Entretengan al mono
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“Que hay dioses está claro. Lo cuestionable es su grado de cordura.”

Martínez caminaba en silencio por el pasillo escoltado por una pareja de guardias. No lo habían esposado, quizás como un gesto de deferencia aunque más probablemente como una confirmación de lo fútil que sería un intento de fuga. Había intentado hablar con ellos, preguntarles a que sector se dirigían o a quien iban a ver pero ellos se habían limitado a ignorarlo. Sólo lo empujaban suavemente cada vez que se detenía, apremiándolo a seguir avanzando. Después de virar al final de varios pasillos y subir y bajar por varios niveles se sentía totalmente desorientado. O quizás le habían dado algo que le impedía concentrarse, con esa gente era difícil saberlo.

Aun cuando había trabajado en ese lugar por cerca de tres años había ciertas áreas a las que no había podido acceder, o más bien que nunca había tenido motivos para visitar. Algo que había aprendido muy pronto era a hacer su trabajo y no hacer preguntas innecesarias, independiente de lo que viera o dejara de ver.

Tras largos minutos de silenciosa caminata uno de los guardias se detuvo frente a una puerta con cerradura electrónica e ingresó una serie de dígitos en el teclado para abrirla. En la parte superior de la puerta había un letrero que indicaba que estaban ingresando al Sector H de contención de humanoides.


Un anuncio en el periódico. Es difícil pensar que una organización con el nivel de secretismo de la Fundación contratara a su personal de esa forma, aún para quienes debían realizar funciones de menor importancia, pero fue así. Después de entrevistas varias, evaluaciones psicológicas, pruebas psicomotoras, cuestionarios sobre dilemas éticos y morales, en resumen, toda una serie de pruebas que parecerían excesivas en cualquier otro lugar para un simple cargo de conserjería, había sido contratado. Sus funciones eran sencillas, realizar limpieza en las áreas administrativas y en los baños y ocasionalmente labores de mensajería entre oficinas de distintos pisos o entre distintos edificios del recinto. El sueldo era francamente bueno, más de dos veces lo que ganaría en otro lugar y sin la necesidad de estar expuesto a sustancias nocivas o a un ambiente peligroso.

El personal del lugar era agradable, personas serias pero amables, siempre demasiado ocupadas, teniendo algunas veces que llevarles el almuerzo a sus oficinas. Por esa vía había llegado a conocer a varios aunque ellos siempre se preocupaban de cerrar sus computadoras portátiles cuando entraba a la oficina y de sellar en sobre de estrazas los documentos antes de pasárselos. Actitudes que en su momento no comprendió pero que ahora tenían sentido.

Las cosas habían funcionado bien por más de dos años. Un supervisor no muy antipático, buena paga y tranquilidad, sentía que podría permanecer en ese trabajo para siempre. Había escuchado rumores y conocido a un par de tipos que un día lunes simplemente no habían llegado a trabajar, pero eso es algo que ocurre en todas las grandes compañías.


Su adicción al juego y un contacto inesperado. Esos fueron los factores que lo llevaron a donde estaba ahora. Cada hombre tiene una debilidad, un vicio, alguna mancha moral que opaca su existencia y en su caso era el juego. No se consideraba una persona especialmente inmoral o corruptible pero cuando las deudas dificultan el diario vivir las personas tienden a cometer errores. Había hablado con su supervisor pidiéndole horas extras o la asignación de más funciones pero este siempre se había negado. Había tratado de conseguir un empleo adicional, algo que le permitiera por un lado conseguir algo de dinero y por otro mantenerse lejos de las mesas de póker pero con la crisis económica actual con conservar su actual empleo debía sentirse agradecido.

Estando en esa situación, una tarde de día viernes mientras esperaba un autobús para volver a su departamento se le acercó un hombre elegantemente vestido que lo saludó por su nombre, entregándole una tarjeta de presentación mientras le decía que podía tener un trabajo para él. Obviamente desconfió y hasta tuvo miedo, podía ser un fraude o incluso algo peor pero la actitud profesional de ese hombre terminó por convencerlo. Fueron hasta un café cercano, en donde el desconocido que se presentó como Vertret le explicó en qué consistiría su trabajo. Le dijo que representaba a una compañía cuyas actividades se venían ocasionalmente afectadas por las acciones de la organización para la que trabajaba, generándole cuantiosas pérdidas económicas además de afectar su reputación frente a su distinguida clientela. Por eso su labor iba a consistir en revisar los documentos que le tocaba transportar, copiar la información que mencionara a Marshall, Carter & Dark y enviársela. Por cada uno de esos informes le pagarían el equivalente a un mes de sueldo en su actual trabajo. Le dijo también que no se preocupara por las consecuencias de este espionaje corporativo, que la información obtenida la usarían sólo para evitar encuentros indeseados con el personal de su organización y que ellos nunca se enterarían de su colaboración. Si aceptaba encontraría un teléfono móvil de prepago en su departamento, debiendo enviar la información como mensajes a un número que estaba en la memoria. Y el pago sería siempre en efectivo, para evitar pago de impuestos y pregunta indeseables.

Martínez no se cuestionó lo extraño de la situación, las consecuencias de lo que estaba por hacer o la información que manejaba Vertret. Se limitó a aceptar, tampoco cuestionándose al encontrar una hora más tarde en su departamento un teléfono móvil nuevo y un sobre con el equivalente al primer pago.


Sector H. La entidad estaba deprimida. Pensaba que no servía de nada que le entregaran lápices y papel si no había un público que pudiera apreciar su arte y de paso su talento como artista. Hace mucho que no recibía una visita, al parecer ellos aún estaban molestos por la broma con la grabadora. Hizo un letrero para protestar. Le enviaron algunos juguetes que se limitó a ignorarlos. Comprendió que en ese lugar estaba tan prisionero como en el departamento donde había nacido. Dejó de comer, de beber y de moverse, siendo su última petición que le enviaran un compañero para conversar y tener una partida de ajedrez.


Para Martínez el acuerdo funcionó bien por cerca de 8 meses. Tomaba las precauciones que le habían indicado para evitar que lo descubrieran aunque le parecían casi innecesarias, a final de cuentas nadie presta atención a un conserje moviendo por un edificio con una carpeta en la mano. En un par de ocasiones leyó parte de los documentos que copiaba, viendo que al parecer se trataba de seguimiento de comercio de arte o algo así. Prefirió no averiguar más, para que en caso que lo descubrieran poder alegar desconocimiento. Los pagos siguieron llegando puntuales, en ese período de tiempo recibió el equivalente a un año de sueldo, lo que le permitió pagar sus deudas y seguir jugando, aunque al parecer la suerte no lo seguía a las mesas de póker. La vida le sonreía y pensaba con satisfacción que podía seguir con este doble trabajo por un largo tiempo más.


Era un viernes en la tarde. Martínez sonrió para sus adentros al ver que el documento que le tocaba llevar tenía el código y las siglas tan conocidas, por lo que se dirigió a la sala de implementos de limpieza a fotografiarlo con la cámara de su teléfono móvil. Iba en la tercera página cuando sintió que la puerta se abría tras él, encontrándose con dos guardias de seguridad que lo escoltaron con firmeza pero sin escándalo a la oficina del Sr. Madeira, jefe de la sección H.


Mauricio Madeira le indicó sin levantarse que se sentara. Suspiró y negó con la cabeza, mostrando una expresión de decepción.

Dígame Martínez – ¿Acaso le pagamos poco? Creo que no, ya que contra lo que parezca no somos derrochadores, tenemos una clara idea de cuanto se le paga a cada miembro del personal y a usted se le está pagando bastante bien para lo que hace, sin tener que arruinarse la espalda al levantar peso, inhalar asbesto, estar expuesto a radiaciones o algo por el estilo.

Sr. Madeira, no es lo que parece… – Intento responder Martínez a lo que Madeira lo hizo callar con un gesto.

Hágase un favor y no intente negarlo. ¿Alguna vez se ha preguntado cuál es nuestra especialidad? Una de nuestras especialidades es la información, por lo que sabemos muchas cosas. Sabíamos que es un hombre divorciado a causa de su ludopatía patológica pero nunca pensamos que fuera desleal. Es distinto a que hubiera estado teniendo sexo a escondidas con una secretaria o fumando un poco de marihuana en el baño, entendemos que los seres humanos pueden ser pocos disciplinados y caer en debilidades. Ante situaciones así hacemos vista gorda pero esto nos ha afectado particularmente.

Ha estado – Madeira revisó una carpeta – ocho meses trabajando para ellos y estimamos que les ha entregado cerca de una docena de documentos. El problema es que su trabajo de espionaje corporativo aficionado tuvo consecuencias, en el último operativo dos de nuestros activos, Smith y Herrera, fueron afectados.

Tapándose la cara con impotencia y desesperación Martínez preguntó:

¿Me van a despedir? ¿Me van a entregar a la policía?

Así es – respondió Madeira – Ahora va a ser escoltado a la salida por estos caballeros, sus objetos personales serán enviados dentro del día a su departamento. Gracias por su tiempo de servicio en la Fundación, realmente no hubiera querido que las cosas terminaran así.

Madeira odiaba mentir pero más que eso odiaba situaciones como aquella. Jack Smith y Jorge Herrera habían sido unos buenos tipos, no merecían terminar así. Al menos lo ocurrido le iba a permitir solucionar el problema de encontrarle un compañero de juegos a su tan extraño invitado de la sección H.


Tras abrirse la puerta Martínez fue empujado hacia el interior sin ninguna ceremonia. Iba a gritar pero la sorpresa lo hizo quedarse en silencio. Frente a él había un… alguien que no era una persona y un cartel burdamente confeccionado con la leyenda “Entretengan al mono”.

El ser frente a él sonrió. A pesar que la habitación estaba poco iluminada usaba gafas de sol, que se acomodó antes de ponerse de pie. Caminó y le extendió la mano diciendo:

Bienvenido. Soy Pantros aunque puedes llamarme Pan. ¿Cómo debo llamarte, mi infortunado compañero de persecución y de presidio?

La voz, aunque intentaba sonar impostada y cultivada tenía algo discordante que a Martínez le causó un profundo malestar.

Martínez. Mario. – Respondió Martínez, confundido.

Gusto de conocerte Martínez. ¿Acaso también eres un artista perseguido?

¿Artista, yo? Se confunde, sólo soy un conserje al que despidieron por hacerse de un dinero extra.

Lástima, esperaba una crítica constructiva de parte de un colega. El público neófito tiende a ser lego, poco cultivado, y son incapaces tanto de apreciar lo que reciben como de cultivar su opinión, cuesta mucho darles lo que quieren. Ahora, vamos a lo que nos ha reunido – Concluyó Pan sin dejar de sonreír burlonamente. – ¿Juegas ajedrez?

Si, aunque no soy muy bueno – Respondió Martínez.

No importa, el aburrimiento ofusca mi capacidad creativa por lo que un par de partidas, aún contra un rival mediocre, serán una bocanada de aire fresco que me permitirá restablecer prontamente mi actividad artística. Después de eso abogaré por tu causa, contra lo que parezca soy alguien con influencias – Concluyó Pan.

La entidad desplegó un tablero y distribuyó las piezas. Aunque Martínez era un jugador promedio Pan resultó ser peor aún, jugaba en forma desordenada, casi como un niño que recién conoce el juego, malgastando piezas y perdiendo la primera partida en sólo diez jugadas. Con una sonrisa que mostraba los colmillos le pidió a Martínez otra partida y aunque jugó mejor el resultado fue el mismo. Jugaron durante una hora, perdiendo Pan una partida tras otra.


El personal de vigilancia notó con alarma un repentino corte de energía en parte de la sección H, que deshabilitó los sistemas de vigilancia automática de la celda de SCP-ES-300. Cuando, minutos más tarde, el equipo de respuesta pudo forzar la puerta y acceder al recinto encontró a dos monos con gafas de sol frente a un tablero de ajedrez con las piezas dispersas.

La mañana siguiente sólo había uno.

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