Nacimiento de la Eternidad
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Recorriendo las tierras vírgenes de un mundo que apenas está naciendo, se encuentran las cuatro figuras atendiendo el llamado de la Reina. Ella será quien verá el Rocío esparcirse por todo lo que fue, es y será. En su vientre puede sentir las pataletas de su última semilla, manchada por un error que jamás cometió. Su búsqueda ha sido ardua e imperecedera, desolada y vil; su destino no será escrito por los susurros de una creadora despechada. Desde su caminata por las ruinas de un reino que jamás será recordado hasta llegar a la ciudad de la Serpiente Emplumada. Siendo así, entra en curso la primera figura llamada al inminente parto.

La Sacerdotisa maya de una deidad representante de las raíces, tallos y hojas que cubren de verde a nuestro planeta azul. Su falda cubierta por flores carmesí y hojas esmeraldas compuestas repitiéndose a manera de fractal, mientras sus pechos están cubiertos por dos grandes pétalos blancos. La Reina le ha contado de los secretos ocultos entre los faros fantasmales dispersos en la vasta oscuridad y más allá; de una entidad enredada en los frutos del Árbol del Todo.

Reina y Madre. ¿Acaso tu determinación no reconoce los límites?

“Has conocido a la Deidad del Verde, tú afinidad con la metaflora es la única salvación para lo que queda de mi familia.”

La Sacerdotisa mira el estómago maldito. Trata de ignorar la gran pena que representa.

“¿Por qué he de ayudarte, Reina de Alitza? Tú reinado amenazó a todas las bellas flores del mundo y más. ¿Por qué he de confiar, mujer contaminada por el Olvido?”

Escucha el palpitar de dos almas en un cuerpo. Siente lo que será dos alientos algún día.

”Tú mejor que nadie sabe lo que una Semilla Maldita puede llegar a malograr. No es solo mi sangre la que corre peligro. Aún más, ¿no quisieras verlo?

¿En dónde se encuentra tu dios, qué permitió la germinación de un ser tan vil?

“¿Qué evento podría ser tan importante para arriesgar tanto? Mis servicios son con mi dios, y si bien te considero una sabia compañera, pides demasiado.”

Una oportunidad. Retumban los pensamientos de la fe. Levanta la curiosidad de su tallo.

“El surgimiento de la Corona Coralina de la Infinidad. A las raíces que se convirtieron en haustorios. La Trepadora del Todo.”

La Reina le entregó pergaminos escritos por su propia mano. Un limitado pero sumamente detallado conocimiento sobre un mito entre los mitos, algo que podría preceder la fe de la Sacerdotisa. La fuente primordial de sus creencias, en efecto. ¿Valdría la pena intentarlo? Tardó tres meses en decidir, en los cuales se distanció del mundo y se sumergió en su Templo de Orquídeas.

La Sacerdotisa conoce los secretos de las tierras del Viejo Mundo. Una red de raíces extendida por toda la Tierra, conectándose con demás seguidores del Dios del Verde. Extiende sus manos en la tierra fértil, liberando su verde sangre a voluntad mediante sus estomas.

“Aquellas que llegaron primero, musgos, necesito su determinación en estos tiempos.”

Crece una planta pequeña rodeada de un charco esmeralda. La Primera en tocar tierra debe ser la primera en presenciar la ceremonia ante la Última.

“Aquellas que se levantaron en la sed, helechos, necesito su cobijo en mi mente.”

Germina el helecho celeste, rodeado de una humedad única. Sus enormes hojas serán las sábanas de la recién nacida. O bien, de un cobijo prematuro.

“Aquellas que protegieron a sus hijos, primeras semillas, necesito su ímpetu.”

Se levanta un pequeño arbusto de hojas puntiagudas obscuras. Pequeños indicios de sus conos son visibles, dando su confirmación ante la Sacerdotisa.

“Y yo, la flor, necesito desenvolver mis venas de incertidumbre.”

Fue en una noche, dónde sus pensamientos se extendieron como hojas al llamado del astro rey.

Una sensación. Quieres ver el Destino. Quieres ser la partera de no solo el retoño de la Reina, sino de lo que se convertirá cuando florezca.

“He tomado mi decisión, pero es una misión que no puedo completar por mi cuenta.”

La Reina cierra sus ojos, conteniendo un rugido maternal primitivo.

“¿Qué más necesitas? El tiempo apremia, y no perdona.”

Las flores de la Sacerdotisa liberan su mensaje a través del mundo. Un mensaje cubierto en polen que viaja más rápido que el pensamiento mismo.

“No temas, mi mensaje ha sido enviado. Toma tu arma amada, la noche tampoco nos hará esperar.”

El alineamiento de las Cuatro Hojas ha empezado.

Sacerdotisa de las plantas con flores, a la Reina tu bendición le has dado.

A las tierras germánicas llega el llamado de la Sacerdotisa. A una vivienda que se alza por encima del suelo, construida al dirigir el crecimiento de nobles pinos, cubierta de runas verdes y conos de figuras extravagantes. Una de dichas estructuras recibe el polen, transformándose en un retoño de arbusto, llamando la atención del individuo causante de dicha estructura. La Völva de las Semillas miraba con atención el desarrollo de aquella plantilla. En sus visiones había visto dicho evento, incluso así, no se comparaba con el sentimiento de verlos con sus mismos ojos. Podía leer el mensaje a través del margen de las hojas. En su cara se dibujaba una pequeña sonrisa, mientras adornaba su vestimenta para la Noche esperada.

“Oh Reina de Alitza, espero que estés totalmente segura del abono con el cual harás levantar a tu linaje”.

Tomó la planta en sus manos, que cada vez crecía más y más. La pasión con la cual la Sacerdotisa había mandado el mensaje se reflejaba con cada segundo. Alarmante de cierto modo, aunque sobre todo, insuperable. Ella mira al cielo, respirando el aire producido por el negro pino en sus palmas.

“¿Así que es cierto? Es un honor servir a ti, Gran Verde, por permitirme ver la raíz que recorre todo.”

Völva de las plantas con semillas, conoces el resultado de dicho parto.

El llamado llega a las puertas de una casa en Alejandría, a lado de las ruinas de lo que alguna vez fue uno de los faros del conocimiento más grande de la humanidad no más de un par de siglos. Su vivienda se encuentra en el centro de un gran charco cristalino donde crecen pequeños musgos de jade y azules en sus orillas. El antiguo Bibliotecario se encontraba leyendo pergaminos pertenecientes al continente donde la humanidad nació, y como los jóvenes hombres encontraron por primera vez la esperanza en los Campos de las Primitivas Plantas, las pioneras que pavimentaron el camino de la flora en la Tierra.

Su lectura es interrumpida por la germinación instantánea de un musgo celeste puntiagudo a la entrada de su hogar. Lo levanta con sus manos y lo deposita en un plato hondo de porcelana. La pequeña planta se alza tan solo unos centímetros con su talo. Sus capsulas no esperan ni un segundo y aparecen como pequeños destellos de jade. El Bibliotecario con cuidado las presiona, liberando el recado de la Sacerdotisa. Sus manos tiemblas y su aliento se vuelve pesado.

“Está… Pequeña no podría ser… ¿la solución de está Reina?”

Se mira al espejo, un hombre el cual sus mejores años ya han pasado. Sus canas cubiertas con pequeños musgos y piel arrugada. Voltea de nuevo al plato y a la diminuta plantilla. Se recuesta en contra de la pared y vuelve a suspirar. Toma sus pergaminos en blanco y su estilete. Pone la planta en el centro de su hogar y se sienta con las piernas cruzadas.

Bibliotecario de las colonizadoras verdes, aún queda un milagro más que documentar.

En una niebla espesa en la tierra oriental de Nanking, se encontraba meditando un bhikkhu1. Rodeado de grandes helechos arborescentes, mientras sus párpados cubrían su calmada mirada, sus oídos notaron el despertar de un nuevo acompañante floral. Su atuendo estaba confeccionado a partir de las hojas de esta vegetación, siempre manteniéndose en un lugar húmedo, para mantener su ropa con vida. Sin necesidad de mirar al recién nacido helecho directamente, comprendía la melodía de las inmensas hojas celestes producidas por la planta. Mueve su brazo derecho y abre su palma apuntando a dicho ser germinante.

”Gobernante de la ya destruida Alitza, espero que tu viaje y el de tu futuro sea menos cruento que tu pasado. Gracias, por darme la oportunidad de ver más allá del Tronco Absoluto.“

Las ropas del Monje parecían llorar mientras comprendía el deseo de la Reina. Aquella que ha perdido su gente. Aquella que ha tenido que acabar con su propia progenie. Al igual que él, busca la liberación del ciclo eterno. A diferencia, la Reina ha encontrado un camino alterno. Pero al final, todas las ramas se unen al mismo tronco. ¿Y si no fuera así? Por un momento, disfrutó volver a sentir dudas dentro de su mente. Aunque solo fuera por un par de minutos.

Monje de Helechos, sabes que ellas jamás alcanzarán el Nirvana. E incluso así, la Reina seguirá buscando la paz para ambas.


La Sacerdotisa y la Reina esperan bajo el cobijo de la Vía Láctea.

La Völva planta los conos en el suelo, cubierta por ramas naciendo de la misma Tierra.

El Bibliotecario recita sus pergaminos, rodeado por las esporas de sus musgos.

El Monje es envuelto por sus vestimentas, destellando un aura esmeralda.

Las Cuatro Hojas por el verde se encontraran.

Y hoy la Tierra verá nacer a la Eternidad.

A través del Templo Floral de la Sacerdotisa, las Tres plantas nacidas con anterioridad sirven como puente de sus representantes, manifestándose en instantes desde sus respectivas tierras. Entren y caminen, viajeros del Mensajero Verde, que en este día conocerán respuestas ocultas tanto en el haz como en el envés de sus creencias.

Hoy cuatro figuras rodean a una obstinada Reina, quien siente a su retoño patalear. La Sacerdotisa alza su mano a las estrellas, los pétalos de su sostén se extienden hasta cubrir sus brazos.

“Que las Flores guíen la Semilla Primordial a nuestro jardín.”

La Völva concentra su atención en el suelo. Deja caer varios conos grabados con runas a su alrededor. A su vez, entierra dos ramas secas rodeando a la Reina.

“Que las Semillas Descendientes sean tu puente, Hierba de lo Desconocido.”

El Bibliotecario extiende tres papiros al lado de las ramas. Coloca una gota cristalina en cada uno de ellos y decenas de musgos carmesí emergen. Sus talos producen una fuente de agua, creando un charco negro debajo de la Reina.

“Colonizadoras de lo Verde, abran la puerta enterrada en el suelo estelar que hoy nos cobija.”

El Monje extiende su mano a la Reina, haciendo crecer una gran hoja en sus piernas. La hoja envuelve sus piernas y despliega pigmentos amarillentos.

“Manto de los Helechos, cobija a esta familia de la Oscuridad que tanto anhelan escapar.”

La Reina pone ambas manos en el suelo, conectando todas las estructuras florales por medio de un símbolo holográfico blanco.

En un instante, seis luces son disparadas hacia el cielo en una sucesión rápida. Viajando más rápida que la misma expansión del espacio-tiempo, quebrando los tejidos de la realidad hasta llegar al núcleo de una de las primeras formaciones estelares en un universo recién nacido. Un objeto estelar capaz de asesinar una galaxia con su presencia; una luz capaz de perdurar y opacar las estrellas actuales. El Secreto de la gente de Alitza reencontrado por su última Reina.

Invisible ante la luz que se arrastra por escapar del mismo. Escondido como otra singularidad más. Las Seis Luces de las Hojas te atraviesan y destapan aquella fachada. Conecta el pasado y el presente. Rompe el círculo manifestado en el flujo del tiempo. Quiebra la Voluntad de este universo.

El objeto demuestra su verdadera naturaleza, extendiendo su oscuridad a manera de una corona de pétalos. Los restos de millones de estrellas forman inconmensurables brácteas.

¡FLORECE MITOPHYTA! ¡GERMINA EN ESTA EXISTENCIA YA CASI EXTINTA!

Gritan al unísono las Cuatro Hojas. Incapaces de mirar el evento estelar desenvolviéndose en el ayer, con efectos en su hoy. Pero pueden sentirlo. Sus pétalos membranosos conectándose mediante el plasma de una fuerza primordial. Sus semillas volviéndose totalmente negras, distorsionando la zona. Sus hojas repitiéndose en fractales, de manera infinita. La Semilla en lo lejano ha sido Coronada. Dispara su floema y xilema Absoluto, bañándolos en las respuestas que tanto han anhelado.

Una fe que perdura como un Árbol Imperecedero, incluso después de la muerte.

Visiones de toda una línea de sangre ante sus ojos, incluso después de la vida.

La verdad acerca de toda la flora, incluso después de la Tierra.

La meta de toda alma pura y casta, incluso después de la Existencia.

Incluso después de todo esto, la Reina aún debe realizar su último movimiento.

La Reina desenvaina su espada, apuntando al corazón de la Flor nacida de una semilla disfrazada como un Quasar. Lo que hace algunos momentos era una clara noche estrellada, ahora es una irreconocible maraña de enredaderas negras, envolviendo cualquier luz en sus zarcillos.

“¿Sabes cuál es la función de una flor, no es así?”

Todos los zarcillos regresan a la nacida Flor. La Reina es envuelta por los haustorios.

Ella está por nacer.

Ella está por morir.

Nace.

Muere.

La Reina mira su reflejo en la espada. Y es incapaz de reconocerse a sí misma. Su filo es envuelto por aquellos fluidos eternos, girándola en sus manos mientras contiene a su propia hija.

Lo siento.

La Reina atraviesa su vientre con su espada. Su sangre fluye en contra de la gravedad hacia Mitophyta. Su sangre ha dejado de ser solo suya. Su hija ha dejado de ser lo que todos estamos destinados a ser. La Reina pensó que ella sería la elegida aquella noche. ¿Cuál sería su reacción al saber que la Vaina que crece fuera del todo… Eligió a su sucesora?

Bienvenidos a la Coronación de la Inmortalidad Floral.

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