Oscura es la noche, solo las balas silban en la estepa,
Solo el viento se agita a través de los cables del teléfono, tus estrellas parpadean, débiles…
En la noche oscura, mi hermano, sé que no estás durmiendo,
Y, cerca de mi silueta, ocultas con recelo tus lágrimas.
Fue durante mi traslado al Consejo Regional Alemán. Mis primeros días de vuelta a Europa fueron justo lo que esperaba en aquellos momentos una fría bienvenida donde las temperaturas me abrazaban y sus gentes interactuaban de forma personal solamente lo necesario. Adaptarme fue sencillo; mi mente siempre pidió esa tranquilidad de tener gente realmente trabajadora a mi alrededor y fue algo que agradecí. Sin embargo, es claro que, por muy feliz que se pueda estar en otro país, se echa de menos lo que se perdió de la anterior nación, aquello que no vas a poder volver a ver hasta, aunque sea, haya pasado bastante tiempo.
No es una sorpresa para nadie que tras la sexta mirada de extrañeza - todas a medio camino del desprecio todo sea dicho - me di cuenta que mi tipo de comentarios no eran del todo bien recibidos. Era entendible, y lo sigue siendo a día de hoy. Empecé a extrañar por lo menos esas medio sonrisas que antaño mi departamento solía hacer cuando pronunciaba palabras cargadas de altas dosis de ironía. O como Amalia, cuando lo hacía en su presencia, me recriminaba para posteriormente reír un poco. "Nunca cambian tus buenas costumbres, Amaro" solía decirme de vez en cuando, siempre con una sonrisa que aprecié, aunque no lo suficiente.
Mi tiempo en Latinoamérica me había cambiado, si fue de buena forma o no es algo de libre interpretación, pero lo había hecho. Y cuando llegaron los correos avisando que el Consejo Alemán necesitaba más gente para sus operaciones; a la mañana siguiente fui uno de los directores de departamento elegidos. Con mi profesión más practicada; paratecnología. Lo cual no quita que en algunas ocasiones, incluso con todo el personal dado, tuvieran que dirigirme a investigaciones donde cumpliera funciones de parahistoriador y algunas cuestiones relacionadas; debido a que, pese no haberme terminado de graduar de manera oficial en ello, seguía desempeñando bien esa labor.
El primer mes de Octubre se lo llevó el frío viento, con sequedad y apenas palabras dirigidas. La rutina asentada en ese mes hizo que apenas me percatara de ello siquiera, sin embargo, ese período tan inconsciente, el cual en mi memoria es similar a un sueño; me desperté por el sonido de mi teléfono.
Una llamada de la enfermería de la Instalación-08 era respecto a mi hermana. Comencé a desear que todo fuera una equivocación por un momento, pero mi corazón se inundó cada vez más de un profundo vacío que me quitaba el poco color que tenía, para posteriormente explotar en angustia. Mi director encargado me permitió un tiempo de permiso, un total de una semana. Fue cuando me encontraba en la Estación Erika de la Zona-09 que mis ojos gritaban para crear un maremoto, y así relajar mi interior a punto de estallar. Sentí furia, sentí miedo, sentí impotencia y sentí hasta que dejé de sentir todo cuanto era y fui junto a lo que me acompañaba; hasta que dejé de notar el tiempo y todo se volvía un sueño febril lejano que hacía ecos en mi mente, ebria de sensaciones azules.
Solo volví en mí cuando coloqué el primer pie en la Estación Miraflores. Estando consciente, me di cuenta que las instalaciones dejaron de tener cualquier rastro mínimo de color. Caminé a paso rápido, con mi espíritu tambaleándose hasta que llegué a la enfermería. Cuando la enfermera me vio entrar estuvo a punto de pronunciar palabra, pero no se necesitaron palabras algunas; se quedó en silencio y simplemente me señaló la habitación y fui a paso apresurado.
Pero paré en seco, mi cuerpo dejó de moverse, los cristales de mi cara empezaban a romperse. No podía entrar así, esperé unos minutos, apreté mis párpados y traté de respirar pausadamente. En el momento exacto donde me recompuse de forma mínima, abrí la puerta y entré. Mis piernas vacilaban; parecía que había un terremoto sucediendo en mis músculos. El contraste con su rostro, sin embargo, era notable.
Esa sonrisa, otra vez con ella.
Me senté en una silla en el lateral de la camilla. Amalia me dijo que me veía descompuesto, entre risas. Le respondí que me encontraba solamente nervioso y cansado, que había acudido nada más enterarme y que no tuve tiempo ni para peinarme, ni siquiera para pensar detenidamente.
Hablamos durante más tiempo del que nunca pudimos hablar mientras trabajamos, horas que parecieron las más amenas que jamás volveré a tener. Cuando reía, la calma a veces venía a mí; sin embargo, la espina del temor seguía en mi mente cantando de forma insonora su melodía taladrante. En determinado momento, desfallecí en mis intentos de mantenerme firme, y dejé salir algo para no romperme. Amalia vio el miedo, comprendió las olas de mis ojos y me abrazó, con la firmeza que se podía permitir. Y aunque casi nunca antes lo había hecho, correspondí.
Cuando pasaron dos días, y yo seguía allí a su lado; no mejoró. Cuando la semana casi había finalizado, tampoco lo hizo. Cada visita de la enfermera, que inyectaba fármaco tras fármaco, solo conseguía desesperarme cada vez más, y de forma gradual, comprendí la naturaleza de la situación, golpeándome con la realidad al percatarme de que, posiblemente, y aunque mis lágrimas vuelvan a mí al recordarlo; el tiempo ya se había acabado, como el recurso finito que es.
El día que salí de la enfermería después de una semana, en la cual mi descanso fue nulo, comprendí que el abrazo prolongado que le había dado a Amalia, a mi hermanita, probablemente sería el último. Estuve todo el viaje de ida en silencio, sufriendo para mí mismo en un espectáculo mudo de agua, solo acompañado por el estruendo sutil de mi respiración rompiéndose una y otra vez, quebrándome más, sin saber yo que eso era posible.
Durante los ratos libres le mandaba mensajes. Teníamos las conversaciones que podía permitirme un horario tan ajustado. Dejé de soñar, porque dejé de dormir con tal de estar ahí con ella, incluso en la lejanía. Cuando tardaba un par de horas en responder, me angustiaba, aunque me sea difícil reconocerlo.
Y entonces, un día simplemente paró.
Cuando me desperté aquella mañana, me di cuenta de que no hablamos en toda la noche, y que efectivamente había caído posiblemente inconsciente ante la falta de sueño. Me percaté que no había notificaciones suyas en el teléfono, y que en cambio, solo había una gran cantidad de nada, la cual solo era llenada por emails de trabajo. Las horas pasaron, y el teléfono empezó a vibrar.
Se había ido, ya había acabado.
Me tomé un día de permiso para ir al funeral, y estar ahí con ella, antes de que la tierra se la tragara para siempre, para que tenga el descanso que todos llegaremos a tener en algún momento. Ese día no lloré, y no lo hice en los siguientes tampoco; me bloqueé, y en ocasiones pienso que todavía sigo bloqueado.
Y aunque no soy creyente, rezo para que esté bien, para que sea cual fuere su destino, sea uno donde la alegría que en vida merecía, y aunque nos llegue a extrañar, que sea consciente de que en algún momento nos volveremos a ver.
A veces creo que fui mal hermano, que debí haber mantenido más contacto con ella y haber estado más ahí. Pero ya pasó, ya nada puede hacerse, solo puedo evitar caer en el mismo error.