A lo largo de la historia, nuestro cobrizo mundo jamás contempló magnificencia y esplendor tal como las que otorgaba la nación de Ikea por aquellos tiempos. Por todos eran conocidos sus inmensos senderos, infinitos y entrañables; su exquisita gastronomía digna de los imperios nórdicos; y sus incontables ciudades, donde toda leña podía encontrar su rincón. Pero de entre todas aquellas localidades, eran sobretodo destacables las campanadas de guerra de la comunidad de Matsal.
En una atmósfera de odio y rencor, habitaban la majestuosidad de Matsal dos familias cuyos linajes pasaron a la historia: Äppelträd y Kastenjeträd. Sus abundantes contiendas en busca del honor y la gloria, a pesar de todo, en ocasiones se veían interrumpidas por reuniones de ambas familias que, aunque a desgana, debían hacer por el bien de Matsal. Y fue un viernes en una de esas reuniones donde ocurrió lo impensable, algo que cambiaría el sino de Matsal.
Los Äppelträd eran una estirpe orgullosa de su pasado, soberbios, irascibles y audaces, y por ello la figura de Meseo de Äppelträd siempre había pasado desapercibida. Él era un joven risueño y soñador, idealista y humilde, con la tez de coloración ocre como la de sus consanguíneos. No obstante, también era un imberbe rebelde, lo que en una ocasión le causó un percance con su pupitre maestro, y tras esto quedó cojo de su pata izquierda, por lo que tuvo que llevar una porción de papel para poder mantener el equilibrio.
En aquella inmemorable reunión, mientras platicaba con su inseparable amigo Merlitio, Meseo encontró lo que jamás se había planteado buscar. En una esquina de la habitación se hallaba Silleta, la más agraciada de todas las Kastenjeträd. Y a Meseo el alma se le salió por los bordes, sin poder dejar de admirarla, sin tan siquiera percatarse que era Kastenjeträd. Y cuando sus picos se cruzaron que las velas todas se apagaron, y bajo la luz de la Luna sus corazones ardían como uno solo.
Meseo logró entender al final de esa congregación que jamás podría expresar ante ningún habitante de Matsal sus sentimientos, así que a la noche siguiente se escabulló de sus aposentos y acudió al balcón de Silleta, donde la encontró cantándole a las estrellas.
-Ay, de mí. Meseo, ¿por qué eres tú Meseo? Renuncia a tu tocón o si no jura que me amas, y yo renunciaré al mío. ¿Qué es Äppelträd? No es una pata, ni una esquina, ni un tornillo, ni una astilla. ¿Qué hay pues en tu nombre? ¡Oh, Meseo, renuncia a tus árboles y tómame entera como recompensa!
-Te tomo la palabra.- interrumpió Meseo- A partir de ahora nunca jamás seré Meseo.
-Oh, Meseo, ¿cómo has llegado hasta aquí, si mi lar la resguardan añiles flechas y televisores de plasma? ¡Si te encuentran aquí, te matarán!
-Más peligro encuentro en tu respaldo que en sus cables.
Y tras una larga plática basada en declaraciones de amor y juramentos, Meseo decidió escalar las infranqueables escaleras mecánicas, que descendían, del balcón, pero que no fueron obstáculo para su infinito amor. Tan solo los humanos que decoraban las paredes de la habitación de Silleta, para su fortuna, pudieron presenciar tal formidable encuentro.
Al alba, Silleta restaba bajo el regazo de Meseo, con las patas entrelazadas y las tozas selladas. Pero Meseo tuvo que partir antes de que lo echaran en falta. Y esa mañana, desdichadamente, fue la más fatídica de ese romance ideal. Fue esa mañana cuando el padre de Silleta concluyó el matrimonio entre su hija y un caballero también Kastenjeträd, Parerko. El acontecimiento se produciría esa misma tarde, pero rápidamente Silleta urdió un plan.
El evento transcurrió como estaba previsto, aunque Meseo no tenía conocimiento de nada al respecto. No obstante, horas más tarde cuando los recién casados llegaron a la habitación nupcial, poco tardó Parerko en sentarse sobre Silleta. Pero no se sentó cualquier manera, teniendo presente que era la primera vez que se sentaba. Se sentó excelentemente, se apoyó enteramente en el respaldo de Silleta mientras sus patas se extendían cómodamente sobre las de ella. Fue probablemente la mejor forma de sentarse que jamás se habría llevado a cabo en Ikea, pero Silleta no supo valorar grandeza de ese acto, y entonces fingió caerse, como había planeado. Pensó que si su familia la daba por averiada podría fugarse con Meseo.
Sin embargo, poco después de que se difundiera la nueva de que Silleta se había desplomado, Fray Fönstret de Trädgårdsskötsel, quien era conocedor del amor platónico entre Meseo y Silleta, fue a explicarle a Meseo lo acontecido. Cuando éste se percató de que su amada ya no podría estar con él, se despojó del papel que le daba sustento, por lo que cayó y todas sus patas de quebraron. Silleta acudió a la habitación de Meseo para poder realizar la huida con él, pero en percatarse del atroz destino de su eterno amado, le hirvieron sus astillas y su alma se fracturó. Silleta no vio diferente desenlace a subirse a los desechos de Meseo y precipitarse contra el pavimento, donde las maderas de dos enamorados se incinerarían juntas por la eternidad. Mesa y silla por siempre unidas.
- William Sopletespeare -