— Bien, para cerrar un poco la clase vamos a recapitular un poco lo que acabamos de ver. En situaciones de emergencias que correspondan a posible trauma de un paciente el cual no tenga acceso a un hospital o un lugar donde poder intervenirlo de forma correcta, se procede al análisis triagico de emergencia en el cual evalúan los parámetros que vimos en el transcurso de la clase.
Un instructor fornido y lleno de tatuajes impartía una clase de paramedicina en el enorme salón de entrenamientos del Sitio-28. No era la primera vez que se encontraba rodeado de nuevos ingresantes y personal levemente entrenado con anterioridad, y, aun así, cada vez que veía sus caras podía ver la desesperación de los alumnos, buscando el momento en el que haga una pequeña pausa para poder retirarse de la tediosa clase del día.
Con un poco de apuro encima, el instructor procedió a carraspear su garganta durante un momento antes de seguir.
— Bueno, creo que eso es todo por hoy. Recuerden que- …
La charla fue interrumpida por una drástica pausa del profesor, pausa que aprovechó para desviar la vista ligeramente hacia una figura en el pasillo.
Había estado explicando toda la mañana contenido teórico, desde materias militares básicas hasta temas específicos de la Fundación. Algo tedioso y que no disfrutaba tanto de hacer como los entrenamientos de combate, pero estrictamente necesario de enseñar a los nuevos reclutas.
Ya quería pasar a hacer algo diferente por el día, y parece que esta era su señal.
— Llegaste antes de hora.
Un joven rubio de ojos verdes y contextura robusta dio un paso hacia el salón de entrenamientos y murmuró algo antes de caminar de mala gana hasta una esquina de la sala.
Había estado espectando los últimos 5 minutos de la clase en silencio desde fuera, pero ahora sentía que los ojos del resto de los presentes se le clavaban encima. Mucho se solía hablar sobre el estudiante selecto del entrenador Steffano González, pero era poco común cruzárselo en el sitio.
Todos los reclutas en la sala tenían aproximadamente su edad, y, aunque esperable dentro de la situación, le incomodaba un poco que se le quedaran mirando tanto.
El grupo de novatos aprovechó el desvío de atención de su profesor para dispersarse hacia los casilleros y posteriormente abandonar el lugar. Poco a poco, fueron vaciando el salón de entrenamiento donde estaban.
Al final, quedaron solo dos personas en la sala. Steffano González y su alumno predilecto, Víctor Penz.
— Viniste temprano hoy, ¿pasó algo?
Un drástico cambio de idioma inundó la conversación. Siempre que tenían la oportunidad de hablar español entre ellos, no la dejaban pasar. Trabajar tanto tiempo en EE.UU los hacía añorar su lenguaje natal, un español oriundo de Argentina.
— Me llamaron de las oficinas. No- no fue nada grave, algunas cosas sobre papeles, así que me quedé haciendo tiempo para no tener que volver al departamento. Estoy acá desde las dos.
— Ahá. Bueno, a ver… —Steffano empezó a vendarse las manos mientras miraba a Víctor fijamente—. ¿Vas a entrenar hoy? Estás medio… distraído, por lo que veo.
— ¿Eh?, ¿para qué carajo me hubiera quedado si no…
Retractándose un poco de lo que estaba por decir, Penz aprovechó para dejar su bolso en uno de los bancos que estaban esparcidos por la sala. Sacó una botella de agua, una toalla y sus vendas, las cuales se empezó a aplicar de igual manera que su profesor.
Steffano le regaló una mirada vacía, como si estuviese esperando más de su comportamiento.
— Uhm… Sí, voy a entrenar. No te preocupes.
Ambos se mantuvieron en silencio durante el tiempo que se preparaban para empezar el entrenamiento. La rutina era simple, consistía en ejercicios cardiovasculares, ejercicio físico de alta intensidad en periodos de tiempo corto, y para terminar, un “sparring” amistoso de combate cuerpo a cuerpo.
— Estás un poco agitado. ¿Qué te pasa? —preguntó Steffano mientras caminaba hacia la zona de ejercicios en la sala de entrenamientos.
— Qué sé yo, ¿falta de sueño? Me desperté temprano para llegar hoy. Igual, ya sabes que tampoco me gusta mucho, eh… —Penz hizo una ligera pausa antes de seguir, ahora en un tono más bajo—. hablar con los de arriba.
Steffano terminó aceptando la respuesta, aunque con poca convicción. No iba a seguir indagando en el tema por ahora, así que entre ambos se pusieron a preparar la rutina en silencio. Acomodando colchonetas, pesas y steps para armar un circuito de entrenamiento anaeróbico acorde a lo que tocaba durante el día, complementado por caminatas cortas y los debidos estiramientos al finalizar.
Mientras Víctor acomodaba el salón, Steffano se apartó por un momento para cambiar su ropa de maestro y vestirse con algo más acorde a la sesión de entrenamiento. Principalmente, cambiar su ajustado pantalón de conferencias por algo más holgado que le permita moverse con más libertad.
La mañana continuó con una rutina de ejercicios para mejorar la respiración. Los ejercicios cardiacos eran esenciales para los entrenamientos que dictaba Steffano, y luego viene el resto. Sin capacidad pulmonar, probablemente se cansarían extremadamente rápido, y eso daba más probabilidades de ser vencidos en un combate.
El preparamiento principal era básico: Correr unos minutos, uso de bicicletas fijas, salto a la soga y estirar al final de la sesión. Esto se repetía cuatro o cinco veces dependiendo de la cantidad de tiempo que se tomaran. Acto seguido, una pausa de diez minutos para seguir con los entrenamientos de alta intensidad pero corta duración. Este era el punto fuerte, lo que lograba un mejor índice de éxito en el entrenamiento general.
Los entrenamientos de alta intensidad eran variados, y un complemento que utilizaba Steffano para estas sesiones es el empleo de una mochila cargada con peso. 30 kilos para los más experimentados, tal vez menos para los ingresantes. Penz tenía una complexión ancha, podía cargar más peso, por lo tanto, fue directo a los 30 kilos. Steffano solo lo acompañó repitiendo los mismos ejercicios que el mientras contaba las repeticiones.
El primer ejercicio de alta intensidad eran burpees en 3 tandas. 40 burpees, acompañados de una carrera de velocidad de una punta del gimnasio a otra.
Ambos tenían la misma potencia y desempeño, Víctor era un atleta excelente con una condición impecable y a Steffano le precedía su historial en las fuerzas armadas.
— ¿Y ahora qué sigue? —preguntó un tanto desganado Víctor.
Steffano se rio audiblemente y respondió lentamente.
— Sentadillas.
— Eugh. —Víctor se cubría la cara mientras ajustaba la mochila para que quede bien ajustada a su cuerpo.
Luego de los burpees y un descanso de cinco minutos, seguían las sentadillas con el peso de las mochilas. Esta parte del entrenamiento suele ser la más intensa, ya que reafirma el ejercicio hecho con las piernas anteriormente, volviéndolo (probablemente) la parte más dolorosa del circuito.
— Ahora, a las cintas.
— Que forro. Elegiste esa combinación a propósito. ¿No?
— Improviso en la marcha. Mientras más te duela, mejor.
El ejercicio en las cintas comenzó con una marcha simple en trote, la cual se elevó a una carrera moderada con el pasar de los minutos. Al terminar con las cintas, Steffano se dirigió a Penz y le dio un par de indicaciones antes de alejarse a otra sección del gimnasio.
— Cambiate de ropa, date una ducha muy rápida si es posible. En 15 te veo en el ring.
Generalmente, los entrenamientos acababan después de la hora conjunta de ejercicios leves e intensos, pero ese día en específico tocaban sparrings de boxeo. Tres rounds de tres minutos, con técnicas de combate variadas para lograr una mejor fluidez.
—¿Qué sigue ahora? —preguntó Víctor al volver de las duchas—. ¿Hoy vamos a-?
— Boxeo. Bueno, no boxeo, lo de siempre. Sparring de tres minutos y al mejor de tres. Van directo a tu evaluación así que ponete las pilas que anduviste medio flojo hoy.
Víctor lo miró de mala gana antes de asentir por lo bajo y dirigirse en silencio a uno de los camerinos para cambiarse de ropa nuevamente. Steffano lo siguió con la mirada durante un momento, mientras fruncía levemente el ceño con confusión.
Unos minutos más tardes, Víctor salió del vestidor utilizando un short de boxeador completamente liso, hecho específicamente para los entrenamientos y caminó hasta el centro de la habitación, donde se hallaba un ring de considerable tamaño.
Ahí lo esperaba su entrenador, usando un pantalón holgado y ajustado a la cintura. Se encontraba sin camiseta, revelando un imponente tatuaje de demonio japonés en todo su pecho, rodeado por algunos tatuajes de simbología nórdica y cultura general variada.
Penz subió al ring, donde reinó el silencio durante un minuto, solo para ser interrumpido por el chirriante chiflido de un puñetazo directo al mentón de su entrenador. Y así, de forma frenética, empezó el combate.
El golpe rápido que el joven rubio lanzó dio directo en la cara de su contrincante, el cual rio por lo bajo al recibirlo, devolviendo una patada directa a las costillas, dejándolo sin aire durante unos segundos.
— A-Ah. Mierd-
— Calláte. No hables durante un combate, todo ese aire que perdés hablando podría darte una ventaja en algún momento.
Sin mirarlo a los ojos, Víctor se abalanzó hacia Steffano embocando dos golpes en el abdomen para acompañarlo con un rodillazo a la cintura. Como respuesta, Steffano devolvió un golpe al abdomen y se mantuvo en posición de combate cercano durante unos segundos, alejándolo con una patada recta a la cintura.
Rengueando, el rubio dio vueltas en el ring intentando relajar los tensionados músculos a causa del dolor y la fatiga. Steffano, por su lado, daba pequeños saltos mientras estiraba el cuerpo por el dolor de los golpes que recibió.
Pasados unos segundos, Víctor embistió contra Steffano, levantándolo de la cintura y tirándolo al suelo, sometiéndolo a un combate cercano. Un codazo se dirigió rápidamente a la cara de Steffano, codazo que recibió de lleno. Steffano jugó un poco con la lengua, sintiendo el sabor metálico de la sangre que soltó dentro de su boca por el golpe propinado, y devolvió un golpe directo a la cara de Penz, haciéndolo retroceder levemente.
En esta pequeña ventana, aprovechó para propinar un par de golpes en puntos específicos del abdomen para intentar zafar del agarre, cosa que consiguió, dejando a Víctor en una posición comprometida.
Ambos se miraron un momento, respirando exhaustivamente. Sabían que pasaron los tres minutos, pero de igual forma querían continuar.
— Pausa. Seguir así no nos va a hacer bien. —indicó Steffano antes de levantarse e hidratarse.
El joven aprendiz no respondió nada, pero caminó hasta su respectiva esquina con la cabeza cabizbaja y se sentó, inhalando y exhalando profundamente.
Algo estaba recorriendo la mente de Víctor, algo molesto que no quería expresar, y Steffano lo sabía. Al igual que en un combate, debía saber golpear en los puntos específicos para poder sacarle algo, porque Penz no era alguien de muchas palabras.
— Bueno, vamos. Otro más.
— Bueno.
Se acercaron al centro del ring, y el mayor de los dos extendió la mano en señal de amistad antes de un combate. Penz respondió positivamente, solo para inmediatamente aprovechar la cercanía e intentar un agarre invasivo. Steffano se percató de esto con anticipación, y simplemente se deslizó con velocidad hacia un costado, haciendo que Penz simplemente se abalance al vacío.
En ese momento, Steffano propició una patada directa a la espalda, haciéndolo caer de frente contra la lona del ring.
— Estás muy, muy distraído. No me sirve, ni a mí, ni a vos. Vas a tener que decirme qué te pasa o lo dejamos hasta acá.
Víctor se levantó con una visible frustración.
— Es el día.
— Sí. Ya me di cuenta.
Unos segundos pasaron antes de que ambos volvieran a la posición defensiva. Víctor gesticulaba molestia con sus expresiones faciales, y Steffano solo tomaba nota de la situación.
— Vamos, el tercero. Por estar apurado, perdiste el segundo en técnico, así que te quiero más atento en el tercero.
Las palabras de Steffano solo lograron que los gestos de enojo en Víctor se intensificaran. No pasó más de un par de segundos antes de que Víctor se abalanzara sobre Steffano en busca de embocar una serie de golpes que finalicen de una vez por todas el entrenamiento. Steffano, sorprendido, empezó a esquivar con cierta agilidad los golpes que le llegaban. Había más de una oportunidad para devolver el golpe y terminar con la situación en cuestión, pero prefería esperar a ver hasta donde llegaba todo.
Penz empezó a intercalar golpes, rodillazos y patadas. Más que una pelea con técnicas profesionales, parecía un descargo de frustración acumulada por mucho tiempo. El joven rubio estaba cegado por una pantalla de emociones que le impedía ver más allá de sus enajenados golpes.
— Víc. —Steffano intentó calmar a Víctor mientras esquivaba los golpes.
Por su lado, Víctor no frenaba. Demostraba una falta de aire mediante una respiración irregular y su cuerpo empezaba a decaer por el constante uso de la resistencia corporal.
— Víctor. —espetó Steffano.
El cuerpo de Steffano ya empezaba a doler por las contusiones, así que ya era hora de poner un punto en esto.
— ¡Víctor! —gritó el entrenador por una última vez.
Víctor solo respondió con un puñetazo que rozó la cara de Steffano y que habría dado de lleno de no ser por una ágil respuesta. Steffano aprovechó la pequeña ventana que se creó y le dio un golpe que dio directo entre la mejilla y la nariz de Víctor, provocándole un leve sangrado y haciendo que Víctor espabile del estado en el que estaba.
El silencio reinó en la habitación durante un par de segundos mientras Víctor veía como gotas de sangre manchaban la lona del ring.
— Ya está. No voy a anotar tu rendimiento en el entrenamiento de hoy para que no tengas problemas, pero vamos a hablar muy seriamente cuando lleguemos a casa.
Steffano tomó a Víctor del pescuezo y lo llevó a uno de los asientos que se encontraban alrededor del ring, en donde le dio una pequeña asistencia médica para detener el sangrado.
El entrenador solo suspiraba mientras el joven alumno mostraba desinterés con un inexpresivo rostro.
— Víctor, no hagas estas cosas… —dijo Steffano antes de guardar los utensilios médicos.
Víctor simplemente lo miró de costado.
— Que no se repita.
Con eso cesaron la sesión de entrenamiento, dándole por finalizado. Antes de retirarse, cada uno se dirigió a un vestidor distinto, para cambiar su vestimenta y ponerse más cómodos. El entrenamiento había terminado, pero el día no.
Penz se encontraba mirando fijamente su bowl de cereales, el cual se había servido ya hace más de 10 minutos.
No tenía mucho más que hacer en el sitio después de los entrenamientos. Todos los pendientes que tenía los resolvió en la mañana, así que simplemente, luego de terminar, se volvió a la casa que compartía con Steffano.
Su idea había sido llegar y descansar un rato desde un inicio, lo cual fue en vano. Lo único que podía hacer era seguir dándole vueltas en su cabeza a todo lo sucedido durante el día. Desde la mañana, hasta el entrenamiento de hace rato. Simplemente no podía relajarse.
Por su parte, el agente González tenía que seguir atendiendo algunos asuntos en el sitio. Ya habrían pasado dos o tres horas desde que finalizó el entrenamiento, y seguro volvería en cualquier minuto.
No pasó mucho hasta que el ruido de la puerta interrumpió el silencio que reinaba en la habitación. Steffano González entró a la habitación y observó a Penz meditabundo mientras se encargaba de dejar su abrigo, las llaves de su vehículo, entre otras cosas.
— Buenas tardes. —saludó el agente.
No recibió ninguna respuesta de ningún tipo.
Steffano se acercó a Víctor mientras se quitaba una ajustada corbata que le molestaba.
— Che…
El tatuado se cruzó de brazos.
— No te va a hablar el plato. No importa cuánto lo estés tratando de matar con la mirada.
Steffano corrió la silla de la mesa, para sentarse justo de frente a su alumno.
Penz simplemente lo miró de reojo y resopló.
— Llegaste.
— Efectivamente, llegué. Hola, buenas tardes. —dijo Steffano en un tono levemente enojado.
— Buenas tardes. —respondió desganado.
— Vamos a tener que hablar un momento. —Steffano se levantó de la silla y empezó a dar vueltas en la cocina cercana para hacerse un café—. Los tratos de esta mañana no están justificados, yo lo entiendo porque también fui un adulto joven rebelde, pero no podés ir por la vida haciendo esas cosas, menos en el ambiente laboral en el que estamos.
— Ese es el problema.
Steffano lo observó, meditabundo.
— El “ambiente laboral”. No es lo mío, todavía no me acostumbro. Me siento incómodo y todavía hay muchas cosas que no termino de entender. Tengo un lío en la cabeza y no lo puedo solucionar.
— Mirá…
— Y tengo que levantarme todos los días a las seis de la mañana, para asistir a pruebas de mierda como si fuese un recluso. Salir de las pruebas, e ir a reuniones y clases como si estuviese en secundaria. Se vuelve pesado, es molesto, no es mi tipo de vida y hay cosas que no cierran.
— Yo lo entiendo, enseri-
— Y acá estoy, viviendo con vos. Pasé de estar en la calle casi todo el día, a vivir como un recluso, a vivir en… —Penz abre los brazos y señala la casa de forma general—. una casa lujosa con un tipo que se la pasa trabajando y usa trajes todo el día como si estuviese en una película.
Steffano simplemente se quedó callado, de brazos cruzados, en la cocina.
— No sé viejo, es rarísimo. Todavía no puedo terminar de procesar todo lo que me pasó en estos últimos tres años. —Víctor volvió a bajar la cabeza, observando fijamente al cereal—. Generalmente lo dejo pasar, pero el día está muy pesado y mi cabeza no lo aguanta.
— Víc.
Steffano se acercó a Víctor, le dio unas palmadas en la espalda mientras sostenía su taza de café, y se sentó en frente de él.
— En la vida las cosas no siempre funcionan como queremos. Muchas veces tenemos que improvisar sobre la marcha y esperar lo mejor. Y eso no significa que no podamos ser exitosos, al contrario, es admirable poder resurgir de las calamidades que la vida te impone.
— Claro, eso lo decís porque tu sueldo es en dólares y solo te preocupas por vestirte bien todo el tiempo.
— Tal vez. Tal vez no. Vos no tenés el juicio absoluto para hacer de menos lo que hice o lo que hago. Pero quiero recordarte que de algún lado salió todo esto. De algún lado salió todo eso. —Steffano apuntó a un muro de su comedor de donde colgaban varios diplomas finamente enmarcados—. Es laburo papá. Trabajo duro. Levantarse y estudiar de seis de la mañana a doce de la noche y más.
— Pero no entendés lo que es sentirse tan fuera de lugar. Es horrible. Estar perdido, sentirse solo.
Steffano suspiró profundamente, y meditó unos segundos antes de responderle.
— Nosotros no elegimos nuestras condiciones de vida la mayor parte de las veces. Está en vos sacar pecho y afrontar las situaciones que te tira la vida. Lo que sí está en vos, son las ganas de continuar, tu voluntad, tu paciencia y esfuerzo. Eso, eso es lo que va a valer.
Penz únicamente frunció el ceño.
— Cuando salgas de tu pequeña burbuja mental y afrontes el mundo real, probablemente vas a darte cuenta de que estamos acá de casualidad. Y yo estoy haciendo lo posible por ayudarte, porque sé que tenés la capacidad de mejorar tu vida después de todo lo que te pasó. Solamente te falta un poquito de voluntad.
— Creo que no me entendés.
— Te entiendo a la perfección, campeón. Solo te falta madurar un poquito algunas cosas. Pero vas por el buen camino. —Steffano soltó la taza de café y le despeinó el cabello intentando jugar un poco—. Con el tiempo te vas dando cuenta de lo importante que es la vida, y comenzás a apreciar tu día a día como si fuese el último. Más en el trabajo que tenemos nosotros detrás del velo.
Steffano se estiró en la silla, poniéndose cómodo.
— El trabajo no te va a esperar nunca, en cualquier mo-
El celular de Steffano empezó a sonar, Steffano puso el teléfono sobre la mesa y esperó a que el tono de llamada se acabe. La atención de ambos se había fijado en el teléfono.
— Esperá un poco, si no respondo van a pensar que estoy ocupado con algo. Es un poco irresponsable, ya sé, pero acabo de llegar de allá. Cinco minutos nada más.
— No te dije nada.
— Ya sé, yo soy un poco ansioso a veces, nada más.
En el teléfono, brilló la notificación de un mensaje. Steffano levantó el teléfono y leyó el mensaje para sí mismo.
— Agh…
— ¿Qué pasó?
— Tenemos que ir. Nos llaman para un trabajo.
Steffano dejó el celular en la mesa y agachó la cabeza por un rato, quedando en silencio por unos segundos.
— Te dije.
— ¿Eh?
— El trabajo no va a esperar a que te sientas bien.