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El cielo por encima del puerto era del color de… Bueno, realmente no sabía de qué. Algún tono anticuado de gris, tal vez.
Se voltea e la orilla del mar. Odia New Portland. Había sido asignado al Sitio de aquí después de Hi-Tokio, para trabajar en la seguridad de un piso de contención. Desde entonces, lo había odiado. Era algo sobre el inexorable resplandor del neón que recubre cada calle, cada vía pública, incluso los callejones de mierda; no recuerda la última vez que vio un lugar verdaderamente oscuro en dos años.
Se abre paso a través de la multitud en West Desai, repleta de prótesis, implantes cibernéticos y protectores de malla. Se deja llevar por la multitud hasta Majis, que marca la frontera no oficial de la Pequeña Hy-Brasil. Su contacto es una Fae, y lleva la paranoia hereditaria de su especie. Probablemente no sea injustificada, piensa, mientras toca el puntiagudo palo de hierro en el bolsillo de su chaqueta.
Se obliga a salir del río de gente. La mayoría de ellos se dirigen al centro de la ciudad, al Complejo; se rumorea por las calles que Anderson está experimentando en algo grande. A él no le importa. El esquema de marketing de Anderson es como un mecanismo de relojería. Cualquier cosa que fuera verdaderamente valiosa para él, la tendrían bajo llave. Se abre paso a través del estrecho laberinto de escaparates y viviendas que conformaban el enclave Fae.
Sus habilidades son una bendición en esta situación; los humanos normales la tendrían difícil solo para entrar, mucho más para llegar a donde quisiesen. Los Fae son son un pueblo famoso por su insularidad, doblemente después de lo que ocurrió en Hy-Brasil. El flujo de refugiados habría asombrado a la gente si les importara.
Con destreza corta una esquina y dobla hacia un callejón, un mapa isométrico de la zona brilla en su visor. Unos minutos más de navegación, y entonces se detiene. Este es el lugar. Un edificio de aspecto torpe y rebuscado, que encaja perfectamente con los vecinos. Los Fae han aprendido a construir edificios aquí sin usar el tóxico hierro inoxidable, pero no particularmente bien. Sube los escalones de hormigón y llama a la puerta de madera(?).
—Al fin. Rápido, entra.
Se encuentra con que una mano fuerte, una garra, le agarra del pecho de su traje negro, jalándole hacia adentro y cerrando la puerta tras él, seguido por el traqueteo de media docena de cerraduras y cerrojos.
—¿Segura de que no tienes suficiente seguridad?
—Lo siento, ¿tú quieres enredarte con los Goteros?
Él la ignora, observando el apartamento bajo la tenue luz carmesí. Todas las luces son rojas o provistas de tonos rojos. Inclusive las dos míseras ventanas están cubiertas con protectores rojos. Sabe que hay una razón para ello, pero no la puede recordar; probablemente algún tipo de hoodoo esotérico de hadas sobre que el neón es el gas del diablo de las hadas. Nunca se había molestado en aprender mucho sobre su cultura, incluso en vida. Simplemente no era su área de experiencia o interés. De la manera en que lo veía, las únicas cosas que alguien necesita saber sobre un hada son sus debilidades.
Saca de su bolsillo la debilidad de esta en particular. Un trozo sólido de Spiegeleisen, una aleación utilizada de vuelta cuando el acero era forjado en lugar de fabricado. Un poco de hierro y un montón manganeso, ambos altamente oxidados. Puede que el hierro sea veneno para las hadas, pero la heroína es venenosa para los humanos. Trata a ambo de la manera correcta y conseguirás el subidón más agradable de tu vida.
Un par de brillantes ojos de águila miran el trozo de metal y luego a él.
—¿Esto servirá?
—Muy bien.
Desliza la roca deforme a través de la mesa, hacia ella. Ella la coge con una garra. Un trozo se rompe. Lo huele y saca la lengua.
—Puedes drogarte después de que me digas lo que sabes.
—Aguafiestas.
Ella suelta la piedra, sacando su dedo medio de su bolsillo.
—Movieron la Máquina al Laboratorio 34E, en la parte superior del edificio del Complejo. La seguridad de alrededor del laboratorio no debería ser un desafío. Pero mis fuentes me dicen que han acelerado el trabajo en ella, haciéndola más fiable. Normalmente diría que van a por una revelación navideña, pero no parece ser el tipo de tecnología que le compras a tu hijo para Navid…
—Espera, espera… ¿Está terminada? ¿Funciona?
—Eso es lo que me dicen. 'Las pruebas preliminares han producido resultados prometedores, excediendo por mucho las expectativas.' Todos hablan como si fueran del CIETU.
—Mierda… Bien, ¿tu chico dijo algo más sobre una fecha de transferencia? ¿O sobre la Fundación?
—Mencionó una fecha para venderla. Es en una semana, el viernes.
—Tienes que estar putas bromeado.
—Hey, no mates al mensaje… espera. Mencionó algo sobre la Fundación, en realidad. Espera.
—Su ojo brilla. Una proyección de luz se materializa en el mantel de la mesa, proyectando un holograma en suaves tonos azules. El busto de un hombre con gafas, hablando.
—El núcleo DeVry que estamos desarrollando está basado en los principios inicialmente desarrollados por la Fundación, aunque ellos terminaron usándolos para los núcleos IAC. Estamos innovando con ellos, haciénd…
El holograma es interrumpido por una lluvia de vidrio.
La ventana se rompe hacia adentro, desintegrando los protectores rojos detrás de ella. La luz amarillenta de la niebla de afuera entra, fracturando la atmósfera de perfecto rojo en el sucio apartamento.
La mesa que tenía el Spiegeleisen se ve repentinamente decorada con una salpicadura de sangre verde rojiza cuando la cabeza emplumada de la Fae se estrella contra la pared. Se deja caer al suelo, desplazándose torpemente por el piso hasta detrás de una mesa volcada, fuera del arco de fuego de la ventana. Saca su pistola de un bolsillo interior y comprueba el antiguo cargador. Está casi lleno. Bien, podría presentar batalla.
Entonces la cabeza de la Fae explota.
Todo en un radio de 6 pies se empapa de la misma sangre repugnante. Hace una mueca. Llegan rondas explosivas con retraso.
Puede que esté jodido.
Un crujido. Alguien está entrando por la ventana. Se da la vuelta, mirando hacia la cocina donde estaba charlando hace un minuto, la mesa sirviendo de cobertura improvisada. Apunta a los bordes dentados de los cristales que bordean el alféizar de la ventana.
Una mano se alza y se agarra al borde, haciendo crujir el cristal bajo ella. No, no una mano. Una prótesis, chapada con una armadura blanca.
Palidece.
Otra mano se alza, sosteniendo algo. Algo pequeño, metálico, con forma de lata de refresco.
Las palabras "¡Granada aturdidora!" cruzan su mente antes de que todo parezca explotar.
Entre el zumbido y la luz cegadora, se levanta, apuntando su arma salvajemente. Sus implantes compensan rápidamente su visión, pero no lo suficientemente rápido. Se tambalea a ciegas hacia delante, desvariando.
—¡Déjame PUTAS solo, bastardo!
Si hay una respuesta, no puede oírla por el zumbido.
Su cadera cocha con la mesa de madera, justo cuando su visión empieza a regresar. Algo le quita la pistola de la mano.
El atacante está parado a no más de 5 pies, apuntándole con un bastardo cruce de rifle de francotirador y pistola para elefantes. Incluso las potentes prótesis de sus brazos tiemblan con el peso de la absurda arma. Vestido con una sólida armadura blanca, su rostro está oculto por un visor opaco. Su voz sale con un twang eléctrico.
—Hola, viejo amigo.
—Mira, no sé quién eres, pero…
—Tal vez tú no lo hagas, pero lo que sea que está adentro tuyo sí. ¿No es así, Nadie?
—¡Escúchame! Anderson y la Fundación tienen algo, ¿okey? Una máquina. La Máquina de Nombres.
—¿Qué tiene eso que ver conmigo?
—Eres igual a mí, ¿no es así?
Silencio.
—Sin nombre. Sin identidad. Estoy dispuesto a apostar que lo que sea que está adentro mío, Nadie, tiene algo que ver con ello.
El cañón desciende levemente.
—La Máquina… fabrica identidades. ¿No lo ves? ¡Es una salida!
Pasa un momento de tensión. Y entonces el dedo en el gatillo se tensa.
—Dirías cualquier cosa para salvar tu pellejo, puto mentiroso. Date la vuel…
Sus instrucciones son interrumpidas por una roca.
El Spiegeleisen vuela desde el dedo de Nadie, a través del espacio que separa a la pareja, y golpea el visor, rompiendo el cristal y tirando al suelo al Hombre del Traje Blanco. La pistola se escapa de su empuñadura mecánica. El casco, antes incoloro, se rocía de rojo. Como sangre sobre nieve.
—¡PUTO IMBÉCIL!
Nadie se queda parado durante una fracción de segundo. Entonces toma su pistola y le mete cuatro tiros a la armadura corporal del Hombre.
—¡TE VOY A PUTAS MATAR!
Se da la vuelta y corre, pateando la puerta para abrirla. Se lanza hacia la calle, con su visor dándole la ruta más rápida para salir de ese laberinto de casuchas y pobreza. Cuenta con la suerte de que no haya niños jugando mientras corre a través del mosaico de lodo y hormigón. Cuatro vueltas más… tres… dos…
Se queda sin aliento cuando cae de culo. El Hombre del Traje Blanco logra poner su bota, ahora más café que blanca, directo en la garganta de Nadie, haciendo presión con todo su peso. Nadie le agarra de la pierna, pero la gravedad no está de su lado. Se esfuerza por luchar, por respirar, por pensar…
De alguna manera, en su forcejeo, el palo de hierro sale de su chaqueta. Lo coge con la desesperación de un hombre que se ahoga, y lo empala justo en el hueco entre las placas de la armadura blanca.
Un grito gutural resuena en el callejón cuando el Hombre se tira al suelo, agarrándose la pantorrilla atravesada. Nadie se incorpora, resbalando en la tierra mojada por la sangre.
—¡YA ESTÁS MUERTO, CHUPAVERGAS!
Nadie se da la vuelta y huye, corriendo a través de
los últimos callejones, saliendo a una ráfaga de aire fresco. De vuelta en West Desai, con la aplastante omnipresencia de la multitud…
Mira hacia atrás, una vez. Sin señal del Hombre.
—Esquina de Bowe y la Quinta, gracias.
Se desliza en el asiento del aerotaxi y cierra la puerta tras de sí. El taxista asiente con la cabeza y acelera, fundiéndose con el tráfico de la hora punta. Mira por el espejo retrovisor al hombre del traje negro y la chaqueta de cuero. Tiene un cigarrillo apagado, dándole vueltas entre los dedos, como si no supiera qué hacer. El taxista coge su Zippo.
—Hey, amigo. ¿Necesitas un encendedor?
Nadie sonríe.
En el callejón, el Hombre del Traje Blanco se pone de pie con un gemido electrónico. Cojeando hasta una pared, el rifle se convierte en un bastón improvisado mientras sale lentamente del callejón. Ha empezado a llover. Su cabeza está llena de pensamientos, pero uno resuena más fuerte que el resto:
—¿Qué diablos es la Máquina de Nombres?