo la seguí pensando que me ayudaría a salir o por lo menos obtener respuestas.

Camine entre los árboles buscándolo hasta que note algo raro. Eran globos que flotaban en medio de los árboles. La siguiente anomalía que vi fue que la tierra bajo mis pies era reemplazada por láminas de metal. Antes de que me diera cuenta, me encontraba sobre la cubierta de un barco. Era como si una embarcación hubiera sido enterrada en medio de ese bosque, dejando solo media cubierta al descubierto. Y en medio de ese lugar, había un contenedor de carga con un símbolo que reconocía. Un símbolo muy viejo. Nada de esa situación estaba teniendo sentido ¿Era una alucinación? ¿Un montaje? ¿Un sueño lucido? Sin tener más opción, decidí investigar el contenedor.

Había un regalo frente al contenedor en el suelo. Con precaución, me agaché y lo abrí. Dentro había un corazón humano latiendo aún. Recuerdos de decenas de corazones latiendo fuera de los cuerpos de sus dueños me invadieron. Era una de las cosas que le gustaba hacer a mi viejo maestro. Sacar el corazón de sus enemigos y usarlos de decoración, o enviarlos como advertencia al resto.

El contenedor se abrió de repente, haciéndome retroceder. De la oscuridad de la caja metálica, salió esa cosa que parecía un payaso de su interior. Solo estaba a un metro de mí y su apariencia era más grotesca de cerca. Me miraba mientras movía de manera errática su cabeza y se reía con su sonrisa retorcida. Yo lo miraba impasible, examinándolo y llegando a una conclusión:

—No eres un tiburón.

La cosa-payaso intentó usar sus dedos largos y afilados para atacarme, pero yo fui más rápido y conecté un puñetazo en su desagradable sonrisa. Ese ser dio varias vueltas exageradas hacia atrás para terminar de pie, levantado los brazos en V. Soltó una risa repulsiva y luego corrió hacia mí como si una araña con epilepsia se tratase. Yo di un paso hacia delante y lancé un golpe hacia abajo para interceptar su rostro. La cosa-payaso esquivó girando hacia un costado e intentó atacarme por mi lado descubierto. Manteniendo la inercia del golpe, gire sobre mí mismo, esquivando sus garras y conectando un puñetazo en su mandíbula.

Esa cosa-payaso volvió a ser giros hacia atrás luego del golpe. Terminó dando un salto mortal, soltó otra risa y avanzó corriendo de frente. Lo esperé con la guardia levantada. Cuando la tuve al alcance, arrojé un jab que conectó perfectamente contra su gran nariz. El sonido de una bocina se escuchó en vez el de un tabique rompiéndose. Sentí como la fuerza de mi puño fuera absorbida por un objeto elástico, hundiéndose en la cara de esa cosa-payaso.

“Mierda”, pensé.

La cosa-payaso aprovechó lo cerca que estaba para cortarme con sus garras el abdomen en cuatro partes diferentes.

“¡Mierda!”

La nariz elástica hizo rebotar mi puño hacia atrás, haciendo que perdiera brevemente mi equilibrio mientras intentaba sostener mis órganos con mi otro brazo. El ser aprovechó la oportunidad para intentar sacarme la cara, pero dando un paso hacia atrás, solo pudo reclamar pedazos del lado derecho de mi rostro junto con una de mis orejas.

“¡MIERDA!”

Caí al suelo, quedando vulnerable a cualquier otro ataque. Pero la cosa-payaso desaprovecho su oportunidad, riéndose y lamiendo la sangre de sus garras con una larga lengua. Sin desperdiciar el tiempo, me puse de pie con un movimiento, tomando una postura que me permitirá proteger mi lado vulnerable hasta que pudiera cerrar los cortes de mi abdomen. La cosa-payaso quedo sorprendida por mi resistencia. Imaginó que nunca se encontró con un humano que pudiera darle una pelea en condiciones; aunque esa afirmación tenía algunos fallos.

Ese ser se agachó, doblando sus piernas como un resorte y dio un salto a gran velocidad hacia mí. En otras condiciones lo hubiera interceptado fácilmente, con un cuerpo en condiciones perfectas. Apenas pude hacer mucho antes de que enterrase sus garras como cuchillos en mi torso. Me levantó en el aire empalado en sus manos. Lo miré con odio mientras mi sangre caía sobre su cara. Me arrojó fuera de la borda de ese barco enterrado y choque contra un árbol. Me desmaye poco después escuchando su risa horrenda de fondo.

Me desperté cuando ya era de noche. Mi ropa estaba cubierta con mi sangre, pero lo bueno era que mis heridas ya se habían curado. Esa cosa realmente no era un tiburón, ningún tiburón dejaría carne fresca atrás. Al examinar mi alrededor, vi que el barco había desaparecido y que una luz se veía cerca entre los árboles. Al revisar me encontré con la cabaña de la cual había huido horas antes. Sin tener más opción, entré en esa construcción.

El lugar estaba vacío. Una música pop sonaba de una radio con reproductor y latas vacías de cerveza estaban esparcidas por el sitio. Tome algunos aperitivos de la cocina para recuperar energía antes de subir al segundo piso. Una luz salía de una de las habitaciones con su puerta entreabierta. Un rastro de sangre llevaba también a esa habitación. La abrí con cuidado para encontrarme con el cadáver de uno de los adolescentes de antes, al que le había roto la nariz, colgado del techo. Lo habían despellejado, estando atado por hilos rojos desde sus articulaciones a una de las vigas. No había nada más relevante en la habitación.

Cuando me disponía a revisar el resto de la cabaña, el cadáver del chico cayo al piso. Detrás de él había un mensaje escrito con sangre en la pared que no estaba antes: “¿Eres humano?”

Mientras intentaba deducir la intención de esas palabras, tocaron a la puerta de abajo. Bajé con cuidado y al abrir la puerta de entrada, me encontré con un globo atado con una cuerda gruesa y con una nota pegada. Al ver mejor me di cuenta que no era un globo; era un estomago humano inflado como un globo atado con los intestinos de una de las chicas. Lo sabía ya que su cuerpo estaba debajo del globo. Tomé la nota y la leí. Era una invitación a una fiesta de cumpleaños con dibujos de payaso para ese momento en el segundo subnivel del carguero Andrómeda, Zaraguas. Me quede paralizado un segundo procesando esa invitación. ¿Era una burla o un intento de afectarme psicológicamente? En cualquier caso, debía mantener la calma. Perder la compostura siempre significaba ser devorado según las enseñanzas de mi entrenador.

Al levantar la vista, vio otro “globo” a unos metros colgado de un cartel con una flecha que apuntaba a un camino. Iba a seguir el juego por el momento y luego le iba a romper la cara a ese payaso.

Seguí el camino adornado con órganos inflados hasta llegar a lo que parecía una compuerta de un barco en medio de los árboles. La entrada estaba custodiada por los cuerpos desollados de Johnny y la chica que había dicho que era mi novia antes. Sus bocas habían sido estiradas hasta desgarrarse para mostrar una gran sonrisa. Un cartel colgaba sobre la compuerta con el mensaje “fiesta abajo”. Gire la válvula para abrir la compuerta y revelar unas escaleras metálicas que bajaban hacia la oscuridad. Caminar entre la oscuridad nunca me costó, cambiar la estructura de mis ojos para ver en lugares oscuros era bastante fácil, pero esa oscuridad era tan profunda que ni con una visión infrarroja llegaba a ver algo. Camine por un pasillo oscuro de un barco que me era demasiado familiar para mí. El olor de la sangre y la carne medio podrida, el sonido de las olas golpeando el casco, la presión del aire. Todo era tan familiar que me incomodaba.

Tras unos minutos, empecé a escuchar una música de fiesta amortiguada. Luego se hizo más fuerte. Luego vi una luz de velas a lo lejos. Al llegar, me encontré con una fila de velas y globos de fiesta frente al portal de una habitación. Mi instinto me decía que era esa habitación, aunque fuera imposible. Yo no podía ingresar a esa habitación sin su permiso expreso. Entonces lo escuche:

Entra, Cosa.

Mi instinto me hizo obedecer la voz de mi amo. La habitación era una mezcla entre fiesta de cumpleaños, lugar de adoración y un matadero. Carnes punzantes cubrían las paredes sosteniendo guirnaldas; cadáveres con gorros de fiesta rodeaban el altar al Gran Padre Ion; y en el centro una mesa con viseras esparcidas donde “él” reposaba.

Ven —me demandó.

Yo no me moví. Por mucho que hubiera imitado su aspecto, su voz y hasta su olor, podía saber que ese no era él. Es algo grabado en mi propia alma, puedo reconocer a mi verdadero amo por naturaleza. Mi confusión y hasta temor se transformaron en ira al ver a ese impostor. Tome algo que tenía cerca, ni me fije que era, y se lo arroje a esa imitación. Su cabeza salió volando y se desplomó detrás de la mesa. Tenía un mar de emociones confusas en ese momento que hizo que no me diera cuenta del ataque desde mi espalda.

Esa cosa-payaso me cortó la espalda, haciéndome tambalear. Intenté darme la vuelta para contratacar, pero con un bate me golpeó en el pecho y mandó a volar. Cuando toque el suelo, me encontraba de nuevo en el bosque, a lado de un lago. Ese golpe me había roto múltiples costillas y sacado todo el aire de mis pulmones. Vi como ese payazo salía bailando de entre los árboles. Me levanté y me puse en guardia. Ya era hora de terminar con esa estupidez. Ambos avanzamos contra el otro.

Conecté un derechazo a su cara. La cabeza de la cosa-payaso empezó a girar como si de una turbina se tratase. Me lanzó un zarpazo que bloquee con mi antebrazo izquierdo. Intenté contraatacar con un gancho a la mandíbula, pero esa cosa logró esquivarlo doblando su espalda hacia atrás unos 90 grados. Movió sus garras horizontalmente, cortando mi ojo izquierdo. Desde esa postura incómoda, me conectó una patada que me mandó a volar varios metros, frenando cuando impacte contra uno de los árboles.

La risa de esa cosa resonaba como un estruendo mientras intentaba levantarme. Además de los cortes que me hizo, me había roto el resto de las costillas, perforado uno de mis pulmones y una de mis vertebras se desaliñó con el resto. Eso había salido mal. Levante la cabeza cubriéndome mi ojo herido y observe a mi enemigo. La cosa-payaso se mofaba, bailando y riendo junto al lago. Parecía muy segura de su victoria, acercándose con calma y mostrando su gran sonrisa con muchos dientes. Dientes largos, puntiagudos y en varias filas.

—Vaya, me equivoqué —admití—. Si eres un tiburón.

Ese payaso se detuvo en seco. Su expresión se tornó en una mueca rara, incluso para su cara grotesca, como si no entendiera qué ocurría. Me enfoqué y me arranqué la carne del lado herido de mi rostro, revelando mis nuevos tres ojos que reemplazaron al que había perdido.

Luego…


—…Luego lo golpe hasta matarlo —finalizó su narración abruptamente.

—¿Es todo? —pregunto el Clase-D

—Es todo, lo golpee en la cara.

Todos los que lo escucharon sintieron que esa no era la historia completa, y estaban en lo correcto. Tras darse cuenta el Señor Rojo de lo que enfrentaba, perdió el control de sí. Él culpaba a su estado emocional alterado, pero él simplemente quería que esa cosa muriera de una forma horrible. Por lo que dejo que su monstruo interno tomara el control.

De un segundo a otro, el payaso asesino vio convertirse a su presa indefensa en algo diferente. Algo le erizo su piel cuando los cuatro ojos rojos solo observaban desde la oscuridad de los árboles. La cosa corrió a una velocidad imposible hacia él. El miedo lo hizo dudar, condenándolo.

Dientes y garras de apéndices extraños lo despedazaron. Grandes manos lo doblaron y aplastaron. La bestia de carne con apenas rasgos humanos masacro al payazo en una violencia furiosa. Todas sus capacidades sobrenaturales se vieron anuladas por fuerza rábica que buscaba pintar ese bosque con su sangre. Lo único que de ese payaso fueron ropas de cubiertas de tierra y sangre negra que ocultaban sus colores brillantes y trozos de carne sin devorar.

Cuando todo termino, el Señor Rojo se calmó y volvió a tomar una forma más parecida a la humana. Él no sintió satisfacción o jubilo por su victoria, sino toro lo contrario, vergüenza y decepción. No había pugilizado a ese tiburón payaso, había fallado en su trabajo como pugilista. Sentía que era una vergüenza, un desperdicio, como la herramienta sin dueño ni función que era. Algo que debió haberse ahogado bajo las aguas negras hace muchos años atrás.

Inmerso en su pensamiento depresivos, él arrastro los restos del payaso hacia el lago y luego los arrojó al agua. ¿Por qué lo hizo? Una vieja costumbre de sus viejos días en Zaraguas que afloraban en su estado de debilidad. Él arrojaba la basura y los cadáveres que no servían por la borda para que las aguas negras de ese nexo los devorasen. Días donde era feliz en su ignorante servidumbre sin voluntad.

Observar el espejo del cielo nocturno levemente distorsionado en la superficie lago le devolvió la paz mental. Ver el mar en calma era una cosa impresionante como ese ser. Era como ver dos cielos iguales y diferentes que se unían más allá del horizonte. Siempre se preguntaba cuando observaba ese paisaje, si uno subía más alto que las nubes, ¿podría nadar entre el sol y las estrellas? Mientras divagaba en sus pensamientos, su alrededor se empezó a oscurecer, como si la oscuridad lo envolviese. Solo para liberarlo luego liberarlo en un lugar desconocido donde agentes de una organización de contención lo asaltaron y lo llevaron a una habitación para interrogarlo.

Cuando el interrogatorio termino, el Señor Rojo pidió hacer una llamada para poder informar a entrenador de la razón por la cual no había ido al entrenamiento esa mañana.

Mientras tanto, un ser de violencia observaba decepcionado a su herramienta. Le había puesto una prueba para demostrar si era capaz de ser útil y había fallado. Había sido humillada de una forma brutal, quedando además inútil en el proceso. No por la derrota, sus herramientas podían morir todas las veces que hacían falta y el fracaso solo les daba más razones para ser más violentos la próxima vez, sino por la humillación. La paliza que había recibido había destruido su orgullo, su ego. El encontrarse con un ser mil veces más mortal de lo que él nunca podría aspirar a ser había hecho añicos su voluntad. Ya no era útil para esa entidad, así que dejo que esa alma se desintegrase en la nada. Tampoco le importaba mucho, podía conseguir a otro y, de cierta manera, se merecía un final así: patético como lo fue él en la vida y después de ella.

El ser suspiro. Extrañaba a su antigua herramienta. Samuel si hubiera podido derrotar a ese pseudo-humano, con esfuerzo, pero hubiera podido.

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