Se Necesitan Dos
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Me recuesto en la colina y contemplo el cielo. Las estrellas danzan bajo las nubes irregulares, sin arrojar su luz ni arriba ni abajo. Estuve en el comité que diseñó las estrellas. Tuvimos dos días para averiguar qué aspecto debían tener, y reconstruirlas a partir de las alusiones y metáforas fragmentadas que aún quedaban. ¿Parecían ojos? ¿Vidrio? Mi propuesta era la de numerosos soles, atenuados hasta darles un brillo cristalino, lo suficientemente cerca como para ver sus ondulaciones y movimientos en el cielo. Elegimos la propuesta de Brandt: Finos filamentos de luz elástica. De vez en cuando se reconfiguran en agentes meméticos, en proyecciones que se refuerzan a sí mismas. Creo que eso fue lo que le valió la aprobación en primer lugar. Ciertamente no fue su valor estético. ¿Brandt sabía eso? ¿Es eso lo que pude ver en las estrellas de sus ojos?

—¿Por qué pensaría que mi nombre era Jenkins? —Le pregunto a Annette. Está tumbada a mi lado, acabándose una barra de proteínas. Yo ya he comido, aunque ya he olvidado qué—. Ni siquiera tenemos un Jenkins en el departamento de memética.

LO SÉ.

Ahora estamos más tranquilos, fuera del sitio. Caminamos durante una o dos horas hacia la ciudad, mientras yo me quejaba todo el tiempo. Finalmente, acordamos que nos habíamos alejado lo suficiente del peligro por esta noche. Ahora se toma su tiempo para comunicar sus mensajes: Palabras completas, signos de puntuación, pequeñas pausas entre palabras o para enfatizar. Nunca le había visto así, pero tiene sentido. La comunicación no puede ser puramente funcional; debe tener algo de arte. Annette debe compensar esto de otra manera.

NO CREO QUE A ÉL LE IMPORTARA.

—A mí me importaba, en todo caso. ¡No puedo creer que no haya reconocido a su empleado favorito!

¿Y QUIÉN ERA ESE?

Suspiro. A mi lado, Annette suelta una tos áspera.

Otro día. Volvemos a caminar. Para mantenerme ocupado empiezo a construir el descondicionador, pieza por pieza. Si lo hago despacio, y no miro nunca el producto final, me irá bien. Acabará metido en una cajita. El problema es abrir la caja. Creo que Annette lo sabe, pero no me ha dicho nada. ¿Por qué no? ¿Acaso se preocupa de que me vaya a morir por su culpa? Me empieza a doler la cabeza. ¿De qué sirve un sacrificio heroico si nadie lo ve? Me permito imaginar el momento: La caja abierta, el mundo desvaneciéndose en la oscuridad. Annette de pie junto a mí, con el dolor por fin aliviado. Mi egoísmo me enferma.

Más o menos a la mitad del día nos detenemos en una carretera que lleva a la ciudad. Me derrumbo grácilmente.

NO CONSEGUIRÁS SUBIR LA COLINA.

Annette señala hacia la colina, más allá de la ciudad.

—No —jadeo—. Dios, no.

CONSEGUIREMOS UN COCHE EN LA CIUDAD.

Prácticamente algo fácil de decir para Annette. Sigo jadeando en el suelo. Annette pone los ojos en blanco, lo juro. No sé de dónde ha sacado eso.

CONSEGUIRÉ UN COCHE EN LA CIUDAD.

—Gracias, Annette.

SÍ.

Y luego se va, corriendo como un guepardo. El dolor regresa. Siento que las lágrimas se escapan de mis ojos. Me permito imaginarme de nuevo la negrura acercándose. Cierro los ojos y veo estrellas.

Annette me sacude. Me incorporo, con los ojos desorbitados.

—¿Hay alguien aquí? ¿Pasa algo?

Annette señala con el pulgar por encima de su hombro. Yo no veo nada. Miro a mi alrededor y, detrás de mí, veo un coche, ligeramente usado.

—¿Prestado?

ROBADO.

Dentro del coche. La carretera está vacía, incluso tan cerca de la ciudad.

—¿Para quién es esto? —Pregunto, mientras miro por la ventana.

¿AHORA PREGUNTAS?

—Había asumido que era para un O5 —digo.

YA SABES LO QUE DICEN SOBRE ASUMIR LAS COSAS.

Otra excusa.

—Me sorprende que lo sepas —digo.

EL INGLÉS ES MI IDIOMA NATAL.

Parpadeo. Annette suelta una larga tos rasposa. Finalmente me doy cuenta de que se está riendo. Yo también me río. La risa se corta.

ELIZABETH WILLIAMS. ¿LA CONOCES?

Cierro los ojos y me inclino hacia atrás.

—No lo creo. ¿No es una memetista?

JAMÁS. TOPOLOGÍA APLICADA.

—No, nunca tuve muchas razones para conocerla. —Abro un ojo—. ¿Qué representa ella para ti?

¿QUÉ ES PARA TI?

Dejo que mis cejas se eleven y cierro el ojo de nuevo.

—Ya veo.

Me siento como un intruso en la carretera. Debería tener tráfico. Debería haber gente viviendo bajo los puentes. No hay nadie. Las carreteras aún no han tenido tiempo de deteriorarse; cuando finalmente llegue el final, imagino que sucederá poco a poco, a medida que las plantas y los brotes pequeños exploren las grietas de la superficie. ¿Quedará la grava, en pequeñas franjas? Mi dolor de cabeza ha empeorado. Puedo sentir algo en tensión, en lo más profundo de mi cabeza. Alguna viga o plataforma que soporta más peso del que debería. Pequeños crujidos. Creo que las cosas se están poniendo muy mal. Mi entorno ya es menos claro, menos vívido. Intento pensar en el lugar donde dormí antes. ¿Puedo recordar algo al respecto? ¿Qué había allí? No lo sé. Vuelvo a mirar. Annette sigue en su sitio, como siempre, al menos. Tiene un traje de combate negro. Un pequeño disco negro en la muñeca. Ojos claros de cristal. En una semana, tal vez dos, serán todo lo que quede.

Entramos a la ciudad. Hay gente aquí, ahora. Acaban de aparecer, en el espacio entre los segundos. Hoy todo el mundo está afuera. Hay mucha luz, de repente. No recuerdo que hubiera tanta luz antes.

Todos están en grupos de tres. A veces, dos hombres rodeando a una mujer, a veces dos mujeres rodeando a un hombre, a veces sin ningún orden. Las formas de las personas son imprecisas; descubro que mis ojos se desvían de ellas, y mi dolor de cabeza sigue aumentando de intensidad, poco a poco. La carretera está atascada de coches abandonados. Los caminantes no los ignoran, ni siquiera se fijan en ellos, y pasan por encima y alrededor de ellos de forma que me duele la vista al verlos. Mi dolor de cabeza se ha convertido en una migraña atronadora. En el interior de uno de los coches puedo ver imágenes borrosas.

Annette trata de hacer pasar el coche.

TENEMOS QUE CAMINAR.

Asiento con la cabeza. Siento que el sudor se me escurre por la cara.

Salimos del coche. No puedo percibir nada de atención por parte de los borrones. Eso es bueno. Me tambaleo por unos pasos y empiezo a caer antes de que Annette me atrape. Conseguiremos avanzar unas cuantas cuadras si me apoyo en su hombro. No sé si eso será suficiente. Cada paso parece que me quita más y más. Quiero vomitar. Quiero acostarme. Tengo sed. Mi dolor de cabeza empeora. Seguimos. Seguimos.

Estoy en el suelo. Una mancha está ahora sobre mí. Extiende un brazo y dicen algo. No le entiendo. Parece que está alternando entre el inglés y otro idioma. Vuelve a hablar. ¿Dónde está Annette? Me incorporo. Un peso cae sobre mi hombro.

… Solo quiero que sepas que, si nunca nos volvemos a ver, te amo profundamente.

Esas son mis propias palabras. Pensé que sería una buena idea, hace más de un mes. Que, aunque el final llegara rápido, no tendría remordimientos. Estúpido. Fue una idea estúpida. Mis propias palabras.

—¿Annette?

Me vuelvo a caer.

—¿Annette?

Alguien me agarra por las axilas y casi grito. Siento que algo en el extremo de su brazo golpea mi pecho.

ADENTRO

Me arrastra por la acera, con mis talones a rastras. No es bueno para mi náusea. Siento que mis talones se atoran una, dos, tres veces con algo, y luego estamos adentro. Annette me suelta. Intento levantarme y vomitar.

El suelo está frío y liso. Me está calmando el dolor de cabeza. Creo que el vómito ha ayudado. Me levanto sobre los extremos de mis brazos y miro a mi alrededor. Estoy dentro. Debe haber sido una casa. Los huecos en las paredes dejan entrar el aire fresco y la luz. Recorro las paredes con los brazos. Son ásperas y con relieve. El viento que silba a través de los huecos de las paredes crea una melodía alegre. Un silbido sale volando de mis dientes. Salgo a una gran zona común. Hay gente por todas partes, entrando y saliendo. Pero la mayoría está descansando, en el suelo, en las paredes, entre ellos. Hay risas, como el tintineo del viento. Cierro los ojos y veo estrellas. ¿Dónde está Annette?

Me guían al centro de la sala. En lo alto miro hacia abajo y veo que el espacio continúa. Las personas (¿la persona?) me llevan (¿lleva?) hasta la comida. Estoy hambriento. Como. Hay música. ¿Desde cuándo hay música? Pero hay música. Están creando música.

Alguien me agarra por el extremo del brazo. Es Annette, firme y real.

VAMOS

El suelo tiembla. Me jala tras de sí, con fuerza. Esa cosa en el extremo de su brazo comienza a zumbar de nuevo.

—¿Qué está pasando? —Más golpecitos.

Hay un rugido, y un destello de luz. Annette me golpea y caemos al suelo, el viento se abalanza sobre nosotros y nos hace estallar. No hay nada más que sonido. Se detiene. Nos paramos. A lo lejos, en el lugar en el que se alguna vez estuvo el Sitio, hay una nube en forma de hongo que se eleva lentamente. Dentro de ella, veo estrellas. Cierro los ojos y veo estrellas.

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