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O5-8 abrió la puerta de la plataforma de observación, iluminada claramente por el sol de la mañana. Los observadores en el octogésimo sexto piso tenían un claro panorama de Manhattan, aún cubierta de la nieve de la tormenta que había pasado el día anterior. Una saludable multitud de hombres en trajes de negocios y mujeres con abrigos de piel estaban arrimados a lo largo del muro de concreto, asomándose a ver los rascacielos, posando para fotografías. O5-8 observó el muro, entrecerrando sus ojos contra el sol al ver a un hombre canoso en un largo abrigo negro, parado por la esquina sureste, lejos de la multitud y mirando hacia el cielo. Se abrió paso a través de la multitud, vadeando turistas y hombres de negocios.
Tomó un lugar junto al hombre y trató de descubrir que era lo que estaba mirando. Sea lo que sea, estaba demasiado cerca del sol, el resplandor amenazando con cegarlo. O5-8 se conformó con una vista del Río Este, las pequeñas barcazas bajo él se movían constantemente arriba y abajo de la línea azul serpenteando entre la extensión infinita de las manzanas de la ciudad.
—Me alegra que haya hecho caso a mi nota. —El anciano siguió mirando hacía arriba mientras hablaba, su profunda voz teñida con un acento moscovita.
—Escogió un buen lugar para reunirnos, en territorio enemigo. —O5-8 selecciono un cigarro de su caja—. Siempre me imagine este grupo como un comité, sabes. Trece hombres con un propósito en común. —Encendió su cigarro mientras continuaba estudiando las barcazas del tamaño de una hormiga a ochenta pisos por debajo.
—La ingenuidad de la juventud. —O5-13 se rascó perezosamente la cabeza pensativamente.
—¿Cómo vamos a sobrevivir si Dos y dios sabe quién más está trabajando en mi contra?
—Dos no está trabajando en tu contra. Simplemente no le importa lo que pienses, —suspiró—. Ha estado esperando algo como esto por mucho tiempo.
Parecía que una multitud estaba congregándose en el otro lado del muro este de la plataforma de observación. O5-8 ahora volteó hacia la plataforma, recargándose contra el concreto. —Enviar una misión a territorio soviético sin mi conocimiento, activando activos y ordenando el desmantelamiento de una anomalía. ¿Qué otra cosa es sino un desafío?
—Oh, es un desafío, —contestó O5-13—, pero no para ti. Como tú, Dos ve el mundo como si estuviera organizado en una serie de facciones claras e identificables. Y como tú, está equivocado.
O5-8 dejó salir un hilo de humo por sus labios. —El mundo parece estar cayéndose en dos facciones bastante claras, si me preguntas a mi.
El Supervisor más viejo río —Puede que tengas razón. Y puede muy bien estar sucediendo dentro de este mismo Consejo.
—Es una observación extraña, viniendo de ti. Seguramente estás enterado de los rumores sobre tus lealtades.
—Soy el director de Eurasia Oriental. Sólo un tonto pensaría que no tengo lazos.
La multitud en el otro lado del muro estaba murmurando. O5-8 miró brevemente la conmoción en aumento. Habían demasiados cuerpos en el camino como para discernir demasiado de cualquier cosa.
El Supervisor más joven frunció el ceño. —Estoy empezando a pensar que fue un error reunirme contigo aquí.
O5-13 miró hacia O5-8. —Esa mentalidad te será útil. Puede que llegue el día en el que sea cierto, pero te aseguro que hoy no.
O5-8 hincó los hombros. —¿Así que, qué recomiendas? ¿Cancelo la misión? El personal ya está en Polonia
—¿Cancelarla? No, no. Estás en una buena posición ahora mismo. Si te inmiscuyes, gastaras recursos deteniendo una iniciativa de la Fundación y le cedes el Sitio-7 a la Unión Soviética. Te disminuirías a ti mismo ante el resto del Consejo.
—Y reveló mis cartas, como también las tuyas
El rastro de una sonrisa cruzó los labios de O5-13. —El mejor consejo viene con una dosis de interés propio.
—Así que no puedo actuar en contra de una misión que no autorice y no me agrada. ¿Cómo es eso una buena posición?
El anciano volteó a encarar al cielo. —Dos está apostando. Está ignorando factores que normalmente lo harían dudar, porque ve una oportunidad. Lo está cegando, y probablemente la misión fracase.
Un destello de luz resplandeció en la visión periférica de O5-8. Volteó a ver, era una luz brillando desde un reloj de mano de oro. Vió a una sola persona sobre la multitud al otro lado del muro; un hombre canoso en un traje gris, parado encima del muro, viendo al vacío. El sonido había convergido en varias súplicas de que no saltara. El hombre pareció no oírlas. Empezó a sonar el eco de sirenas, muy por debajo.
Mientras O5-8 estaba por acercarse, sintió a O5-13 detenerle suavemente, su mano enguantada en su brazo.
No le prestes atención. Hace tiempo que está en marcha, —dijo el hombre, descartando casualmente la escena—. Usa tus contactos para seguirle la pista a la misión. Estate atento para recoger lo que sea que quede tras esto. Y activa la trampa que Dos ha puesto para sí mismo.
A diez metros de ellos en el otro lado del muro un grito ahogado surgió de la multitud. O5-8 volteó a ver de nuevo. El hombre ya no estaba en el muro.
O5-13 levantó el cuello de su abrigo contra el frío. La mano en el brazo de O5-8 ahora le daba una palmada en la espalda.
—Hora de irse.
Los dos Supervisores, caminaron de vuelta al elevador, pasando desapercibidos contra un arroyo de mirones corriendo a ver de que se perdieron, varios en uniformes de policía, un callado estruendo de plática emocionada y los detalles escabrosos, reales o imaginados, ya se extendían del muro hacia el mundo.
Mientras las puertas del elevador se cerraron sobre los dos hombres, la cabina para ellos solos, O5-8 volteó a ver a su colega.
—¿Quién era ese de todos modos?
O5-13 se quitó los guantes, sus dedos delgados entrelazados, tronando sus nudillos.
—Una pieza con un sólo movimiento posible restante. El resto lo leerás en los periódicos en la tarde.
La flecha sobre el elevador se movía constantemente a la izquierda. Septuagésmo piso, Sextagésimo piso.
—Estoy seguro que lo haré. —O5-8 se pusó su sombrero—. Aprecio la información Trece. Aunque sospecho que tu eres el que debería agradecerme, a su debido tiempo.
—Si juegas bien tus cartas, ambos estaremos satisfechos
Los dos hombres siguieron el resto del recorrido en silencio.
Las puertas se abrieron. Una línea de policía había cerrado el acceso a la plataforma de observación y los dos Supervisores atravesaron un recibidor en su mayor parte vacío en camino a la entrada principal. Antes de salir al mundo, estrecharon manos.
—Udachi, —dijo el anciano. —Uno cree que eres el hombre para este trabajo. Estoy inclinado a concordar.
—Auf Wiedersehen —contestó el hombre más joven. Mantuvo el apretón de manos por un momento más—. Si llega el momento, Trece, tendrás que empujarme tu mismo.
O5-13 sintió el agarre del joven apretarse un poco. Sonrió, ampliamente—. Lo sé, Ocho. Lo sé.
Los Supervisores salieron a la Quinta Avenida, despidiéndose mientras se dirigían en direcciones opuestas. Al final de la calle, un hombre recién llegado de la oficina del forense de la ciudad leyó una hora mientras miraba su reloj, un asistente garabateando notas junto a una masa arrugada, cubierta apresuradamente por una sábana. Las manchas rojas estaban empezando a florecer.
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