Ayuda Extranjera

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Maria Nwosu se limpió el sudor de la cara mientras esperaba fuera de la aldea, con una fuerte brisa que soplaba su colorida falda contra sus piernas. Se hizo sombra sobre sus ojos mientras miraba a través de la pradera, tratando de detectar cualquier acumulación de polvo que avisara de que llegaban visitantes, esperados o no. El tipo de la U.N. ya tenía dos días de retraso, y ella estaba empezando a preocuparse de que hubiera sido asaltado en algún lugar del camino.

Después de unos minutos inútiles más, Maria suspiró y se dio la vuelta hacia su tienda de campaña. O mejor dicho, la tienda de campaña de la Fundación. Todavía era algo extraño para ella ser parte de una ONG tan rara. Cuando pasaron por su aldea meses atrás y pidieron voluntarios para ayudar a traducir, ella dio un paso hacia adelante. Otras organizaciones no gubernamentales pasaban a través de la zona muchas veces, vacunando, y proveyendo alimentos y ganado, pero había algo diferente en esta. Ella tuvo la sensación de… una cosa de otro mundo por parte de la mujer que pedía ayuda, así como la sensación de que eran personas especiales. Maria ya conocía todos los dialectos locales, además del francés y un poco de inglés, y cuando le ofrecieron pagarle a ella para que los acompañara a traducir, fue la pieza final para impulsar su decisión. Nunca esperó que ese pequeño paso la condujera en un viaje tan largo, pero así era la vida.

Retiró la solapa de la tienda de campaña y no se sorprendió al ver a un par de niños pequeños, quienes repentinamente escondían sus manos detrás de sus espaldas con una expresión de culpabilidad en sus caras.

"¿Y en que están haciendo estos dos alborotadores el día de hoy? ¿Ya se aburrieron de molestar a las cabras?"

Los chicos se miraron entre sí, y el más pequeño a la izquierda dijo: "Sólo la estábamos buscando, Señorita Nwosu. Nuestra mamá está haciendo pan y pensamos que querría un poco."

"Mhm. Ya veo. Y cuando viste que no estaba aquí, Enitan, ¿decidiste esperarme?"

Ambos muchachos asintieron ansiosos a esta pregunta, y Enitan respondió: "¡Oh, sí, Señorita Nwosu! ¡Temíamos que le diese hambre si no sabía del pan!"

Maroa les dirigió una mirada bien practicada por todas las hermanas mayores, y dijo: "Unos muchachos de muy buen corazón. No habría ninguna otra razón por la que se quedaran, ¿verdad? ¿Tal vez algo a sus espaldas?"

El chico un poco más grande lucía culpable, y abrió la boca para decir algo cuando su hermano le dio un codazo. Se susurraron algo rápida y silenciosamente, antes de sacar lentamente las manos frente a ellos. En cada mano sostenían un triángulo de madera, cada uno de los cuales tenía un garabato complicado diferente toscamente tallado en él.

Maria suspiró de nuevo y señaló la mesa a un lado de la tienda de campaña. "Enitan, Amadi, devuélvanlos. Los amuletos aún no están listos, e incluso si lo estuvieran, no deberían estar jugando con ellos."

Los hermanos pusieron los pedazos de madera sobre la mesa a regañadientes, y el chico mayor dijo con tristeza: "Pero, señorita Nwosu, solo queríamos verlos para poder hacer algunos nosotros mismos."

"Y aún no están listos, ¡así que no podrían hacer más ahora mismo!" Maria volvió a secarse la frente con el pañuelo. "Si ustedes dos quieren ayudar, vayan a vigilar a cualquiera que venga a la aldea. Estoy esperando que alguien venga a ayudarme, está retrasado. Si lo ven, yo podría dejarlos mirar mientras terminamos los amuletos."

El niño más pequeño se animó con esto y salió corriendo de la tienda, arrastrando a su hermano detrás de él. "¡Oh sí, señorita Nwosu! ¡Iremos a buscarlo y lo llevaremos directamente con usted!"

Mientras la carpa se cerraba detrás de ellos, Maria sonrió levemente y murmuró para sus adentros: "Ah, los niños pequeños son todos iguales. Haces que una tarea suene emocionante y correrán directamente a hacerla."

"En verdad lo hacen", dijo una voz profunda detrás de ella, en francés.

Maria se sobresaltó y se dio la vuelta para ver a un hombre, parado en lo que estaba segura hacía un momento había sido un rincón vacío de la tienda. Estaba vestido con un equipo de safari similar al que llevaban la mayoría de los occidentales cuando llegaban a la zona, pero el suyo era de todo de una variedad de grises, en lugar del caqui habitual. Casi involuntariamente, Maroa medio pensó "Parece un cielo nublado, a punto de convertirse en una tormenta."

"¿Y quién eres, para aparecer sin anunciarte?" exigió.

"Mis disculpas, Señorita Nwosu. Estoy aquí para brindarle ayuda. Sus supervisores pueden haberle contado sobre mí; creo que me llaman Joe Benefactor." El extraño hombre sonrió rápidamente cuando dijo su "nombre."

Ella lo miró de reojo con suspicacia. "Puede que me hayan dicho un nombre así, pero, ¿por qué debería confiar en que tú eres él? Ya has mostrado ser un tramposo, entrando tan silenciosamente."

El hombre sonrió de nuevo. "Tiene más razón de lo que cree, Señorita Nwosu. Muy poca gente se da cuenta de eso tan rápido. Estoy impresionado." Él cambió suavemente al dialecto de su pueblo natal, hablándolo sin ningún acento, como si hubiera crecido al lado de ella. "Juraré sobre los dioses o espíritus que elijas que tanto a ti y a aquellos a quienes conozcas no les haré daño."

Maria volvió a sentirse sorprendida por esto, pero esta vez lo ocultó, eligiendo fruncirle el ceño al hombre. Continuó en francés: "No confío en que un tramposo cumpla su juramento, no importa de quién sea el nombre por el que lo prometa." Ella se detuvo brevemente. "A menos que tal vez sea suyo. ¿Jurarías por tu propio nombre, forastero?"

El hombre se tomó un momento, como si estuviera considerando la solicitud, y le dijo: "No puedo hacer eso, por razones que no tienen nada que ver contigo. Pero tal vez sea suficiente una demostración de buena fe."

El hombre se volvió hacia los amuletos que los chicos habían dejado en la mesa y los miró. "Estos son símbolos de protección, para detener la enfermedad y los parásitos. Se entierran en el centro del pueblo y todos dejaran de enfermarse."

Maria se acercó y sacó los pedazos de madera inscrita fuera del alcance del hombre. Ella le miró y dijo: "Sí, lo son, y no dejaré que los destruyas."

Él inclinó la cabeza y la miró directamente a los ojos, el marrón claro de él se encontró la oscuridad de ella. "No busco destruirlos, sino darte unos mejores. Los seres que le dieron a tus superiores esos diseños no están… del todo familiarizados con cómo funciona la biología humana. Estos ciertamente detendrán las enfermedades, pero no las eliminará. Todas las enfermedades, parásitos o gérmenes serán… suspendidos mientras alguien esté dentro de su rango de efecto. Es posible que los síntomas no se manifiesten, pero tan pronto como alguien abandone esta aldea, la enfermedad detenida dentro de ellos comenzará de nuevo."

La mirada de Maria se volvió más distante cuando pensó en los trabajadores humanitarios inusuales que había conocido durante su orientación y entrenamiento para la Caridad Manna. "… Sí, puedo creer eso. Están bien intencionados, pero no siempre están bien informados." Se volvió a enfocar en el hombre, se cruzó de brazos y volvió a mirarlo. "¿Y qué propones en su lugar?"

El hombre sacó un pedazo de papel doblado de su bolsillo y se lo presentó. "Aquí hay algunas correcciones a estos símbolos, que en realidad curarían la mayoría de las enfermedades locales, en lugar de simplemente detenerlas. También incluí instrucciones sobre la forma correcta de inscribirlas, así como qué materiales funcionarían mejor. Siéntete libre de verificar estos con tus patrocinadores antes de usarlos, por supuesto."

Maria le quitó cuidadosamente el papel y lo dejó sobre la mesa, todavía doblado. "¿Qué sacas de esto, forastero?"

Por un momento, pareció ligeramente perdido y desanimado, antes de reanudar su leve aire de afabilidad. "Entre todas las organizaciones inusuales con las que debo lidiar, la tuya es la única que sólo busca mejorar la vida de las personas. Admiro eso, incluso si no puedo cumplir con el mismo credo. Así que ayudo cuando puedo, en lo que sea, en las pocas maneras que puedo."

"Hmm. Sabes que no abriré este papel hasta que haya sido probado."

El hombre sonrió y esbozó un arco. "Dada tu fortaleza de carácter, no esperaría nada menos de alguien que busca mejorar, en lugar de destruir, las vidas de estas personas. Sin embargo, probablemente deberías ir a recuperarlo de esos niños."

Maria le echó un vistazo a la mesa vacía y luego, detrás de ella, a la solapa de la tienda. Se lanzó hacia adelante y la abrió para ver un pequeño cuerpo negro que se alejaba.

"¡Amadi, vuelve aquí!" Le gritó ella.

Llamó al hombre por encima del hombro y le dijo: "Quédate aquí hasta que yo regrese. ¡No quiero más trucos de tu parte!" Luego persiguió al niño, con el sudor comenzando a gotear sobre su propia piel lisa y negra en el sol de mediodía.

El hombre se sentó en una de las sillas junto a la mesa, divirtiéndose con las travesuras del niño, y dijo en el idioma de la aldea: "Ya puedes salir, Enitan. Tu hermano ha escapado."

Un par de ojos oscuros se abrieron en un rincón de la tienda; el mismo rincón en el que había aparecido el hombre. De repente, la pequeña figura de Enitan siempre había estado allí, a plena vista. "¿Cómo supiste que estaba aquí?" Preguntó, con inocente curiosidad.

"¿No debería reconocer mis propios trucos? Estoy impresionado de que lo hayas imitado tan rápido."

El niño pequeño sonrió con orgullo. "¡Amadi y yo somos los mejores muchachos del pueblo! ¡Soy el más inteligente y él es el más valiente!"

El hombre sonrió ampliamente. "Sí, y eres muy inteligente. Dime, ¿cómo lo hiciste?"

Enitan contestó felizmente: "Escuché las palabras que dijo el grande para hacerte aparecer, ¡y las dije al revés para desaparecer!"

El hombre parecía curioso. "El grande… ¿Entendiste lo que dijo?"

Enitan se mostró un poco avergonzado, y dijo: "No… ¡Pero sabía que eran palabras grandes porque venían del grande, así que deben ser importantes!"

El hombre seguía sonriendo. "Sí, lo son. ¿Sabías que los amuletos también tienen algunas de las palabras del grande?"

"¡Oh, sí! ¡Por eso quiero verlos! ¡Quiero saber lo que dicen!"

El hombre negó con la cabeza, divertido. "Todavía eres muy joven para entenderlas todas, pero creo que tú y tu hermano podrían aprender cuando sean mayores. Llámenme cuando creas que están listos, pequeño." Con eso, el hombre se levantó y apartó la solapa de la tienda.

"¡Espere!" gritó el niño. "¿Cuál es su nombre?"

El hombre miró por encima del hombro al niño. "Búscalo. Y cuando lo encuentres, déjame saber cuál es." Luego camino hacia afuera, le sonrió al niño una vez más, y dejó que la solapa se cerrara.

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