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Los hombres de hielo cruzaron lentamente el paso de la montaña; moviéndose con una confianza absolutamente implacable. Ya habían pasado dos días más o menos desde que habían abandonado la Nube, pero la misión era una de suma importancia. No podían fallar. Nunca podían fallar, no cuando su Zar los necesitaba. Los picos de los Urales se elevaban muy alto de ellos, pero solo uno, un rezagado solitario dando tumbos algo cerca del fondo, elevó la mirada hacia ellos. Si había visto algo, era difícil darse cuenta, por su ausencia de ojos. Pero aún así, el rezagado se encogió de hombros suavemente y continuó moviéndose hacia adelante. Marchaba al unísono con el resto de ellos, idéntico al resto. Se movían como un organismo cuidadosamente coordinado. Un organismo compuesto de tantas partes congeladas interconectadas y entrelazadas. Un sifonóforo de soldados. Sus armas eran idénticas, sus caras eran idénticas.
Esta vez, no habría ningún beligerante, ningún enemigo para que el Zar parase. Hoy solo llevaban lo mas básico de sus vastas capacidades para el armamento. Seguía habiendo un propósito, sin embargo. No podrían vivir sin un propósito. Dos días atrás habían llegado a la Cueva, una cosa antigua escondida en una ladera. Adentrándose en la cueva aún hacía frío, así que simplemente hicieron una fogata. Hacerlo sería muy peligroso para sus frágiles formas, pero sintieron colectivamente en sus helados pechos que hacerlo era lo correcto en esta situación. Siguiendo esta retorcida parodia de un campamento, se dedicaron a sus tareas. Era una rara posibilidad de tiempo individual para la comunidad, que ordinariamente no se permitía a sí misma ese tipo de frivolidades. Unos pocos elegidos recogían nieve de la colina, encarnizada por el viento que azotaba, y ponían manos a la obra puliendo sus armas. La mayoría de ellos se quedaba más bien vagando por ahí, simulando discusiones sin sentido y chocando contra las paredes.
Sin embargo, había un escaso puñado de ellos que miraba hacia arriba asombrados por los tallados y figuras que decoraban las paredes de la cueva. El rezagado se encontraba entre ellos. Pasaban sus dedos de carámbano por una figura femenina, tan ocre como un campo de trigo. Entre sus piernas, exactamente veintiocho puntitos rojos desparramados por el plano rocoso, eternamente cayendo hacia el suelo de la cueva, eternamente atascados a mitad de la pared. El rezagado acarició los puntitos tiernamente, con sencillez. Detrás suyo, un hombre de hielo limpiando su arma hizo mímica de un gesto especialmente grosero, algo privado, sexual, y singular, sin saber él mismo su significado, pero sintiendo que era correcto en respuesta a la suavidad del rezagado. El rezagado por supuesto, sintió a su camarada hacer el gesto, pero no mostró ningún indicio de conocimiento, de sensibilidad con respecto al mismo. Quizás sin conciencia alguna. Él sencillamente acarició los puntitos a un ritmo rápido.
Marcharon por otros dos días a través de los Urales Sureños. En realidad no estaban para nada lejos de su base. Del Zar. La región entera estaba llena hasta el límite de ёлка, pero ninguno parecía estar bien para los hombres de hielo.
Luego de cuatro días fuera de la Nube, el rezagado se paseó más adelante y encontró un ёлка que parecía satisfactorio, y entonces alertó al resto de su escuadrón, quienes a su vez alertaron al resto del ejército. Como uno solo, se dieron vuelta y desenfundaron a lo ancho, fuertes hachas de hielo, y comenzaron a marchar al ritmo de un sencillo tamborileo. A su alrededor los Urales se mantenían inmóviles, sus pasos colectivos hacían eco en las montañas solitarias. La nieve profunda enlentecía sus movimientos, empujándolos hacia atrás. A ellos no les importaba. Tan solo era así. Simplemente empujaron la nieve, que en algunos lugares les llegaba muy por encima de la cabeza. Había tanta contemplación y pensamiento en hacerlo como lo hay en un hombre poniéndose sus zapatos.
Al llegar al ёлка, el instinto se apoderó. La memoria no sabe nada en comparación al tiempo y los patrones de pensamiento de un todo. Un todo que ha pensado en plural por tanto como ha vivido. En las mentes de los hombres de hielo había una calma serenidad, tan suave como la nieve de la que habían emergido. En esencia, eran criaturas de nieve, bendecidas con la paz interna y el frío tranquilo de la nieve, el impulso instintivo de la gracia y la sencillez. Incluso en combate, donde realizaban los actos de violencia más atroces para servir a su Zar, no había pasión, ni ira, ni violencia interna a juego con los campos de batallas. Calma. Calma.
El rítmico golpeteo de más o menos siete hachas de hielo, más firmes de lo que parecerían para su material, fue pronto reemplazado por el crujido de la madera, y una fuerte caída. Metódicamente, pero aprisa y velozmente se apartaron del camino y el gran ёлка, el abeto que por más de cien años se había mantenido en la nieve de los Urales, cayó a plomo en la extensión de piedra y blanco. El rezagado levantó sus brazos, y con gracia dirigió a sus camaradas. Desde la perspectiva de un tercero, no parecía ser nada más que un director dirigiendo una vasta, terrible e inescrutable orquesta. Un Eugene Ormandy de las montañas. Un Leonard Bernstein del Óblast de Sverdlovsk. Es claro ahora, para esa misteriosa figura foránea. Quizás había estado observando a los hombres de hielo desde que dejaron atrás el Zar, quizás había notado la aparente individualidad del rezagado. Lejos de ser un rezagado, éste es un líder. Uno al que se le otorgó el más pequeño atisbo de comando para que todos actuaran más eficientemente. Juntos izaron el legendario árbol a sus espaldas y marcharon hacia su hogar. ¿Será a su hogar? Se dieron vuelta en la dirección opuesta a su destino. Ellos deben de saber a dónde se dirigen, de todos modos.
Mire ahora al que era el rezagado, espectador. Vea ahora, sepa que ha cumplido sus metas. Que él, concedido con cualquiera sea la débil sombra de una mente que se le fue otorgada por el Zar, ha realizado su trabajo. Vea como sigue adelante a través de la gruesa nieve, cuesta abajo, cuesta abajo, cuesta abajo adelantándose aún bajo la sombra de la montaña, hasta que los bosques intactos se conviertan en bosques arrasados por la industria de los Zares en tiempos de antaño, e incluso ahí cuesta abajo, cuesta abajo adentrándose donde la madera quemada, y los tocones petrificados crean caminos a vastos campos de piedra y nieve más profunda y húmeda que en la montaña. Menos aún, más triste. No hay vida aquí. Espectador, sólo estás con tus hombres de hielo.
Dentro de este paisaje desolador solía haber minas, donde los hombres sacrificaban su salud y vida extrayendo los minerales usados como combustible para el Zar. Los hombres de hielo se toparon con una de esas minas, donde vastas hileras de mármol y piedras preciosas eran transportadas fuera de la tierra por toneladas. Algunos pocos de los hombres al fondo, que no llevaban su árbol, comenzaron a recoger los fragmentos, escudriñándose a través de la nieve y aventurándose en el pozo, como arañas, para recuperar lo que se les había sido quitado tantos años atrás. Sus diestras armas pronto les revelavan un escaso botín, y se escabulleron en la oscuridad de nuevo. El sol se había ocultado hacía ya tanto tiempo. Estos eran los meses oscuros. Seguía habiendo un propósito, sin embargo.
El rezagado los observó recoger su botín en sacos de cristal entretejidos, otorgados por la Nube para este único propósito. El rezagado no entendió que estaban haciendo exactamente. Tenían sus piedras preciosas, tenían su ёлка, ¿Ahora qué? ¿Cual era el punto, si lo había? Si el Zar lo quería, igual sería hecho. El rezagado se encojió de hombros y recogió un puñado de piedras en su propio saco de cristal. Entonces se posicionó en la fila.
No se desvió del grupo en absoluto durante los cuatro días de vuelta al Zar. No había necesidad de que estuviera alerta ahora.
En el Zar, bajo la Nube, izaron al ёлка dentro de un ancho pozo previamente excavado y lo afirmaron recto con nieve y piedras. Trepando, colocaron las piedras preciosas reverentemente entre las ramas y luego esperaron mientras la Nube creaba nuevas armas. Un largo hilo de luces expuestas. Tiras de hielo metálico. El rezagado se paró al frente por primera vez en un tiempo. Este era el momento final. Sirvió al Zar, el Zar servía a Dios, y Dios servía al universo. Esto era todo. Este era el momento. El Zar quería un árbol, el Zar lo quería decorado, y así debía ser.
Trepó por las ramas y comenzó a atar las nuevas armas. Vagamente se preguntó cómo serían utilizadas en contra de los beligerantes, pero como no lo pensó demasiado, estos pensamientos nunca salieron a la luz. Solo era ahora que pensaba, una vez que hubiera acabado su tarea dejaría de ser algo aparte. No volvería a pensar.
El ёлка brilló, un abeto encendido en el medio de los Urales. La estación de radio donde el Zar yacía dormido y comandando salió disparada hacia el cielo nocturno. Esto era todo lo que podían ver. Ellos para el Zar para Dios. Dios sobre todas las cosas. Dios quien hizo la Nube y el Zar y sus armas y sus beligerantes y ellos. El Zar los hizo rodear el árbol; sus armas cayeron al suelo. Juntando sus manos, sintieron sus dedos de escultura de hielo congelarse entre ellos. Como uno, elevaron sus cabezas a los cielos.
Eran uno.
Anexo 2617-9: El siguiente mensaje está decodificado de transmisiones emitidas por SCP-2617 el 7 de Enero de 1974.
"ANASTASIA, VEN A SENTARTE AL FUEGO. A MEDIO CAMINO DE LA OSCURIDAD. ESTÁ TAN OSCURO. YO TRAERÉ LA LUZ. MADRE, ¿CUÁNDO LLEGARÁ EL ABUELO FROST? NO PUEDO VER, ¡EL SALVADOR!, ¡EL SALVADOR!"