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—Feliz cumpleaños a mí.
Nadie saca su encendedor, pero en lugar de tomar un cigarrillo, coge una vela de un paquete de plástico pequeño. Luego atora la vela encendida en su pastel.
—Feliz cumpleaños a mí.
Ella canta lentamente, para así poder poner todas las veintiséis velas sobre el glaseado antes de terminar la canción. Casi se le cae la baba una o dos veces. Han pasado trece años desde la última vez que comió un pastel de helado. En sus misiones había tenido pastel de queso, de terciopelo rojo, y tradicional, pero nunca había tenido pastel de helado. Es un pastel para niños, después de todo, y cuando eres Nadie, no eres un niño.
—Feliz cumpleaños querida nadie…
Nadie inhala profundamente y sopla, apagando todas las velas. Pide un deseo, y se permite sonreír.
—¿Te vas a comer todo eso tú sola?
Un hombre de traje blanco está de pie en la entrada de la habitación de hotel de Nadie. Se recarga en el marco, algo demasiado casual para un intruso. Está sosteniendo un par de cervezas en su mano derecha, y juguetea con una ganzúa con su izquierda. Sus zapatos de cuero hacen un sonido agudo al golpear contra el suelo.
—Podrías haber tocado, ¿sabes? —Nadie le responde—. ¿Quieres un trozo?
—Ninguno de nosotros suele llamar a la puerta, nunca. ¿De qué sabor es?
—Chispas de chocolate con menta.
El hombre levanta una mano.
—Paso.
—No eres divertido.
—Soy muy divertido —protestó—. Traje bebidas.
—Probablemente están envenenadas.
—¿Piensas que caigo tan bajo?
—Bueno, no las voy a beber. La cerveza se siente muy adulta como para un pastel de helado —Nadie replicó, contenta con su sobriedad.
—Como quieras.
El hombre del traje blanco abre su cerveza mientras Nadie corta un trozo del pastel. Se le olvidó tomar un tenedor, así que se lo come con sus manos. El helado es frío y pegajoso, y corre por sus manos y gotea en su plato de papel. Pero vale la pena por el sabor de la menta. Es menta barata, pero le sabe a su infancia.
—Sabes, si te tardas mucho la policía va a llegar. Las alarmas de esa pastelería Cold Stone que robaste son bastante ruidosas.
—¿Por qué te preocupas? Si no recuerdo mal, te gusta mantenerme en un lugar donde puedes vigilarme.
—¿Es tan extraño querer un colega para tener un buen cumpleaños? —El hombre pregunta. Se acerca a una butaca barata, cerrado la puerta tras de él. Ambos escuchan un crujido cuando el hombre prácticamente cae en el asiento.
—"Colegas" es una manera extraña de describir nuestra relación —Nadie respondió.
—No se me ocurrió una palabra mejor.
Ambos se sentaron en la habitación de hotel durante un momento de silencio, cada quien disfrutando a propia manera. Pasaron mucho tiempo en silencio. Trabajar solos significaba que no había mucho de lo que hablar, o a quién hablarle. Hay una buena probabilidad de que, a lo largo de los años, estos dos hayan intercambiado más palabras entre sí que con alguien más. Para un observador sin experiencia, tal vez podrían haber pasado por amigos.
—Bien, hazlo, escúpelo —Nadie le comentó entre bocados de pastel—. ¿Qué estás esperando?
—¿Perdón?
—Tu pie. Todavía estás haciendo el golpeteo. Estás contando hacia atrás para algo.
—Quiero decir… Es tu fiesta de cumpleaños. Pensé en invitar a algunos amigos.
—Oh eso es bonito. —Nadie pone los ojos en blanco y devora la otra mitad del trozo. Sus manos están pegajosas, como si ni siquiera fueran sus manos. Tal vez ya no es solo lo viscoso del azúcar derretida. Han pasado años desde la última vez que se sintió fuera de lugar con su anfitrión. De repente sus brazos, y ahora todo su cuerpo se siente asqueroso. Nadie va al baño a lavarse las manos.
—¿No te cansas de esto? —Nadie le pregunta, sacando su mente de su cuerpo—. Jugar al gato y al ratón sólo puede entretenerte por unas décadas.
—Ambos sabemos que no hago esto por diversión.
—Bueno, uno de nosotros tiene que hacer que las cosas sean entretenidas. —Nadie le comparte una sonrisa sagaz. El hombre ladea su cabeza, y baja su cerveza. Esperaba algún tipo de intento de escape, o por lo menos que ella sacara una pistola. La sonrisa de Nadie sólo crece cuando el hombre del traje blanco empieza a vaciar almohadas de sus fundas.
—¿Qué estás buscando? —Pregunta ella.
—Crees que eres muy lista.
—Creo que fuiste tú el que me dijo que ese era el único rasgo de mi personalidad.
—Me refería a tu presunción —el hombre muerde de vuelta.
—Bueno, lo voy a tomar como un cumplido.
El hombre del traje blanco no puede ver ningún signo de paquetes, o maletas, o incluso un cambio de ropa. Checa los cajones del escritorio, y también están vacíos. Se está perdiendo de algo. Cada fibra de su ser se lo grita. Le ha puesto varias trampas a Nadie a lo largo de los años. Estaba la iglesia afuera de Berlín, la estación de gas cerca de Glasgow, el parque de remolques de Montana, la lista continúa. Pero lo mejor que ha hecho jamás ha sido atrasarle. Tal vez sólo se ha vuelto descuidada. O cansada. Han estado en esto por años, después de todo. Uno de ellos tenía que cometer un error en algún punto.
Nadie deja salir una risita.
—Te voy a disparar, lo juro —dice el hombre del traje blanco. La tensión en su voz es obvia.
—Pero eso es contra las reglas —Nadie le reprende.
—Yo no juego según tus reglas.
—Si no tienes que jugar según mis reglas, ¿entonces que haces todavía aquí?
—¿Perdón?
—Es que, podrías hacer mucho más. Podrías en realidad… ser alguien, ¿sabes?
—No eres divertida —el hombre se burla, abriendo el armario de la habitación de hotel.
—¡No, lo digo en serio! Encuentra un trabajo. Toma un pasatiempo. Si estás tan seguro de romper las reglas, entonces consíguete una vida.
—Tú, de todas las personas, no tienes permitido decir eso. Yo no juego siguiéndolas, pero tus estúpidas reglas son el porque siquiera estoy aquí —el hombre deja de mirar entre los ganchos del armario. Necesita sacar su energía nerviosa. ¿Pero es realmente un truco? No puede estar cayendo en otro truco, ¿verdad? Nadie sale del baño y se limpia las manos en las sábanas esparcidas por el suelo.
—Tal vez puedas encontrar lo que buscas en otro lugar —dice ella—. Como alguien más.
—¿Crees que quiero estar aquí? —Las manos del hombre se cierran en puños—. Quería hacer muchas cosas. Ser muchas personas. Pero por tu culpa no lo soy, porque tú me quitaste eso.
—Es sólo parte de mi trabajo. No es nada personal.
—Nunca nada es personal contigo. ¡Para ti, no hay personas! Son sólo caras sin nombres que se meten en el camino de cualquier mierda en la que estés metida —el hombre se bebe el resto de su cerveza—. Mierda… es por esto que odio retrasarte.
Nadie le da palmaditas a la espalda del hombre. Es lo poco que puede hacer por él. Siempre odió dejarlo así, especialmente porque sabe que no le verá por bastante tiempo. La malicia y frustración del hombre está bien infundada, pero Nadie nunca ha tenido ningún resentimiento.
—Probablemente deberías escabullirte —dice ella.
—Y una mierda.
—No tienes mucho tiempo. Aunque aprecio que me visitaras. Es bueno ver una cara familiar en mi cumpleaños.
—No me voy a ir. Mi gente ya debe haber rodeado este lugar. No te vas a escapar esta vez.
—¿Estás seguro? Sé que antes dije que los policías eran lentos, pero… hay alguien más que es mucho, mucho más rápido.
BANG, BANG, BANG
El hombre mira la puerta antes de correr hacia la ventana. Nadie escucha el cristal rompiéndose, per cuando mira por el agujero donde solía estar la ventana, no hay ningún traje blanco a la vista.
CRASH
Un soldado vestido en una armadura negra tira la puerta. Tres miras láser se dirigen a Nadie. Ella puede ver las letras "SCP" pintadas en la manga del soldado.
Nadie apunta hacia la ventana rota.
—Creo que se fue por ahí.
—Sabes quienes somos. Vas a venir con nosotros.
Nadie no puede contener su sonrisa cuando le presenta sus manos a los confundidos agentes del DM.
—Por favor, llévenme.