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Felicia siempre había odiado la nieve. Hacía frío, estaba mojado, y ella era una de los pocos niños que estaban realmente molestos cuando la escuela fue cancelada. Además de todo eso, hacía que su vehículo ya de mala calidad fuera completamente inútil. Entonces, en lugar de bajar a su entrevista de trabajo, tuvo que caminar. Al menos no estaba tan lejos; el empleador, por el motivo que fuera, había elegido celebrarlo en el restaurante local. Parecía un tanto extraño para ella, pero a los dieciséis años consideraba que era posible que ella no supiera nada mejor.
De hecho, eso no era lo único que le parecía extraño. No recordaba haber solicitado una compañía de juguetes. Sus padres se habían encogido de hombros, diciendo que uno de ellos podría haberlo hecho en algún momento. Incluso descartando ese cabo suelto, ¿qué querría una compañía de juguetes con una chica de dieciséis años sin experiencia laboral? Pero la habían llamado específicamente, y un trabajo era un trabajo. El dinero era dinero
Dobló la esquina, todavía caminando penosamente por la nieve que pasaba por sus tobillos. Desde allí podía ver el restaurante, un pequeño faro de calidez y color en la blancura glacial. Con algo parecido al apuro, se abrió paso, disfrutando del calor mientras cerraba la puerta de vidrio.
Un par de hombres, uno probablemente en sus veinte años y el otro probablemente en sus setenta, la saludaron al unísono desde el lugar en la esquina del restaurante. El más joven tenía su cabello castaño con picos, y llevaba un traje de tres piezas con una corbata negra y roja, la chaqueta desabotonada para revelar una camisa rosada con cuello. El anciano vestía un traje que solo tenía un toque de púrpura y un sombrero que parecía pertenecer a una foto en blanco y negro.
"Felicia, muy agradable conocerte finalmente", dijo el mayor. Sacudieron manos solo una vez, y luego hizo un gesto hacia el asiento frente a él y a su compañero. "Por favor, siéntate. Tenemos mucho de qué hablar."
Se bajó la cremallera y se quitó el abrigo, colocándolo a su lado cuando se sentó. Ella se aseguró de sentarse derecha y mantener contacto visual cuando hablaron.
"Soy el Doctor Wondertainment", dijo el caballero. "Y este es el Señor Olvidadizo."
Estaban en el personaje, ella supuso. Al fin y al cabo, eran una empresa de juguetes, tenía bastante sentido que los empleados trataran de divertirse con sus trabajos. Pero, ¿era el director general de la compañía realmente conduciendo su entrevista?
"¿Y quien es ella?" El Señor Olvidadizo preguntó. Felicia tenía que respetar lo bueno que era fingiendo no tener ni idea. O ser olvidadizo, más bien.
"Esta es Felicia."
El Señor Olvidado sacó un bolígrafo y una libreta de sus bolsillos. "¿Puedo escribir eso?"
"Aún no." Le sonrió a Felicia. "Tengo algunas preguntas para ti antes de que realmente entremos en el meollo del asunto."
"Bien. ¿Cómo qué?"
El Doctor Wondertainment sacó un maletín de debajo de la mesa. Lo abrió y luego apoyó ambas manos sobre la mesa, entrelazando sus dedos. Las mangas de su traje retrocedieron lo suficiente para que Felicia viera un par de cicatrices que le rodeaban las muñecas.
"Cosas legales simples. Verificación de antecedentes, ¿qué tienes?" Saludó con la cabeza a su cohorte y extrajo uno de los papeles del maletín. "Adelante y escribe sus respuestas. ¿Dónde naciste?"
"Portland, Maine". El Señor Olvidadizo garabateó su respuesta.
"¿Eres la hija de quién?"
"…Michael y Anita Huertes". Más garabatos.
"¿Y tu nombre completo?"
"Felicia Abigail Huertes."
"¿A dónde fuiste a la escuela? Escuela primaria, intermedia, secundaria e incluso preescolar."
Felicia respondió, Olvidadizo garabateo, y Wondertainment interrogó, y ella contestó, y Olvidadizo garabateo. El proceso siguió y siguió, los tres se escondieron en la esquina del restaurante. Lejos de miradas indiscretas y oídos atentos, ella reveló gradualmente la totalidad de su ser. La entrevista no se detuvo cuando la camarera tomó sus pedidos, y continuó mientras comían.
Había pasado casi una hora antes de que el anciano asintiera, aparentemente contento. Miró la pila de notas que había escrito el Señor Olvidadizo y ladeó la cabeza para echar un vistazo. Nombres, lugares, eventos. Nada parecía siquiera un poco familiar. ¿Por qué había estado escribiendo todo eso? ¿Por qué ella estaba aquí?
"Ahora, una última pregunta y creo que con eso bastara", dijo el Doctor Wondertainment. Él sonrió y sus ojos brillaron como estrellas distantes. Sintió que se perdía en ellos, la vastedad de su presencia. La maravilla de un millón de luces cayó en cascada desde un único punto de energía ilimitada desde lo más profundo del anciano, que se extendió y tocó las almas de miles1. El espacio parecía romperse a su alrededor mientras se reía con el rugido sin fin de mil millones de estrellas dentro de un cosmos infinito.
Se aclaró la garganta y preguntó: "¿Quién eres?"
Su mente estaba vacía. Trató de recordar, lo cual es bastante difícil cuando uno no tiene nada que recordar. Sus dedos tamborilearon un latido sobre la mesa magenta pero solía ser de un color verde apagado. Ella cerró los ojos con fuerza y puso sus manos a su lado, su mano derecha colisionó con algo peludo. Miró al corgi que estaba ocupando el espacio donde el abrigo de Felicia2 solía estar mirándola expectante.
"¿Quién soy yo, Jeremy?"
Jeremy respondió con un ladrido. Porque los perros no pueden hablar
"Isabel es un nombre bonito. Vayamos con ese."
Otro ¿por qué hay dos? Jeremy ladró.
"Oh, oye, Jeremy. No has visto hacia allí. Me gusta Helga."
Un tercer3Jeremy ladró.
"¿Estás seguro de que me llamo Anastasia? Me gusta Parvati, la quinta, creo." Así no es como funcionan los nombres4
Un cuarto corgi surgió de debajo de la mesa, ladrando con entusiasmo.
"No sé dónde aprendiste español, Jeremy, pero tienes razón. ¿Por qué elegir?"
Isabel Helga Anastasia Parvati Wondertainment V miro a su ¿padre? asi misma y sonrió con una sonrisa grande y maravillosa. El mundo era mejor por eso. El Wondertainment más viejo le devolvió una pequeña sonrisa antes de toser en un pañuelo. Cuando quitó la tela, habia oxidó5 aferrandose al pañuelo. El Señor Olvidadizo casi saltó de su asiento, pero el Doctor simplemente dio unas palmaditas en el hombro del coleccionable.
"Me estoy haciendo viejo, Isabel", explicó. Podía verlo en sus ojos, como una enfermedad del alma, devorando la luz maravillosa dentro de él. "Supongo que se podría decir que solía trabajar en un empleo peligroso, y está pasando factura. En mas formas que otras. Jeje."
"¡Apuesto a que podría ayudar!" ella ofreció. "¡Podría curarte convirtiéndome en médico!"6
Los ojos del Doctor chispearon. "No, creo que es hora de pasar la antorcha. Poner la compañía en manos de alguien…puro."
"No estoy seguro de lo que quieres decir, Doc."
"Tal vez sea mejor así. La ignorancia es felicidad, como dicen."
Ella movio su labio inferior a un lado. "Si tú lo dices."
"Y lo hago." Tomó más papeles del maletín. "Ha tardado mucho tiempo en llegar. He gastado mucho tiempo y esfuerzo para acelerar tu…crecimiento. Y cuando lleguemos a casa lo acelerará aún más."
Isabel pudo ver diseños y notas para una serie de coleccionables, un grupo de personas. La mayoría de los documentos contenían la frase 'PROYECTO PEQUEÑA SEÑORITA ELLA'. Notas que detallan cómo eliminar la necesidad de comer, hacer que alguien nunca envejezca, cómo hacer que alguien sea imposible de localizar.
"¡Oh, hey, soy yo!" El Señor Olvidadizo agarró uno de los papeles. "Me veo bien. ¿Para qué es todo esto, doctor?"
"Quiero que anotes todo lo que dicen estos documentos. Hasta la última palabra. Y luego guárdalos y tambien tus notas. Ahora dame esta hoja de papel."
El Señor Olvidadizo miró entre su creador y los papeles, con el trozo de papel apretado en sus manos. "Pero también lo olvidarías."
El Doctor Wondertainment sonrió. "Esa es la idea. No quisiera obstaculizar el progreso una vez que este senil, ¿eh?"
"Si estás seguro…"
Y el Doctor Wondertainment lo estaba, y así tambien el Señor Olvidadizo. El joven transcribió la totalidad de los contenidos del maletín. Identidades anteriores, métodos de conversión, tipos de transferencia, teorías e ideas y conceptos y garabatos locos hechos en medio de la noche por un dios que lucha desesperadamente en una batalla perdida. Todo grabado en un trozo de papel y borrado de las mentes de todos menos del mejor escriba de Wondertainment. La camarera vino y se fue otra vez, sin darse cuenta del cam- lo que siempre había sido de esa manera.
Cuando Isabel terminó su cuarto plato de panqueques de chocolate, el Señor Olvidadizo dejó su bolígrafo. "Está bien, doctor. Terminé. ¿Sigo adelante y lo quemo ahora?"
El anciano alzó las cejas. "¿Te dije que lo quemaras?"
"Sí."
La risa emanaba de algún lugar dentro del espacio-tiempo que Wondertainment ocupaba. "Bueno, entonces, supongo que deberías quemarlo."
El Señor Olvidadizo sacó un encendedor de su bolsillo. El Doctor se lo había dado el día que se conocieron, y le dijo que era muy importante. Entonces, el Señor Olvidadizo reunió sus notas, apiló los documentos y los metió en el maletín. Encendió el encendedor y lo prendio todo, luego cerró el maletín.
"Entonces, ¿por qué quemabas todo eso?" Isabel preguntó.
"Es un secreto."
"¿Queeeeee? Vamos, dime. Soy muy buena guardando secretos. Como esa vez, Jeremy y Jeremy rompieron accidentalmente el juguete masticable favorito de Jeremy y lo supe pero nunca se lo dije a nadie."
"No se me permite decirle a nadie. Las notas lo dicen."
"Bueno…está bien. Supongo." Isabel bebió de su vaso de leche. "¿Que es eso?"
"El Doctor Wondertainment me dijo que le diera esto a él." Él le tendió el trozo de papel. "Creo que es importante."
El anciano tomó el papel y lo examinó por un momento. Cuando Isabel intentó arrebatárselo, se lo pasó. Eran instrucciones para mandar al Señor Olvidadizo en uno de los sitios de la Fundación. El director probablemente lo había ordenado, como si tuviera otros Pequeños Señores.
Isabel arrojó el papel sobre la mesa. "¡Hombre, ese tipo es un gran cliente!"
"¿No es así? Él será el Señor Coleccionista en poco tiempo." El Doctor Wondertainment observó cómo la mesa se tambaleaba a través de diferentes formas y colores por el impacto de Isabel al golpearlo. "Vas a ser grandioso, Isabel. Lo mejor de nosotros, creo."
Un sonrojo caricaturesco cubrió su rostro, volviendo sus orejas rosadas. "Aw, vamos. Solo l odices por que si."
"No, lo digo en serio. Vamos, parece que tenemos un Pequeño Señor que enviar."