Hola, Niñita
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Nos dirigimos al Bloque-D, atravesando los pasillos periféricos para evitar a los últimos rezagados. Annette puede resistir bastante, pero ahora me tiene que tener en cuenta. Los oídos rellenos de toallitas de papel no pueden aguantar mucho tiempo. Va delante de mí, con la mano izquierda apoyada en la pared y el cuerpo agachado. Su mano derecha está extendida hacia delante y su muñeca está tensada como la lengua de una serpiente, los dedos se contorsionan, se mueven, tantean. Aunque avanza sigilosamente, me veo obligado a trotar.

No me dejó llevar la pistola. Era comprensible. Pero debió darse cuenta de que tomé la bala: O bien no le importó, o no le dio la suficiente importancia. Lo segundo me parece bien, pero lo primero no. Significa que tiene mucha confianza, o mucha desesperación. Ninguna de las dos posibilidades me entusiasma especialmente, así que dejo de pensar en ello.

Otra vez a la izquierda, luego a la derecha. Las cámaras de seguridad emiten un zumbido al doblar cada esquina, pero creo que ya no queda nadie para vigilarnos.

Claro, había dos cuerpos apilados contra la primera puerta que encontramos. No pude desviar la mirada de la suya, y ahora no puedo quitarme de la cabeza la visión de unos ojos negros, con las pupilas muy dilatadas. Por un momento sentí que el gráfico en mi cabeza comenzaba a desdoblarse, pero lo reprimí justo a tiempo.

(GARZA TEMEROSA, eso debió ser; los estimulantes de nuestros soldados tienden a gritar un poco más fuerte que las anfetaminas corrientes.)

Seguimos adelante, nos saltamos el ascensor, pero Annette se lanza hacia las escaleras descendentes y yo tengo que tirarle por el brazo. Sus ojos de cristal se giran hacia mí, así que golpeo suavemente la barandilla con los nudillos:

CELDAS D NO SEGURAS.

Entonces, en un morse ligeramente menos roto:

MUCHA GENTE.

Ladea la cabeza, y hace un movimiento, como si masticara con la mandíbula. Pienso un segundo, compactando el mensaje en mi cabeza antes de enviarlo:

VAMOS LABS COMPORTAMIENTO.

Annette deja de masticar. Creo que entiende lo que quiero decir. No es una opción agradable, pero es mejor. Por una vez, me deja tomar el mando.

Los laboratorios del Bloque-D se encuentran arriba, a nivel de suelo. Nos facilitaba realizar pruebas de campo, cuando aún creíamos que importábamos, y encajaba con la fachada farmacéutica del sitio. Por supuesto, esa apertura no nos ayudó en lo más mínimo cuando nos convertimos en el centro de todo. Los que estábamos más informados huimos primero. No creo que debamos temer a los que se quedaron. Hace falta un cierto nivel de lástima por uno mismo como para dedicar la vida a procesar integrales de caminos sobre mapas semióticos; no tendremos que preocuparnos de que nuestros compañeros infectados sigan con vida.

Los laboratorios, el ojo de la tormenta. Espero encontrar a quien necesito.

Detrás de mí, los pasos de Annette están medidos, son constantes, hacen eco. A mitad de la escalera, las luces cambian a un rojo oscuro de emergencia. En un escalón flojo (¿es el séptimo o el vigésimo tercero?), tropiezo y mis manos resbalan en el óxido. Annette me atrapa antes de que me rompa algo, y juntos subimos los últimos escalones, tambaleándonos, y atravesamos las puertas de emergencia.

Como esperaba, la red eléctrica no funciona. Y habíamos cerrado las ventanas con cinta adhesiva durante las primeras horas de la propagación en el complejo. Aun así, la oscuridad total no tiene importancia, porque ya sé dónde está todo.

En algún lugar detrás de las paredes hay un zumbido. Solo una cosa debería estar funcionando. Aquí está la antecámara, la sala central reforzada que cubre el núcleo central del sitio, y yo extiendo las manos, palpando superficies familiares: La maceta de una planta muerta hace tiempo, el dispensador de agua (lamentablemente vacío), el viejo escritorio de Kelly. En la pizarra hay una mancha de moho negro. El gráfico en mi cabeza hace HZZ-ZZT por un momento; retrocedo y lo aparto de mi mente.

Junto a la pizarra está el panel de la puerta hermética, cuya luz parpadea con un débil color rojo. Tanteando, alcanzo la abertura, que ahora se abre con poco esfuerzo.

Construyeron las celdas directamente debajo de nosotros por una razón. El complejo evade las matemáticas puras, requiere condiciones básicas para computar. Los sujetos en bruto son insuficientes. Toma una persona de la calle y tendrá demasiadas dependencias instaladas, demasiados datos basura. Las personas eran la razón por la que necesitábamos las celdas; los datos basura eran la razón por la que necesitábamos los oubliettes.1

Pasada la esclusa, la primera de ellas debería estar a mi derecha. Me golpeo la espinilla izquierda con el bloque de hormigón elevado; reprimo un grito lo suficientemente largo, para luego ponerme a gatas y pasar los dedos por la superficie. La escotilla metálica en el centro del oubliette está fría, cerrada y silenciosa. No es lo que busco. Annette pasa por encima de mí. Es de suponer que ha comprendido la situación. No puedo verle, pero imagino que se arrastra por el resto de escotillas de la habitación (trece en total, sin contar las miniaturas), pasando las manos por encima, buscando cualquier signo de actividad.

Termina rápidamente. Una sombra, la suya, se desplaza sobre la luz roja parpadeante del panel que se encuentra al otro lado de la sala y desliza la puerta hermética para abrirla. Me pongo en pie, lentamente, ahora apoyando mi peso en el lado derecho, y sigo a Annette hasta la siguiente cámara.

El zumbido es más fuerte aquí. A los diez segundos, encontramos su origen. Toco la escotilla, siento que está caliente al tacto, siento las bombas que funcionan en el espacio detrás de la pared. Hemos llegado a nuestro destino.

Antes de que yo pueda dar golpecitos para enviar un mensaje, Annette agarra la rueda y la hace girar con todas sus fuerzas. La escotilla se abre de golpe. Debajo de 15 centímetros de un cóctel psicotrópico, el sujeto comienza a gritar.

Para alguien que lleva una semana sumergida, aún tiene mucha fuerza. (Ahora que lo pienso, han pasado tres días desde mi encierro voluntario; deben haber pasado otros siete antes de eso, cuando la dejaron por última vez en el oubliette). Los fluidos hacen que sea difícil sujetarla. Nos cuesta a los dos sacarla del agujero, agarrándola por las anillas laterales de su camisa de fuerza, untada con derivados aceitosos de escopolamina. Mi lado izquierdo vuelve a ceder y la suelto, gritando. Algo golpea el suelo. Oigo un forcejeo, pero no logra llegar muy lejos; se oye el sonido de una articulación que se rompe y los gritos se acaban.

Parece que ahora está gritando a través de la mano de Annette. Algún tipo de mantra, tal vez algo que se le ocurrió cuando estaba sumergida, o algo que le programaron por el camino.

—Ayúdenmeminombreesallisonbrowntengotreintayseisañosvivoenmiamifloridaporfavordéjemesalirtengounaesposasunúmeroes ocho tres cuatro dos cinco nueve uno uno uno uno uno…

Información provisional, en realidad; fácilmente desinfectable. Siempre se siente un poco de vergüenza cuando uno se da cuenta de que el oubliette ha hecho realmente su trabajo. (¿Matar una mente para salvar a toda la humanidad? Ese solía ser el cálculo moral, sí. Pero si nada importa, de todos modos, todos los actos están justificados. Pienso para mí que será un gran acto de valentía moral ser capaz de hacer cualquier cosa).

Mi primer instinto es empezar a trabajar allí mismo y llevarme el resultado en la cabeza. Pero cada vez está más claro que no podemos quedarnos aquí por mucho tiempo. El sujeto solo va a dar más problemas cuanto más lúcida esté. Le doy un tirón al cuerpo y me dispongo a volver sobre mis pasos. De vuelta a la primera habitación, de vuelta a la antecámara, de vuelta a las escaleras.

Lo único que necesito es un rotulador, que puedo tomar del escritorio de camino a la salida. Una fuente de luz también ayudaría, así como un trozo de tarjeta negra, o una lima. Gracias a la camisa de fuerza, no creo que vaya a necesitar una mordaza.

Me doy cuenta de que estoy mirando fijamente a los ojos de Annette, y de que éstos llevan un tiempo mirándome. Una luz brilla en ellos.

¿La luz intermitente del panel? Annette no lo cree.

Se lanza a la derecha. El sujeto grita. Un disparo. El sonido de metal contra metal: ¿Son perdigones?

Apunta con indiferencia dentro de una habitación casi oscura: El atacante dispara a matar. Me tiro al suelo y me escabullo detrás de uno de los oubliettes. Incluso con las toallitas de papel, siento que me han perforado los tímpanos. La oscuridad podría protegernos durante un rato, si no fuera porque el sujeto ha empezado a balbucear de nuevo:

—… Minombreesangelabrowntengotreintaydosañosvivoenplumwellmisisipiporfavorllamenamifamilialaextrañomucho…

Un disparo. El balbuceo se detiene. Hasta aquí llegó el Plan A.

Percibo la silueta de alguien en la puerta. Alguien de mi estatura.

La silueta se aclara la garganta.

¿Quién anda ahí? —Habla.

Casi no reconozco la voz.

—¿Brandt? ¿Eres tú?

Ahh. Te conozco. Jenkins. No huedo creer que seas uno de los ahortunados, jaja.

—¿Doctor Brandt? ¿El Jefe de Proyecto Brandt? —Algo suena mal. No puedo decir exactamente lo que es debido al zumbido de mis oídos. Tiene la voz entrecortada, eso es seguro, y sus palabras salen en toses suaves.

Jeh-he de Royecto. Director. Oh-hicial de Sitio. Oh-hicial de Seguridad y Cohando Antiincendios. No sé, en este oh-hento no sé cuántos ascensos he dieron, jaja. Todos están huertos, ¿no lo s-hes?

Pasos. Se está acercando. Al otro lado de la habitación, siento que Annette se tensa para actuar. Puede que no reconozca su voz, pero sí sus pasos. No es difícil identificar la marcha del veterano agente de campo, con la salvedad de que quiere ser escuchado, o no le importa que lo escuchen. Se trata de Brandt, ciertamente, y no hay duda de ello.

Hierda, incluso hodría ser un oh-cinco a estas alturas, jaja.

A pesar de todas sus facultades, Annette no puede percibir su tono, pero yo puedo notarlo perfectamente incluso en mi estado medio sordo. Tiene miedo, la parte vital, el zorro acorralado enseñando los dientes.

La metáfora me golpea de repente. Es entonces cuando lo entiendo. Por supuesto, ese es el sonido: Le faltan los labios. El pobre diablo debe habérselos arrancado de un mordisco.

Eres un huen ho-bre, Jenkins, pero hiento decir que no creo que seas tú el que está ahí, ahora his-oh.

Le oigo amartillar su escopeta. Se dirige en mi dirección.

Esto no es bueno. Mis dedos ya están en mi bolsillo antes de que me dé cuenta de lo que estoy haciendo, sujetando la bala y buscando el encendedor electrónico. No mires la luz, no escuches el grito, cuenta hasta tres, aclara tu mente y actívalo…

Un disparo. Perdigones contra metal. Gritos a través de dientes descubiertos. Annette se lanza sobre él como un tigre. Por lo que parece, sus dedos se clavan en los ojos de él, y me parece ligeramente cómico que Annette no sepa que está muy oscuro.

Me guardo la bala para otra ocasión y corro hacia la puerta opuesta, pisando algo húmedo mientras avanzo (¿Sangre? ¿Drogas? Ya no me importa). Cuando la alcanzo, la abro de golpe y golpeo el suelo con toda la fuerza que puedo:

… _ _ _ …
… _ _ _ …

Lo cual es la forma más sucinta que se me ocurre para decirle a Annette que es hora de correr.

Si Brandt cree que lo ha conseguido, ahora se le escapa. Sus disparos me han salvado por ahora, pero sus gritos empiezan a sonar como estática (efectos involuntarios del diagrama que resuena en mi cabeza, aunque solo durará ahí por un tiempo), y en la oscuridad creo que empiezo a ver los débiles bordes de las estrellas.

No, aquí no, ahora no, por favor, resiste.

De repente, la voz de Brandt va aumentando y oigo a alguien ponerse en pie. El ruido de las pisadas sobre el suelo mojado. El sonido de una mochila siendo levantada del suelo. Entonces, la silueta de Annette pasa por delante de mí, oliendo a sangre; gira bruscamente a la izquierda para salir por la puerta. Le sigo, corriendo, con la adrenalina mitigando el dolor de mi costado.

Detrás de nosotros, los pasos de Brandt, infalibles, regulares.

Ya heo. —Dice—. Annette. Hor hu-huesto. Te tiene, ¿no es así? No estás loco, solo estás siendo oh-ligado. Está hien. Deja que honga las cosas en su sitio.

No respondo. Él todavía puede ver las puertas, y todavía está lúcido, y el hecho de que no se haya volado la cabeza con su arma dice mucho de su autocontrol. Pero el frasco de Clase-C que siempre llevaba atado a la muñeca no le salvará del complejo al final.

Al cruzar la siguiente puerta casi choco con Annette. Es un callejón sin salida. ¿Cómo he podido olvidarme? Ahora Brandt está doblando la última esquina, probablemente llevando la escopeta al hombro. Ya no hay elemento sorpresa, y Annette no puede atacar más rápido que una bala.

Recorro la habitación con la mirada. Es poco más que un armario de almacenamiento, solo estantes y cajas, equipos de emulación neural y sobres de autoinyectores, y demás logística del departamento. También hay rotuladores. Agarro uno para estar seguro. Ante todo, ¿qué es diferente? ¿Qué podemos utilizar? ¿Qué hay aquí? ¿Dónde estamos?

Qué tonto soy. Recuerdo dónde estamos. La luz tenue se ha filtrado por los lados; por eso puedo ver. Me acerco a la ventana y me doy la vuelta.

Brandt está en la puerta.

Jenkins. No te asustes. No te con-híes. Solo escúcha-he. A hí.

Mis ojos ya se están adaptando a la penumbra. Los ojos de Brandt me miran fijamente, pero su arma apunta a Annette, cuyo cuerpo está inmóvil; está en verdadera desventaja, y lo sabe. Tendré que jugar mis cartas, ahora.

Llevo la mano a mi espalda.

—Doctor Brandt, señor, no pretendo ningún truco —le digo, con cuidado—. Escucharé lo que tiene que decir, pero no creo que esté en condiciones de dar un buen consejo ahora mismo.

No te reocuh-hes hor el HZZ-ZZT, Jenkins. Coh-oh huedes her, estoy herfecta-hente hajo hi ro-hio control.

Caigo en cuenta de la estática de su voz. Mi dedo se tensa. Doy un paso adelante, llevándome parte de la cinta, con los ojos fijos en los de Brandt.

—Siento decírselo, señor, pero ninguno de nosotros tiene ya el control.

La luz de la Luna ilumina su rostro. Tiene la mandíbula al descubierto y lo que queda de su ojo derecho gotea sangre. Cuanto más le miro directamente, más me doy cuenta de que no puedo, así que me doy la vuelta de una forma que espero que él considere sumisa. Me apunta con la escopeta.

Jenkins —gimotea—. No creo que se-has lo que estás haciendo.

Arranco la segunda tira de cinta adhesiva, luego la tercera. En el reflejo de la ventana, Brandt se estremece. Ya no me mira. Está mirando el cielo nocturno. La incredulidad aparece en su rostro: ¿Lo que veo en sus ojos son las estrellas?

—Doctor Brandt, señor, sé que cree que tiene el control, pero… —Le digo, con firmeza, pero con suavidad. Después de todo, un mentor sigue mereciendo cierto grado de respeto, incluso cuando está con un pie en el otro lado—. Pero Jenkins no es mi nombre.

Me hago a un lado para mostrarle el verdadero color del cielo.

Lo último que oigo al salir hacia la noche es el disparo de una escopeta.

***

En el estacionamiento, Annette se inclina para inspeccionar al sujeto; el daño y la sangre son suficientes para convencerme de que el Plan A es una causa perdida. Simplemente no queda suficiente cerebro para trabajar.

La muñeca de Annette comienza a zumbar. Me mira directamente a mí.

AHORA QUÉ.

Resisto el impulso de mirar al cielo. Ya es peligrosamente brillante, y la Luna no está sola. Me inclino sobre el cuerpo y cierro la capucha de la camisa de fuerza sobre lo que queda del rostro del sujeto.

—Hay otra manera —le digo.

No estoy mintiendo. En mi bolsillo está la bala; en mi cabeza está el arma… El diagrama. Juntos serán suficientes para un solo tiro. Ya han muerto dos inocentes (en caso de que haya una medida determinada de inocencia, supongo). Pero si todos los actos están justificados, el cálculo moral sigue siendo válido.

Solo espero que aguante el tiempo suficiente, hasta que terminemos.

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