Lo que se ha perdido
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Al despertar, Edith se sintió confundida y mareada. Sentía dolor en los brazos y en el cuello, cubiertos de vendajes, además de un persistente hedor a azufre en la nariz. Se encontraba en la enfermería del Sitio-34, y ya eran las últimas horas del día.1


Edith Moritz trabajaba desde hace cinco años en la Fundación, período que consideraba en términos generales bastante afortunado. En una época en que los profesionales de su área tenían grandes dificultades para obtener un empleo, ella había conseguido el suyo gracias al contacto realizado por un antiguo profesor de su universidad, una vez concluido su doctorado. Siendo lo que se denominaría una persona pragmática y racional, se había limitado a aceptar la oportunidad recibida, no tenía grandes sueños ni tendía a cuestionarse lo que vivía sino que lo afrontaba y seguía adelante, actitud que le había servido mucho en los últimos años.

Porque ver a un tipo llenar con cifras numéricas cada centímetro disponible de superficie de su celda además de su propia ropa y piel, para luego decaer en un frenesí psicótico al no poder “completar el número”, o encontrarse con un asistente de investigación incapaz de pronunciar o escribir vocales después de leer un silabario eran cosas cuando menos bizarras, pero bastante comunes en el área de trabajo en que se desenvolvía.

Por ese motivo recibió con entusiasmo su asignación al Proyecto Iocus, donde al menos dejaría de lidiar con las formas de locura más aberrantes. Edith no creía en Dios o en el Diablo, en lo sobrenatural o en lo que atentara contra las leyes conocidas, limitándose a sonreír y a mover la cabeza con incredulidad cada vez que escuchaba a otros participantes del proyecto referirse al grupo Aurus con temor y murmurar acerca de su “naturaleza diabólica”. Para ella eran solamente un grupo de estafadores, y los sujetos afectados, victimas de casos de sugestión severa, posiblemente potenciada con el uso de drogas psicoactivas. Si te administran un poco de LSD y te dicen que eres el mesías lo creerás, y cuando menos lo pienses estarás intentando caminar sobre el agua y sanar a los enfermos…


Un tipo calvo de sonrisa burlona. Una pequeña moneda de oro. Un maletín negro. Una explosión. Gritos de dolor. El tipo calvo negando con la cabeza y abandonando la habitación. Moritz comenzó a armar el rompecabezas, recordando lo que había ocurrido ese día. Quiso hablar pero tenía la lengua hinchada, impidiéndoselo. Se recostó, apoyándose en sus codos y miró a su alrededor. A dos camas de distancia se encontraba un cuerpo masculino envuelto en vendas, al parecer inconsciente, que no pudo reconocer. Tocó el timbre para llamar a un médico, desplomándose a causa del esfuerzo.


— Edith, creo que con los tratamientos adecuados no deberían quedarte cicatrices en la piel. A pesar de que tus lesiones han evolucionado favorablemente, preferiría que pases esta noche en observación, debo confirmar que no sufriste quemaduras en las vías respiratorias a causa de la inhalación de gases a altas temperaturas.

Moritz se limitó a asentir en silencio, deseando que tan sólo la dejaran seguir descansando.


A pesar de los analgésicos recetados, los primeros días de reposo en su departamento fueron una mezcla de dolor y frustración. Pocas veces en su vida Moritz había pasado más de un par de días de inactividad, pero en su estado hasta teclear en su computadora le resultaba un suplicio. Durante esos días, Andrea, su novia, había sido un gran apoyo, cuidándola y ayudándola con las acciones más sencillas como comer e ir al baño. Había tenido que mentirle, diciéndole que sus heridas eran consecuencia de un accidente con una cafetera de la sala de descanso; odiaba tener que hacerlo, pero Andrea no pertenecía a la Fundación y no quería ocasionarle problemas a ambas. Se sentía inútil y molesta, estando además preocupada por las consecuencias de lo ocurrido.

Sólo cuatro días más y podría volver a trabajar.


El correo había llegado la noche anterior y su mensaje era claro. Antes de volver a sus labores habituales debía reunirse con el Director de Sitio, con quien discutiría su situación actual.

Esa mañana tras recibir los saludos y muestras de afecto de sus compañeros por su retorno, se dirigió a la reunión. Se había enterado acerca del fallecimiento de Isaac Moro y de las lesiones sufridas por Iván Marino como consecuencia del incidente del Sector 5, por lo que creía que muy posiblemente la sacarían del proyecto y degradarían, llegando incluso a expulsarla. Quizás lo mejor sería renunciar ahora y dejar la Fundación atrás.

— Moritz, me alegra que estés de vuelta. ¿Cómo te has sentido? — preguntó el Director.

— Estoy mejor, gracias, ya casi no me duelen las quemaduras. — tras una breve pausa, continuó — Señor Director, sólo hoy me he enterado de lo que les ocurrió a los agentes de seguridad Isaac Moro e Iván Marino, de verdad lo lamento muchísimo. Esto fue consecuencia de mi error y estoy dispuesta tanto a abandonar el proyecto como a dejar la Fundación.— concluyó Moritz.

Ante su incredulidad, el Director replicó:

— Eso de nada nos serviría. Despedirla sería, por una parte, negar sus aportes a nuestra organización, y por otra, desaprovechar una oportunidad. Porque ha sido una de las pocos miembros de la Fundación que ha tenido contacto con uno de esos bastardos de Aurus y que ha vivido para contarlo. No niego que nos falló, pero su castigo, si se puede llamar así, será que continuará siendo parte del Proyecto Iocus, es posible incluso que sus labores y responsabilidades aumenten. Puede que deba ser parte de misiones de campo, eso se le informará en su debido momento.

— ¿De acuerdo, Moritz?

Tras guardar silencio por lo que pareció durar una eternidad, Moritz respondió:

— De acuerdo, señor.


Después de insistirle por un par de meses, Andrea finalmente logró convencerla de que salieran esa noche de sábado, para celebrar su recuperación del accidente que había sufrido. Le decía que eso la ayudaría a relajarse y a combatir la melancolía que tendía a abrumarla. Fueron al cine y a un restaurante italiano que le gustaba a ambas, y luego a bailar a su discoteca favorita. Moritz normalmente se lograba relajar tras un par de mojitos o de margaritas después de lo cual se dejaba llevar por la música y bailaba animadamente, pero esa noche era distinto. Culpaba al estrés, al cansancio, incluso a las secuelas no visibles de lo que había sufrido, pero no lograba disfrutar el momento.

Conforme pasaba la noche al fin pudo comprender lo que había perdido.


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