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Despertar me resulta difícil. El sol acaba de ocultarse y me duelen los brazos, las piernas y la cabeza… El día de hoy, 26 de junio, será la primera vez que dormiré en la calle desde que mi casero me echó con nada más que un chocolate como "regalo", y un "a partir de ahora serás un parásito callejero". Ah… Hace frío. Tengo frío. Pero no importa: No voy a dormir todavía. Podría dar un paseo y aprovechar para ayudar a algunas personas en el camino. A esta hora de la noche, las únicas personas que andan fuera son las que necesitan ayuda. Hace años que las noches no están tan animadas…
Deambulo por zonas residenciales sin cruzarme con nadie durante al menos una o dos horas. Cuando me acerco a una zona más animada, escucho que alguien vomita en un callejón cercano sin salida. Estupendo. Bueno, no, no es estupendo. Pero tengo que ayudarlo. Camino hacia el callejón.
—¡Vine a ayudar!
Y vuelve vomitar. Me acerco a él, le sujeto por el estómago y trato de enderezarlo.
—¿Cómo estás?
—Agh… He tenido mejores… noches.
—Tranquilo, tranquilo, yo te ayudo —le dije, tratando de enderezarlo—. ¿Qué te pasó?
—Me despidieron… del trabajo y me… metí al alcohol.
—Eso nunca es una solución, ¡vamos! ¡Ánimo, vas a encontrar trabajo!
—Eso es… lo que yo habría opinado… si mi mujer no hubiera tomado la oportunidad de dejarme esta noche… Recorrí los bares… y me echaron fuera.
—¡Ánimo, ánimo! Te voy a acompañar, vamos a sentarnos.
—Gracias…
Le ayudo a moverse, poco a poco, con cuidado. Luego, recostándolo contra una pared, lo hago descender, poco a poco. Finalmente, me suelta y se sienta en el suelo… No. ¡No, no, no, no, no, no, no, no, no! ¡No me dí cuenta, no! Se cayó, yo… La alcantarilla estaba abierta, y son treinta metros de profundidad… Estaba demasiado borracho como para nadar… ¡No no no! ¿Qué hice? ¡No! ¡Sólo había venido a ayudar, no!
Hiperventilo, corro, huyo de la escena del crimen. ¡Sólo quería ayudar! Sólo quería ayudar. Sólo quería ayudar… No dejo de correr hasta que el cansancio se impone al pánico. Todavía no lo comprendo. ¡He causado la muerte de un hombre! ¡Está muerto! Yo… Yo sigo vagando, sin rumbo, durante unas horas, en mitad de la noche. Es terrible lo que acaba de pasar. Necesito enmendar mis errores. Tengo que ayudar.
Oigo un grito en una calle contigua. Corro.
—¡Vine a ayudar!
Una joven persigue a un hombre que lleva un bolso en una mano y un cuchillo en la otra. ¡No se saldrá con la suya! Me atravieso en su camino, lo tacleo y lo tiro al suelo. Cuando me incorporo, veo el horror: Se había clavado el cuchillo en el pecho. Había muerto en el acto. Me siento menos culpable, es extraño. Probablemente se lo merecía. Recojo el bolso y se lo devuelvo a su dueña, teniendo mucho cuidado de mantenerla suficientemente lejos del ladrón, que Dios le perdone.
—Se cayó y se desmayó. Voy a llamar a la policía.
Miento, por supuesto. No tengo celular desde hace mucho tiempo porque la tarifa es demasiado cara.
—Gracias, señor. Gracias desde el fondo de mi corazón, tengo toda mi vida aquí dentro.
Le devuelvo su bolso y le doy la mano. Me doy la vuelta para irme y… ¡No, no, no! ¡Está sangrando! Rápidamente, hurgo en la bolsa que ha caído al suelo… El teléfono… Un código… No importa, marco el 18… ¿¿¿Por qué no contestan??? ¿Por qué tuvo que atorarse con mi chaqueta…? Su cráneo fue lo primero en golpear el suelo… La sangre se esparce y se desliza entre los adoquines… Yo… Yo… ¿Otra vez? ¿Por qué otra vez? Vuelvo a correr, tan lejos como puedo. Tengo que escapar. Mañana me van a buscar. Da lo mismo, tengo que ganar algo de tiempo. Mi pánico se agrava con el miedo y el estrés. Corro para olvidar, corro para huir. Sólo había venido a ayudar.
Después de una media hora - no creí tener tanto aguante - me detuve y reanudé mi marcha. Pienso en otra cosa para olvidar. Mis padres, quienes ciertamente no me extrañan. Esos cabrones. Mi mujer, que seguro me extraña desde allá arriba. Aunque no tengo prisa por reunirme con ella.
De repente, otro grito. Me entran dudas, pero mi instinto se apodera de mí.
—¡Vine a ayudar!
Una mujer de unos cuarenta años está atrapada en su coche. Intenta salir, pero parece demasiado asustada como para sólo tratarse de alguien que acaba de quedarse encerrada en su coche. Me asomo dentro: Un líquido amarillento está manando. Mi nariz huele vómito, cosas podridas… ¿jugo gástrico? No, no es posible… No hay tiempo para pensar, jalo la puerta para abrirla, pero está atascada. Miro a mi alrededor y encuentro una barra de hierro. Me quedo quieto unos segundos. Le voy a hacer daño si uso ésto, ¿verdad? Cambio de idea. No me importa mi propio bienestar. Voy a ir a lo seguro. Uso mis puños, golpeando el cristal con todas mis fuerzas, al tiempo que el líquido sigue aumentando y ya le llega al cuello. Ella grita, pero finalmente la ventana se rompe y logro sacarla. Los vidrios rotos la lastiman un poco, pero sale sana y salva.
—¡Gracias, muchas gracias! Es otra anomalía del demonio…
—¿Una anomalía? ¿A qué te refieres?
—Oh, es que… Espera, voy a sentarme un momento, si me disculpas… ¡Anda, tú también! me invita, indicando el borde de la banqueta, a su lado.
— ¿Qué pasa? ¿Qué son esas "anomalías"?
—Los horrores aparecen por la noche. Durante el día, todo el mundo se olvida de ellos, pero por la noche están ahí. Siempre son aterradores. Es como si su único objetivo fuera hacernos daño.
Me río un poco, pero dejo de hacerlo al ver la mirada seria - y algo desaprobadora - de la mujer.
—¿En serio? —pregunto, sorprendido.
—En serio. En este momento me crees porque la viste. Pero dentro de… —Hace una pausa para mirar su reloj—. Treinta minutos, olvidarás lo que has visto y pensarás que acabas de salvarme de una típica avería en la cerradura del coche, o algo así.
—Yo… Yo no quiero olvidar.
—Así son las cosas.
—Y tú… ¿no olvidas?
—Yo… lo preferiría, a veces. Pero he sufrido mucho… Eso no se olvida. Afortunadamente, encontré gente que me ayuda. ¿Conoces la Fundación SCP?
—En absoluto.
—Toma.
Me entrega una especie de tarjeta de negocios, con la frase "Quizá una noche te des cuenta de que tus pesadillas son reales. Esa noche, llámanos. 10-9781-2290".
—Yo… no lo puedo creer.
—En veintiocho minutos, no vas a creerlo. Oye, ¿tienes algo de comer? Me muero de hambre.
—Sí, sí, tengo ésto… —le digo, y le doy la barra de chocolate de mi antiguo casero—. Mi casero me la lanzó antes de echarme.
—Oh… Lo lamento mucho… Muchas gracias de todos modos, pero lo vas a necesitar más que yo, no puedo aceptarlo.
—Adelante, adelante… Un chocolate no me va a servir de comida. Me las arreglaré.
—Yo… muchas gracias —dice, cogiendo la barra.
Ella le da una mordida, luego otra y luego las demás. Seguimos charlando durante unos diez minutos. Y…
—¡Au! ¿Qué tenía esa barra?
—Chocolate… Al menos eso es lo que decía la envoltura.
—Me duele mucho… Me…
¡No! Ella… Yo…
Esta vez no salgo corriendo. Hay un cuerpo sin vida a mi lado. Qué mal. Cuatro cadáveres en una noche son demasiados. Prefiero contarlo en la cárcel… ¡Además, si resulta ser verdad, lo olvidaré todo en veinte minutos! Quizá sólo se trate de una anomalía que me sigue, que quiere hacerme daño, algo invisible que me tortura… Me sentaré aquí y esperaré a que amanezca. Eso es, el sol está saliendo… ¿Qué? No, no, no, no, no, no… ¿Qué está pasando? ¿Qué está pasando? ¿Qué está pasando…? ¿Mi pierna está… desapareciendo? ¿Mis manos, mis brazos? ¿Mis manos, mis brazos? ¿Qué? Yo no… ¡Pero no es posible! ¡Tengo recuerdos, seres queridos! No puedo… Yo… ¡Yo sólo venía a ayudar! Soy humano, no… No quiero hacer daño… Vine a ayudar…
Despertar me resulta difícil. El sol acaba de ocultarse y me duelen los brazos, las piernas y la cabeza… El día de hoy, 27 de junio, será la primera vez que dormiré en la calle desde que mi casero me echó con nada más que un chocolate como "regalo", y un "a partir de ahora serás un parásito callejero". Ah… Hace frío. Tengo frío. Pero no importa: No voy a dormir todavía. Podría dar un paseo y aprovechar para ayudar a algunas personas en el camino. A esta hora de la noche, las únicas personas que andan fuera son las que necesitan ayuda. Hace años que las noches no están tan animadas…