Matryoshka: Parte Nueve

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Stillwell asomó su cabeza, lentamente, espiando a través de la mugrienta ventana hacia abajo, al quirófano, desde su saliente en el mezzanine. Se agacho de nuevo. Coogan estaba ocupado anudando las sábanas que habían saqueado del closet de suministros. Nechayeva estaba limpiando el AK-47 recuperado de la desventura del equipo de la Fundación más temprano. Dos armas, el contenido de una habitación de lavandería, nueve rondas de munición restantes. Y ningún plan.

—Ese de ahí abajo, definitivamente era Geissler. No estoy seguro de que estaba haciendo pero parece muy claro que los está ayudando con lo que sea que le están haciendo a SCP-1041. Creo que necesitamos movernos ahora.

Nechayeva frunció el ceño ante las partes desarmadas frente a ella. Recogió el cerrojo y tallo cuidadosamente una mugre invisible con un trapo—. ¿Como se veía?

—Bastante lastimado

Regresó el cerrojo a un ensamblaje más grande recogiéndolo y girándolo para inspeccionarlo—. Así que se resistió. Esas son buenas noticias para nosotros.

—No creo que lo que sea que esté pasando allí abajo sean buenas noticias

—Él consideraba a 1041 como una colega. Esa era una de las razones por las que ocultaba mucho de lo que haciamos de tú mando. No participaría voluntariamente en los experimentos de Chernikov. No, está planeando algo.

Stillwell se asomó de nuevo para echar otro vistazo a la escena debajo—. Pareces bastante segura de eso.

Nechayeva volvió a deslizar el cargador de cerrojo en su lugar, las partes armadas del rifle haciendo click y deslizándose suavemente—. No hay certeza pero hay probabilidad. Por eso estamos aquí, ¿no?

Stillwell reconoció su punto silenciosamente.

Nechayeva continuó—. Algunas veces las cosas no son científicas. Debes mirar en el corazón de un hombre y tomar la mejor decisión ¿Qué ves, cuándo ves al Herr Doktor Geissler?

Se agachó de nuevo al borde de la ventana—. Veo a un criminal de guerra nazi cuya experiencia necesitábamos en 1945, —dijo Stillwell.

Nechayeva continuó rearmando el rifle—. No, estás dejando que las emociones nublen tu juicio. Mira más profundo.

Coogan volteó desde sus nudos—. ¿Geissler es un nazi?

Stillwell pensó, tratando de tapar su repulsión inicial. Pensó en la escena frente a él y añadió los hechos. No tenía sentido. Pero de nuevo, mucho de lo que había visto tampoco—. Está enfocado. No habría aceptado en cortar todos sus lazos y venir a trabajar para nosotros si no tuviera algo en lo que seguir trabajando. Simplemente se habría ido con los chicos de Paperclip.

La joven agente de la KGB asintió—. Está atado al trabajo. No ve nada más. Esa es su lealtad.

—La GRU-P tiene en mente un propósito para su trabajo. El sólo quiere que exista ¿Pero qué puede hacer para detenerlos?

Nechayeva había terminado de armar el rifle—. Sabes que es lo que hace SCP-1041. Pero no quien es. Y la respuesta a eso es que es el recipiente de las almas de docenas de personas. Es un laboratorio viviente para el trabajo del Dr. Geissler. Fue en ese laboratorio en el que descubrió como aislar y manipular un alma humana.

Coogan había dejado de anudar las sábanas, ahora absorto en la conversación.

Stillwell estaba mirando la escena a sus pies de nuevo—. ¿Así que, qué está haciendo Chernikov allí abajo?

—Está extrayendo una de esas almas, una que ha identificado especialmente según sus necesidades.

—Diciembre, —respondió Stillwell.

Nechayeva asintió—. El Dr. Geissler es el único que entiende completamente el proceso y es demasiado complejo como para simplemente sacarselo a base de tortura y dárselo a alguien más. Pero no hay forma de que hiciera voluntariamente lo que Chernikov está pidiendo. A estas altura, ya habría encontrado media docena de oportunidades de matarse con el equipo de allá abajo y no lo podrían haber detenido. Algo trama.

Stillwell mantuvo sus ojos fijos en Geissler. Estaba poniendo algo en la cabeza de SCP-1041—. Así que esperamos.

Nechayeva metió de golpe el cartucho del rifle—. Así que esperamos,— contestó— ¿Tienes experiencia de combate?

Stillwell asintió—. Desde Tarawa a Okinawa.

Ella consideró su respuesta. Concluyó sus pensamientos al meter la mano a su abrigo, y sacando su pistola. Se la ofreció a Stillwell, con la culata viendo hacia él. Stillwell la tomo, abriendola para echar un vistazo.

—Tres balas, —dijo echando un vistazo al cargador—. Gracias. —Su voz era sincera

Nechayeva señaló con la cabeza su férula—. Ese brazo no te será muy útil. Tomaré el rifle.

Coogan revisó su trabajo. Tronó sus nudillos


Ella sólo podía quedarse quieta mientras la energía fluía a través de ella. Por primera vez, su movimiento en este lugar no era suyo. Se sentía atraída, alejada de la procesión de los demás. La totalidad de este lugar, sus reglas nunca claras para empezar, estaban siendo puestas en desorden. Fragmentos de otras vidas tan breves como instantes revolotean a su alrededor, sin sentido ni contexto para ninguno de los recuerdos que se esparcen en lo alto de un cielo sin fin. Un pastel de cumpleaños. Tres hombres en un callejón. Un perro saltando a un río. El olor de la loción para después de afeitarse. Bombarderos sobre un pueblo.

Una aburrida y roja baliza en la oscuridad. Parece una persona. Flota, o corre, o nada o se arrastra hacia ella, y no pasa mucho tiempo antes de que esté claro que es una de ellas. La que Chernikov quiere. La que no debería salir.

Las imágenes memoria se intensifican aquí. Un hombre gigante asomándose por encima, con los puños en camino para caer. Una celda olvidada, abierta a los vientos de una ventisca. Billetes de 500 rublos manchadas de sangre derramándose desde un maletín. Un hombre con estrellas tatuadas en sus rodillas. Pistolas. Cuchillos. Fuego. Se acerca más, temblando por los sentimientos de odio que pulsan desde la roja aparición, enfermándola hasta la médula. Todas las imágenes comienzan a unirse en una misma escena. Tierra congelada. Cráteres. Cadáveres retorcidos, tanques quemados. Columnas de humo en el horizonte, toda una manzana de la ciudad en escombros, la pila más alta de tres metros de altura. Está lo suficientemente cerca para ver que está gritando.

De todas las conexiones en este lugar, esta podría ser de la que ella deseaba deshacerse antes. Pero eso se empequeñecía hasta la nada por la sofocante sensación de terror que está sintiendo ahora, al ver cómo la arrancaban a la fuerza de lo desconocido a lo incognoscible. La energía que estaba reordenando todo está enfocada en la mujer roja ante ella, dentro de ella. Está siendo llamada a otro lugar. Se siente como si la estuvieran sosteniendo al revés sobre un acantilado. Se observa a sí misma, la única cosa más temible que lo que está sucediendo es el pensamiento de tocar el tenue espectro rojo, irradiando su rabia potenciada por el miedo.

Su pecho está martillando, mirando la escena. Se siente débil. Siente como si se fuera a desmayar, pero sus impulsos primordiales luchan contra la sensación de perder la conciencia. Ella no se atreve a dejar que sus ojos se cierren, debe mantener su conciencia antes de que sea robada para siempre por la oscuridad. Está de rodillas, con las manos sobre las orejas para bloquear el grito silencioso de su hermana idéntica mientras es arrancada, la oscuridad nadando ante sus ojos, sintiéndose atraída al mismo lugar pero arraigada al lugar en el que está al mismo tiempo.

En el nivel más básico que los seres vivos pueden conocer, ella sabe que esto es morir. No es pacífico.

La mujer roja asciende, o desciende, o se disipa, y su terror al contacto se evapora mientras se agarra a la aparición, desesperada por mantenerla en su lugar, temerosa del agujero que quedará dentro de ella. Sus manos no pasan por nada, la alegre voz del hombre odioso resonando ahora cuando algo en su reino se rompe, un estruendo que se abre, un trueno silencioso que sacudiría las colinas en pedazos si alguna vez golpeara en el mundo real. Una luz ardiente inunda su mundo, luz que nunca debió brillar aquí, la luz de una estrella alienígena que despoja a sus mundos del cielo y del suelo y de todo lo que hay en medio. El pedazo de ella que ha sido elegido se expande repentinamente, su furia se convierte en radiación de fondo, quemando la totalidad de este universo interior, consumiéndolo todo pero sin matarlo, inexplicablemente. Si hubiera algún sentido en este mundo, su carne habría sido destruida por la energía que sostiene este odio, pero aquí está ella, viendo su propia aniquilación, y justo cuando todos los demás conceptos e ideas y cualquier cosa son abrumadas por el singular y ardiente ánimus a todo lo que ha vivido y vivirá, la mujer roja se ha ido. El mundo ha vuelto.

Ella ha muerto. Esta es la primera vez que una de ellas ha muerto. Ella no puede comprenderlo. Todo lo que es capaz de hacer es sostener sus manos en su cara, sus ojos apretados tan fuerte que no quiere abrirlos para ver si sus palmas están cubiertas de lágrimas o de sangre. Todo lo que puede decir es un chillido agobiante y sofocante cuando encuentra su aliento, entre un sollozo y un grito.

Un pensamiento, suministrado por una de los otras aquí, la primera en recobrar el sentido.

Que Dios ayude a quienquiera que esté ahí fuera.


EXCLUSIVO SOLAMENTE - GRU-P AUTORIZACIÓN DICIEMBRE

RESUMEN DE GRABACIÓN RECUPERADA - INCIDENTE DEL SITIO-7

0113 - MAYOR CHERNIKOV TERMINA COMENTARIOS INTRO.

0115 - PROCEDIMIENTO INICIADO

0117 - VISIBLE BRILLO ROJIZO SE FORMA ALREDEDOR DEL SUJETO DE INVESTIGACIÓN

0121 - RAYOS DE ELECTRICIDAD APARECEN ESPORÁDICAMENTE ENTRE EL SUJETO DE INVESTIGACIÓN Y SUJETO DE TRASPLANTE. SE ESCUCHAN VOCES FUERA DE CÁMARA INDICANDO QUE LA ACTIVIDAD ES NORMAL

0123 - BRILLO ROJIZO PARECE MOVERSE DE SUJETO DE INVESTIGACIÓN A SUJETO DE TRASPLANTE

0124 - SUJETO DE TRASPLANTE EXPLOTA

0125 - GRABACIÓN TERMINA

0126 a aprox. 0230 - PRESUMIBLEMENTE TRANSCURRE EL RESTO DEL INCIDENTE DEL SITIO-7

FIN


Estoy bañado en sangre humana. Toda la galería está pintada roja por el recipiente. No era un recipiente adecuado para el experimento. O Geissler saboteó el experimento. Ahora me es imposible descubrir. No necesito acercarme dentro de él para saber que está muerto. El anillo de cuerpos alrededor de la rarita de la Fundación es prueba de ello.

El Mayor necesita mi protección. Sigue vivo. Eso necesitaba confirmar. No estoy segura de que habría hecho. Pensamientos terribles. Suprímelos.

Soy una oficial política del pueblo de la Unión Soviética. Necesito proteger a la gente quien los protegería de si mismos. Debo superarlo si hemos de superarlo.

Mejor. Hay una lonja de piel pegada en mi bota. Debo quitarla.

Estoy sosteniendo al Mayor. No puedo sacarlo como él me sacó, pero puedo alejarlo de esto. Las consecuencias de este fracaso son pensamientos terribles. Zherdev estará enojado. Suprímelos.

El Mayor debe sobrevivir. Ese es mi deber. Permitiré estos pensamiento porque me ayudan a cumplir con mi deber. Varias personas por allá detrás siguen vivas. Están en gran sufrimiento. Gritando. Matándose unos a los otros. Sangrando. Han dado sus vidas al pueblo, de una manera u otra. Los honraré después. Debo sacar al Mayor.

No es pesado como los muertos pesan. Estoy agradecida por eso mientras lo arrastro a la salida.

Se rompe vidrio. Una ventana entera se rompe. Dos… no tres personas. Armas. Cuerdas de escalada. Quieren lastimar. El Mayor no será lastimado. Los lastimare. Haré mi…


Coogan golpeó el suelo, soltando las cuerdas improvisadas hechas de sábanas atadas. Sus zapatos aplastan vidrios. No recuerda como llegó ahí.

—¿Que carajo fue eso? ¿Quién es el Mayor? ¿Por qué estoy…

—¡Quedate cerca! ¡Concéntrate! —Ladró Stillwell para que le escuchara sobre el horroroso estrépito. La gente que había sobrevivido gritaba, o chillaba, o gruñía como animales mientras se golpeaban entre sí con sus propias manos. Un hombre al que le faltaban los ojos hacía ruidos inhumanos que sobresalían por encima de la refriega.

—Ok ¡Ok! ¡Si señor! —Coogan se acercó a Stillwell, Nechayeva a su otro lado, armas en mano.

—¡Recuerden! ¡Mantengan la misión en sus cabezas! ¿Cuál es tu trabajo!

—¡Tomar a 1041!

—¿Incluso sí?

—¡Incluso si no recuerdo porque! ¡Incluso si soy alguien más!

Nechayeva gritaba ahora—. ¡Hasta que salgamos de aquí no hay barreras entre mentes!¡Tenemos que concentrarnos!

La palabra concentrarnos empezó a repetirse en la mente de Coogan. Una iglesia en ruinas apareció en su mente. Ahora era una niña pequeña, un hombre más viejo, alguien en quien confiaba, le gritaba la palabra “concéntrate”, una y otra vez. La memoria pasó a Stillwell, quien reconoció la iglesia. La Catedral de los Santos Boris y Gleb, destruida en el Sitio de Leningrado. La memoria encendió un miedo en él, de un tipo que no había sentido en mucho tiempo. Trato de evitar que las imágenes regresaran.

Nechayeva le dió una palmada a Coogan en la espalda como la señal de partir. Vió a Stillwell dudar. Lo empujo levemente. Incluso en medio de la muerte sabía lo que acababan de recordar; les tenía simpatía. Se estiró, reconcentrado y avanzó. Ella se movió al lado y cubrió la otra línea de tiro. La comisaria estaba sacando al Mayor a rastras. Perfecto. Apuntó.

De repente estaba en la jungla. El frío instantáneamente reemplazado por un calor sofocante y asfixiante, criaturas zumbando y siseando en los árboles. Su mirilla ahora era una mira telescópica. La cabeza de un hombre, mirando a otro lado, justo en su mira ¿A qué estaba esperando?

No podía hacerlo. El acto ya era suficientemente traicionero, necesitaba ver su cara. Era su oficial al mando. Era lo que le debía. El hombre volteó, hablándole a alguien fuera de vista. Las barras en el cuello de su camisa lo identificaban como un teniente americano. Eso podía notarlo independientemente del dueño de la memoria. Se atrapó de nuevo mientras sentía a la memoria presionar el gatillo y estaba devuelta en el presente.

Súbitamente no le apuntaba a nada. De reojo vio que Coogan había liberado a 1041, que no estaba consciente. Por favor que no esté muerta. El gran agente de la Fundación la echó sobre su hombro y empezaba a retirarse. No podía ver a donde fue Stillwell. Miró por encima de…

Dolor. Dolor al rojo vivo mientras un pedazo de metal se atravesada en su pantorrilla, haciendo que se derrumbase por reflejo, gritando a pesar de si misma mientras caía al suelo. Miró hacia abajo y vio un torcido trozo de grueso cableado que sobresalía de su pierna, arrancado de un ensamble en algún lugar de la explosión que acabó con el hombre de la jaula. Ella observó rápidamente lo que la rodeaba, gruñendo de dolor con cada movimiento mientras luchaba por sentarse derecha. En movimiento, enfocó sus ojos cuando una mujer apareció ante ella, observándola impasiblemente. Una corona de retorcidos trozos de metal y letales flechazos de cables desechados giraron en el aire sobre su cabeza, revolviéndose y arremolinándose como un pequeño tornado. Miró a Nechayeva. Otro trozo de cable voló desde la masa sobre su cabeza, dirigiéndose a su cara.

Nechayeva se dio la vuelta en un rápido espasmo de movimiento, el trozo de alambre se enterró en el suelo de baldosas justo al lado de su cabeza. Llevó el fusil al corazón de su adversario, sin tiempo para pensar. Apretó el gatillo. El arma hizo un clic inútil.

Maldiciendo, trató de tirar el arma a un lado, sólo para que saliera disparada de sus manos, atraída a la comisaria infernal que estaba de pie sobre ella ahora como si la hubiera tenido en una cuerda todo el tiempo. Con calma, el detrito de metal todavía dando vueltas por encima, la comisaria Rosenstein miró con curiosidad el rifle, antes de sacar el cargador, mirarlo y volver a meterlo.

—Es muy fácil atascar estas, —dijo la comisaria—. Es sólo una máquina. Como todo lo demás.

La comisaria apuntó el rifle a Nechayeva. La mira ahora sobre su corazón. Se puso a buscar detrás de ella cualquier cosa que pudiera ser un arma. Hubo tres disparos.

Salpicaduras rojas en la parte delantera del uniforme de la comisaria, en la sección media. Pequeñas gotas de sangre mientras tosía por reflejo, cayendo al suelo. Stillwell se precipitó desde atrás mientras fragmentos de metal en ruinas llovían sobre los tres desde el aire. Se inclinó hacia Nechayeva, envolviéndola con su brazo funcional y ayudándola a ponerse de pie. Su pierna ardía en llamas de agonía cada vez que intentaba poner peso sobre ella. A través del dolor, se concentró en las palabras de Stillwell.

—¡Vamos! ¡Coogan salió con 1041! ¡Hora de moverse!

Dejó caer el arma, ahora inútil con sus municiones gastadas y se movió para ayudarla a soportar su peso sobre su lado izquierdo. Se apresuraron a la salida, ella cojeando tan rápido como pudo, dejando un rastro de sangre detrás de ella, sin molestarse en comprobar los gemidos de detrás de ella. Si la comisaria pudiese reunir algún tipo de conciencia a pesar de sus heridas, estarían instantáneamente muertos. No hay razón para mirar atrás.

Pensamientos aparecieron involuntariamente en los dos agentes mientras se dirigían apresuradamente a la salida del lugar. Selvas. Ruinas. Fuego de artillería, balas de mortero. Supervivencia. Traición. Mientras corrían para sobrevivir, los recuerdos definitorios para ambos llegaron involuntariamente, otros encuentros con la muerte. Dos vidas brevemente compartidas. Ella sabía desde Leningrado que nunca se podía estar verdaderamente preparado para la muerte, pero había hecho tanta paz como podía. Eso no le impidió esperar desesperadamente que el equipo de extracción hubiera respondido a su señal de emergencia. Si las cosas habían salido bien, se encontrarían con los hombres de Petrov, así como con Spinella y Juhasz. Si no, el salir no importaba de verdad.

El sudor se reflejaba en su frente. Decidió que no vomitaría, dadas las circunstancias. Cada paso era un nuevo umbral de dolor. Habían llegado a la entrada principal.

—Continúa, —le dijo a Stillwell.

Él asintió. Gritos, gemidos y sufrimiento eran los sonidos tras ellos. Frente a ellos, Coogan esperaba, con la incosciente SCP-1041 en sus brazos.

Reunidos, el grupo de agentes abrió de golpe las puertas de la entrada. Salieron al frío.

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