De: Andrés Mondragón
Para: Luisa Vander
14 de febrero, 2023
Querida,
Tanto tiempo ha pasado y he perdido la capacidad de pensar acerca de la distancia entre nuestros cuerpos, si algún día nos alcanzará el sentimiento de impotencia ante tal paradigma propuesto para nosotros, y nuestro trabajo consumiéndonos a ambos, nos deja tan poco tiempo de decirnos pocas palabras en las semanas que van transcurriendo, pero, ¿eso realmente importa?
A veces me pregunto si simplemente soy un desinteresado, me pregunto si aquello que yace muy dentro de las personas es inmutable, la concepción del ágape, o por otro lado la amistad; una amistad verdadera, un amor verdadero, y trascendente puede ser reconocida a través de la necesidad nula de transmitir información para con el prójimo, y sin embargo, ¿es esto cierto?
¿Es cierto que, a pesar de sumirme en mi propio trabajo por horas, días, seguirás estando allí? ¿Es verdad que, aunque mis palabras han sido tan pobres, seguirás rondando entre mis pensamientos? ¿Qué podría asegurarme tú actual maquinación para expresarme, en esa forma tan directa y formal, tus sentimientos de ya no desear verme jamás?
¿Sabes? Son tantas y tontas las preguntas para con mí mismo por no abrir la boca, porque mi determinación ante mis sentimientos es absoluta, pero mi estoicismo se derrumba totalmente cuando debo de cruzar una palabra ante ti, ¿por qué me pones así? ¿O es tal vez el deseo de jamás lastimarte?
Entre mis ratos libres, he encontrado multitud de ensayos acerca de las personas, cómo tratarlas, o mejor dicho, como tratarme a mí mismo, ¿entiendes lo que digo? Cómo tratar este sentimiento que me carcome, dime, ¿recuerdas la última dedicatoria de mi parte? Y realmente parece como si no te hubiera dedicado nada… Mírame, solo he estado hablando de mí, es gracioso.
Hace tanto no exteriorizo los pensamientos empapados por mis sentimientos. Cada día, me levanto retratando tu rostro en mi psique, ese cabello oscuro, sereno, enroscándose alrededor de mis dedos. Nunca existió tu falta entre mis días, anhelando tu cercano olor, de alguna forma siempre estuviste ahí para mí, pues deseo una vez más colocar tus labios entre los míos… ¿Sabes?
Parezco un niño pensando en el amor como una santidad, ¿y por qué tendría que cambiarlo? Para mí tú eres irremplazable, única, singular, y por todo ello solo puedo justificar mis sentimientos al santificarlos, pues en mi creencia yace lo divino tan cerca del amor, existiendo así nada más sagrado entre las personas que el lazo que nos une.
Me gustaría terminar para ti todos aquellos poemas, todos aquellos cuentos, todas aquellas cosas que escribimos juntos por diversión, pero quién soy yo para oponerme a mi realidad, ¿lo entiendes? Sanar para luego entregarte todo de mí… Es tan tonto…
Tan tonto esperar y no lograr algo en el camino, porque ese es mi deseo para ti, lo mejor de mí, desde el mínimo al máximo, no me importa el sufrimiento si, a tu lado, juntos podremos estar.
Oh, Luisa, ¿por qué me pones así? Intento teclear algo coherente, pero mi sentir solo me muestra todo como si ya estuviera dicho todo, como si por haberlo expresado ya una vez está grabada a fuego en nuestras mentes, eso sería tan aburrido… Y debo repetirlo, repetírtelo hasta que mi voz se quiebre y mi garganta comience a arder.
¡Te amo!
Es un hecho, y tal sentimiento inexpugnable por todo el estorbo de mi visión ante la atención hacia tu santidad no lo rechazaré jamás, porque eres la primera y la única, una perfección que yace en su forma más objetiva entre los mortales. Mente, cuerpo, alma, ¿debería yo menospreciar tal regalo divino? Pues aunque tus creencias dicten la imposibilidad de un Dios, las mías solo muestran la necesidad de un ente superior capaz de traerte al mundo, porque no puede ser que, a pesar de todo lo acontecido a tu alrededor, solo te has levantado para ser más fuerte, para ser más brillante, para ser más perfecta.
Y si mis creencias son erróneas, entonces debo decir que eres propiamente una divinidad encarnada, y si tal es el caso, quiero seguir siendo tu compañero efímero, hasta cuando se apague la llama de mi existencia.
Deseo lo recuerdes, siempre, en cualquier lugar, hasta que la muerte nos separe, eres la joya más valiosa que la vida jamás me ofrecerá nuevamente, por eso, te protegeré y haré de mi existencia el lugar seguro para tu ser.
Gracias por todo, y por todo lo venidero, con amor,
Andrés Mondragón
DE LazyLasagne PARA Luis Gm