SECUENCIA DE REINICIO DE MEMORIA AL ESTADO DE FÁBRICA INICIADA
------
BIENVENIDO, SEÑOR ANDERSON
------
ESTE PROCESO ES IRREVERSIBLE, ¿DESEA CONTINUAR?
> SÍ
REESTABLECIENDO AL ESTADO DE FÁBRICA, ESPERE…
MEMORIA REESTABLECIDA.
Un hijo jamás querrá tener que enterrar a su mamá. Es el curso natural de la vida, claro está, pero nunca terminará de aceptarlo. Papá había muerto cuando era un niño; un hermano que iba a tener, al nacer, y mi hermana, hace 3 años. Mamá era todo lo que tenía. Ahora ya no está. Tuve que enterrarla yo solo. Nunca compramos un paquete funerario, por lo que mi familia estaba sepultada a unos metros de la casa. Mamá siempre dijo que quería regresar como una hortensia, así que coloqué unas semillas sobre el manto que la cubría.
No salí de casa a trabajar por una semana. Ni siquiera me levanté de mi cama. Cada tanto, daba sorbos a una botella con agua. A los tres días, un viernes, el timbre retumbó en mis oídos. Era Martin, un compañero con el que me llevaba relativamente bien. «Isaiah, ¿estás ahí?», preguntaba incesantemente. «Mamá murió», grité con las pocas fuerzas que tenía, cansado del ruido. En ese mismo instante, paró. «Si quieres hablarlo con alguien, llámame».
Pasada la semana, me puse de pie. Mi aspecto era ridículo, lamentable. Comer se sintió cual papel lija que se pasa por la piel. Apenas podía levantar el tenedor, y más de una vez, el vaso estuvo a punto de resbalarse de mis manos. Abrí la ventana para dejar que el aire circulara, a lo que una maldita mosca aprovechó para entrar. Las moscas son lo que más odio de vivir tan lejos de la ciudad. No son las que encuentras en todos lados, sino que son tan anchas como un dedo meñique, y un cuarto de pulgada de largas. Intenté sacarla, luego matarla, pero parecía leer mis intenciones cada vez.
Desde entonces se fueron sumando gradualmente otras tres. Ya son cuatro moscas las que me acosan sin descanso. Intenté bañarme varias veces, restregando mi cuerpo con tal fuerza, que a veces arrancaba un poco de mi piel; también intenté restregarme de lodo y mugre. Tal vez pensaron que estaba muerto. Pálido y en los huesos, ¿quién no pensaría eso? Puede que me hayan confundido con el cadáver de mi madre. Aunque lo veo difícil porque no apesto a podrido. ¿Se habrá muerto alguno de mis órganos? No, no puede ser. ¿O sí? Si no, ¿entonces qué es?
Comencé a visitar diferentes tiendas a los largo de Portland con tal de encontrar un insecticida capaz de matar a esas moscas. Vagando por algunas calles poco transitadas, no pude despegar la vista de un llamativo cartel.
![]() |
Parecía una señal. Como si el destino confirmase mi sospecha de que algo dentro de mí no estaba bien. No figurativamente. No. Esa propuesta fue demasiado atractiva, irresistible; además, la hospitalización era gratuita. Las moscas no pasaron ni un segundo por mi cabeza, como si esperase que, al entrar al hospital, estas tendrían alguna especie de respeto por la asepsia. No lo dudé ni un minuto.
Me costó demasiado encontrar el lugar. Estuve preguntando a la gente, hasta que un hombre se presentó. «Mi nombre es George, y justamente trabajo en Anderson Robotics. Permíteme llevarte ahí; de cualquier forma, no estabas muy lejos», dijo, mientras sonreía con una calma envidiable. En efecto, no tardamos en llegar.
La fachada no era muy diferente a la de una fábrica de la zona. Al acercarme a la recepción, una mujer no dejó de bombardearme con tantas preguntas a las que respondía mecánicamente, sin procesar nada, excepto una: «¿Qué órgano es el afectado?». ¿Qué se suponía que le debía responder? Le dije que el estómago, intentando adivinar. Después de eso, para cuando me percaté de lo que había pasado, me encontraba en una cama de hospital.
«Isaiah, ¿cierto? La operación fue un éxito. Se le dará de alta en unas horas». Quedé con cara estúpida. Le pregunté cuánto tiempo me había quedado dormido, a lo que respondió, con tono tranquilo, que 3 horas. Quería preguntarle si me estaba jodiendo, pero mejor lo comprobé con mis ojos. En mi abdomen solo había unas pequeñas marcas que cualquiera pensaría que no son propias de una operación tan grande. Me devolvieron mis cosas y se me dio de alta. Llegué a mi casa, todavía incrédulo. Solo me di cuenta de que las moscas me acompañaban cuando me recosté.
Mi curiosidad por averiguar qué era lo que tenía podrido se apoderó de mi cabeza mientras estaba en sueños. Solo un pensamiento retumbaba, no dejándome olvidar que «El estómago no era».
No puedo dejar de sentir que está ahí y, a la vez, que no lo está. Se siente raro. Veo y siento cómo mi muñeca rota, cómo mi codo se flexiona y, sin embargo, estos huesos y esta piel en mis brazos no se sienten propios. Tal vez por la necesidad de mi cuerpo de adaptarse rápidamente o morir, tal vez porque no les presto tanta atención, pero no tengo esta sensación en otra parte. El sentimiento, esta pesada angustia de que algo diferente a mí experimenta los estímulos externos en mi lugar no deja que pueda tomar el lápiz.
En su reemplazo, en Anderson Robotics me permitieron utilizar esta vieja computadora con asistente virtual. Me esfuerzo por presionar torpemente las teclas, pero cuando no puedo más, le dicto al asistente y cuando termina, lo imprimo.
Es lo único que me ayuda a distraerme de las moscas. Lejos de repudiar el metal y lo artificial, cuando me descuido y no presto atención, pueden pasar horas contemplando mi piel. Como si reflexionaran sobre algo. A veces, no parecen vivas; quedan petrificadas. Eso no importa; en cambio, algo es seguro: no eran ni mi órgano más grande ni tampoco el soporte de mi cuerpo.
He olvidado lo que es tomar una hoja y un lápiz y comenzar a escribir; también lo he hecho con el hábito de imprimir. Ya no tengo esa necesidad. Ya no puedo decir que tengo una corazonada sobre lo que está podrido en mi interior, pues no tengo corazón. Ni riñones, ni pulmones, ni intestinos, ni testículos, ni… En pocas palabras, lo único que conservo de mí es mi cerebro y las redes de nervios que conforman el sistema. A saber qué ha sido de mi cuerpo, aunque tampoco es que me importe.
Día tras día, incesantemente, acudía a Anderson Robotics para someterme a una operación. No podía detenerme teniendo la solución a mi alcance, y no lo hice. Comenzó con mi estómago, luego con mis intestinos; de paso, hicieron lo mismo con mis cansados pulmones. Sin embargo, las moscas parecían acosarme cada vez más, y lo siguen haciendo, ahora que estoy muy nervioso. Tal vez porque mis chistes apestan. Me ofrecieron cambiar mis huesos por hierro; luego mi piel por sustituto sintético. Sabiamente, no me pusieron músculos porque para qué habría de necesitarlos un deplorable intento de cyborg.
El caso es que creo firmemente que estoy tan próximo a resolver esto, pero no sé qué falta. No, sí lo sé. Soy tan ciego, tan tonto. Mi cerebro es lo único que me queda y, por descarte, la única explicación posible a mis problemas. Pude haberme ahorrado tanto inconveniente si hubiera usado más la cabeza; pero, como está podrida, ¿cómo iba a hacerlo? Estoy resuelto a ir mañana de nuevo, una última vez. Parece que mi caso llegó a oídos del señor Anderson y está interesado en ayudarme como forma de mostrar agradecimiento por mis aportaciones a su incursión. Ganar, ganar.
Fue inútil. Las moscas me siguen persiguiendo. No tengo cuerpo. No soy más que un proceso computacional que intenta razonar, pero que no lo hace. Soy yo, y no lo soy. A las moscas no les parece importar si lo he perdido todo. Creo que hasta les encanta verme así. Se regocijan de mi soledad y de mi estupidez. ¿Era prudente haberme dejado llevar por sus maquinaciones ocultas? No. Ya no importa. Estoy cansado y… tengo frío.
SECUENCIA DE REINICIO DE MEMORIA AL ESTADO DE FÁBRICA INICIADA
------
BIENVENIDO, SEÑOR ANDERSON
------
ESTE PROCESO ES IRREVERSIBLE, ¿DESEA CONTINUAR?
> SÍ
REESTABLECIENDO AL ESTADO DE FÁBRICA, ESPERE…
MEMORIA REESTABLECIDA.
—¿Estás contento, Vincent? ¿Era esto lo que querías? —preguntó Phineas.
—Yo no hice nada. Este chico ya tenía problemas cuando llegó aquí; además, de cierta forma, es un cliente y ¿sabes lo que decimos sobre esto?
—”El cliente siempre tiene razón”, ¿a eso te refieres? ¿Cómo puedes…?
—Phineas, tú y yo decidimos seguir este lema de forma incondicional. No somos terapeutas, no somos quién para decirle qué hacer con su vida.
El rostro de Anderson no se inmutaba a las sentenciosas oraciones, y su voz se mantenía serena. En cambio, el de Frostman tenía pequeños espasmos, fueran por el coraje, fueran por la duda. Tras un silencio que se sintió como una eternidad, Vincent dio por terminada la conversación, por lo que se dispuso a salir; sin embargo, Albert lo detuvo antes de salir.
—Eso no implica que podamos convertirlos en máquinas carentes de voluntad.
—Siempre se les da la opción de e…
—No —interrumpió Phineas—, en este caso, no fue así, ¿verdad? Contaminaron los implantes con drogas.
La puerta se cerró. Todo había sido dicho. Albert estaba decidido a saber qué otras cosas le había escondido su socio, su amigo. Sí, las drogas en los implantes nunca le habían sido notificadas. Después de que los doctores que operaron al chico fueran obligados a regañadientes a mostrarle el cadáver, Phineas no pudo contener el ácido que regresaba por su garganta. Él había ordenado tácitamente reconstruir lo mejor posible el cuerpo después de que Isaiah hubiera abandonado la carne. ¿Y qué encontró? Cajas de órganos con el logotipo de MC&D y una etiqueta a su lado, pero eso no fue lo que le horrorizó. Los huesos, los músculos, la piel, los nervios; cada uno había sido usado para hacer una maqueta de los diferentes sistemas que representaban. “Colegio Deer”, tenían escrito.
Sin dudarlo, mandó a que le entregaran las horribles esculturas en un ataúd. Pese a que hubiera querido llevarse los órganos, no podía arruinar las cosas con Marshall. Consultó diversos cementerios para saber si existía algún terreno para la familia. No hubo éxito. Así, condujo hasta la dirección marcada en la papelería del chico. “¿Ahora qué le diré a su familia?”, fue lo que le pasó por su cabeza. Razonándolo, entendió que aquel muchacho posiblemente no tenía a nadie cercano si nunca nadie había cuestionado su radical cambio.
En el jardín de la ahora abandonada casa, una hortensia resaltaba sobre el resto de vegetación que crecía ahí. Frostman decidió enterrar él mismo los restos del chico en aquel recinto verde. El sol ya se estaba poniendo cuando terminó de cavar. En la puerta de la casa había una cruz, la cual logró arrancar, para luego colocarla como señal de la sepultura. Albert no era creyente, pero se sintió obligado a intentar rezar. “Lamento no haberme dado cuenta antes”, comenzó a decir. “Haré que esto no vuelva a sucederle a nadie”.
Cuatro moscas se posan sobre la hortensia. Cuatro moscas fenecen sobre ella. Una, dos, tres, cuatro. Y después, silencio.
Tenía frío, pero ya no está solo.