Matryoshka: Parte Siete

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El anciano estaba recargado en la esquina, algunas sabanas excedentes del Ejército Rojo amontonadas toscamente para proveerle calor y estabilidad al frágil humanoide. Se asomó por debajo de su sombrero con ojos ciegos, con una sonrisa siempre presente acechando entre las sombras del sótano en el que todos se acurrucaban ahora. En la esquina, por primera vez desde que llegó a Polonia, se quedó callado. Una mucosidad espesa y negra comenzó a salir lentamente de sus conductos lagrimales. Dos líneas delgadas de filamento de líquido viscoso y oscuro se arrastraban hacia arriba, a través de sus cejas tenues y sobre su frente. Despacio.

Juhasz continuó frotándose la camisa con un trapo. La sangre había salido de su bigote, al menos. Spinella ajustó un cinturón alrededor del hombro de Stillwell, la férula improvisada sostenía su muñeca vendada. Stillwell hizo una mueca, el dolor sordo se fue acumulando a medida que la adrenalina se disipaba. Miró con recelo la puerta de acero.

—Siento que estamos de vuelta donde empezamos. —Coogan estaba caminando por el pequeño espacio de la sala.

—Tonterías. Ahora Spinella esta en la pequeña y apretada habitación con nosotros. —Juhasz aventó el trapo con sangre, de todas maneras ya se había quitado la mayoría—. Cuatro es mejor que tres.

—Y realmente lo aprecio, por cierto. Así que ahora que estamos vendados y curados ¿cúal es el plan? —El doctor pescó una caja de cigarrillos de su abrigo.

—No vamos a hacer nada por un rato, eso es seguro, —dijo Stillwell—. Y asimismo, este es un piso franco de la GRU-P. O habitación franca, de todos modos. Algún operativo podría aparecer en cualquier momento. Así que refugiarnos aquí tampoco es buena idea.

Spinella exhaló un hilillo de humo azul—. Al menos estamos seguros aquí del Ejército Rojo ¿verdad? Dime eso al menos

—Oh, claro. La GRU-P ahora opera independientemente del mando central del Ejército Rojo. Esa es una fiera rivalidad. Dicen que Zhukov trató de que arrestaran a Zherdev, allá en el 37. —Juhasz estaba abriendo gabinetes mientras hablaba—. Cómo hicieron que Stalin cambiará de parecer sobre dejarle, bueno. Nadie dice eso.

—¿Por qué le estamos oyendo? Por todo lo que sabemos podría estar reteníendonos aquí hasta que la GRU-P venga a agarrarnos. —El caminar de Coogan se aceleró, su frustración aumentando

La atención de Juhasz permaneció en el gabinete que rebuscaba—. Entonces adelante, sal de aquí. Incluso te dejaré tomar el rifle.

—Está tan jodido como nosotros si se aparecen, Coogan, —Stillwell puso su mano buena en el hombro de Coogan—. Ahora estamos juntos en esto, nos guste o no.

—Obviamente a mi no. —Spinella aplastó su cigarrillo.

—No importa, —respondió Stillwell—. Quéjate de ello cuando regresemos.

—Cuando regresemos. Bastante optimista si me preguntas…

Spinella fue interrumpido por el sonido de la visera de la puerta de hierro abriéndose abruptamente. Un par de ojos azules observaron rápidamente la habitación y la visera se cerró de nuevo.

—¡Mierda! —Stillwell rápidamente ladró órdenes—. ¡Coogan, Juhasz, agarren a quien sea que haya sido!

Los dos hombres salieron disparados hacia la puerta. Antes de poder alcanzarla, el intruso se dirigió a ellos calmadamente.

—Estoy armada. Le disparare a cualquiera que abra esa puerta. Así como ustedes me dispararán si yo la abro. —La voz era la de un mujer, su inglés perfecto—. Tenemos que hablar.

Juhasz y Coogan miraron a Stillwell; les levantó una mano. Cuidadosamente se acercó a la puerta, entre los dos hombres—. Entonces hablemos ¿Quién eres?

Stillwell pensó que oyó a la mujer acercarse ella misma a la puerta—. Soy alguien que sabe donde está esta habitación. Soy alguien que sabe que no son operativos de la GRU-P. Y tú sabes que tampoco soy de la GRU-P, pues siguen vivos.

Stillwell pensó su respuesta. Coogan lo miró en busca de que seguía. Juhasz pareció buscar en sus recuerdos. Quiensea que ella fuese, tenía un punto. Si los hubieran encontrado la GRU-P, lo último que verían sería la puerta explotando.

—Supón que sabemos que es el GRU-P. —Stillwell se acercó aún más a la puerta viendo la manija—. ¿Quién dice que seas mejor? Tal vez sólo quieras llevarnos a una trampa.

—Tal vez así sea, —respondió la mujer—. Pero he venido desde el Sitio-7. —Dejó que la oración flotara por un momento—. Y nunca van a llegar ahí sin mi ayuda.

Del otro lado de la puerta llegaron más sonidos de alguien arrastrando los pies. Ella continuó—. Voy a guardar mi arma. Ahora, si abres la mirilla, me veras con mis dos manos arriba, vacías. Cada momento que esté aquí afuera, todos nos arriesgamos a que nos descubran. Déjenme entrar y podremos hablar más.

Stillwell lo consideró. Miró a Coogan; estaba agitando la cabeza. Miró a Juhasz; simplemente le regreso la mirada. Stillwell alcanzó la mirilla.

—No, —susurró Coogan.

Siguió impertérrito. Stillwell abrió la mirilla. Vió a una mujer en abrigo de invierno, rubia, con el cabello amarrado. De su edad, posiblemente más joven, su cara inescrutable, sus ojos azules miraban a los suyos sin dudar. Sus manos estaban frente a ella, palmas arriba, como prometió.

Se sostuvieron la mirada, cada uno midiendo al otro. Ella podía ser cualquier cosa, llevándolos a una trampa, para dios sabe que razón o en nombre de quien. Pensó una vez más en como iban a llegar al Sitio-7. Observó su cara una vez más.

—Abriré esta puerta ahora. Nadie hará ningún movimiento brusco. Vas a caminar adentro, lentamente. A cualquiera que esté allá afuera, si esto es un truco, nos aseguramos de llevarte con nosotros.

Coogan abrió los ojos bruscamente, negando con la cabeza, furiosamente.

—Entiendo, abran la puerta cuando quieran. —La mujer mantuvo sus manos visibles mientras hablaba, Stillwell notó que sus dientes estaban hechos completamente de acero.

Coogan había levantado el rifle mientras Stillwell estaba hablando. Stillwell le señaló con una mirada y Coogan apuntó el arma hacia la puerta. Se estiró hacía la manija, y sintió los pesados tornillos de hierro en el marco de la puerta abrirse mientras la giraba. Estaban en el punto de no retorno. Abrió lentamente la puerta, las bisagras no aceitadas chillando fuertemente.

La mujer estaba parada en la entrada. Un maletín estaba en el suelo junto a ella. El pasillo tras ella estaba vacío. Stillwell le señaló con su mano buena que entrara. Tomó lentamente el maletín y obedeció, sus pasos medidos mientras entraba a la esquina de la habitación junto a la puerta. Stilwell la cerró rápidamente, y después le ordenó a Coogan bajar el rifle. Después de unos segundos de obediencia a regañadientes, lo bajo.

—Ahora podemos tener una plática verdadera ¿Quién eres? —Stillwell se paró directamente contrario a ella, a más o menos dos pasos.

Juhasz se movió junto a Stillwell—. Juzgando por las características físicas y lo que sabe, esta debe ser la sargento Ekaterina Nechayeva, de la KGB. Asignada al Undécimo Directorado, ese es el que lidia con estos asuntos, ¿Sargento?

—Directorado K, —Nechayeva miró hacía Juhasz—. Y parece que los rumores de un desertor en las filas de Zherdev son ciertos después de todo. Me sorprende que la Fundación no te ejecutara cuando regresaste.

Juhasz sonrió—. Probablemente lo hagan cuando ya no me necesiten. Un destino mejor que el que nos espera a todos nosotros si la GRU-P se sale con la suya.

—Espera ¿Si ella es KGB, que le impide decirle a la GRU-P dónde estamos? —Coogan alzó un poco el rifle mientras hablaba.

—Hay una guerra dentro del gobierno soviético ahora mismo, —contestó Juhasz—. La KGB es lo único que impide que Stalin tenga éxito donde Truman falló. Algo que estoy seguro no es algo que les emocione demasiado que Koba descubra, sargento.

Los ojos de Nechayeva brillaron momentáneamente, una onda a través de su cara, pasando casi instantáneamente—. El camarada Stalin ha visto los resultados de nuestra investigación. Con el tiempo, el Politburo recordará porque ha necesitado a la Fundación en el pasado, una vez que hayamos controlado la locura de la GRU-P.

Stillwell interrumpió—. ¿Nuestra investigación? Así que el Sitio-7 estaba comprometido

—Su director de investigación, el Dr. Geissler, tenía un arreglo con nosotros. Le dabamos recursos e información compartida con la Fundación. La mujer que conoces como SCP-1041 ha ayudado, cuando es capaz. Los resultados, deberías verlos por ti mismo.

Nechayeva levantó el maletín. Se lo ofreció a Stillwell.

—Ábrelo tú. —Spinella observó el maletín con cuidado.

—Por supuesto, —dijo Nechayeva. Empujó los pestillos del maletín, abriéndolo lentamente, en vista de toda la habitación. Había varios documentos dentro. Stillwell aceptó el maletín ahora abierto, hojeando rápidamente por la información. Se pausó en varios, leyendo por encima un reporte de laboratorio aquí y un plano por allá. Cerró el maletín.

—He oído de investigación como esta. Las cosas que se pueden hacer con ella. —Stillwell le paso el maletín a Spinella.

—Esto es lo que pudimos agarrar en el poco tiempo que teníamos, —dijo Nechayeva—. Se supone que debía extraer a SCP-1041. Pero tu grupo apareció.

—Eso hicimos, —Stillwell se encogió de hombros—. ¿Adónde planeabas llevarla?

—A algún lugar seguro, —contestó Nechayeva

Stillwell pausó—, si lo que está en esas notas es real…

—Podemos tener fe en que la investigación es cierta, —agregó Juhasz—. La GRU-P ya habría liquidado el sitio entero si no hubiera nada.

Stillwell asintió en acuerdo—. Necesitamos llegar al fondo de esto. Necesitamos hablar con SCP-1041

—Eso significa sacarla del Sitio-7 con vida, —dijo Nechayeva— Un cambio de planes, imagino.

—Así es, —reconoció Stillwell sin dudar—. ¿Alguna idea?.

La conversación fue interrumpida por Spinella, insultando de súbito, sacudiéndose algo de la pierna de su pantalón. La esquina en la que el anciano había estado silenciosamente, desapercibido en la conmoción, ahora estaba envuelta en un charco en extensión de un delgado lodo negro ascendiendo por las paredes hacia el techo en un desafío directo a la gravedad. Justo se había extendido más allá de las sombras, la pantalla de líquido negra absorbiendo la leve iluminación de la habitación.

Spinella se alejó del lodo negro, con un hoyo en su pantalón donde el líquido había hecho contacto. Ahora podían escuchar la placa de yeso derrumbándose y las vigas de soporte quejarse tras el anciano.

—¿Qué demonios está haciendo? —Coogan apuntó el rifle al anciano. El anciano le regreso la mirada al rifle con sus ojos muertos, su sonrisa de rictus grabada en su cara, brillando a través del líquido negro que empezaba a cubrirlo.

—Lo que estos especímenes siempre hacen, con el tiempo. —Nechayeva calmadamente pero firmemente puso una mano en el hombro de Coogan y lo empujó al lado. Metió la mano en su abrigo y sacó su pistola.

El primer instinto de Stillwell fue tirarle la pistola de la mano. Algo más profundo que el instinto detuvó su mano buena. Miró mientras ella levantaba su arma.

Nechayeva le disparó al anciano por su ojo izquierdo. El estallido de la pistola fue ensordecedor en los confines de la habitación; Stillwell sintió como si un martillo cayera junto a su oído izquierdo. Un chorro espeso de lodo negro salió disparado contra la pared directamente detrás de la cabeza del anciano. Se inclinó ligeramente hacia delante, descansando del impacto de bala en su cráneo. El disparo dejó un amplio y oscuro hoyo en donde su ojo una vez estuvo, enmarcado por la sonrisa inmutable. El flujo del líquido a través del techo y pared pareció detenerse. El sonido de las paredes colapsando no lo hizo.

Spinella fue el primero en hablar—. Finalmente, alguien hace algo puto inteligente. —Puso un cigarrillo en su oreja

Stillwell miró a Nechayeva—. ¿Sabes cómo meternos en el Sitio-7?

Ella asintió, poniendo su pistola en su abrigo.

—Podemos planear en el camino. Salgamos de aquí.

El equipo recogió el rifle robado y algunas escasas reservas de comida y municiones que habían quedado en la habitación segura. Cuando salieron, Stillwell echó un último vistazo a la esquina. La sustancia negra no había invadido más. Pero ya no podía ver al anciano. No hubo tiempo para considerar las implicaciones. Cerró la puerta detrás de él.

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