Para Carmen
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Recibí tu carta dos días después de tu partida.

Pude notar tu letra más cuidada que de costumbre, supongo que seguiste practicando tu caligrafía desde tu última carta. Siempre fuiste así, sin importar cuánto esfuerzo te tomara, no te detenías; sostenías la frente en alto mientras clamabas esa fuerza que te hacía tan especial y todo mundo lo notaba.

Me avergüenza decirte que me tomó varios meses encontrar el valor para abrirla y leer tus últimas palabras. Me escondí en el trabajo, como siempre. Intentando que los registros de experimentos que debía clasificar y archivar, me alejaran de los recuerdos que compartimos.

Ahora que lo pienso, siempre usé el secretismo de mi trabajo, como excusa para mantener la distancia.

Temía, supongo, a que… Aquella cena, en la que por última vez me pediste me abrigara mejor y dejara de comer tantos dulces; a que esa noche, después de tantos años sin pasar tiempo juntos, me recibiste como si nunca me hubiera ido; a que aquel abrazo que me diste al despedirnos, igual de cálido como lo eran siempre que los necesité; a que ese bello momento juntos, no fuera el último recuerdo que guardara de ti.

Me daba miedo pensar que esas palabras pudieran venir de un día tan normal y sencillo, que hiciera parecer menos especial la última noche que compartimos juntos. Mirar ese sobre de reojo me causaba un pequeño agujero en el corazón, quizá temía que al abrirla fuera el adiós definitivo que tanto quise posponer, ese que durante años me asoló mientras te veía quedarte en cama cada vez con más frecuencia.

Fuiste la mujer más fuerte que conocí.

Hubiera deseado heredar algo de esa maravillosa capacidad de sobreponerte a las adversidades, quizá debía empezar por afrontar tu partida y dejarme destrozar por tus últimas palabras. Después de todo, y con el pasar de los años, los recuerdos de aquella noche se volverían borrosos y se fundirían en la memoria de un viejo anciano sin fuerza. Tal vez un día olvide tu sonrisa tranquila y tus gestos alegres al hablar, pero esa carta siempre sería un testigo fiel de tus últimos días, más confiable que esta mente que empieza a sentir el cansancio de los días.

Al leerla sentí que el corazón se me desgarraba de a poco, creo que… esperaba una despedida, una señal de que pronto te irías y que de haber llegado antes esa carta, habría podido estar contigo aquella tarde.

Pero al leerte tan alegre, describiendo tus planes de visitar unos días a tu madre y tus hermanos, esperando que el aire fresco del cerro te ayudara a descansar, me hizo saber que ni siquiera tú lo esperabas. ¿Cómo podrías haberlo sabido? Leí cada párrafo sintiendo tu alegría y ansias de poder visitar tu pueblo. Tuve que detenerme antes del final, pues el dolor apenas me dejaba entender tus palabras.

Me sentía débil.

Tu carta resbaló entre mis manos y al suelo cayó una pequeña hoja de papel con dobleces extraños. Al desplegarlo encontré el pequeño mapa que dibujaste para marcar el lugar donde me pedías te encontrara. A mi mente llegaron las historias que me contaste sobre tu padre, su amplio saber sobre diversas disciplinas, el enorme amor que siempre te profesó, su gran pasión por el mar y por dibujar sus propias cartas de navegación y falta que te hizo al crecer.

Me detuve a observar con cierta aprehensión el camino que habías marcado, las pequeñas instrucciones que añadiste y al final de la ruta, un pequeño círculo junto al que me escribiste "Aquí te espero". Aquella noche tardé en dormir, repasé muchos de nuestros recuerdos juntos deseando que hubiera aún más, dejé que el peso de la melancolía agotara mi cuerpo y mi mente se sumergió un sueño tranquilo del que hubiera preferido no despertar.


Desperté tarde, como lo venía haciendo últimamente, me dirigí a la mesa donde dejé tu carta, dispuesto a guardarla lo mejor que pudiera. Ahí me di cuenta de que tu carta se había ido, la busqué por todos lados: debajo de los muebles, entre las sábanas, en mi ropa sucia y en la basura, pero no pude hallarla, furioso volví a sentarme donde leí tus palabras la noche anterior y noté que el mapa que me dejaste se veía distinto, más nítido y con más detalles.

Reconocí tu letra en trazos muy pequeños, había en ella un camino marcado, al desplegar el doblez que ocultaba el resto del mapa, vi que no había señalado un destino, tan solo un camino que se extendía hasta el borde. Había en mí una sensación de certeza, como si supiera lo que debía decir el mapa en esa parte donde permanecía vacío.

Guiado por la intriga, me dirigí al primer lugar donde me indicabas y de ahí seguí cada paso, tardé varias horas en poder ubicarme correctamente, pero cuando lo hice, pude seguir el camino sin mucho problema. El lugar donde comencé, lleno de verdes prados y un silencio tranquilizador, pronto comenzó a verse interrumpido por el bullicio de una ciudad, avancé tratando de prestar atención a mí al rededor, pensaba que quizá algo ahí podría darme razón de ti.

La tarde cayó y con ella el vacío de la melancolía. Miré nuevamente tu mapa y encontré que se había agrandado, el camino se adentraba a la ciudad que podía ver más adelante, además de un par de notas adicionales: "Ya es tarde, abrígate bien y descansa un poco, mañana continúas".

Sin saber cómo, comprendí que aquellas eran tus palabras, por lo que busqué un lugar donde pasar la noche y al día siguiente volví al revisar el mapa. Había más instrucciones en el camino que me indicaba a seguir. Recuerdo perfectamente que el primer lugar en el que escuché aquella voz fue un restaurante abandonado al borde de aquella ciudad.

La carta de precios de los alimentos que antaño sirvió aquel lugar me llamó con tan solo poner un pie en su entrada. Había en ella una fuerza extraña que noté de inmediato, mi cuerpo dejó de sentirse agotado, mis piernas no se cansaban y mi estómago se sentía saciado con tan solo pensar.

Cuando llovía, podía sentir la calidez que te otorga una bebida caliente. Desde ese momento pude avanzar sin tener que detenerme para nada más que dormir, dejé el menú olvidado en una cama improvisada, ya no lo necesitaba, su fuerza venía conmigo.

Nunca había entendido porqué insistías en escribirme cartas, el esfuerzo que te exigía aprender a escribir era mucho mayor que el tomar tu teléfono y hacerme una llamada, pensé que lo veías como una forma mejorar esa habilidad que adquiriste ya muy tarde, que escribirme era una forma de decirme que seguías aprendiendo.

Recuerdo haber escuchado, entre pláticas de mis compañeros, alguien que investigaba sobre la posibilidad de que, bajo ciertas condiciones, la escritura pudiera albergar algún tipo de "poder".

Ya sea la lista de alimentos vendidos con pasión, un mapa para a quienes necesitan ver más allá de sus ojos o el intercambio epistolar de un hombre a su amada esposa. En todos ellos permanece la fuerza de sus palabras. Una muestra física de un sentimiento que busca conectar con alguien más.

En aquel momento no lo entendí, nunca tuve la capacidad de llevar una investigación como ellos, siempre me sentí cómodo transcribiendo datos y ordenando archivos. Sin tener que pensar demasiado, ni moverme mucho de mi escritorio.

Ahora entiendo que esos escritos son una extensión de la mente que las concibió, del corazón del cuál nacieron. Un fragmento de memoria que me llamaba y que me enseñaste a tomar. Aquellas me ofrecían su fuerza y su corazón, quizá con la esperanza de volver a tocar el alma de otra persona, quizá para completar un viaje inconcluso, o quizá, con el único propósito de acercarme más a ti.

El camino se hacía más fácil, caminaba por gusto, para apegarme a la ruta que describiste, pero en realidad ya no necesitaba caminar para avanzar; poco a poco los secretos del mundo se abrían ante mis ojos. El clima podía volverse cálido si me apetecía, o nublarse si tu recuerdo me hacía anhelar el pasado, podía mirar al interior de las personas que pasaban cerca de mí, leer sus tristezas o sus anhelos. En las estrellas encontraba los caminos que guiaron a miles de personas en una época ya casi olvidada, sendas detalladas del paso del tiempo en el universo. Ya no importaba lo que había dejado atrás, el mundo abría sus mecanismos más ocultos ante mi mirada.

Tu mapa se extendía aún más con cada pliegue que deshacía, tu letra me guiaba constantemente con el calor que solo encontré en ti. Pero incluso aunque podía mirar al pasado y las posibilidades del mundo que tenía en frente, incluso aunque podía sentir el calor de las estrellas en mis manos, el conocimiento de miles de vidas o el brillo de las almas que dejaron su esencia en el papel, aún me sentía lejos de ti.

Quizá me faltaba fuerza, quizá no tenía el coraje suficiente para reclamarle al universo tu existencia, quería usar todo lo que me pediste recolectar para poder traerte de vuelta. Mi antigua mente me habría dicho que no lo hiciera, que tenerte de vuelta solo me haría experimentar tu pérdida una segunda vez, pero quería pensar que no tendría por qué ser así, quería creer que podía construir una realidad donde te quedaras conmigo sin tener que irte, donde pudieras ser feliz como siempre te mereciste.

Recuerdo haber llorado al pensar en ello, porque sin importar cuánto me habías guiado y cuánto había aprendido, seguía siendo la misma alma débil, sin coraje, de la que me sentía avergonzado.

Pero entonces me mostraste de nuevo el camino, un lugar oculto a la vista de todos, que contenía, tal vez, el saber que me hacía falta, la memoria del algún ser que me permitiera llegar a donde estarías esperándome. Había leído sobre este lugar entre tantos archivos que documenté, registros de encuentros e investigaciones en curso. Siempre estuve del otro lado del papel, del que solo imaginaba lo que otros describían.

El camino era complicado, me habría sido imposible encontrarlo por mi propia cuenta sin tu guía. Entré sin mucha resistencia, como si el lugar me reconociera, o quizá reconocía el camino que trazaste para mí. Cientos de estantes se alzaban de un lado a otro, rebosantes de todo el saber que pudiera existir; un solo pasillo bastaría para llenar de conocimiento generaciones enteras. Pero entre todos ellos sabía qué debía buscar: los textos donde residen las memorias y sentimientos que alguien intentó comunicar, un poder desconocido por el mundo entero, excepto para nosotros.

Tuve que tomarlos por la fuerza. Aunque el lugar reconocía mi valía para haber entrado y acceder a nuestra búsqueda, los seres que ahí moraban me miraron como a un intruso, dijeron ver en mi un caos que dañaría ese lugar. Me serví del valor y coraje que siempre vi en ti, de la fuerza con la que me guiaste y el saber que imbuiste en mí, para hacerme con cada fragmento de memoria que residía en ese lugar.

Podía escucharlas llamándome con gritos vehementes, ninguna quería quedarse atrás. Todas aquellas memorias, fragmentos de un corazón roto, de un alma intranquila, ecos de una voz incapaz de hablar, celebraban con voz sonora su alegría de salir de aquel lugar, de pertenecer nuevamente al mundo de quiénes habían dejado parte de sus vidas en ellas. Me llenaron de su potestad sobre los secretos del mundo, permitiendo que unos pasos casi divinos guiaran nuestra huida.

Y con gran emoción miré nuevamente tu mapa, el de aquella carta que me había guiado hasta ellas, esperando con ansías una ubicación marcada con un círculo, donde pudiera ver con tu puño y letra ese "aquí te espero" que vi al perderte y así poder dirigirme a tu encuentro.

Pero en cambio solo encontré cientos palabras que parecían formar un caligrama que ni siquiera mi mente iluminada podía entender.

Desdoblé toda la hoja, intentado encontrar algún camino adicional, alguna desviación que me faltara tomar, hice acopio de toda mi fuerza para que el cielo me diera la última dirección donde estabas tú, pero no te encontré.

Las letras, distintas entre sí, con pulso distinto y diferencias bien marcadas solo decían "gracias".

Me tumbé en el suelo y dejé que aquellos papeles se fueran volando con el viento, una brisa irreal que parecía llevarlas al destino al que habían esperado tanto tiempo para llegar. La fuerza que había en ellas se quedó conmigo, quizá como un obsequio por ayudarles a mantenerse vivas. Pero todo ello no era suficiente para encontrarme contigo nuevamente, para poder abrazarte y decirte cuánto te he extrañado.


Hubo días en que temí dejar de ser una persona, pero nunca dejé de extrañarte… ni mucho menos de quererte.

Por eso decidí escribirte y contarte cómo me ha ido desde que te fuiste.

De cuánto te he extrañado y como desearía poder abrazarte una vez más y agradecerte por todo lo que me diste, por cada pequeña ocasión en que te preocupaste por mí. Gracias a tus últimas palabras pude salir de ese agujero de secretos e investigaciones en el que siempre me escondí, pude ver el mundo de formas que mis compañeros jamás conocerían.

Creo que no podría terminar de plasmar todos los recuerdos que tengo de ti, así que solo dejaré constancia de la última memoria que tuvimos juntos, porque sé que era tu letra la que me guiaba y la que me reconfortaba mientras buscaba aquellas memorias que no llegaron a su destino.

Quiero creer que eras tú.

Aunque tal vez no fue así. Tal vez una de esas memorias encontró cómo guiarme a través de mi amor por ti y llevarme hasta otras que, como ella, anhelaban sentir la calidez humana que las había forjado.

Quizá esta carta sea el último vestigio de la persona que criaste, y si el viento pudiera llevártela, allá, donde quiera que me estés esperando, podría dormir tranquilo esta noche.

Con mucho Amor,
De tu hijo que no ha dejado de extrañarte

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