En las Garras de la Vida

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Una mujer miraba cómo el pecho de su padre subía y bajaba desde la silla junto a la cama del hospital. El monitor del ritmo cardíaco pitaba al ritmo de la canción que ella escuchaba a través de sus auriculares. Ella deseaba poder pasar su última visita charlando, pero eso era difícil de hacer con él estando inconsciente. Además, terminaría repitiendo la misma introducción que en las últimas veintitrés visitas. Todo el:

"Hola."

"Hola, ¿nos conocemos?"

"Sí, soy… Soy tu hija."

"¡Eso no puede ser, yo tengo dos hijos!"

Esperar un momento.

"Bueno, sí, también tuviste dos hijos. Pero también me tuviste a mí".

"¿Dónde están?"

"Eric se encuentra trabajando en una operación de campo ahora mismo, así que no puede venir. Y… Bueno, Tony ya no está con nosotros. Pero yo sigo aquí".

"¿Eric y Tony? Pensé que mis hijos se llamaban Andrew y Joseph."

"No, pero— en realidad no importa."

"¿Puedes llamar a la enfermera por mí? Creo que mi cama necesita reajustarse."

"Claro, papá."

Levantarse para irse.

"Espera, ¿cuál era tu nombre?"

"Joyce. Me pusiste Joyce."

Y luego llamar a la enfermera. Joyce había pasado por lo mismo cada vez que lo visitaba. Excepto esta última vez. Cada una de esas veintitrés veces, Joyce sentía una punzada en el pecho y deseaba que su padre se volviera a dormir. Pero ahora Joyce consiguió su deseo, y se dio cuenta de que veinticuatro es un número más bonito que veintitrés. Una lástima que perderían la oportunidad.


Diez soldados entrenados se acercaron a un almacén polvoriento cerca de los muelles. El golpe de las olas contra el litoral rocoso se llevó consigo cualquier ruido producido por el DM Iota-10. El equipo se alineó junto a la entrada trasera.

El Capitán Eric Michaels levantó dos dedos y un pulgar. Una instrucción. Tres.

Retrajo su pulgar, dejando los dedos. Dos.

Uno.

Michaels pateó la puerta y Marquez lanzó una granada aturdidora. El equipo se tapó las orejas y se alejó de la puerta el tiempo suficiente para que la granada estallara —¡BANG!— y entonces entraron a la carga detrás de ella. Armas afuera. Balas rociadas.

Algunos guardias cayeron al suelo. Otros se escondieron detrás de las cajas de la marca Marshall, Carter & Dark. El resto apuntó al pecho.


Al terminar la canción de Joyce, se levantó de su asiento. Miró a la enfermera, educadamente apoyada en el marco de la puerta. Joyce no podía recordar cuánto tiempo llevaba la enfermera parada allí. Podrían haber sido minutos, podrían haber sido horas.

"Ya casi es hora."

"Sí, lo sé", contestó Joyce. Volvió a mirar a su padre. Sostenía una de sus almohadas cerca, como un niño con su osito de peluche favorito.

"Cierto. Estoy en camino", se dijo a sí misma.

"Te avisaremos cuando termine". La enfermera se dirigió a Joyce, la cual salió a medias de la habitación. Joyce se negó a llorar, pero eso no le impidió temblar. Se sentó en la sala de espera y se meció de un lado a otro, tratando de calmarse. Le había ido peor en su trabajo de diario. Ya había perdido vidas antes. Demonios, ya había perdido a su propia familia antes. Aunque, se siente menos real cuando son destrozados por abominaciones supernaturales, o sucumben ante peligros meméticos.

"¿Por qué tiene que sentirse tan…?" ¿Real? ¿Concreto? ¿Palpable? ¿Genuino?


Michaels salió de detrás de un montacargas y disparó unos cuantos tiros a los hombres que estaban frente a él. MC&D debía haber duplicado su personal desde la última redada. Ya se le habían acabado las balas y su equipo se estaba quedando sin ellas. Un rápido escaneo contó unos doce objetivos restantes. Michaels se giró hacia el soldado que estaba a su lado.

"Turner, cúbreme."

"¿Adónde se dirige, sargento?"

"¿Ves esa caja de ahí?"

"¿Sí?"

"¿Cuánto apuestas a que este cargamento es parte de un pedido de armas?"

Turner abrió la boca para hablar, pero Michaels puso su dedo en sus labios.

"Pregunta trampa. Nunca me digas las probabilidades".

"Sólo ponte en marcha."

Michaels sonrió y corrió hacia su premio mientras Turner lanzaba otra ronda de balas. Un dolor agudo recorrió su pierna. Un disparo limpio a través de la pantorrilla. La adrenalina lo llevó a la caja. Cortó las correas con su cuchillo táctico, y luego le disparó al candado. El costado de la caja se abrió por sí solo. La sonrisa de Michaels se hizo un poco más amplia.


"¿Tan tranquila?" Joyce levantó la vista para ver a Niklo: "Lo siento, pensé que valía la pena entrar para ver cómo estabas. También el coche se estaba volviendo sofocante."

Niklo se sentó al lado de Joyce. Él se había ofrecido para llevarla de regreso cuando el asunto estuviera hecho, ya que probablemente ella no estaría en un buen estado para estar segura al volante.

"También ayuda el que tenga un nombre. No un número", continuó Niklo.

"No ayudas".

"Lo siento, pensé en apartar tu mente de esto."

"¿Puedes callarte? ¿Por favor?"

"Claro, lo siento."

Joyce volvió a mecerse mientras Niklo la observaba. Se volvió a poner los auriculares, pero no tocó nada de música. Sólo quería que la presión sobre sus oídos le diera esa sensación de aislamiento, la ilusión de estar sola en una habitación llena de gente.

"¿Estás segura de que tienes que estar aquí para esto? Podemos sólo—"

"¡Dije que te calles! ¡No es a tu padre a quien estás desconectando! ¡Así que sólo cállate!" La sala de espera se quedó en silencio. Joyce miró a su alrededor, el color se fue de la cara. Justo cuando su mirada dio con la entrada, llegó la enfermera, también pálida.

"Umm… ¿Sra. Michaels?"

"¿Sí?"

"Creo que al doctor le gustaría mostrarle algo."


Michaels agarró uno de los cuatro dispositivos. Después de desenredar los tubos, cables y cubiertas plásticas del dispositivo, logró agarrar la cosa. Michaels estaba a punto de romper todas las reglas que le machacaron en la cabeza durante el entrenamiento.

Se levantó de detrás de las cajas y apretó el gatillo. No hubo retroceso, ni ruido, nada. Excepto un gran agujero que se abrió en el guardia de seguridad al que Michaels apuntó.

Ahora, limpiar y repetir.

Michaels apuntó para hacer otro disparo. Una bala le dio a uno de los tubos. Michaels se desplomó, empezó a gritar y trató de sostener el lado de su cuerpo que simplemente ya no estaba.


Joyce fue casi corriendo hacia la habitación. Ella abrió la puerta.

Un solo y largo pitido sonó en sus oídos. El monitor cardíaco ahora estaba plano.

El padre de Joyce la miró desde la cama del hospital. Finalmente despierto.

"¿Quién eres tú?"


Después de que el tiroteo se detuvo, los gritos de Michaels aún se podían escuchar en todo el edificio. Incluso con toda la pérdida de sangre, gritó. Incluso con un agujero en el pulmón izquierdo, gritó. Lo sintió. Y siguió sintiéndolo. El mundo estaba todo borroso, pero aun así dolía. Le dolía mucho.

Y cuando Michaels fue llevado por su escuadrón, que simplemente no sabía qué más hacer con el hombre, los gritos y los gemidos de los demás resonaron por todo el almacén. Todos aquellos con plomo en sus pechos, cabezas, brazos, piernas, pulmones, corazones, pies, ojos. Todos se retorcían en las garras de la vida.


Aquel día
La parca dejó su guadaña
Entregó su manto
Se despidió de las masas
Y silenciosamente se retiró

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