El Duodécimo
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EN OTRO LUGAR

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En una habitación desprovista de cualquier luz o sonido, un hombre se sentaba en su escritorio y leía. Hubo un tiempo en el que la oscuridad le hubiese sido un impedimento — pero ese tiempo ya había sido dejado atrás. Ahora él se encontraba cómodo. Los colores lo distraían de su trabajo.

Dio vuelta la página de su reporte — a pesar de no necesitar 'ver' las palabras para leerlas. Viejos hábitos, suponía. Con cada oración, su calma se alejaba para dar paso a un frío y calculado propósito.

La puerta se abrió. Una línea de luz partió en dos la habitación, iluminado al hombre y su escritorio. Iluminaba su antebrazo y dejaba ver una vieja cicatriz de quemadura. Instintivamente movió su mano devuelta a la oscuridad para cubrirla.

Miró a la puerta. Una mujer parada en el pasillo, indecisa. Fue solo en ese entonces que se dio cuenta de que su rostro estaba retorcido en furia.

Se forzó a sí mismo a relajar, reconociendo la presencia de la mujer en la puerta al asentir con su cabeza, y dejándola pasar con un gesto de sus manos.

La mujer dio dos pasos adelante y dijo: "¿Lo has oído?"

"Si". Cerró el reporte. "¿Sabemos quién ya?"

"Aún no". Se movió para acercarse, pero se detuvo — como si un viento la hubiera forzado a retroceder. "Quién sea que haya encontrado el Pináculo lo hizo con el uso de mnésticos, y el suministro es limitado. Estamos revisando"

"¿Y el Contrato?"

La mujer no respondió.

Él suspiró. "¿Felix?"

"No lo encontramos. Si cayó, o fue empujado, debería seguir cayendo. Asumimos lo peor".

El hombre se levantó, con los ojos puestos sobre sus propios nudillos. "No entiendo como esto pudo suceder. No entiendo quien haría esto. ¿Quién podría hacerlo? ¿Quién lo hizo sabrá lo que ha hecho?" La miró a los ojos. "Esto es malo".

Su expresión no cambiaba. "El resto del consejo ha sido alertado. Solo vine aquí para asegurarme de que te hayas enterado de lo sucedido". Dio otro paso adelante; dejó caer su mano sobre el escritorio. "Tal vez… tal vez si solo-"

"Sea lo que sea que vayas a decir, detente". Su voz era plana; algo se estremeció bajo la superficie. "Sean quienes sean, tuvieron suerte".

Ella frunció el ceño. Él podía ver el cansancio en su cara. Había algo que ella quería decir; había algo que ella quería decirle. En vez de eso, simplemente cerró los ojos y asintió.

Él tomó la mano de la mujer sobre el escritorio, y luego tomándola en la suya. Su palma era como cuero desgastado y raspado. La de ella era hielo. "Sé que estás cansada. Lo sé. Dios, si que lo sé. Soy…"

El hombre se forzó a sí mismo a detenerse. Tomó un respiro, liberó su mano, y rastreó las cicatrices a lo largo de su muñeca y antebrazo. Se veía tan frágil ahora. "No podemos parar ahora. No podemos rendirnos ahora".

Sus ojos seguían cerrados. "Lo sé".

"Ve. Vuelve al Jardín. Sabes el camino. Estarás a salvo allí. Voy a comunicarme con los destacamentos y averiguaremos qué pasó. Te llamaré cuando estemos seguros".

La mujer apretó la mano del hombre. Y por fin, abrió sus ojos. "¿Qué hay de ti?"

Él sonrió. "Sólo necesito resolver algunas cosas, y luego iré por ti".

Se acercó al escritorio y la abrazó, y ella lo abrazó devuelta. Después de unos momentos de silencio, ella levantó su mirada al hombre. "Yo—"

El teléfono sonó.

Él hizo una mueca de disgusto. Su abrazo se aflojó. "Lo siento. yo…”

Su expresión se endureció. Ella lo soltó, asintiendo. "Lo sé". Sin decir una palabra más, se dio la vuelta y lo dejó en paz.

Y el hombre tomó el teléfono.


AHORA

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"El Contador". Anthony encontraba el título gracioso. "¿Solo tienen uno?"

Olivia rió. "Esas si que son un montón de matemáticas. Debe ser una especie de uber-nerd"

"Un nerd huargo", Adam ofreció, con sus ojos nunca despegándose de la pantalla de su computadora portátil.

Este comentario dejó en blanco la mirada de Olivia, Anthony y Calvin.

"Como los lobos huargos. De D&D. O de Juego de Tronos. O…" Adam levantó la vista. Inmediatamente frunció el ceño y luego volvió a escribir en su máquina. "Mierda, ustedes son unos vejetes".

Anthony tomó un cigarrillo y miró a Calvin desde el otro lado de la habitación. "Okay. Entonces, ¿cómo planeas encontrar a todos estos cabrones? Dudo que sólo estén pasando el rato en el bar de la esquina. Probablemente estén escondidos en algún lugar con suficiente ordenanza anómala como para hacer que Mordor parezca la Comarca". Miró a Adam, quien — sin levantar la cabeza — levantó dos dedos en agradecimiento.

Calvin asintió. "Sí. Aquí es donde se pone difícil. Nuestro agente misterioso escribió mucho sobre los Supervisores, y un poco sobre dónde viven, o dónde se podrían esconder, pero mucho de esto es situacional y podría no ser de ayuda. Por eso vamos a por el Contador primero. Él es el que paga el alquiler. Lo sacas del camino y la lista de posibles refugios será mucho más pequeña. ”

Olivia se recostó en su silla. "Perfecto. Sólo tenemos que encontrar a este primero, entonces. El primero de estos dioses en la Tierra que sabe que venimos por ellos. ¿Tienes siquiera un plan?"

Calvino hizo un gesto a su derecha. "Tengo a Adam".

Adam se alejó de su computadora. "Oh, sí. Cierto. Se, puedo encontrarlo".

Anthony resopló. "Esto estará bueno".

Adam lo ignoró: "El Contador es, por lo que sabemos, un prodigio matemático especializado en el análisis estadístico. Es una fuente de datos, absorbe información, la analiza y encuentra correlaciones ocultas que nadie más puede ver. Todo lo que hace, lo hace basado en estas relaciones invisibles. Toda su ruta — lo que lleva puesto, lo que bebe, sus actividades del día a día — se basan en predicciones derivadas de estas correlaciones".

Volteó su pantalla para mostrársela a los demás. Varias pestañas estaban abiertas en su navegador; la actual era un gráfico de las cotizaciones de las existencias actuales. "Probablemente no necesito decirles lo que una persona así podría hacer en los mercados de valores. Analiza los datos más rápido que las computadoras; puede predecir el auge y el colapso de un Fortune 500 basándose en un maldito horario de trenes. Y aunque su habilidad para ver estas correlaciones es anómala, las correlaciones en sí mismas no lo son, solo que son imposibles de entender o descifrar para alguien más".

"Muy bien", dijo Anthony. "Pero eso no nos dice cómo—"

"Horarios de trenes", Olivia le interrumpió. Estaba concentrada en una de las pestañas sin abrir de la pantalla. "¿En Tokio?"

Adam sonrió y asintió. Abrió la pestaña, revelando un horario de trenes traducido. "El diario lo mencionó. He estado teniendo a Alexander haciendo cálculos durante unas semanas—"

"¿Alexander?", Anthony entrecerró los ojos.

"Es el nombre que le dio a su notebook", contestó Calvin. "¿Qué encontraste?"

"Básicamente, hay una especie de extraña correlación entre los mercados inmobiliarios internacionales y los horarios de los trenes impresos en Tokio el quinto día de cada tres meses", dijo Adam. "Y basándome en lo deliberado que es este tipo, estaría dispuesto a apostar dinero a que él mismo va a Tokio para examinar esos horarios el día que se imprimen".

"Espera", Olivia se inclinó para examinar la pantalla más de cerca. "Dijiste que este tipo es capaz de hacer predicciones basadas en correlaciones que nadie más puede ver, ¿verdad? ¿No lo llevaría eso a darse cuenta de que no debería estar donde esperamos que esté?"

Adam ladeó su cabeza. "¿Me estás preguntando si puede ver el futuro?"

"Bueno, sí. ¿No hace eso, básicamente?" Olivia se alejó de la pantalla y centró su atención en Adam. "Si él es capaz de ver mágicamente conexiones que nadie más puede, ¿no es posible que alguna información que haya encontrado le diga que estamos en camino? ¿O incluso quiénes somos?"

"No lo creo", dijo Calvin. "Quiero decir, los números pueden estar mal".

Adam agitó la cabeza. "No, ella está — bueno, casi siempre tiene razón. Los números no pueden estar equivocados. Son sólo datos. Sin embargo, no puede saber nada con seguridad. Sólo hace predicciones, y esas predicciones tienen diferentes grados de certeza. Ese es el traspié, aquí: Él puede saber que hay un 75% de posibilidades de que hoy alguien lo ataque. Puede saber que hay un 30% de posibilidades de que sean cinco personas, un 25% de que sean cuatro, un 20% de que sean tres…. y así sucesivamente".

Anthony se masajeó las cejas. "Mira, ¿realmente necesitamos tomar un curso de probabilidades para matar a este tipo? Entiendo que es inteligente, pero la última vez que lo comprobé, los horarios de los trenes no paraban las balas".

"Pero las balas no detendrán a alguien que ni siquiera esté allí", respondió Olivia. Se volvió hacia Adam. "Así que, básicamente, puede predecir sistemas extremadamente complejos basados en bits de datos aparentemente aleatorios. ¿Correcto?"

Adam asintió. "Correcto".

Olivia les dio a todos una sonrisa muy torcida. "En ese caso, creo que sé exactamente cómo vencerlo".

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El auto negro se detuvo en una calle del distrito financiero de Tokio. El hombre que salió era tan extraordinariamente ordinario que, en circunstancias normales, incluso su falta de remarcabilidad no generaba ningún comentario.

Su traje de sastre de alta calidad y sus gafas oscuras se mezclaban con los de la gente de la región; su piel era de un tono de ámbar dorado. A pesar de ser consciente de la hora, revisó su reloj de pulsera, cerró la puerta del auto y luego dio tres pasos por la acera. El vehículo se fue.

El Contador era un hombre de precisión. Dormía exactamente siete horas; cuando se despertaba, era a la hora. Cada paso era precisamente calculado — cada paso recorría una trayectoria predeterminada en un tiempo predeterminado. No cometía errores, no corría ningún riesgo, y tenía en cuenta todas las posibilidades significativas.

Por eso, cuando vio por primera vez al joven que se le acercaba desde el otro lado de la calle, tomó medidas inmediatas. El hombre tenía unos 20 años; pelo corto, abrigo abierto — Eslavo, si es que tuviera que apostar. Basado en el color de los zapatos del hombre, el Contador determinó que estaba aquí para matarlo. Basándose en el precio actual de mercado de los melocotones, el Contador determinó que no estaba solo.

Dio un paso a la izquierda. Una multitud de hombres de negocios acababa de salir de un restaurante cercano; esto puso al menos a quince personas entre él y el posible asesino. Uno de los quince era japonés — a mediados de sus 50 años. Caminaba con una ligera cojera y se estaba quedando calvo. Esto significaba que el segundo asesino estaba en la ventana del tercer piso de la pequeña tienda de vinos al otro lado de la calle.

El Contador ajustó su reloj, reflejando la luz del sol en su superficie y en la ventana. El francotirador fue cegado brevemente. Ahora que ninguno de los dos asesinos podía verle, se trasladó a un edificio de oficinas cercano.

"Mierda. El puto brillo", gruñó Anthony en su micrófono. "¿Lo ves?"

Adam se abrió paso entre la multitud, agitando la cabeza. "No. Lo perdí. Se está anticipando a todo lo que estamos haciendo. Creo que… tiene que estar en ese edificio con el cristal azul. O dirigiéndose a este".

Olivia se asomó desde la esquina y tocó su auricular. "Calvin, ¿debería entrar con él?"

Hubo una breve pausa antes de que Calvin respondiera: "Sí".

Olivia corrió hacia la oficina financiera. Adam se abrió paso a través de varias personas más para seguirla.

El interior era un vestíbulo de tres pisos enmarcado con mármol. Una gran escalera se extendía hasta cada piso, con ascensores de cristal que proporcionan una ruta alternativa. Los ojos de Adam se posaban entre los distintos pisos.

"¿Qué piso?" preguntó Adam.

Ella tiró del brazo de Adam. "Ninguno de los dos. Por aquí".

Los dos se fueron hacia el extremo más alejado del edificio. Una salida de emergencia conducía a un callejón en la parte de atrás. Olivia abrió la puerta y entró; Adam la siguió. Tan pronto como salieron, fueron recibidos con el sonido de disparos silenciados.

"¡Mierda!" Olivia empujó a Adam entre dos contenedores de basura; pronto lo siguió, cayendo en cuclillas. Sacó su espejo compacto y lo sostuvo, usando el reflejo para ver más detalladamente el callejón que tenían delante.

Dos hombres de traje estaban donde el callejón se vaciaba en la calle. Entre ellos, el Contador revisaba su reloj.

"Hm. Esto funcionará", él anunció. "Tenemos un minuto antes de salir para alcanzar mi tren. Así que, ¿qué puedo hacer por ustedes?"

Olivia examinó el reflejo en su espejo. Adam entrecerró los ojos ante la imagen, frunciendo el ceño. "Sólo está allí parado al aire libre", susurró. "Podríamos—"

La mujer volvió a tocar su auricular. "Calvin. ¿Vamos a por ello?"

La respuesta de Calvin llegó casi inmediatamente: "No".

Olivia miró a Adam. "Que siga hablando".

Adam asintió. Se volvió hacia el costado del contenedor y gritó: "Tú eres el Contador, ¿verdad?"

"Sabes, tengo un título profesional. Y un nombre, si lo prefieres—"

"Sabemos quién eres", gritó Adam devuelta. "Estamos aquí para matarte".

"Sí, soy consciente de ello. Bueno, aquí estoy. Adelante. Disparen".

Olivia hizo un gesto a Adam para que siguiera adelante.

"Eh-huh. ¿Pero sabes por qué estamos aquí para matarte?"

"Veintinueve segundos. Es muy probable que sean ustedes de quienes me han informado esta mañana. Son responsables de romper nuestro contrato con la Muerte. Supongo que quieren asesinarme por algún tipo de nimia objeción ideológica".

"¿Una nimia objeción ideológica?" La voz de Adam casi subió una octava. Olivia le tocó el hombro. "¿Sabes cuántos cadáveres se encuentran bajo las bases de tu organización? ¿Cuántas personas mueren cada día sólo para que ustedes puedan dirigir el espectáculo?".

"Nunca he matado a nadie. Por supuesto, estoy seguro de que tú si has matado a unos cuantos. ¿Qué tantos? ¿Una docena? ¿Cien? ¿Te molestas siquiera en aprenderse alguno de sus nombres", preguntó el Contador. Revisó su reloj otra vez. "¿Cuántos de ellos eran niños? Sólo por curiosidad".

Adam dio un tirón contra el agarre de Olivia. Ella lo apretó, fuerte. "No", susurró ella. "Está tratando de sacarte los nervios de encima".

"Que se joda", gruñó Adam. Su agarre de la pistola era lo suficientemente fuerte como para sacarle la sangre de los nudillos. "Como si él no hubiera matado—"

"Bueno, si no van a intentar asesinarme, supongo que tendré que irme antes", dijo el Contador. De nuevo, miró su reloj. "Siete segundos".

"Vamos a perder nuestra oportunidad", siseó Adam. "Voy a—"

"No, Calvin dijo—"

Adam ya se estaba poniendo de pie y Olivia se estaba abalanzando sobre él. Sus brazos chocaron contra sus piernas, forzándole a caer. Al instante siguiente, un ensordecedor pum se oyó y llenó el callejón. Un cráter del tamaño de un puño apareció en el basurero detrás de ellos — justo donde había estado la cabeza de Adam.

Rayos de humo se arremolinaron desde el agujero. Adam y Olivia lo miraron fijamente, con sus espaldas presionadas contra el otro basurero.

"Mierda", susurró Adam.

"Francotirador", contestó Olivia.

"Uno", anunció el Contador. "Todos abajo".

Varios más pums resonaron por la calle — acompañados de gritos distantes. Olivia y Adam captaron el sonido de los vidrios rompiéndose; los sonidos de los estallidos fueron seguidos por disparos adicionales.

La voz de Anthony resonó sobre el auricular: "Los estoy cubriendo. Vayan".

Olivia y Adam corrieron hacia la puerta. A lo lejos, podían oír las sirenas — junto con los chillidos de los neumáticos del auto del Contador mientras se alejaba.

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A veces, el Contador se preguntaba cómo era vivir en la incertidumbre; existir en un mundo donde no se podía predecir el resultado más probable basado en los datos que se tenían delante. Se imaginó que era un estado espantoso e insoportable — como estar atrapado en una pesadilla en la que nada tenía sentido. Ese pensamiento a menudo le provocaba un sentimiento de tremenda compasión.

Pero no sentía compasión en este momento.

Al acercarse a la estación de embarque, revisó su reloj y volvió a visitar el callejón en su mente. Había repetido los acontecimientos que se desarrollaron allí veintitrés veces; cada una de ellas, nada de eso tenía sentido. Nada de esto encaja en el modelo.

Predijo correctamente la llegada de los dos asesinos; también predijo correctamente la llegada de su camarada. Pero sus modelos habían demostrado que, al exponerse y hablarles, había una probabilidad abrumadora de que, al menos, uno de ellos saliera cobertura y fuera inmediatamente derribado por su francotirador estacionado.

Nada era 100% seguro, él lo sabía. Cada regla tenía su excepción; cada absoluta escondía una pizca de duda. Todo lo que entendía era simplemente una aproximación de algo que no entendía.

Pero la posibilidad de que ambos asesinos salieran ilesos de este conflicto era, según sus cálculos, comparable en magnitud a la de un tornado convirtiendo en baraja un castillo de naipes — y luego dar la vuelta a la baraja sin desordenarla. Estaba más allá de lo 'improbable'; era algo casi milagroso.

¿Era eso lo que él había presenciado? ¿Un milagro de la probabilidad? ¿Un acontecimiento tan raro y casi imposible como lo fue la aparición de la vida misma?

Subió al tren, proporcionando su boleto. Se trasladó a una de las habitaciones privadas, deslizando la puerta hacia un lado y tomando asiento. A medida que la ciudad quedaba atrás, revisó el modelo por veinticuatroava vez, y luego decidió que simplemente tendría que dejar ir ese recuerdo.

La puerta corrediza se abrió de golpe. Un hombre de mediana edad, con el pelo oscuro y ligeramente canoso, se metió en el asiento opuesto. Despreocupadamente metió la mano en el bolsillo de su abrigo y sacó un revólver, apuntando directamente al corazón del Contador.

El Contador le miró fijamente, sin comprender lo que sucedía. Esto no era posible. Esto no podía ser posible.

¿Dos milagros? ¿En un día?

"¿Cómo?", dijo con voz ronca.

Calvin se metió en el bolsillo la otra mano y sacó una pequeña y poco llamativa moneda. La colocó en la parte superior de su pulgar y procedió a voltearla, antes de arrebatársela al aire. Luego se lo mostró al Contador.

Cruz.

Los engranajes de su cabeza comenzaron a girar. "Tú…"

"Eres bueno para predecir sistemas complicados", dijo Calvin, "pero sólo cuando se comportan de la manera en que se supone que deben hacerlo. No puedes predecirlos si todas sus decisiones son inherentemente impredecibles".

"¿Pero cómo sabías que estaría—?"

"Oímos por casualidad que dijiste que tenías que tomar un tren. Había dos estaciones de tren cerca. Así que tiré una moneda al aire".

El Contador cerró los ojos y sonrió. "Qué cosa más grandísimamete grosera. Tuviste suerte".

"Sí. Pero funcionó, ¿no?"

"Así fue". Sus ojos se abrieron; enfocó su mirada en Calvin. "Bueno. Ahora me tienes aquí. ¿Qué es lo que quieres?"

Calvin puso un trozo de papel delante de él y sacó un bolígrafo. Los deslizó por la mesa entre ellos hacia El Contador.

"Nombres", dijo. "Lugares. Todos del resto que nos faltan".

El Contador suspiró. "¿Quieres que te dé los nombres y las ubicaciones de los otros Supervisores? ¿Qué? — ¿Quieres sus NIPs también?"

Calvin golpeó el revólver contra la mesa. "No creo que este sea el momento para bromear".

El Contador se sentó en su silla y se aflojó la corbata. "No voy a hacer eso. Usaste un truco gracioso para ponerme en una posición desfavorable, y eso es inteligente. Pero ahora que estamos aquí, sé exactamente cómo funciona esto. ¿Por qué comprometer a mis socios si de todos modos me vas a matar?"

Calvin se encogió de hombros. "Hay una diferencia entre ser disparado y ser arrastrado detrás de este tren".

El otro hombre tragó saliva. "Eso es barbárico — y de cualquier manera, no es muy probable. No estamos muy lejos de nuestro destino, y habrá demasiada gente alrededor. La forma en que moriré está dentro de esa pistola".

"¿Eso no te molesta?"

El Contador pasó la lengua por encima de sus dientes. "Por supuesto que me molesta. No había pensado en la idea de morir desde hace mucho tiempo, y estar aquí sentado esperando el abismo no es nada menos que horripilante. Pero no le voy a suplicar piedad a un terrorista". Se inclinó hacia delante. "¿Entiendes realmente lo que estás haciendo?"

Calvin no respondió. El Supervisor suspiró.

"Adelante. Ambos sabemos que lo vas a hacer ahora".

Calvin apretó el gatillo.




- ATRÁS -


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